martes, 31 de marzo de 2009

Una sirena en la tribuna

45 años no son nada en la Historia. Aunque yo todavía no había nacido en aquella época (y la mayoría de los lectores tampoco) hay que decir que esto de lo que voy a hablar esta a la vuelta de la esquina, incluso hay gente viva que lo vivió.

Se trata de un hecho que ocurrió en uno de los estados más liberales de Estados Unidos: California. Todo empezó, comprimiéndolo mucho, por una disputa entre la Universidad de Berkeley y algunas organizaciones políticas sobre dónde poder colocar unas mesas para hacer colecta para causas sociales (no hay que olvidar que en aquellos momentos todavía existía segregación racial). Los hechos se desarrollaron hasta llegar a una gran revuelta que anticipó la revolución de mayo del 68 en París.

El caso es que al inicio de las protestas se detuvo a un miembro de una asociación política en el campus de la universidad. Los policías lo llevaron al coche, pero los estudiantes lo rodearon inmediatamente. El coche se había quedado inmovilizado por una sentada espontánea. Sentada que duró 32 horas.

Desde el inicio del bloqueo, el coche se convirtió en una tribuna, a su techo se subía los estudiantes, profesores y otros para expresar sus ideas, a favor o en contra de lo que se discutía: el cambio de reglamento de la universidad para permitir la discusión política y la colocación de las mesas de colecta y promoción.

Después de pasar una noche allí, con sacos de dormir y mantas, los estudiantes se dispersaron a la tarde del día siguiente, después de que algunos de sus representantes y los dirigentes de la universidad llegaran a un tibio acuerdo, en el que, entre otras cosas, se decidió la libertad del preso, encerrado aún en el coche policial.

sábado, 28 de marzo de 2009

Rogelio Malco, 3ºB (y II)


Rogelio Malco, 3ºB ( I )

En el piso de al lado, una pareja de artistas y su hija se había instalado hacía cosa de dos semanas. Malco pensaba que eran de ese tipo de gente que apoda “arte” a cualquier obra plástica y que además, tenían la desfachatez de anudar sus cuellos con bohemios pañuelos, usando términos en francés de manera forzadamente casual e imprevista.

Pero el problema no eran los padres, sino la garrapata de su hija. Era una de esas niñas adolescentes cuyo máximo sueño se elevaba al infierno de los reality show, sin saber que los psicólogos se frotan las manos a la salida. La chica no cantaba, más bien gritaba. Su timbre de voz producía una sensación parecida a la de unas uñas en una pizarra; o a la de un micrófono acoplado; o al sonar de un despertador por la mañana. Siempre a las misma horas, de cuatro a ocho, el tiempo de la siesta de Malco.

Porque a una persona, hay tres cosas que no le puedes hacer: quitarle el plato cuando aún no ha terminado de comer, apagarle la televisión cuando su equipo va a meter un gol o fastidiarle una dulce y gratificante siesta vespertina. Y aquella pequeña bruja llevaba dos semanas tachando el último punto, versionando canciones de Camela, Bustamante o Mónica Naranjo, entre otros.

Malco se encontraba oficialmente parado, después de que lo despidieran de su trabajo como celador en un hospital por organizar carreras clandestinas con las camas de los enfermos. Así que una mañana de tantas, se le vino a la cabeza una dulce venganza que acabaría con su tremendo y complicado problema. Todo estaba planificado.

A la mañana siguiente, se puso el chándal y cogió un pasamontañas que guardaba desde pequeño en el cajón de abajo de un mueble robado. Le quedaba un poco prieto, pero entraba. Iba a atracar el “Media shop”, que aunque intentaba parecer moderno por el nombre, era una birria de establecimiento fácil de desvalijar, situado pocas manzanas más allá de su casa. En quince minutos se plantó allí.

Con Napoleón bajo el brazo derecho y ladrando sin parar, Rogelio irrumpió en la tienda intimidando al dueño:

– ¡Vamos, tío, tengo prisa! ¡Que estoy muy loco y mi perro muerde que te cagas! ¡Dame todos los cacharros de música que tengas por allí!

– ¡Tranquilo! ¡Te doy lo que quieras! ¡Pero dile al perro que se calme!

­­– ¡Él también está muy loco, mételo todo en la bolsa tío!

­­– Pero… un momento ¿no fuiste tú el que se llevó un masajeador la semana pasada?

– Eh… ¡venga, tío, déjate de sermones, yo me largo!

Y abandonando la tienda con un carro, una cadena de música, unos altavoces, y un home cinema como preciado botín, Malco se marchó de vuelta a casa, ya con Napoleón un poco más calmado.

Al llegar al piso, enano, sucio y destartalado como siempre, lo primero que hizo fue instalar todos y cada uno de los objetos sustraídos, no sin antes sufrir en su cuerpo la pactada alianza entre unos enchufes que florecían fuera de sus nidos y una elevada corriente eléctrica ruin y traicionera.

Tras estar completamente recuperado, puso todos los aparatos y altavoces enfocados en una sola dirección: el tabique contiguo a la casa de la soprano. En total, 550 vatios de orgullo y desquite.

Corrió entonces a buscar un disco de AC/DC, que llegó a sus manos de forma casual. Casual porque andaba un día Rogelio caminando por la calle, buscando alguna bici sin candar, cuando del saco de dos negros fornidos y veloces que corrían delante de tres policías, cayó un pedazo de música comprimido en una rosquilla reflectante. Desde entonces, era suyo.

Así que colocó el CD, se puso unos tapones en las orejas hasta casi rozar los tímpanos y se sentó con los brazos detrás de la cabeza. Eran las cuatro de la tarde, el momento de la dulce venganza.

Los cristales vibraron con el estrépito y el suelo rugió. Mientras tanto, Rogelio notaba el murmullo de la música. Con sus cejas arqueadas y los ojos cerrados, lucía una sonrisa perversa y maquiavélica. La de aquel día fue una situación maravillosa, que se alargó media hora más hasta el momento en que dos hombres tiraron la puerta abajo y empezaron a gritarle blandiendo porras de goma.

El artículo 242.2 del Código Penal dictó para él una pena por “robo intimidatorio” de uno a dos años de cárcel. Por contaminación acústica fue multado con 200 €. Por cierto, está buscando a alguien que pueda cuidar de Napoleón. Pregunten por Rogelio Malco.


Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I)
Fotografías:
Carlos Bravo

viernes, 27 de marzo de 2009

Rogelio Malco, 3ºB (I)


Una gorra vieja de color morado apretaba en su tercer agujero la cumbre de una cabeza minúscula que no era más que el pellejo. Debajo se enredaba un pelo canoso y grasiento que por la mañana solía huir a la almohada. Por los laterales sobresalían dos grandes orejas cartilaginosas y aeroplanas, de las que brotaban finos y pequeños pelos anárquicos. Sus ojos eran como globos viscosos blancos y amarillos que parecían salírsele de las cuencas como a los besugos. La barba, de seis días, podía lijar al más desafilado de los cuchillos y romper la más dura de las navajas.

Su habitual chándal de poliéster y acetato reflejaba con mal gusto una anticuada mezcla de estampados verdes, azules y violetas. Con el aire, su ropa se hinchaba y dejaba que su cuerpo flaco y esquelético se moviera suelto al caminar. La parte de abajo lucía dos parches redondos en la zona de las rodillas sobre las que intentó recorrer el Camino de Santiago. Sólo pudo hacerlo durante hora y media, cuando, desfallecido, fue llevado al hospital más cercano, sin fe.

Bajo unos pantalones bombachos, las flacas y pobladas piernas de Rogelio Malco. Sus zapatillas, que en la tienda lucían blancas y olían a nuevas, ahora sólo Dios sabía de qué color eran. Por la zona del empeine, el dedo pulgar asomaba curioso por una de las trampillas de la tela, ayudado por unas uñas con forma aguileña.

Rogelio era un hombre de 48 años. No era persona de grandes logros, pero los pocos que había conseguido los recordaba con orgullo. Su hito más espectacular lo llevó a cabo con tan sólo 16 años. Un salón de actos repleto de público adolescente aplaudía sin parar mientras el presentador gritaba: “¡Inmortal… Malcoooooo!”. Subiendo por una escalera al más puro estilo “Rocky”, un pasillo abarrotado de gente le guiaba hasta lo más alto de un escenario. Al llegar arriba, miró al horizonte y deslumbrado por las luces, alzó los brazos y se sentó sobre una silla. Comenzó entonces la leyenda de R. Malco, aquel chico que no acabó sus estudios, pero que pudo comerse un bocadillo de catorce polvorones sin apenas probar una gota de agua. Su tiempo: tres minutos y medio.

Ahora vivía en paz y armonía en un viejo piso de la Calle del Olvido. Tras el infarto de su anciana madre diez años atrás en un tiovivo, los 55 m² quedaron libres para su uso, disfrute y esparcimiento.

Hacía ya dos primaveras, había adoptado a su perro “Napoleón”, más o menos después de descubrir cucarachas bajo su crujiente suelo de madera, ahora hogar también de las termitas. Napoleón era pequeño y manejable, como una pelota. Su pelo era duro y blanco, salvo una mancha marrón que le cubría la mitad de la cara. Misteriosamente, una enfermedad no descubierta hasta el momento le hacía ladrar envalentonado a todo ser, animal o cosa que estuviera en un radio de veinte metros. De vez en cuando, Rogelio solía reírse de él, aprovechando que su cerebro era cuantitativamente más grande que el del animal. Una tarde aburrida de invierno, bajó a la calle y compró un globo de helio. Después, hizo que el perro lo aspirara y caminara junto a él. Aquel fue el día más divertido de su vida: las caras de las personas al oír el enclenque ladrido del perro le produjeron unas dolorosas agujetas abdominales, que se alargaron durante más de tres días.

Sigue leyendo... (Rogelio Malco, 3ºB, II)

Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
Fotografías: Carlos Bravo

jueves, 26 de marzo de 2009

Cincuenta años sin él

Hoy hace medio siglo que murió el escritor Raymond Thorton Chandler. Fue uno de los precursores de la novela negra y el creador del conocido y admirado detective Phillip Marlowe. Este investigador es el protagonista de casi todos sus libros. Es un personaje oscuro y duro, envuelto por un halo de misterio que le confiere una apariencia de cínico empedernido, cuando en realidad es el único que se mueve por valores que no sea nel dinero o la corrupción en las calles de San Francisco por las que discurren sus pesquisas. Sin embargo, cumple con alguno de los esteorotipos de los detectives de los años 40 y 50: es solitario, no se casa con nadie, le gusta el alcohol y tiene un pasado desconocido que a veces le acecha y le persigue.


Lo más característico de las novelas de Chandler son la importancia del relato y los diálogos. Presenta historias sórdidas, de los bajos fondos de California, esto es, lugares por donde se mueve la mafia, el crimen, la prostitución, la pobreza y la ruina del sistema capitalista. Los diálogos son de una rapidez y originalidad vibrante, son fluidos, irónicos y provocativos. Desgraciadamente, sólo he podido leerme uno de sus libros, Playback, del que me aprendí un diálogo entre Marlowe y una secretaria que llevaba medias de Chanel. Pero aún no me he encontrado ninguna secretaria con medias de Chanel.

Siempre es un placer leer un libro en que el misterio y la acción sean las notas sonantes, pero pocos han conseguido trazarlo de una forma tan ejemplar.

" Eran aproximadamente las once de la mañana de un mediados de octubre sin sol y con una copiosa lluvia en la claridad al pie de las sierras. Llevaba yo mi traje azul pólvora, camisa azul oscura, corbata y un pañuelo desplegado, zapatos gruesos y negros, medias negras de lana, con cuadrados azul oscuro. Estaba yo pulcro, limpio, afeitado y sobrio y me importaba muy poco quién lo supiera. Era todo el detective privado tal cual debe ser. Iba a pedir cuatro millones de dólares. " (El sueño eterno)



miércoles, 25 de marzo de 2009

Héctor, 1ºA


Se ajustaba la corbata mirándose al espejo. Aquel era el día. El día del regreso, de la vuelta a casa, del viaje a esos momentos que le hicieron ser la persona que era. Olía a colonia y a libros viejos. Había que volver, quería hacerlo.

Llevaba dos años sin ver a ninguno de ellos y cuatro sin mantener una relación continua. Lo que hubo en un tiempo se quedó en el tiempo. Cada cual hizo desembocar sus ríos en mares diferentes y la marea se lo llevó todo.

Un día las olas trajeron una carta, membretada de manera muy original con su nombre y apellidos. Le hizo ilusión que se acordaran de él. Pensaba que ya no formaba parte del grupo, que aunque el resto seguía manteniendo el contacto, él ya no podía decir que se conocían.

Pero su nombre estaba escrito en aquella carta. También la cena, la hora y el lugar, un sitio que en un tiempo escuchó sin compromiso sus conversaciones, su filosofía y sus historias.

Solía hablar con los extraños que conocía de toda la vida. Aquellas personas secundarias que entraban en su historia y salían en silencio. Escribían pero no manchaban. Descubría en ellas insatisfacción e historias caducas, casi anticuadas. Conversaciones vacías que trataban sobre ningún tema. Motivos para no hablar por falta de hábito o concordancia. Personas que al girar se esfumaban y ya no estaban.

Cogió un taxi desde la Calle del Olvido. Durante el trayecto, se dio cuenta de que no recordaba el nombre de aquel arquitecto. A los diez minutos, pagó 3 euros y se bajó. Habían reformado aquel sitio, pero conservaba las luces de neón intermitente encima de la entrada. Todos estaban dentro, crecidos, mayores, cambiados, algunos casi irreconocibles a primera vista.

Bastó una cena para descubrir aquel viejo edificio. Se abrió el anecdotario y volvieron las penúltimas. El humo se quedó en el techo y volvió a esperar entre las luces. Alguien trajo la famosa guitarra del martes. Nadie había olvidado las viejas canciones, nadie. La máquina del tiempo seguía funcionando.

Cantaron y recordaron. Cambiaron de sitio y de conversación. Atraparon la noche y sobrescribieron historias. Se pusieron al día y se abrazaron unos con otros. Bromearon y bailaron sin importar la hora. Volvieron a hacer aquello que era imposible.

Al llegar a un bar, el chico que quería ser informático levantó su brazo y alzó la copa: “Hoy he vuelto a esos días, y me he dado cuenta de que al final siempre quedan aquellos que te escuchan cuando no pueden, te insultan sin molestar y saben lo que vas a decir. Porque te conocen tanto que da asco. Porque aquellos con los que discutes suelen ser aquellos a los que una vez en tu vida has odiado desesperado por no encontrar la salida. Pero revivir esos momentos, regresar a aquellas historias y rehacerlas en el presente me da tanto que no alcanzo a cogerlo. Por vosotros.”

“Salud”, gritaron todos. Y así se fue la noche, escondiéndose en algún lugar, marchándose poco a poco, esperando. Había una próxima cita, nuevos planes. Quizás fue el momento o la situación, pero todo aquello transcurrió del pasado al presente a través de un mundo muy real. Habían vuelto sin regresar.

Héctor volvió a casa caminando, sin prisa. Todavía tenía una cerveza del 82 en la mano. Con los pasos de vuelta, recordó el nombre de aquel arquitecto. Y pensó. Pensó que por mucho que pasara el tiempo, la ingeniera seguiría siendo aquella con la que se perdió una noche, el periodista aquel con el que jugó a ser poeta y el informático el tipo con el que discutió en los bares. Y que ella, pasara lo que pasara, seguiría siendo la chica que le hizo descubrir la magia del primer amor.


Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
Fotografías: Carlos Bravo

lunes, 23 de marzo de 2009

Pablo, 6º C


255 días con la cabeza a 5572 kilómetros. Una gran piscina llena de peces, algas, barcos y basura separaba su casa de aquel lugar. Se podía viajar allí en avión o sobre un billete de dólar. Habían decidido no hacerlo, aguantar un año sin verse. Supuestamente, aquello reforzaría su relación.

Habían pasado ya 8 meses y medio. De ella sólo había visto fotos cerca de la Estatua de la Libertad, la Zona 0 ó Wall Street. La sentía cerca, pero el mar azul endemoniado manchaba casi todas las fotografías y le decía que era imposible llegar allí a nado. O cómo la distancia hace difícil nadar cada día.

Era un soltero en libertad vigilada. Salía con los amigos, como en los viejos tiempos: bebía y ganaba competiciones de cerveza y regresaba a casa en esa hora en la que el sol entrecierra los ojos y mata de sueño.

Pero le faltaba algo. Solamente era un año y sabía que podía aguantarlo, pero le faltaba algo. Se decía “maldita sea, ¿he aguantado 24 años de soltero y no puedo soportarlo un año más?”.

Y no, no podía. Su cabeza había adquirido el extraño hábito de caminar siempre por dos lugares distintos. Si salía un anuncio en la teletienda y volvía a ser aquel hombre de desproporcionado perímetro y sus cuchillos, buscaba rápido el móvil para llamarla. Pero recordaba dónde estaba, la distancia, la cifra en kilómetros y la pasaba a millas. 3462 millas sonaba mejor. Sonaba más cerca.

No era un tipo celoso, nunca lo había sido. No le había importado verla hablar con otros hombres porque sabía que ella se había ganado esa confianza. Pero lo que sentía ahora era diferente. Estaba tan lejos que resultaba difícil saber a quién conocía, si se había enamorado de otro o si había encontrado allí a alguien mejor. ¿Cómo responder a la incertidumbre? Confianza, todas las respuestas remitían a esa palabra, que como el petróleo, se vende siempre muy cara.

Ya no les quedaba nada. Habían mantenido el contacto casi a diario, pero le faltaban sus ojos en todas las esquinas. Hacía mucho tiempo que no la besaba, que no le recogía el pelo detrás de su oreja, que no le calentaba las manos cuando helaba de frío.

No la había visto hacía 8 meses, pero confiaba en que toda su historia soportara todo aquello. No veía la hora de ir al aeropuerto a recogerla, mirarla, abrazarla y después, besarla. Verla allí, con su camiseta de “I love NY”, sonriente, soltando las maletas y abrazándole después de haber pasado una de las pruebas más difíciles.

Y entre recuerdos, un día volvió ella. A su regreso estaba cambiada, pero es que todo el mundo cambia a lo largo de un año. Estaba más guapa y era feliz. Él no se dio ni cuenta de por dónde salía, hasta que vio a una chica correr hacia él.

Ella saltó y los dos cayeron, con sus mochilas y los billetes. No sabía si era el momento o la situación, pero sintió que la chica con la que estaba era realmente ella. El pelo le caía por los hombros y sonreía como nunca antes le había visto hacerlo. No era como lo había imaginado, era mejor. En el suelo, abrazados, dejaron de echarse de menos.


Prólogo:
Calle del Olvido, 52
Fotografías: Carlos Bravo

Calle del Olvido, 52


Las escalones del portal 52 de la Calle del Olvido habían inspirado cientos de historias: pantalones arrastrados por el suelo; carreras de niños compitiendo a codazos por llegar primero a cualquier piso; discusiones de pareja y reconciliaciones a base de madrugada; escobas, fregonas y detergente tres veces por semana; conversaciones asépticas entre vecinos enemistados; relaciones calurosas de más de un minuto; mujeres ancianas que subían las escaleras para no bajar en tres meses; sentimientos motorizados que miraban al suelo tratando de encontrar alguna solución a los problemas; chicos que bajaban la basura en mitad de la noche; borrachos que no acertaban con la llave y decidían acurrucarse en un rincón; huellas de un perro que acababan en el felpudo deshecho de una puerta; luces anaranjadas que se apagaban al cabo de cinco minutos; un estanque lleno de historias separadas únicamente por el marco de una puerta.


Foto: Carlos Bravo

viernes, 20 de marzo de 2009

Movidas

Algo se cuece en España. La tensión va creciendo poco a poco. En Francia están ya que explotan y el ministro de Educación, Xavier Darcos, ha cedido a las proclamas de los sindicatos y ha abandonado su proyecto de reforma de la formación de los profesores, una de sus principales propósitos. El periódico comunista L'Humanité anunciaba en su portada que esto sólo era el principio. Se refería a la huelga que hubo el jueves en Francia y movilizó a 3 millones de personas.

El miércoles los mossos cargaron de forma brutal contra los estudiantes que se manifestaban contra el Plan de Bolonia (ver vídeo). Además, 30 periodistas también fueron apaleados mientras cubrían la protesta. Ahora se pide la dimisión de Joan Saura, conseller d'Interior. Catalunya empieza a estar nerviosa. Las ocupaciones y manifestaciones estudiantiles, las demandas nacionalistas, siempre presentes en cualquier acto reivindicativo y el efecto de la crisis pueden suponer un auténtico caldo de cultivo que acabe en fuertes desordenes sociales.

Hoy mismo aquí en Pamplona he podido asistir a una tarde tensa. En las callejuelas de lo viejo se palpaba un ambiente nervioso. En la plazuelica que queda entre las calles mercaderes y txapitela estaban plantados tres policías nacionales, uno de ellos con una escopeta de estas que lanza pelotas de goma (no sé si tiene algun nombre técnico). Subiendo hacia Nabarreria dos chicos te ofrecían una edición especial del periódico de cariz anarquista Diagonal. Interesantísima publicación quincenal, todo hay que decir. En la calle mayor, a las nueve de la noche había un despliegue policial que daba miedo: tres furgonetas, dos líneas de seis agentes cada uno y en cada fila dos policías con estas dichosas escopetas. Todo para controlar una manifestación del colectivo okupa donde apenas había unas doscientas personas (aunque mi ojo no es demasiado fiable). Además, entre la parte delantera y la parte trasera del ayuntamiento he contado unos diez policías municipales, con otras tres furgonetas y dos motos. Demasiados contingentes para un viernes cualquiera.

Pronto irán llegando más muestras de descontento social. Mientras vaya avanzando la crisis y el gobierno siga sin solucionar nada, las cosas se pueden poner realmente interesantes.

Intolerable



Brutales cargas de los Mossos a estudiantes de Barcelona. Y decían que el fascismo se había acabado...

martes, 17 de marzo de 2009

El tren de la muerte

La ejecución del crimen perfecto. Esta es la premisa de la que parte Extraños en un tren, de la reina de la novela negra: Patricia Highsmith. Dos desconocidos se encuentran en un tren. Dos caracteres radicalmente opuestos unidos por el azar.

La brillante escritora entra en la mente de sus personajes como si fueran de cristal y analiza las causas y consecuencias de la mortífera relación que se establece entre los dos personajes. Sin embargo, en ningún momento descuida la caracterización de los secundarios. Todo esto narrado con un pulso incombustible. La acción va progresando con el ritmo adecuado formando un embudo que te atrae inexorablemente hacia el final de la novela.

Las reflexiones sobre la muerte, el asesinato, el poder, las relaciones amorosas y la sociedad se entrelazan perfectamente en una historia en la que se puede decir que está todo lo necesario: ni falta ni sobra nada, todo está perfectamente compuesto.

"Eso era. Había puesto fin a una vida. Pero nadie sabía qué era la vida, todo el mundo la defendía, era lo más valioso, pero él había arrebatado una. Aquella noche había tenido noción del peligro, de que le dolían las manos, del temor a que ella hiciese ruido, pero en el instante de sentir que la vida se le escapaba a la víctima, todo lo demás se había borrado y sólo le había quedado la realidad, la misteriosa realidad de lo que estaba haciendo, el misterio y el milagro de poner fin a una vida. La gente hablaba del misterio de nacer, del principio de la vida. ¡Pero eso era muy fácil de explicar! ¡De la unión de dos células embrionarias! Pero ¿y el misterio de poner fin a una vida? ¿Bastaba con apretar el cuello para que una vida se interrumpiera? Bien mirado ¿qué era la vida? ¿Qué sintió xxx después de soltarle la garganta? ¿Dónde estaba? No, él no creía en una vida más allá de la muerte. xxxx Había dejado de ser, y justamente eso era el milagro ¡Oh, sí, podría decir muchas cosas si le entrevistaban los periodistas!"

Wanted


Algunas personas solemos tener varios objetos a los que atribuimos un gran valor sentimental, cierto apego o cariño que va mucho más allá del valor material de las cosas. Ciertos objetos de los que te encaprichas, algunos de los cuales pueden acabar significando algo muy valioso para una persona, ya sea por quien te lo regaló o por el pasado que ambos compartís.

Cuando se pierde, algo falta. No era más que un objeto, te suele decir la gente, "ya te comprarás otro". Pero no, hay cosas que son irremplazables, que no se pueden sustituir, que no sabes cómo las has podido perder porque en el fondo ya les habías cogido mucho cariño. Y pensar en esas cosas en manos de otras personas te da escalofríos. Es tuyo, y sólo tuyo. Nadie más puede tenerlo, porque aquel que lo tenga no sabrá quererlo de la misma manera, simplemente lo verá como "una cosa".

¿Y a qué viene todo esto? Nuestra amiga, conocida y particular compañera, Ane Rotaeche, ha perdido su iPod. No sabe si lo ha perdido o si, por culpa de una relación intempestuosa, se ha marchado con otra. El caso es que lo echa de menos.Fue visto por última vez ayer por la mañana, hacia las 14 horas, delante de la puerta de Arquitectura, en el muro de la verja al lado de la salida y entre Comedores Universitarios.Dijo que se iba a por tabaco.

El aparato en cuestión era de 8 gigas, azul, pequeño y dentro había un tesoro: Extremoduro, Quique González, Vetusta Morla, Los Piratas, Russian Red... Como es lógico, nadie puede ser privado de esos placeres acústicos. Ninguna oreja bien acostumbrada a la buena música se merece todo esto.

Si sabes algo del tema, háznoslo saber. Y por favor, te pedimos que hagas el esfuerzo de volver a leer los grupos. ¿Ya? Sí, has leído bien, Quique González. Y sí, lo sé, todo el mundo debería poder escucharlo.

sábado, 7 de marzo de 2009

V.O.S.C.

Estoy siguiendo con ilusión la novedosa proposición del conseller catalán de Cultura i Mitjans de Comunicació (cultura y medios de comunicació) Joan Manuel Tresserras. El político republicano propone, entre otras cosas:

1. Que exista igualdad (esa igualdad tan reclamada por ciertos partidos en algunos casos) de trato entre el catalán y el castellano en las salas de cine.

2. La intención de un cambio de mentalidad de los distribuidores, al mismo tiempo que de los espectadores, y potenciar la versión original subtitulada. En este caso también debería existir equidad y la subtitulación debería ofrecerse en las lenguas cooficiales.

Siempre he creído que la mejor forma de ver una película es hacerlo en versión original, de la misma manera que es preferible leerse un libro en la lengua en que ha sido escrito que una traducción. Las ventajas de este sistema son muchas: nos permite mejorar en el conocimiento de la lengua del filme, aumenta la agilidad en la lectura, ya que te obliga a leer y seguir la película a la vez y, en fin, respetan todos los matices de la obra que estamos viendo, porque los esfuerzos de los actores al interpretar su papel están relacionados muchas veces con la palabra.

Sin embargo, esta ley chirría por algunos puntos. Como yo no soy político y puedo decir lo que pienso, lo dejo escrito. Yo pondría todas las películas en versión original subtituladas en catalán, excepto las que esten directamente en esta lengua o en castellano. Si Catalunya tiene que garantizar la conservación y difusión del catalán y España ya lo hace del castellano, que las películas en Catalunya estén subtituladas sólo en catalán me parece una cosa lógica.

Volviendo a las bases del proyecto de ley, una vez más hay dos partidos que brillan por la película de suciedad que les cubre: PP y Ciudadanos. Mientras se propone un gran avance en la difusión cultural, ellos todavía hablan en términos del siglo pasado. Acusan al conseller de "intervencionista" y de demasiado "paternalista".

Entre tanto, la banca está siendo nacionalizada, y ellos ni mu. ¿Acaso serán hipócritas?

viernes, 6 de marzo de 2009

Pan y Circo



- Hijo, hoy vas a ver la esencia y cultura de nuestra tradición

- ¡Nunca había estado en una plaza de toros!

- Para todo hay una primera vez. Aquí es donde tu abuelo me trajo cuando yo era pequeño

- Pensaba que habría más gente

- Siempre se llena. Parece que con estas nubes la gente no se ha animado

- Yo he visto por la ventana unas nubes grandes y grises, como esponjitas

- Mira hijo. ¿Ves aquel del capote? Ese es el torero

- ¿Y el toro?

- Observa, aquella puerta

- ¡Menudo bicho! ¡Es precioso!

- Cuando el torero dé un pase, tú grita “Oooooooolé”, ¿vale?

- Vale. ¿Ahora? “Ooooooolé”.

- Así, hijo, así.

- ¡Nunca pensé que un toro fuera tan grande! ¡Qué cuernos!

- Pues fíjate bien ahora. ¿Ves a los caballos?

- ¡Sí! ¿También ellos evitarán al toro?

- Observa, ¡qué arte!

- ¡Papá! ¡Que le están haciendo daño!

- Tú tranquilo, hijo, tranquilo

- ¡Pero sangra mucho!

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- No te preocupes, nació para eso

- ¿Para sufrir?

- Para hacer que otros se divirtieran con su sufrimiento

- Pero yo no quiero verles sufrir. Quiero que les toreen

- Para eso nadie vendría

- ¿Y esos hombres?

- Esos son los banderilleros. Hombres gallardos que se enfrentan al toro de tú a tú, sin temor a la muerte

- ¡Pero es el toro el que tiene miedo!

- Tú sólo disfruta y aplaude, hijo. ¡Ooooooooooolé!

- No puedo, papá… El toro me da pena, no puede defenderse

- Pero hijo, observa cómo esos hombres se enfrentan al animal

- No quiero. Yo no quería que me trajeras a esto. Me da miedo

- Esto es arte, es cultura, ¡la tradición de todo un país!

- Pero papá, ¿cómo se puede presumir de algo así?

- Tú calla, hijo, mira qué maravilla

- No. ¡Me voy a casa! ¡Yo no disfruto con la muerte!

martes, 3 de marzo de 2009

Papá Estado


Nil hablaba del gran problema de nuestro sistema educativo: la importancia de las buenas memorias en detrimento de las buenas cabezas. También hablaba de la presencia de la cultura del castigo en nuestra educación. Y no le falta razón.

Padres, madres, tíos, abuelos y bisabuelos se empeñan en seguir pensando que la solución al fracaso escolar de sus hijos pasa inevitablemente por el castigo. Un amigo me decía el otro día que seguramente se habría dedicado más en serio a los estudios si sus padres no le hubieran exigido o presionado tanto con sus amenazas, y que eso le llevó a hacer también lo contrario, no estudiar.

De puertas para adentro muchos padres discuten con sus hijos intentando que de una vez por todas se pongan a estudiar. Pero un padre debe saber educar a su hijo, debe hacerle ver que estudiar es necesario para ser una buena persona, para ser alguien más libre, alguien que pueda pensar por sí mismo. El padre no tiene que presionar al hijo, no tiene que amenazarle. Simplemente tiene que hacerle ver, a lo largo de toda su vida, qué cosas van a ser mejores para él en un futuro. Y estudiar es una de ellas. El que no lo consigue ha fracasado como padre. Así que cuando castigan a su hijo, también tendrían que asumir parte de la culpa.

Y es ese punto el que a muchos padres les cuesta reconocer de puertas para afuera. Les cuesta reconocer que no han sabido educar a sus hijos, que no han sabido aportarles cultura y puntos de vista diferentes, que no han sabido motivarles en el estudio y en el placer que supone conocer cosas nuevas, absorberlas y aplicarlas a nuestra vida diaria.

Y lo que es mucho más peligroso: echarle la culpa al Estado por no haber sabido educar a su hijo. Que su hijo es un “quinqui” porque en su colegio no le enseñan bien. Que su querido y adorable muchachito no es así. Que es el colegio el que le hace hacer esas cosas. Que son los profesores los que tienen que encargarse de la educación de sus hijos.

Esos padres no merecen ningún respeto, porque olvidan que son ellos los primeros que tienen que educar a sus hijos. El colegio añade datos, conocimiento. Pero las buenas personas, la gente con inquietudes, se hacen de puertas para adentro. El otro día oía a una madre quejarse porque a las puertas del colegio de su hijo se vendía mucha droga y que claro, “al final su hijo acababa comprando”. Papá Estado no es el solucionador de problemas sobre el que podemos descargar todas nuestras culpas. El primer educador y responsable de la educación de los hijos son los padres.

domingo, 1 de marzo de 2009

"Ante aquel culo, ¿quién iba a pensar en batallas?"

Se ha muerto Pepe Rubianes. Al actor y director galaico-catalán, como se definía él mismo en sus monólogos, se le diagnosticó un cáncer de pulmón en abril del año pasado y hoy ha muerto en su casa de Barcelona.

Rubianes se hizo famoso por unas actuaciones sarcásticas e irónicas, un lenguaje lleno de palabrotas y expresiones duras y un éxito nunca exento de polémica.

Entre esas polémicas, la última ocurrió debido a una entrevista ofrecido en el programa El Club de TV3, donde fue preguntado por la unidad de España y dijo que a él "España le suda la polla por delante y por detrás". Estas declaraciones le causaron una querella y la acusación de la fiscalía del Estado. Poco después, el caso fue archivado, aunque en junio del año pasado la Audiencia de Barcelona ordenó un juicio oral.

Es un gran pesar no poder volver a ver a este increíble monologuista encima de los escenarios. Para mí siempre ha sido el mejor cómico en castellano y uno de los pocos a los que he tenido la suerte de ver en directo. Disfrutad con él:





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