miércoles, 2 de septiembre de 2009

7:30 AM


No sabría decir con exactitud el año en que fue inventado. Supongo que allá por 1929 de manos de algún alemán tosco y alto. O quizás un poco más tarde, en la Primera o Segunda Guerra Mundial. O como estratagema de los gobiernos para evitar calles desangeladas y aceras vacías.

El caso es que el hombre que inventó el madrugar debería haber pasado por la guillotina. Ya es tarde para decirlo, claro. Pero estoy seguro de que incluso en su ataúd estará intentando levantarse temprano. Seguro que en su lápida pone “al que madruga Dios le ayuda”. O seguro que tiene un despertador para que no se le pase el momento de la resurrección. Y seguro que sigue pensando también aquello de que al madrugar, “uno aprovecha la tarde”. O en su alemán natal: “Eischate unasiestag”.

Seguro que aquel hombre triste y aburrido se acostaba todos los días a las diez de la noche. Y que incluso sería una de esas personas que cuando salen a tomar algo por ahí no paran de mirar al reloj y de resoplar.

Me imagino a un hombre alto, flacucho, rubio y con poco pelo. Con gafas, tirantes y un monóculo. A un hombre de cierta edad que pasea a su perro ratero todas las mañanas. Me lo imagino diciéndole a sus compañeros “amigos, ¿y si dormimos todos los días seis horas, nos morimos de sueño, y así luego podemos aprovechar la tarde?”. Y me lo imagino sin amigos a los pocos días.

Me lo imagino llegando al trabajo treinta minutos antes de la hora, con un periódico bajo el brazo recién salido de la imprenta y la barba recién afeitada. Una de esas personas que parecen disponer de más minutos al día que los demás. De esos que por la mañana se duchan, desayunan, leen el periódico, sacan al perro, traen churros a casa, riegan las plantas y les queda tiempo para llegar pronto al trabajo. Un hombre que no disfruta de las madrugadas y los silencios de la noche, que cena y luego nada más. Que vive para madrugar y madruga para malvivir. De esos, de esos.

Pienso en ese hombre y maldigo cada momento de su vida creativa. Lo maldigo y dibujo su cara en mi despertador. Lo insulto todas las mañanas al levantarme y cuando desayuno, nunca tomo nada que venga de su país. Si en las noticias sale que el Bayern ha perdido me pongo contento y cuando me monto en mi Polo les digo que se fastidien porque se fabricó en Pamplona.

Y pienso que nada se ha avanzado en este campo en los últimos cien años. Los ciudadanos deberíamos exigir nuestro derecho a comenzar el día a las 11 de la mañana. Con tranquilidad, cuando ya hace calorcito, sin prisas, despertándonos cuando nos duela la espalda. Tener sueños placenteros y madrugadas eternas. Prohibir los despertadores y los turnos de mañana. Hacer una gran revolución alzando nuestras almohadas en señal de protesta. Porque todo el mundo se echa la siesta, pero todo sería mucho más fácil si esas horas de sueño tuvieran lugar por la mañana.

Porque la siesta, ni es arte ni es cultura.


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1 comentarios:

Nil Ventós Corominas dijo...

Cómo se nota que ha empezado el curso ya ehh!!!

Pues a mí no me disgusta para nada madrugar, cuando la vida todavía duerme y por las calles no corra más que el aire. Es una forma distinta de ver el mundo