domingo, 29 de agosto de 2010

De escalones y porrazos

El mundo es malo por estadística. Haciendo cuentas salen más malos ejemplos, y los buenos se quedan en una proporción casi ínfima. Esto quizá se deba a que para ser un mal ejemplo solo hay que ser un mal tipo una vez, pero para serlo bueno has de permanecer casi sin tacha.

Obedeciendo a la estadística, dudamos de cada persona que se tacha de santurrona. Pero también bajo el cálculo de probabilidades existe un grupo de personas para las que no hay otra definición más que, sencillamente, “buenas”.

Es difícil encontrar un caso así, pero como bien dicen en el sur de España: Haberlos haylos. Apostar por una persona así es arriesgado (hay un motivo por el que “santo” es un título póstumo), pero en esta ocasión, no creo que existan dudas. O al menos, eso piensan los que han conocido al “Langui”.

Juan Manuel Montilla vive en Madrid. Tiene una mujer, dos hijos, una casa, una carrera radiofónica, musical, cinematográfica… y parálisis cerebral.

Fruto de un parto complicado, al cerebro de Juan Manuel le faltó oxígeno durante un período crítico de tiempo. Con los pocos meses, sus padres lo llevaron al médico por que no podía sostener la cabeza y por un bulto extraño en la cadera. El diagnóstico fue claro, y el pronóstico oscuro: Con mucha suerte y mucho ejercicio, quizá evitaría la silla de ruedas.

“A toro pasado”, como dice él, sabe el esfuerzo que realizaron sus padres para no sobreprotegerlo. Era un niño que se caía constantemente, y al que no había que ayudar a levantarse. Mientras se esforzaba por alcanzar el bote de Nesquik de la estantería, el Langui fue entrenando su cuerpo. Cuando entró en el colegio, se echó a futbolista. Quería jugar en Primera División, y asegura que también él marcaba sus goles.

No fue hasta los 14 cuando se corrió el velo, y se encontró sin ilusión. Empezó a sentirse inútil, y cada vez pasaba más tiempo inactivo. Cuando parecía que todo el esfuerzo realizado hasta entonces se iba al traste, uno de sus amigos, Gitano Antón, llevó a su barrio un par de canciones de Hip-Hop.

Y de nuevo, Juan Manuel, Langui, recuperó el control de su vida. Fundó un grupo (La Excepción), sus pinitos en el mundo del cine le dieron dos Goya, y acaba de publicar su libro: “16 escaleras antes de irme a la cama” (Espasa). En él cuenta como es su vida, desde lo anecdótico de haberse comprado una casa en la que tiene que subir 16 escaleras antes de llegar a su habitación. Todo un reto para una persona que se cae 10 veces al día.

jueves, 26 de agosto de 2010

Carnicería


— Buenas tardes, querría cuatro filetes de riñonada.

— En seguida.

— Bien.

— ¿Qué tal estos?

— Sí, esos mismos.

— Son cuatro del ala.

— ¿Del ala? No, he pedido de riñonada.

— Y yo le he dicho que son cuatro, ¿le parecen muchos?

— No, son los que he pedido.

— ¿Entonces cuál es el problema?

— Que creo que no le he entendido bien.

— Me tiene que dar usted cuatro pavos.

— ¿Pavos?

— ¿Es usted sordo?

— No le entiendo. Yo le he pedido cuatro filetes.

— Y yo le he dicho que son cuatro pavos, señor, cuatro.

— Verás yo... yo no funciono así. No tengo ningún pavo.

— Pues si no hay pavos, no hay filetes.

— Pero oiga, ¿de dónde voy a sacar yo ahora cuatro pavos?

— Ese es su problema, caballero. Pero así funcionan las cosas en este país.

— ¿De veras?

— Por supuesto. ¿Qué clase de carnicero se ha creído usted que soy?

— No el que yo esperaba, desde luego.

— Si no piensa pagarme estos filetes, será mejor que se marche de mi tienda.

— De acuerdo, vale. Compraré pavos si es lo que quiere. ¿Tiene?

— Claro que tengo. Esto es una carnicería.

— Y si compro cuatro, ¿me regala los filetes?

— ¿Qué? ¡Largo de aquí, fuera maldito imbécil!


Imagen: Cortu

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sueños


— Esta noche he tenido un sueño muy placentero.

— ¿Erótico?

— No, hombre. Un sueño agradable. Bonito.

— ¿Y qué pasaba?

— Me reencontraba con mis amigos de la infancia. Con todos. Y pasábamos un día en la playa, recordando viejos momentos, bebiendo cerveza.

— ¿Y al despertar?

— Al despertar nada. Todo había sido un sueño, pero lo había disfrutado.

— ¿Y no te produjo desazón que no fuera real?

— Bueno... No. Creo que no. Supongo que no.

— Porque si te paras a pensar, pocos sueños consiguen que despertemos plácidamente. O bien porque son pesadillas, o bien porque no eran reales.

— Sí... Bueno... Pero se disfrutan en el momento. Son horas de disfrute.

— Que no llevan a ningún lado.

— Bueno... Si lo ves así. Yo lo veo más bien como una segunda oportunidad que nos damos a nosotros mismos. Un viaje a aquello que ya no podemos tocar.

— Yo la verdad es que aborrezco mis horas de sueño. No suelo dormir bien, tengo insomnio. Y cuando duermo, siempre tengo pesadillas.

— Piensa entonces que las pesadillas son mejores que el insomnio.

— ¿Por qué?

— Porque el insomnio se basa en preocupaciones reales. Las pesadillas, al fin y al cabo siempre suelen apoyarse en mentiras.

— ¿Preferirías entonces tener una noche llena de pesadillas en lugar de no dormir?

— Por supuesto. Prefiero despertarme entre sollozos que pasar toda una noche sollozando.



Imagen:
La increíble mujer menguante

miércoles, 4 de agosto de 2010

Decisiones



— Oye, ¿qué te han parecido mis amigas? Son guapas, ¿verdad?

— Sí... bueno. Sí, son guapillas.

— ¿Guapillas? Son mucho más guapas que yo.

— ¿Sí? No. Más guapa que tú no hay nadie, cariño.

— No mientas. No digo todas, pero seguro que alguna te ha parecido más guapa.

— De verdad que no.

— No me lo creo. Somos una pareja abierta. No seas tonto. No me molesta que me digas si alguna era más guapa que yo.

— Eran todas parecidas.

— ¡Di! Alguna más guapa que el resto te habrá parecido, ¿no?

— Si... No. No sé. Claudia era guapa. Sí, puede. Claudia era guapa supongo.

— ¿Claudia? ¿Pero tú has visto qué caderas? De verdad, qué gustos tienes...

— Me has pedido que dijera una. Es la primera que me ha venido a la cabeza.

— Pues Silvia es mucho más guapa que Claudia, por ejemplo. O Sara.

— ¿Sí? No sé... ya te digo que yo...

— Claudia... ¡ja, ja! ¿Te fijas en Claudia?

— No me he fijado, me has pedido que...

— Claudia no es más guapa que yo.

— No he dicho que lo sea.

— Pero te has fijado en ella. No me importa que lo digas. Estamos hablando como personas maduras.

— Que no me he fijado. Me has obligado a decirte el nombre de una. He dicho Claudia y ya está.

— Ya, pero si dices Claudia es por algo. ¿Si no estuvieras conmigo te gustaría besarla, verdad?

— ¿Pero qué estás diciendo?

— Sí, chico. No me seas infantil. La besarías si no tuvieras novia, ¿a que sí? Una noche de locura, unas copas de más...

— Y yo que sé. Estás loca. Llevo tres años contigo. Se me ha olvidado todo eso.

— Con lo ligón que tú eras... Pues esa mujer es una loba, que lo sepas. No tardaría ni cinco minutos en acabar contigo.

— ¿Qué? Yo.. pero si yo no... no... ¿Qué dices?

— En fin, que tienes unos gustos... Pues que sepas que esto es lo que tienes. Te guste o no, tendrás que conformarte. Sí, ya ves, no soy nada del otro mundo, pero sales conmigo. Así que te fastidias.

— Pero si yo no...


Imagen: Samthe8th

Las plantas



— Joder, tío. Qué movida. Qué movida.

— ¿Qué pasa?

— Las plantas tío, las plantas. Que me las he dejado.

— ¿Que te las has dejado? ¿Dónde? ¿Qué dices? Disfruta de la playa...

— Me he dejado las plantas en casa. Sin regar. ¿Quién me las riega?

— Pues no lo sé. Qué más da. Son plantas. Puedes comprar más.

— No, no puedo. Esas son mis plantas. Hacía tres años que las tenía. Si las dejo, se mueren.

— Disfruta de tus vacaciones, amigo. Ya te preocuparás cuando vuelvas. Quizá sigan intactas.

— ¿Cómo leches van a seguir intactas? Si no las cuido, se mueren. Se secan. Se pudren. Desaparecen.

— Son plantas. PLANTAS. Yo mismo te compraré unas nuevas cuando volvamos.

— No entiendes nada. Hay cosas que no son sustituibles. Yo mismo hice crecer aquellas plantas desde la tierra. Desde el primer grano al último tallo. Tirar por la borda todo aquello sería...

— Normal. A todos nos pasa. De verdad que no te entiendo.

— Déjalo. Supongo que tú no habrás tenido nunca una planta.

— Claro que he tenido. Pero las considero como son, plantas. Me niego a estar de vacaciones preocupándome por unas plantas. Aquí también hay vegetación. Me gustan las palmeras.

— Lo que tú digas. Pero al volver no podrás meter dentro de casa una palmera.


Imagen: Nick Carlson