jueves, 27 de agosto de 2009

Catorce horas



Es la hora de comer. Fuera la gente camina en pantaloneta y los obesos sudan como pollos. Las aceras se derriten y el agua del suelo de las fuentes lucha por mantenerse viva o desaparecer. Los conductores de coches modernos encienden el aire acondicionado y los que no bajan y suben las ventanillas con sus fornidos brazos. Algunos abuelos llevan mantas por encima y otros buscan asiento debajo de las sombras.

Por las calles huele a guisos y a paellas recién hechas. Se oye el sonido de los televisores y el ir y venir de las cucharas. Se oye el arrastrar de las sillas del vecino y el crujir del pan con el cuchillo. El ventilador sigue dando vueltas pero ya no refresca como al principio. El perro jadea con su larga lengua fuera y su denso abrigo de pelo.

La botella de cristal está llena de agua y las gotas se escurren formando un círculo imperfecto sobre la mesa. Las piernas debajo de la tabla sudan y se descalzan. Mientras, las moscas se relamen y se frotan las patas.

El calor entra por la ventana y las dos puertas. Los fogones escupen aire ardiendo y el aceite chisporrotea y salpica la vitrocerámica. Las paredes se manchan de tomate y la grasa chorrea brillante e invisible.

En la mesa hay una ensalada verde y roja. Las hojas de la lechuga están empapadas en aceite, sal y vinagre y los tomates babean la pulpa. El fondo de la ensaladera es un estanque de fluidos naturales condenado a desaparecer.

Los filetes se apilan en montones debajo de dos platos paralelos. Por uno de los bordes asoma un trozo de grasa blanca, que toca la mesa y la mancha con una gota aceitosa. También el fondo de los platos conserva el líquido grasiento de las sartenes y los aceites.

El hombre del telediario dice que hoy han muerto veinte personas y la madre sigue repartiendo una servilleta por cada comensal. El perro chupa la pierna de su amo y le da la pata. Se resigna y se tumba en el suelo.

Los vasos están llenos de cal y algunos están agrietados. Los cuchillos ya no cortan y al chocar con los platos chirrían, gritan y se lamentan. En el plato del hijo hay un pelo de la madre, rubio, pero no se ha dado cuenta. Se ayuda del tenedor y de un trozo de pan y se lo lleva a la boca, escondido entre el tomate y tres macarrones.

El padre unta en el fondo de la ensaladera y se lleva a la boca sus dedos gordos y sus uñas grasientas. Después se los chupa con estridencia hasta la segunda falange. Luego se acaricia la panza descubierta y se peina hacia un lado los cuatro pelos de su calva mojada.

La madre pincha los filetes con un tenedor curvado y salpica la mesa de camino a los platos. La carne está dura y demasiado hecha. El hijo estira del tenedor y sus dientes hasta golpearse el cogote contra la pared. El padre mastica ruidosamente y eructa después de pegar un trago. La familia escucha en silencio el sonido de las mandíbulas y el tintinar de los tenedores. Sin decir nada.

La abuela no oye ni escucha y tampoco levanta la cabeza del plato. Lleva puesta la dentadura y con su mano pecosa y su pulso inestable sujeta un cuchillo. Ella corta el pan, bebe agua, come poco y se tapa las piernas. Por debajo le da al perro un trozo de pan y nadie dice nada. Con la otra mano se cierra el cuello de la camisa pero no se ata el botón.

Los platos se apilan en un extremo de la mesa y la madre pregunta qué quieren de postre. Duda, abre el frigorífico y lo vuelve a cerrar. Después saca un cuchillo y corta la sandía, que cruje y se desangra. El padre coge el trozo más grande y se lo lleva a la boca, hincando sus dientes mugrientos hasta la mitad. En las encías hay trozos de filete y en las comisuras de los labios aún queda tomate reseco.

El agua de la fruta chorrea por su barbilla y cae en la mesa. El padre muerde la tajada por el centro y roza sus mofletes con los extremos. Cuando acaba, roe las puntas rojas hasta dejar la corteza desnuda. Coge el trapo, se limpia la boca y se levanta.

El hijo le sigue y ambos se van al salón. La abuela se apoya en el bastón, tiembla, hace fuerza, se levanta y va a su cuarto. La madre recoge los platos, enjabona todo y los aclara. Luego limpia las sartenes, la mesa, barre y friega. Después se lava las manos, se suelta el pelo y tranquila, piensa en lo que hará para cenar.


Imagen: Art Wanson Gallery

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