sábado, 2 de mayo de 2009

Óscar, 1ºB (y II)



Óscar, 1ºB (I)


Una mañana, alguien hizo que su móvil vibrara. Hacía unas semanas, había enviado unos bocetos y unos planos de muestra a una constructora. Ahora, le llamaban interesados porque su idea se llevara a la práctica. El presupuesto parecía algo escaso, pero aquella era una oportunidad prácticamente irrechazable. Aquello hizo que, al fin, pudiera ver la esperanza por alguna parte.

Esa misma noche se puso a dibujar y tomó notas como un loco. Todo parecía encajar a la perfección. Los cilindros se transformaban en cubos y los conos se convertían en pirámides. Las líneas universales de la lógica invadían sus apuntes y todo encajaba. Ahora sí, las líneas acababan en un punto y los caminos parecían llevar a alguna parte.

Los obreros se pusieron a trabajar como locos. No solía ser eso algo habitual, pero todos parecían estar entusiasmados con la idea de poder ver realizado aquel proyecto.

Comenzaron por los cimientos y después construyeron la primera planta. No había prisa ni fechas límite para terminarlo. Cada cosa se hacía a su tiempo y con la debida paciencia. Los pequeños detalles aquí sí importaban.

Él supervisaba cada movimiento, cada giro de mano y cada golpe de martillo. La idea estaba plasmada en un papel y pensada cientos de veces encima de una almohada. Pero simplemente estaba en su mente, ahora tenía que verla con sus propios ojos, analizar los pormenores.

Conforme avanzaba, le gustaba la forma con que todo aquello se estaba erigiendo, cómo una idea difusa acababa tomando la lógica necesaria que requieren los buenos escenarios. El edificio iba subiendo, poco a poco, y él podía verlo.

Era grande y luminoso, tal como él lo había imaginado. Desde dentro, lucía hermoso y desde fuera, le causaba una impresión que ningún otro le había causado. Se encontraba ante la idea imperfecta de un sueño, aquello que deseaba poseer de alguna manera o saber que existía.


Pasados unos meses, el teléfono volvió a vibrar. Era el mismo tipo que le obligó a coger la última vez. En esta ocasión, no traía buenas noticias. El proyecto se paraba y todo debía dejarse de inmediato. No había más fondos. Nadie quería comprar todo aquello.

De pronto, el arquitecto vio cómo el edificio se quedaba desnudo delante de sus ojos. Cómo las vigas se estremecían con la luz de los rayos solares y cómo la estructura quedaba indefensa ante los ojos de la gente.

Aquel proyecto esperanzador, aquel edificio de varias plantas, se paraba allí y ya no podría seguir más. Fin del trayecto, se acabó. Todo aquel trabajo, todas esas noches, se fueron a un cajón lleno de tachones y borradores.

Planta a planta se fue desmoronando el sueño y el proyecto, y las líneas volvieron a ser impredecibles curvas de un camino. Las ventanas se deshicieron y ya no pasaba la luz, mientras que las vigas de hierro se iban oxidando poco a poco sin poder hacer nada ante el paso de los días. Como un folio en el agua se iba arrugando lentamente hasta desaparecer.

Y él allí, desde su coche, seguía viendo cómo la luz del semáforo seguía en rojo. A su derecha, y por la ventanilla, podía ver el edificio que nunca pudo construir, pero que tampoco nadie pudo derribar. A partir de entonces, tenía que verlo todos los días, tener que soportar que hay proyectos que no siempre se pueden realizar. Después, el semáforo se puso en verde.

Al año siguiente, su móvil volvió a vibrar.

Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
2ºC: Santiago
9ºB: Javad Almahid
4ºA: David
1ºB: Óscar (I)
Fotografías: Carlos Bravo

0 comentarios: