miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ceguera



— Buenos días, doctor.

— Muy buenos días. ¿Qué tal se encuentra?

— Mal. Me pasa algo raro.

— ¿De qué se trata?

— Son los sueños.

— ¿No puede dormir?

— Sí, sí duermo. Pero no veo nada.

— ¿Cómo?

— Cuando me duermo... no veo nada.

— ¿Quizás porque tiene los ojos cerrados?

— No me refiero a eso. Verá. Cuando duermo, soy ciego en mis sueños. No puedo ver. Camino por las calles a oscuras. Palpo las paredes con tacto. No veo quién me habla. No veo nada.

— ¿Desde hace cuánto?

— Quizás una semana. Puede que dos. No lo sé realmente. Pero necesito recuperar mis sueños. Por favor, necesito verlos.

— Peor hubiera sido que usted se quedara ciego aquí mismo.

— Evidentemente. Pero quiero saber si hay algo que se pueda hacer.

— Nunca habíamos tenido un paciente con este problema. No sé qué podríamos... ¿De verdad que no ve nada?

— Nada. Negro. Todo negro.

— ¿Y con qué solía usted soñar?

— ¿Yo? No sé, cosas increíbles. Viajes a planetas desconocidos. Aventuras por el desierto. Conquistas espaciales. Expediciones a la Luna. Una vez soñé que tenía seis brazos y me salían tantos ojos como a una araña.

— Vaya, sería usted un hombre afortunado.

— Ya lo creo. Descansaba y disfrutaba. Por eso quiero recuperar todo aquello. ¿Se imagina usted a alguien yendo a la Luna con un palo de ciego? No tiene sentido.

— Pero me temo que yo no puedo ayudarle. Nunca habíamos tenido algo así. Se ha quedado usted ciego en los sueños, ¿sabe? No es algo común. La gente sueña en tres dimensiones, con dolby soundround.

— ¿Entonces no hará nada?

— No. No veo qué puedo hacer. Tendrá usted que acostumbrarse a sus nuevos sueños. Y con el tiempo, tendrá que aprender a disfrutarlos.

0 comentarios: