jueves, 17 de julio de 2008

Pequeña postal

Abro la persiana, salgo al balcón y, ¿qué veo? el Mar Mediterráneo. Fuente de vida y de placeres, de muerte y de sufrimientos, se me ofrece a la vista como un caramelo a un niño: reluciente y con ganas de saborearlo.

El viento mece mi torso desnudo mientras contemplo largamente aquella vasta extensión azulada moteada por alguna barquichuela que avanza lentamente entre las olas.

Apoyado en la barandilla, la fina tramontana me lleva el olor a mar, básicamente una mezcla de sal con esencias de pescado, y la algarabía de sonidos que suben desde el puerto.

Se diría que es una estampa casi perfecta, pero me asomo un poco más para comprobar lo que llevo desde principios de mes temiendo: una larga hilera de coches alrededor de la playa me indica que la marea humana ya ha llegado, ¡y lo que queda! Intento no pensar en el tumulto turístico extasiándome otra vez en la contemplación monótona de las olas entrando en la playa, lamiendo suavemente la fina arena, como si quisieran probarla.

Aunque no se lo crean no estoy de vacaciones. Tampoco estoy intentando daros envidia. Simplemente me permito un pequeño descanso. Para, al menos, guardarme algo de mi mar, cual postal de veraneo, en el cerebro, para cuando vuelva a Pamplona.

0 comentarios: