domingo, 19 de junio de 2011

Complejidad



— Lo sé. Lo sé, soy complicada. ¿Vale? Muy complicada. Sí, ni yo misma me entiendo.

— ¿Complicada? ¿Pero qué chorradas dices?

— Sí, soy un desastre. Nadie me entiende, ni yo misma lo hago. ¿Y qué quieres que haga?

— Yo te entiendo. No eres demasiado compleja. Que no te peines y vayas con cara de recién levantada no te hace complicada. Ni poeta.

— No. Verás. Mi mundo... Mi mundo interior es... complicado. Pienso mucho las cosas, ¿sabes? Las pienso mucho. Y donde mucha gente ve, simplemente, lo que es, yo veo muchas más cosas. Centenares de cosas.

— Es por 'eso' que fumas. No porque tu mente sea compleja. Eres simple, como el resto de la gente. Tan simple como que eres capaz de etiquetarte entre los que no tienen etiqueta.

— Y tú qué sabes. No me conoces. Tú no me conoces para nada. O lo tomas o lo dejas. Yo soy así. Pierdo el tiempo contigo. Podría estar leyendo o haciendo otras mil cosas.

— No. No podrías hacer otras mil cosas. Y tampoco lees para tanto. Lo que compras suele ser literatura barata. Bien, vale, vas en bici. Pero ir en bici se ha convertido en una cosa de pijos. Pijos que conducen bicicletas de ciclismo pensando que así son “más complicados”, “más complejos”.

— No tienes ni idea. Para ti nadie está a la altura. Tú y todos los cínicos como tú sois los que al final no se mueven por nada.

— Y los que son como tú creéis estar todo el día en continuo movimiento. Vuestra complejidad y vuestro conocimiento aparente hacen que monopolicéis el discurso de la pedantería. Sois artistas surrealistas que pretenden vender la moto de un complejo mundo interior. Dalí no era más que un hombre con muchos problemas mentales.

— Y tú un gilipollas.

— Sólo los martes.



Imagen: Big Tigerbear

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