viernes, 25 de julio de 2008

Quedarse en la apariencia... pero cambiarla.



Tenemos televisiones, cámaras de fotos, móviles... de alta definición. Disponemos de una increíble gama de artículos en gafas y lentillas, de todos los tipos e incuestionable calidad. Y además, gozamos de una visión prodigiosa cuya precisión y tecnología son extraordinarias. Nuestros ojos parecen diseñados y elaborados con la electrónica más avanzada del mundo en vez de surgidos de la naturaleza. Pero seguimos sin comprender los colores. Lo único que tenemos es una lista con una serie de tonalidades a las que hemos puesto diferentes nombres y otra con superfluas asociaciones.
Sin embargo, pocas veces habrá reparado algún ser humano en la profundidad de los blancos, rojos, negros y demás compañeros. Lo que se hace es asignar uno de estos a cada acontecimiento, palabra, personalidad... según su apariencia. Unos ejemplos son la asociación del negro con la guerra, el blanco con la paz, el rojo con la pasión, el verde y la naturaleza, el azul y la esperanza... No son asociaciones ni mucho menos equívocas, sino totalmente certeras, pero luego no se aprovecha en absoluto el poder evocador que tienen esos tonos para crear nuevas realidades. Literatura, cine, música, juegos de rol, videojuegos, programas televisivos... todo lo que gira en torno al mundo de la creación, sea más o menos superficial, necesita de la inspiración. Y ya que somos el ser más desesperado por la ficción jamás conocido, no estaría de más dar un pequeño paso en otra dirección y empezar a jugar con las tripas de la realidad. Esto es, que se vaya a hacer puñetas la relación entre la guerra y el negro. Podríamos pintarla de naranja y amarillo, como una simple estridencia de la vida. O la paz, pintarla de luto porque en sí misma no es más que ausencia, en ella no viven protagonistas ni ocurre nada. Es descanso y nada más. O el amor, que no tiene porqué ser rojo como una rosa intensa, sino que también puede ser amarillo de dientes caídos, cuando la flor se marchita y necesita dentadura postiza. ¿ Y hay alguna manera mejor de acompañar una matanza indiscriminada en una película que con el disfraz azul cielo de la alegría? En vez de con la tristeza gris pálido de un piano moribundo que aparece siempre.
Se trata de darle dos vueltas de tuerca a las convenciones mencionadas. ¡ Que no quiero cambiar la lista de los colores eh!, ésa está bien, pero sí la de las asociaciones, que debe nutrirse de la mezcla y arriesgarse a no pisar la mierda blanda de siempre, que parece pegada al zapato de más de uno ( aunque, ¿quién no ha pisado una alguna vez?). A pesar de que no se nos ocurra explicarlo, todos sabemos en el fondo que las cosas tienen dos colores: el de fuera y el de dentro. El de fuera es el estático, el que no cambia ( a no ser que uno se vuelva daltónico de repente), el que se ve con los ojos. En cambio el de dentro es una ruleta que sigue conteniendo todos los colores y que cada uno puede detener en diferentes posiciones, eso sí, con la mente. Cambiemos pues, aunque sea, el color de la mierda de nuestro zapato.

0 comentarios: