viernes, 11 de junio de 2010

Crónica de una vergüenza

Es una chica joven. Va vestida con unos pantalones cortos, demasiado cortos, y una camiseta que deja descubierto todo el vientre. De hecho, su intención no es taparse, sino todo lo contrario, enseñar más de lo que toca. Ese es su uniforme de trabajo. Pero a ella no le gusta.


Su jornada se reduce a esperar. Hay algunas que gozan de una silla, e incluso de la protección de una sombrilla, que abriga tanto del sol como de la lluvia. Pero esa chica no. Ella no tiene esa suerte. Como mucho, ella puede apoyarse en el guardarraíl, pero eso da mala imagen para su trabajo. Y quizá al jefe no le guste.

El horario comienza sobre las diez de la mañana y se alarga hasta las ocho de la noche. Pequeño parón para comer y poco más. Y esperar. Ver pasar a los coches delante de ella y preguntarse cual será el siguiente que se pare. Ya ha empezado a conocer de antemano los posibles clientes. Aunque eso no le gusta.

Antes, al menos, tenía la esperanza de que nadie se iba a parar. Se dijo que no era posible que a pleno día y en una carretera de segunda se pudiese acercar alguien. Pero después de dos días se dio cuenta de que tenía más trabajo del que pensaba. Y eso no le gustó.

Pero ¿a quién le importa? No es la única en aquel tramo. En seis kilómetros hay cinco chicas más trabajando. En otra carretera cerca de allí cuatro más. Yendo hacia la capital de la provincia hay hasta siete. Eso significa que no es la única a la que se le paran los hombres. Y cree que a las demás tampoco les gusta.

No sabe cómo llegó hasta esta situación, ni tampoco, que es todavía peor, como podrá salir de ella. Lo único que sabe es que todos los días, haga sol, viento o llueva, tiene que encaminarse hacia aquella maldita valla. Y esperar. Luego se parará un coche a su lado. El conductor será un hombre. Bajará la ventanilla y le dirá alguna cosa. Él intentará que sea ingeniosa, pero realmente no sabrá qué decir. Ella subirá al coche por la puerta del copiloto y se dirigirán al lado contrario de la carretera. Hará lo que el hombre le pida, por el precio convenido. El hombre disfrutará. NO, no creo. Ella seguro que no. Se bajará del coche por la misma puerta por la que ha entrado. Y volverá a esperar al lado del guardarraíl. Y eso no le gusta.


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