sábado, 27 de marzo de 2010

Lagun


No estás en ningún cielo para perros ni te has reencarnado en un bicho africano. Permaneces en los momentos y detalles manchados por la cotidianeidad. En esa puerta detrás de la cual solías salir a saludar. En el interruptor de la luz al andar por el pasillo y en la última cucharada de un yogur de medianoche. En el trozo de pan que ahora acaba en la basura. En las tardes oscuras de inspiración y frío. En las comidas en las que sobre los pies ya no reposa tu cabeza y en ese perro que camina junto a su dueño como si fuera el último animal sobre la tierra. En el momento en el que tras unas horas de silencio en la habitación, aparece una cabeza curiosa de orejas erguidas para preguntar sin decirlo qué estabas haciendo. En esos perros tontos que no paran de ladrar a los que tú despreciabas con la indiferencia. En los montes, ríos, valles, calles y avenidas. En el panadero que pregunta por ti al no verte fuera en forma de esfinge. En esa cama debajo de la cual ya no asoma tu rabo ni se escuchan las pezuñas. En el barrer, ver la televisión o tocar la guitarra. En la gente que defiende la tauromaquia. En ese sofá al que sólo te subías cuando estábamos solos en casa y en la vecina que pregunta por ti al bajar por la escalera. En esos 10 años en los que te hice mil perrerías y te bauticé con los nombres más absurdos del mundo. En todo ese tiempo y en esos lugares. Hasta siempre, compañera.

0 comentarios: