jueves, 2 de abril de 2009

Iván, 8ºD



Tenía 345 amigos y se escribía con más de la mitad. A algunos les contaba cosas que jamás en la vida habría contado. Tenía amigos de todos los sitios y lugares del país, algunos incluso de otros continentes. Se sentía querido cuando la gente le comentaba sus fotos y él las veía en el ordenador.

Su cuarto estaba en el octavo piso de la Calle del Olvido. Era oscuro y pequeño. Un microcosmos virtual donde la gente entraba y salía. Un foro donde, en alguna ocasión, se habían relatado cientos de historias.

El ordenador era una de las ventanas del cuarto. Le había abierto puertas que hasta entonces desconocía. Quería conocer gente, ver mundo. Todo a un clic. Nunca había tenido muchos amigos, así que aquella era la oportunidad de poder conseguir lo que hasta entonces nunca había tenido. Poder decir, “uno más para la lista”.

Hacía más de un mes que se escribía con aquella chica. Casi a diario, casi a todas horas, mantenían largas conversaciones escritas que le parecían realmente interesantes. Le gustaba, era cariñosa en las palabras y compartían muchos y diferentes puntos de vista. Incluso en las fotos parecía ser una chica realmente recomendable.

Sabía su nombre, sus dos apellidos, dónde vivía, el nombre de sus padres y de su perro, dónde estudiaba, cuál era su película favorita, qué tipo de hombre le gustaba, sus peores relaciones, los hombres con los que había salido, sus bares de marcha, su matrícula del coche, su religión y su altura. Datos, datos y más datos que le ayudaban a configurar en su cerebro una imagen, en teoría, bastante acertada.

Un día, decidieron quedar para conocerse. Pero el directo era imprevisto. En el fondo, ninguno de los dos sabía si la otra persona respondía a las bromas con una sonrisa, si tenía un gran sentido del humor o si, simplemente, no era de las personas que se reían con facilidad. Delante de la pantalla todo resultaba bastante fácil: nadie les miraba a los ojos ni tenían que meter las manos en un sitio donde no molestaran.

Pero el chico creía estar enamorado. Se lo había contado todo y en ocasiones, ella había sido su mayor confidente. Quería saberlo todo y más sobre ella, la punta del pastel le había parecido deliciosa.

El encuentro fue en un centro comercial repleto de gente. Habían quedado junto a la fuente, cerca de una escultura de hierro alargada. Él iría de rojo y ella llevaría un bolso blanco y pesado. Tontadas de película romántica.

Ella llegó tarde. Se dieron dos besos y fueron a dar un paseo. Era más guapa que en las fotos y hablaba con soltura. Era realmente como él la había imaginado. Ahora podía mirarle a los ojos, asentirle cuando hablaba y escucharle sin problemas. Era la magia del directo.

Hablaron durante un rato. Él estaba muy nervioso. Le sudaban las manos y sentía pánico y vergüenza a partes iguales. Se movía mejor dirigiendo sus dedos con precisión a cada una de las teclas: H-o-l-a. Era más sencillo. No le gustaba sentir que le miraban a los ojos, que le tocaran cuando hablaba o simplemente, hablar sin haber pensado antes qué decir. Le faltaba el guión, la pauta. Todo iba muy deprisa. No había ensayado lo suficiente para aquella gran obra. Las palabras le salían torpes, los silencios se le hacían incómodos y la persona que tenía enfrente se iba convirtiendo, poco a poco, en una gran desconocida.

Ella lo notaba, y no le gustaba. Los dos sintieron que no se conocían. Durante un tiempo creyeron que sí, pero no se conocían. Sabían muchos datos de la otra persona, muchos números y muchas curiosidades. Pero era como estudiar la biografía de un personaje histórico. Ver las fotos de Stalin, saber que tenía bigote, y poco más.

Les faltaba el día a día, las anécdotas, una historia común. Si querían conocerse, tenían que empezar a hacerlo a partir de aquel momento. Iván descubrió que si aquella chica realmente le importaba, si realmente deseaba quererla, antes tenía que conocerla: discutir y meterse con ella, verla llorar y sonreír, cantar y abrazarle mirándole a los ojos. Vivir improvisando sin ser consciente de ello.

Al volver a casa, Iván abrió la ventana y subió la persiana. En frente, las luces de las farolas y el viento helado le dijeron que se fuera a dormir.


Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
Fotografías:
Carlos Bravo

1 comentarios:

Daniel Rivas Pacheco dijo...

Ella era más guapa que en las fotos. Él cada minuto era más feo, xD