Bien, podría parecer que haberla
dejado en su casa y besado dos veces significaba algo. Pero no lo
tenía tan claro. La música del coche le había dejado tocado.
Cualquiera puede enamorarse en no menos de cuatro minutos si escucha
Tom Waits. Ensimismado. Con las manos sobre el volante. Conduciendo
como si fuera Chicago.
Así es difícil ver las luces de una
ambulancia por el retrovisor. Primero parpadean como intermitentes.
Después se hacen grandes como luciérnagas. Y al final es el sonido
de la sirena el que acaba provocando la estampida de coches. Era el
minuto 2 de canción, en un well, the night does funny things
inside a man, cuando percibió que debía echarse a un lado. La
ambulancia siguió todo recto a la velocidad de la luz y sus
pensamientos cambiaron repentinamente.
Recordó aquella noche en que se
llevaron a su padre de casa. Respiraba tan rápido como un ciclista
en Alpe d'Huez, pero no había hecho ni moverse del sofá. Entraron
dos hombres con una camilla y se lo llevaron a toda velocidad. Él
siguió a la comitiva y se montó en el asiento del copiloto.
-Muy buenas-, le dijo el conductor.
-Qué tal-, respondió él.
-Vamos allá. Soy Fran. Aunque todos me
llaman Moisés.
-Encantado, yo soy Juan.
-Mucho gusto. Ponte el cinturón.
Vamos.
Las luces naranjas empezaron a girar.
Era de noche. Había tráfico.
-¿Sabes por qué me llaman Moisés?-,
le preguntó el conductor en un semáforo.
-No-, le contestó él.
-Mira-. Y pulsó la sirena. Todos los
coches se hicieron a un lado. Sonrió.
Volvió de aquel recuerdo mientras veía
a la ambulancia alejarse por la carretera. Él iba 100 metros por
detrás, preguntándose si dentro habría algún enfermo. O a por
quién iban. Giró en una calle en dirección a su casa y fue la
misma que habían tomado las luces naranjas. Aparcó el coche. Pensó en su
padre. Corrió hasta su calle y vio bajarse de la ambulancia a un
señor bajito. Que apagó las luces, cerró el vehículo y se montó
con él en el ascensor.
-Perdone-, le preguntó él tras unos
segundos de silencio-, quizás me meta donde no me llaman. Pero, ¿no
había encendido usted las luces hasta venir aquí?
-Sí-, contestó el hombre-. Pero no es
lo que parece. Verá. Acabo de darme cuenta de cuánto quiero a una
mujer. Y he venido a decírselo.
Él no contestó. Miró al suelo y
después a las luces del ascensor. Y retomó en la cabeza la canción
que había dejado. Well, the night does funny things inside a man.