sábado, 31 de julio de 2010

De olivas y quebrantos

Yo, como mi madre, tengo la inútil capacidad de recordar todos los aspectos del libro de texto que no entraban en el examen. Por ejemplo, recuerdo un montón de raíces latinas de palabras (incordio, del latín antecordium, tumor que salía delante del pecho de los caballos), la tabla de la dureza (talco, yeso, calcita…) y muchos de los poemas que teníamos para analizar.

Una de las cosas que menos vivamente recuerdo, pero con más frecuencia evoco, es una descripción que Miguel Hernández, hacía de un hombre de campo. No recuerdo los detalles, pero recuerdo que fui incapaz de imaginar al hombre tal y como aparecía descrito.

Hace un par de años, mi padre se hizo cargo de un cortijo de mi abuelo. Una casilla echada abajo, con unas cuantas tierras y algún que otro animalejo.

Esta propiedad se la guardaba a mi abuelo un casero, cortijero de toda la vida, campechano como Juanca de Borbón, y con una cara que encajaba perfectamente en la idea que hacía ya un tiempo, me había transmitido mi Edelvives, Lengua y Literatura.

Santiago lleva toda su vida cuidando la tierra, como su padre antes que él, y como hará su hijo si Dios no media. No es alto, ni bajo, entre calvo y rapadillo, lleva habitualmente una gorra para protegerse de la justiciera colleja del sol. Los ojos, más bien clarillos, se asoman bajo una frente con señales de haberse arrugado mucho. De expresión permanente, una media sonrisa, y siempre que lo veo me da la impresión de que está a punto de decir: “Qué me vas a contar”

De nariz para arriba, tiene una cara que parece narrar generaciones de padres y de hijos que han vivido arrancando de la tierra. Deja entrever un pasado de trabajo duro, de injusticias, de sol, de aceite, de dolor, de aceptación, de levantarse antes que amanezca, de incertidumbres, de fe, de una lucha diaria contra una tierra seca, con la que convivieron en una lucha eterna tantos como él.


Lucha es la palabra, porque conoce a la tierra como a un enemigo con el que se lleva batallando tanto tiempo que se la ha cogido cariño. Pero también como a una vieja amante, a la que sabe tratar con cariño unas veces, con dureza otras… a la que sabe qué le gusta, cómo y donde.

Es capaz de encontrar agua con un palito, palabra. Un don que tenía su padre y tiene su hijo, y que por mucho que lo intento no me sale. Sabe cómo va a ser el viento del año por la posición de los avisperos. Sabe que gallina está empollando, cual poniendo el huevo, cual es clueca y cual ponedora. El año pasado, por primera vez en su vida, se cogió unas vacaciones para irse de viaje con su familia. Y todos los días llamaba para ver cómo iba el cortijo.

Recuerdo que una vez, (y con esto termino,) un tío mío nos dejó su Pona (una poni que le dejó mi padrino en el cuarto de baño de su suite nupcial en la noche de bodas). Nos hicimos cargo de la Pona durante un par de meses, durante los cuales el bicho se escapó cada vez que quiso.

En una de esas, se nos fue de las manos. A mediodía, echó a correr montaña arriba, y la perdimos de vista. Toda la tarde la pasamos en el Mitsubishi, dando saltos por los olivares buscando a nuestro mini equino.

Anochecía ya, y no teníamos ni idea de donde podía andar. Mi padre desistió, aferrándose a la esperanza de que los animales no andan de noche, y podríamos seguir buscando al amanecer. Ya era de noche cuando Santiago nos llamó al móvil.


-Que me ha dicho mi cuñá que sos`a perdío la pona… estoy al lao de Latorrelsol, ahora me acerco si quiés y la busco…


Mi padre se lo agradeció enormemente, pero no tenía mucho sentido


-Mira Santi, que no hace ni falta porque llevámos buscándola toda la tarde, y ya ha anochecido. Además, que el bicho de noche no anda y…


-Bueno, déjame que eche unquesea diez minutitos, y luego ya tiro pa la casa.


A los cuatro minutos y medio volvió a sonar el teléfono de mi padre.


-Antonio, acércate con el coche a la linde de arriba, que ya lancontrao.

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