miércoles, 31 de agosto de 2011

Tortuguita


— Tú eres mi cielo.

— Y tú mi vida.

— Una estrella en medio de una noche oscura.

— El amor que alumbra mi vida.

— Mi media naranja.

— La niña de mis ojos.

— La persona con la que quiero que me entierren.

— Mi trocito de pan.

— Mi vida.

— Mi amor.

— La cosa más bonita del mundo.

— Lo único que quiero besar.

— Mi tortuguita.

— ¿Tu tortuguita?

— Sí.

— ¿Qué dices?

— ¿Qué pasa?

— ¿Tortuguita? ¿A qué viene eso?

— No sé...

— Lo hemos dejado.



Imagen: Ibai Acevedo

lunes, 22 de agosto de 2011

Pequeños sacrificios

— Cariño, ¿podrías cortarte una pierna por mí?

— ¿Una pierna?

— Sí.

— ¡No!

— ¿Por qué? ¿No me quieres?

— ¡Es una pierna!

— Siempre piensas sólo en ti.

— ¡Claro que pienso en mí! Joder, ¡es una pierna!

— Pero tienes dos.

— ¿Y qué?

— Ven. Toma, ya verás, sujeta esto.

— ¿Eso? ¿Para qué? ¿Qué haces?

— Tú sujeta.

— ¿Vas en serio?

— Claro.

— No me divierto.

— No se trata de uno de esos fines de semana en los que hay que divertirse.

— Para qué ibas a querer tú una pierna, ¿eh?

— Eso a ti no te importa.

— Claro que me importa, es mi pierna. Así que ya vale. Para. ¿Qué haces? ¡Déjame!

— Nunca me demuestras cuánto me quieres. ¿No es cierto? Nunca me lo dices. Nada. Simplemente te acuestas conmigo y luego... Nada más. Así que muerde esto, no grites.

— ¡Pero qué haces! ¡Suéltame! ¡Que me sueltes, te he dicho! ¡Te quiero! Si eso es lo que quieres oir,¡te quiero! ¿Vale?

— Ahora ya no vale. Ahora es muy fácil para ti, ¿verdad?

— ¿Esto te parece fácil? Dios mío, estás loca. Para. Para ya antes de que nos hagamos daño.

— No nos vamos a hacer daño.

— Antes de que tú me hagas daño.

— No te dolerá. Después de esto sabré que me quieres.

— ¡No te querré! Joder, es una pierna.

— ¿Te aprieta esto?

— ¿Que si me aprieta? ¡Sí, claro que me aprieta!

— Bien.

— ¿Bien qué?

— Que durante todo este rato no has hecho nada por evitar que te corte la pierna. Por eso creo que realmente quieres que te la corte. Realmente te sientes culpable. Pero ya es tarde.

— ¿Tarde? Por favor... sé que no tengo mucha fuerza. Eres más alta que yo. Lo sabes. Nunca me como el segundo plato. Pero te quiero, de verdad que te quiero.

— ¿Cuánto me quieres?

— Mucho.

— ¿Mucho? No te creo.

— ¡Pues deberías creerme!

— ¿Y cuánto es mucho?

— No sé, lo suficiente. Mucho. Muchísimo. ¡Tanto que daría una pierna por ti!

— ¿Y para qué iba yo a querer una pierna?

viernes, 12 de agosto de 2011

Esperando

Al llegar a casa estaba tumbada sobre el sofá. Con la cara llena de marcas del cojín. Con todos los músculos desactivados. Como si la hubieran apagado. Con un brazo colgando. Con la boca abierta. Indefensa. Y sin mirada. Como si la hubieran puesto ahí para ti. Como si el suelo entero estuviera lleno de alarmas. Como si al guardar silencio estuvieras robando. Como si ella fuera capaz de apreciar el calor de una manta. Como si el mundo se hubiera detenido en ese momento con la televisión encendida. En ese instante. En el que ella tiene la boca abierta y un brazo colgando. Y está indefensa. Sin mirada. Esperando.