viernes, 22 de mayo de 2009

Libros para gentiles

Hace pocos días entré en una librería nueva para mí, de la que no había oído hablar nunca y que ni había visto. Y eso que está en un sitio inmejorable: en la plaza de Merindades.

Su nombre es Librería San Pablo. y se trata de la primera librería especializada que vamos a explorar.

Es un lugar curiosísimo, al menos lo fue para mí. Yo, que todavía no estoy acostumbrado a este catolicismo que está tan impregnado en Navarra, quedé sorprendido. No es un local nada pequeño y la mayoría de sus libros tienen como hilo unitario la religión católica.

Si queréis encontrar un libro para dar misa, allí estará. ¿Que os interesa la vida de los santos? también tienen libros sobre ellos. ¿Liturgias? Pues en San Pablo venden ejemplares que explican cómo realizarlas. Consejos para la familia católica, para la correcta vida espiritual e incluso del mismísimo Papa. Pero no todo está dedicado al público adulto. En la sección de infantil hay un montón de libros donde explican de una manera fácil y accesible los misterios de la fe.

Disponen también de una sala un poco separada de la librería en la que venden enseres para poder llevar una correcta vida cristina: rosarios, estatuillas de la María y de los santos, escapularios, copas, cálices, cruces, etc.

Paseando entre las estanterías tienes la compañía de música que quería ser tranquila pero que no hacía otra cosa que molestar. Son las típicas canciones que quieren ser eso que llaman "música espiritual" y que hace que mis nervios se tensen hasta casi desgarrarse.

Se trata de un sitio al que hay que ir, como mínimo, una vez. Es diferente y entretenido. Yo me lo pasé bien viendo esta clase de libros, que no había visto en mi vida. Sin embargo, tampoco te puedes pasar allí mucho tiempo: la música es irritante y la curiosidad se agota rápidamente, al fin y al cabo es monotemática.

Eso sí, tienes la seguridad de que siempre estará allí San Pablo en el momento en que tengas algún día de mortificación espiritual o necesites comprar los CD’s de los sermones de Benedicto XVI, que nunca se sabe...

jueves, 21 de mayo de 2009

El Nesquik os hará libres



Tenía 18 años y desde que dejó el biberón perdió el gusto por la leche caliente. La leche ardiendo y en taza no le gustaba, odiaba esa telilla que se quedaba en la superficie y que siempre parecía estar gritando “¡soy la placenta de algo que no sabes!”. La leche caliente le producía arcadas, le recordaba a esos viajes largos en coche llenos de curvas, donde todo el mundo se empeñaba en dar las mismas indicaciones: “respira hondo”, “mira al frente”, “toma una bolsa por si acaso”, “tú tranquilo, nos ha pasado a todos, luego desayunamos otra vez”.

Y el Colacao sólo se diluía en leche caliente. En su infancia, en los años de guardería, no existía otra cosa que el Colacao, pero los grumos le resultaban realmente asquerosos. ¿Para qué echar cacao a la leche si no se diluía? No tenía sentido. Mejor sería coger una cucharada directamente y metérsela en la boca, ¿no?. Eso sí que eran grumos.

Porque, ¿para qué tomar un producto imperfecto? Era como echar a la sopa una pastilla de avecrem que ni se diluía ni daba sabor. No tenía sentido, era barro del patio. Mezclar agua con aceite.

Sin embargo, existía la extraña sensación general de que si tomabas Colacao no fallabas a las tradiciones, a uno de los estandartes del país y a aquel negrito del África tropical. Que te gustaba Masiel, el libro gordo de Petete, Barrio Sésamo y el toro de Osborne.

Pero el chico se hizo mayor y maduró. De Espinete pasó a la mala hostia de Marc Lenders y aprendió que a veces también es bueno caminar contracorriente, aunque no pudiera derribar un árbol o romper una ola con una pelota. Pero llegaba a chuparse el codo con la lengua.

Y así, un día, viendo cómo se contorneaba Leticia Sabater de manera sexual en la televisión y antes de que empezaran “Las tres mellizas”, apareció un anuncio de un gracioso conejo que volaba con las orejas y bebía con una pajita retorcida algo parecido al Colacao. Pero no era Colacao, ¡era Nesquik!

Así que el joven fue corriendo a donde su madre y le dijo: “mamá, quiero lo que bebe ese conejo”. Y dicho y hecho, al día siguiente lo tenía encima de la mesa. En la etiqueta se podía leer: “se disuelve en leche fría”. ¡Milagro! ¡Al fin! Los científicos habían encontrado la solución a tan enigmático problema. Y desde entonces, pasó a ocupar el tercer puesto en la lista de descubrimientos más importantes de la historia de la humanidad, después de la penicilina y las pinzas de tender la ropa.

Y así, después de tanto tiempo, el chico pudo levantarse por la mañana, tranquilo, sabiendo que al llegar a la cocina tendría listo un buen vaso de leche fría con cacao. Su larga peregrinación por un desierto lleno de grumos había tocado a su fin. Todas las preguntas obtuvieron respuesta y se acabaron las religiones para siempre. Había nacido el Nesquik.



¡Únete al grupo de Nesquik en Facebook!

PD: No, Nesquik no me paga, pero espero que lo hagan dentro de poco

Librerías de Pamplona (1): Arranque fuerte

Comienzo la serie que anuncié el otro día con La librería. Así, en mayúscula. Es digna de las tres R: reconocida, recomendada y reputada. A todo aquel que se haya establecido en esta ciudad y tenga ciertas inquietudes, le habrán hablado de ella. Su fama le persigue y es por ello que no deja indiferente a nadie en cuanto la conoce por primera vez. Se trata de la Librería El Parnasillo.

La visité siguiendo un cierto orden. Tiene dos alturas con la planta en forma de U. La parte superior está formada sólo por los contornos de esa U y la inferior es totalmente rectangular, pero la situación de las estanterías sigue el perfil de esta letra. En el centro hay varios muebles con más libros. Empecé por la parte derecha de la primera planta y reseguí la U hasta el otro extremo, donde me encontré la escalera para subir al nivel superior y continuar la ruta.

Abajo puedes encontrar libros de ciencias de la educación y pedagogía, de filosofía y sociología, de literatura española y extranjera, historia mundial y española, psicología y la sección Navarra. Arriba están temas más variopintos: informática, matemáticas, cine, arte, fotografía, arquitectura, construcción, decoración, agricultura, astronomía y un curioso apartado que se titula "Biblioteca" con libros que te explican cómo encuadernar y fabricar (en el sentido más técnico) un libro y las normas que marca el Estado para las bibliotecas.

Aparte de por la variedad de temas y cantidad de libros, lo que hace buena a esta librería es el ambiente. No sé cómo ni por qué, pero se nota una actitud reverencial hacia los libros que te hace disfrutar y saborear el placer de comprarlos. La luz es cálida pero sin agobiar, el orden cunde pero sin ser metódico y la atmósfera que se respira es de tranquilidad, pero sin caer en el atolondramiento.

Quizá fue por el momento en el que estuve, pero nadie me vino a preguntar nada, aunque había dependientes disponibles. Y eso me parece positivo. Me gusta que me dejen a mi aire. Además, parecían gente maja y agradable, dispuestos a ayudarte.

Una de las pocas cosas reprochables que se pueden encontrar es la falta de libros en euskera. No creo haber visto ninguno. Y en esta ciudad es algo que se agradecería.

Por la diversidad de libros y temas, la calidez del lugar y la apariencia (porque no lo requerí) de un buen servicio, esta librería es recomendable a todos aquellos que gusten de respirar entre libros y merece la pena desviarse de las rutas habituales de Pamplona (almenos de las mías) para visitarla.

Situación: Castillo de Maya, 45

miércoles, 20 de mayo de 2009

El reencuentro



En episodios anteriores... "Te recordaré con cariño, lo prometo" (Basado en hechos reales)

Después de tanto tiempo, de tantos meses sin ti, he vuelto a verte. No te esperaba, por supuesto que no te esperaba, y me has despertado, pero ha sido lo mejor de todo el día. Yo no te he encontrado, alguien lo ha hecho por mí y te ha traído hasta mi cama. Ahí te he abrazado y besado (en la mejilla), recordando los buenos tiempos, los grandes momentos.

Me he reído al recordar todo lo que habíamos pasado. Me has contado que seguías soltero, que seguías sin tener hijos y que después de todo lo que te pasó sigues teniendo la tinta en buen estado, aunque, como tú sueles decir, “el tiempo pasa para todos”. También me has preguntado que cómo llevaba eso de escribir con teclas y no hacerlo con tinta. Y aunque siempre te ha fastidiado, amigo mío, se me hace más cómodo hacerlo con las primeras. Si todos escribieran como tú lo haces, otro gallo cantaría…

La historia hasta volver a encontrarnos no ha sido fácil. Resulta que quien te ha traído (hombre que todavía cree en el poder del bolígrafo) estaba contando las horas de la mañana, escuchando la radio. Por la puerta de la habitación donde estaba entrabas tú, cambiado, distinto, como antes.

Estabas con otro, allí, quieto, en el bolsillo de uno de los trabajadores, mirando al mundo con los ojos que me mirabas a mí. No habías cambiado. Y si en mi familia ya casi habían podido olvidarte, no lo habían hecho así con tu cara. Lo nuestro también les afectó a ellos, realmente.

Y al verte, quien aquí te ha traído se ha emocionado y sólo ha pensado en una cosa: te tenía que conseguir como fuera. Al principio, ha pensado poner un talonario en blanco encima de la mesa. Después ha recordado formas de pago alejadas del capitalismo y a la cabeza le ha venido el trueque. Así es como ibas a llegar aquí. De su bolsillo a su mano, un bolígrafo estéticamente más conseguido ha pedido su turno. Gracias a Dios, lo que más cuenta sigue siendo el interior, aunque muchas personas no lo puedan ver: la manera en que trazas las curvas, la forma en la que te mueves. Y el hombre que había dentro de esa camisa con bolsillo ciertamente no sabía apreciarte. Nadie nunca ha sabido hacerlo como yo.

“¿Me lo cambias por el tuyo?” ha sido la frase. Así de sencillo, así de fácil, tan rápido. Y de un bolsillo a otro has saltado, sin decir palabra. Pero, en el fondo, yo sé que nada es fruto del azar. Que habías encontrado la manera de volver a ponerte en contacto conmigo, de volver a encontrarme. Por los buenos tiempos, por los viejos tiempos. Aunque no lo dijeras.

Y entonces, como decía, yo dormía y tú me has despertado al llegar. Después de tanto tiempo, después de tantos bolígrafos, después de tanto andar de flor en flor, echándote de menos, nos hemos reencontrado. Mi firma te echaba de menos, mi dibujo con esa cara tan graciosa que nosotros inventamos te echaba de menos, mis apuntes te echaban de menos, mi mano te echaba de menos. De hecho, no he vuelto a escribir en papel desde entonces.

Y entre mis manos, me has contado todo, tu historia, lo que habías hecho durante todo este tiempo. Y así he conocido un poco más qué tal lo habías llevado: el accidente, las múltiples operaciones, la cirugía estética, el dinero, el proceso hasta volver a ser quien eras y las personas a las que habías conocido cuando yo no estaba, el camino que has recorrido hasta volver aquí.

Y ahora, después de tanto tiempo, me alegro al ver que has superado lo de Berna. Sé que será duro sentarte junto a él, que costará, que no podrás verlo comer cuando esté cerca. Pero estas cosas se pasan y prometo, lo prometo, que nunca más te dejaré en manos de otra persona que no sea yo. Y hasta entonces, sé que Berna y tú podréis volver a ser buenos amigos. Él reconoció su error y se arrepiente. En el fondo, los dos sois buenas personas y podréis arreglarlo.

Y ahora, a pensar en el futuro, en nuestro futuro. Es ahora cuando más te necesito, cuando tengo que devolver vestidos folios en blanco que llegan a mí completamente desnudos. Es ahora cuando tenemos que decir que, a pesar del tiempo y la distancia, de nuestras diferencias y nuestros avatares, seguimos siendo los mismos: aquellos compañeros que desde secundaria fueron inseparables. ¡Por nosotros, por lo que nos queda!

martes, 19 de mayo de 2009

Librerías de Pamplona (0)

Hoy presento mi primera entrada de una serie temática que voy a hacer en este blog. Será sobre librerías de Pamplona.

Me encanta leer. A los libros, además, es de las pocas a las que tengo un especial apego material. Sobre todo si son regalos. Me gusta tener libros, enseñarlos, conservarlos y ordenarlos.

Pero para leer libros es necesario tenerlos. Como quiero que los que disfruto sean míos, me los tengo que comprar (aunque a veces también tiro de biblioteca, que uno es estudiante y no puede ir por ahí como si fuera el Banco de España -aunque ahora con el euro apenas sirva de nada-).

Hay quien va de potes. Yo también claro, que bien dice mi madre que me conozco mejor los bares de Pamplona que el campus, y toda la razón que tiene la mujer. Yo voy, además, de librerías. Aunque no tenga ningún libro que comprar me gusta pasearme por ellas. Uno descubre cosas muy interesantes.

En esta ciudad las hay muchas y de todos tipos (al menos eso me parece a mí, pero ya sabéis, soy de pueblo, o sea que puede ser que me equivoque y en comparación con otras ciudades aquí haya pocas). Las hay temáticas y generalistas, grandes y pequeñas, con libros sólo en castellano o que apuesten por el euskera.

Lo que, ya de ahora lo digo, no hay libros son libros en otra lengua que no sea ni en castellano ni en euskera, te puedes encontrar sorpresas, sí, pero pocas.

No intento hacer ni una guía ni nada parecido, simplemente hablar de algo que me gusta y compartirlo. Aviso también que me niego a hablar de la del Corte Inglés. Aquello no es una librería, sino un sitio donde venden libros. No tiene ni el ambiente, ni el cuidado, ni el amor que se necesita por los libros.

No creo que las conozca todas, pero seguramente, los que me leáis podréis colaborar. Espero compartir con vosotros esta pasión por los libros y que me ayudéis a conocer mejor esta bonita ciudad, la vieja Iruña que nos acoge con generosidad.

lunes, 11 de mayo de 2009

Temps de flors

El sábado pasado empezó en Girona lo que allí llaman "Girona, temps de flors". Se trata de una muestra floral que se hace todos los años en aquella ciudad, y ya van por la edición 54. La premisa es fácil: decorar el casco antiguo con plantas, ramos y flores.

Se decora la escalinata de la catedral con un manto de flores y plantas, espectacular a veces, un poco hortera algunos años. Pero lo más bonito, para mí, son los patios. Girona cuenta con un precioso call jueu en el que la mayoría de casas tienen patios interiores. Durante el resto del año suelen permanecer cerrados, pero los abren y decoran para la ocasión. Y son realmente bonitos.

Además, aprovechan la ocasión para organizar concursos, muestras artísticas, encuentros internacionales y demás lindezas.

Es una fiesta totalmente distinta a cualquier otra que conozco. Si ya suele ser un placer callejear por aquel empedrado casco viejo, todavía es mejor en esta época. El olor de las flores, su brillante color, la frescura que le dan y la belleza impasible de la ciudad se mezclan para ofrecer un paseo que difícilmente dejará indiferente a alguien.

Foto: Escalinata de Sant Daniel

martes, 5 de mayo de 2009

Enrique, 2ºB


Hacía año y medio que Enrique y Julia se conocían. Disfrutaban de sus conversaciones y jugaban a filosofar sobre todo aquello que fuera opinable. A él le gustaba rebatirle y llevarle la contraria, aunque supiera que ella tenía razón. Le gustaba verle buscando en la cabeza argumentos que al final pudieran convencerle.

Los dos compartían su pasión por la montaña. Les gustaba disfrutar de la naturaleza caminando solos por caminos separados. Les gustaba volver a casa, coger el teléfono y contarle al otro todo lo que habían hecho: si había hecho frío, si les dolía la espalda o si el camino había sido peor de lo que pensaban.

Y así solía ser todos los días. Uno de los dos cogía el coche y se iba a investigar montes que todo el mundo conocía, pero que solo ellos sabían describirlos de aquella manera, prestando atención a los detalles, sin importar el tamaño de las frases.

Él ya conocía muchos de sus montes y todos le habían gustado. Le había contado a Julia la forma de sus cumbres y el giro de sus sendas, cómo incidía el sol en sus rocas y cómo eran las sombras del suelo. Se lo había contado todo.

Un día, Enrique subió a la cima de uno de esos montes, un lugar agradable para sentarse a pensar, mirando hacia al sur. Sin embargo, aquel día, cambió sus costumbres y se dio la vuelta, hacia el norte. Y allí, escondido entre las nubes, vio la punta de un risco que no conocía. Fue entonces cuando supo que quería escalarlo. Ningún otro de los montes era como aquel.

A la semana siguiente, Enrique cogió sus cosas y se marchó para allí. Sabía que caminaba por un terreno desconocido. No sabía si lograría hacer cumbre o si el terreno sería demasiado fatigoso. Si las pendientes serían inescrutables o si necesitaría ayuda de otras personas.

Así que, poco a poco, fue subiendo con pies de plomo, con cuidado, poniendo fe en cada uno de sus pasos, sin descuidar ningún movimiento. Los primeros árboles del principio eran verdes y amarillos y el suelo estaba lleno de tulipanes. Después, siguió caminando.

Con los pasos, el terreno se fue haciendo más duro. La pendiente se hizo más empinada y el barro empezó a sujetarle por los pies. No parecía aquella una vía segura de ascensión, así que dio la vuelta y regresó a casa.

Al llegar, como siempre, llamó a Julia y le contó todo: que existía un monte que no conocían, que era bastante difícil conseguir escalarlo y que él, aún y todo, lo iba a intentar. Ella se asustó. Nunca había oído hablar de aquella montaña. Llevaban mucho tiempo juntos y le sorprendía que fuera él el que le dijera que existía la posibilidad de que hubiera otras montañas.

Enrique no quiso presionarla. Quería que ella le acompañara, pero no estaba en manos de él tomar esa decisión. En el fondo, no podía obligarle a hacer algo que solo él quería. Cada uno decide en su momento cúando quiere subir una montaña y cuándo es el mejor momento.

Así que al paso de unas semanas cogió su mochila, varias cuerdas y unos arneses. Luego, se montó en el coche y condujo despacio hacia aquel lugar. Estaba despeinado y los cristales estaban mojados. Pero fuera ya no llovía.

Al llegar allí, se encontró a una chica. Vestida de verde, con mochila y una cantimplora, esperaba Julia a que llegara Enrique. Él le había contado cómo llegar, pero ella siguió su propio camino. Los dos se alegraron de haberse encontrado.

Poco a poco, empezaron a subir juntos por un camino que no conocían. Empezaron hablando sobre la felicidad, ese fue el primer tema del que hablaron. Después conversaron sobre el clima, el tiempo y los huracanes. Sobre todo en general.

Pasaron por árboles verdes y amarillos en un camino que los condujo poco a poco a un lugar más alto. Aquel día no había barro, aquel día se podía subir.

Dejándose llevar, pero pensando en cada uno de sus pasos, llegaron a la cima. Ella se sentó tiritando y él se sentó a su lado. Se cogieron de la mano y miraron al sur. Estaban en un lugar nuevo, un lugar en el que nunca habían estado. Pero se sentían bien.

Allí arriba ya no había prisas por nada. Ya no había frases cortas ni verbos sin boca. Así que hablaron de Dios. No podía ser de otra manera, poco a poco. Después hablaron de cómo había sido la ascensión, de qué había sentido cada uno. De las montañas que habían escalado hasta llegar allí y de lo extraño de aquel momento. También hablaron de cómo bajar.

Y se miraron, se miraron como nunca antes lo habían hecho. De cerca, de lejos, con los ojos cerrados. Calentándose las malos. Tocándose el pelo. Después se besaron y ya no necesitaron ninguna otra cosa. Nadie podía ver sus besos y eso lo hacía aún mejor. Luego empezó a llover, pero eso ya no importaba.



Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
2ºC: Santiago
9ºB: Javad Almahid
4ºA: David
1ºB: Óscar (I y II)

domingo, 3 de mayo de 2009

Para ser moderno hay que ser rumiante

Los músicos han muerto. Son agua pasada. Forman parte de un recuerdo ya casi lejano en el que se amontonan los hechos. Lo que se lleva ahora es la interpretación de los animales.

Sí, literalmente. En un pequeño pueblo de la comarca barcelonesa de Osona diez ovejas han realizado esta mañana un concierto. La música emanaba de sus cencerros, cada uno de los cuales estaban afinados en una nota distinta. El director de la orquesta ovejuna, Martí Ruiz Carulla, animaba a las rumiantes con un flautín. Las músicas se movían al azar para componer así una pieza única y espontánea, acompañadas por un grupo de niños que tocaban una txalaparta.

La intención del autor era "reivindicar la musicalidad de los cencerros y el paisaje sonoro". Sin embargo, a mi me parece que aquello debía ser un guirigay increíble. Entre los cencerros, los balidos de las intérpretes, el flautín del director y unos niños tocando sin ton ni son la txalaparta me hubiera vuelta loco. Suerte que soy de pueblo y sé que aquellas aceitunas negras que se encontraron los niños por el suelo no eran comestibles, que si no...


Fuente: Vilaweb

sábado, 2 de mayo de 2009

Óscar, 1ºB (y II)



Óscar, 1ºB (I)


Una mañana, alguien hizo que su móvil vibrara. Hacía unas semanas, había enviado unos bocetos y unos planos de muestra a una constructora. Ahora, le llamaban interesados porque su idea se llevara a la práctica. El presupuesto parecía algo escaso, pero aquella era una oportunidad prácticamente irrechazable. Aquello hizo que, al fin, pudiera ver la esperanza por alguna parte.

Esa misma noche se puso a dibujar y tomó notas como un loco. Todo parecía encajar a la perfección. Los cilindros se transformaban en cubos y los conos se convertían en pirámides. Las líneas universales de la lógica invadían sus apuntes y todo encajaba. Ahora sí, las líneas acababan en un punto y los caminos parecían llevar a alguna parte.

Los obreros se pusieron a trabajar como locos. No solía ser eso algo habitual, pero todos parecían estar entusiasmados con la idea de poder ver realizado aquel proyecto.

Comenzaron por los cimientos y después construyeron la primera planta. No había prisa ni fechas límite para terminarlo. Cada cosa se hacía a su tiempo y con la debida paciencia. Los pequeños detalles aquí sí importaban.

Él supervisaba cada movimiento, cada giro de mano y cada golpe de martillo. La idea estaba plasmada en un papel y pensada cientos de veces encima de una almohada. Pero simplemente estaba en su mente, ahora tenía que verla con sus propios ojos, analizar los pormenores.

Conforme avanzaba, le gustaba la forma con que todo aquello se estaba erigiendo, cómo una idea difusa acababa tomando la lógica necesaria que requieren los buenos escenarios. El edificio iba subiendo, poco a poco, y él podía verlo.

Era grande y luminoso, tal como él lo había imaginado. Desde dentro, lucía hermoso y desde fuera, le causaba una impresión que ningún otro le había causado. Se encontraba ante la idea imperfecta de un sueño, aquello que deseaba poseer de alguna manera o saber que existía.


Pasados unos meses, el teléfono volvió a vibrar. Era el mismo tipo que le obligó a coger la última vez. En esta ocasión, no traía buenas noticias. El proyecto se paraba y todo debía dejarse de inmediato. No había más fondos. Nadie quería comprar todo aquello.

De pronto, el arquitecto vio cómo el edificio se quedaba desnudo delante de sus ojos. Cómo las vigas se estremecían con la luz de los rayos solares y cómo la estructura quedaba indefensa ante los ojos de la gente.

Aquel proyecto esperanzador, aquel edificio de varias plantas, se paraba allí y ya no podría seguir más. Fin del trayecto, se acabó. Todo aquel trabajo, todas esas noches, se fueron a un cajón lleno de tachones y borradores.

Planta a planta se fue desmoronando el sueño y el proyecto, y las líneas volvieron a ser impredecibles curvas de un camino. Las ventanas se deshicieron y ya no pasaba la luz, mientras que las vigas de hierro se iban oxidando poco a poco sin poder hacer nada ante el paso de los días. Como un folio en el agua se iba arrugando lentamente hasta desaparecer.

Y él allí, desde su coche, seguía viendo cómo la luz del semáforo seguía en rojo. A su derecha, y por la ventanilla, podía ver el edificio que nunca pudo construir, pero que tampoco nadie pudo derribar. A partir de entonces, tenía que verlo todos los días, tener que soportar que hay proyectos que no siempre se pueden realizar. Después, el semáforo se puso en verde.

Al año siguiente, su móvil volvió a vibrar.

Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
2ºC: Santiago
9ºB: Javad Almahid
4ºA: David
1ºB: Óscar (I)
Fotografías: Carlos Bravo

Óscar, 1ºB (I)

La luz del semáforo estaba en rojo. Los conductores tocaban la bocina. “Qué imbéciles”, pensaba él mientras tamborileaba con sus dedos en el volante, “por mucho que piten no va a ponerse en verde”. El ritmo de la canción sonaba por los laterales. En el asiento del copiloto, tubos de metal, estuches de plástico y carteras llenas de planos, folios y borradores.

Un vistazo arriba y el semáforo seguía en rojo. Todas las mañanas solía tardar alrededor de un minuto y medio. El cruce era una intersección de varios carriles, de calles largas y aceras anchas, de esas de las que la gente huye cuando hace sol en verano. Los coches volaban de izquierda a derecha.

Aquel lugar le gustaba, aquella esquina. Disfrutaba del momento de quietud y pausa que le daba el semáforo de camino al trabajo. Como el enamorado que se declara bajo la lluvia y desde entonces no le importa caminar bajo ella. No por lo que es, sino por lo que representa.

Le había pasado muchas veces: cantar con los ojos cerrados mientras imitaba el movimiento de la batería. Después abría los ojos y descubría que el hombre del coche de al lado le estaba mirando. Después, disimulaba estar intentando matar a un mosquito.

Miró a un lado. Aquel edificio de la derecha lo había construido él. No con sus manos, sino con su propia mente. Le había quitado noches de sueño, trajes en la tintorería y minas de lápiz. Era uno de esos proyectos ambiciosos que acababan transformándose en obsesión para un arquitecto.

En su momento, no sabía por dónde ir, ni qué líneas trazar. No sabía si la entrada debía ser amplia y espaciosa o si las ventanas tenían que reflejar toda la luz del exterior. No sabía si el edificio se construiría en poco tiempo o si, de ser así, sería un edificio que le hiciera sentir plenamente satisfecho.

Cada día se levantaba pensando en él. Le daba una y mil vueltas, cambiaba una y mil cosas. Tomaba decisiones, las asumía y al poco tiempo las acaba desechando. En muchas ocasiones, incluso, sopesaba la idea de borrar aquellos planos y darse por vencido. No valía la pena malgastar tanto esfuerzo en un proyecto que podía quedar inacabado.

Por las noches tomaba café y por las mañanas se lo ponía doble. Llevaba casi más de un año intentando encontrar las salidas. No encontraba la uniformidad de la estructura, no encontraba el sentido metafísico de aquel edificio. Le gustaba, le parecía estéticamente bello y admirable, pero había pasillos que no acababan en ningún sitio y escaleras que, simplemente, no llegaban a ninguna parte.

Sigue leyendo... (Óscar, 1ºB, II)



Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
2ºC: Santiago
9ºB: Javad Almahid
4ºA: David
Fotografías: Carlos Bravo

viernes, 1 de mayo de 2009

¡¡Por fin Alex Graham en catalán!!

La Vanguardia, este periódico que los estudiantes de nuestra facultad conocemos bien, este diario que nos aligera las clases, que nos permite resolver intricados crucigramas cuando el profesor o profesora de turno nos está hablando sobre realidades abstractas, desconocidas y nada interesantes, aquella edición que nos hace reír tanto con sus viñetas del gran cómico Alex Graham. Ya no sé por donde iba...A sí. La Vanguardia va a ser editada en catalán.


Su director adjunto, Jordi Juan (que escribe una muy interesante columna política los lunes) declaró anteayer que "muy pronto se acabara haciendo" la edición en catalán. En concreto, según Racó Català, el 2010. Esto no significa que deje de publicarse en castellano (tranquilos, podremos seguir leyéndola en la facultad). Sino que, tomando como modelo a El Periódico, habrá dos ediciones diarias: una en catalán y otra en castellano.

Es una noticia de la que creo que hay que alegrarse. Siempre es positivo para un país como Catalunya tener prensa en su lengua propia, y más del rango y calidad (aunque a veces deja mucho que desear) de La Vanguardia. Además, tampoco dejará de editarse en castellano, o sea, que puede llegar a dejar contento a bastante gente.

Esto será una prueba de fuego para los catalanes. Tendremos que decidir. Cuando a las ocho de la mañana vayamos, dormidos, a comprar el periódico tendremos dos Vanguardia. De nuestros actos depende la salud del catalán. Aprovechemos esta oportunidad.

Fuente: Comunicació 21 y Racó Català