lunes, 17 de diciembre de 2012

35 Onomatopeyas

Aquí os presento '35 Onomatopeyas', un libro de relatos cortos que editaré junto a los compañeros de Libros.com mediante la plataforma de financiación crowdfunding.

Para que el proyecto salga adelante, necesito de 50 donaciones, que van desde los 5 euros del ebook a los 20 euros del libro físico (que te llegará a casa y cuyas páginas olerán a nuevo), además de otras opciones en las que se incluyen, por ejemplo, unas pegatinas que causarán furor, una vers ión locutada de todos los relatos que hará la competencia a los cantajuegos y una última opción que incluye una camiseta.

La portada ha sido diseñada por la humilde, trabajadora y gran amiga María Crosas. Una crack absoluta.

Este libro es una extensión de éste blog, donde me habéis visto escribir durante estos años junto a otros compañeros. '35 Onomatopeyas' incluye algunos de esos relatos y una gran cantidad de textos nuevos que he ido escribiendo durante estos meses y que espero que os gusten.

Esta es la página donde podréis comprar '35 Onomatopeyas' y difundirla si os apetece. Como aperitivo, Libros.com ofrece gratis el primer relato 'Besos cortos, besos largos', que estará incluido en el libro.

¡Muchísimas gracias!

https://libros.com/crowdfunding/35-onomatopeyas/

viernes, 2 de noviembre de 2012

Una emergencia

Bien, podría parecer que haberla dejado en su casa y besado dos veces significaba algo. Pero no lo tenía tan claro. La música del coche le había dejado tocado. Cualquiera puede enamorarse en no menos de cuatro minutos si escucha Tom Waits. Ensimismado. Con las manos sobre el volante. Conduciendo como si fuera Chicago.

Así es difícil ver las luces de una ambulancia por el retrovisor. Primero parpadean como intermitentes. Después se hacen grandes como luciérnagas. Y al final es el sonido de la sirena el que acaba provocando la estampida de coches. Era el minuto 2 de canción, en un well, the night does funny things inside a man, cuando percibió que debía echarse a un lado. La ambulancia siguió todo recto a la velocidad de la luz y sus pensamientos cambiaron repentinamente.

Recordó aquella noche en que se llevaron a su padre de casa. Respiraba tan rápido como un ciclista en Alpe d'Huez, pero no había hecho ni moverse del sofá. Entraron dos hombres con una camilla y se lo llevaron a toda velocidad. Él siguió a la comitiva y se montó en el asiento del copiloto.

-Muy buenas-, le dijo el conductor.
-Qué tal-, respondió él.
-Vamos allá. Soy Fran. Aunque todos me llaman Moisés.
-Encantado, yo soy Juan.
-Mucho gusto. Ponte el cinturón. Vamos.

Las luces naranjas empezaron a girar. Era de noche. Había tráfico.

-¿Sabes por qué me llaman Moisés?-, le preguntó el conductor en un semáforo.
-No-, le contestó él.
-Mira-. Y pulsó la sirena. Todos los coches se hicieron a un lado. Sonrió.

Volvió de aquel recuerdo mientras veía a la ambulancia alejarse por la carretera. Él iba 100 metros por detrás, preguntándose si dentro habría algún enfermo. O a por quién iban. Giró en una calle en dirección a su casa y fue la misma que habían tomado las luces naranjas. Aparcó el coche. Pensó en su padre. Corrió hasta su calle y vio bajarse de la ambulancia a un señor bajito. Que apagó las luces, cerró el vehículo y se montó con él en el ascensor.

-Perdone-, le preguntó él tras unos segundos de silencio-, quizás me meta donde no me llaman. Pero, ¿no había encendido usted las luces hasta venir aquí?

-Sí-, contestó el hombre-. Pero no es lo que parece. Verá. Acabo de darme cuenta de cuánto quiero a una mujer. Y he venido a decírselo.

Él no contestó. Miró al suelo y después a las luces del ascensor. Y retomó en la cabeza la canción que había dejado. Well, the night does funny things inside a man.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Besos cortos, besos largos

Pasaban largas horas besándose, comiéndose con los ojos, abrazados bajo una manta cálida de amor y deseo. En las primeras semanas, cuando todo comenzó, metían sus manos en los bolsillos traseros de los pantalones del otro y sobre aceras congeladas luchaban contra el frío. No había tiempo para mucha conversación. Se besaban a cámara lenta y con pies de plomo.

-¿Te das cuenta de que prácticamente no hablamos?-, le dijo ella entre risas en la quinta cita.

A él, que ya empezaba a soñar con ella, se le quedó grabada aquella frase. Tanto que al día siguiente imprimió en una hoja el código morse. “Podríamos seguir hablándonos mientras nos besamos, ¿qué te parece?”, le sugirió. Ella hinchó los mofletes, le miró como si estuviera loco y asintió con la cabeza.

Aquella misma noche, repasaron una a una las letras del abecedario. Y jugaron a crear palabras. Un beso corto significaba una “e”. Uno corto y uno largo, una “a”. Y tres largos, una “o”.

El siguiente paso fue iniciarse en la composición de frases cortas. “Necesito que me beses”. O “te echaba de menos”. Conocían las letras al dedillo. A la tercera semana, lo que había comenzado como un juego se convirtió en una auténtica forma de comunicación. Tanto es así que mantenían largas conversaciones sin hablar una palabra.

La cosa empezó a complicarse cuando cumplieron el primer mes. Se les podía ver besándose en una esquina, aparentemente felices como en la primera cita. Aunque en realidad discutían. Viva y acaloradamente. Con rencor y en silencio. “Ya nunca me pides que te bese”, le decía ella entre besos.

Aquellos “te quiero” del principio, breves y concisos, mutaron después en enrevesadas frases inquisitorias. “Ya no me besas con pasión”, le volvió a decir en 27 besos cortos y 25 largos. “Simplemente nos pasamos horas hablando en código morse y yo ya estoy bastante harta de todo esto”.

Entonces él se estremeció.

-¿Y qué quieres que hagamos?-, le preguntó en sus últimos besos.

-Que lo dejemos-, le respondió ella en voz alta.

lunes, 15 de octubre de 2012

GRACIAS

Cuando uno entra en Diario de Navarra es como si un futbolista fichara por el Real Madrid. Sabe que ha entrado a uno de los lugares en los que soñaba estar cuando imaginaba su trabajo perfecto. Conoce por haberlos leído a los redactores que más le gustan, ha pasado horas en las clases de la Universidad leyendo el periódico y a algunos, sólo a algunos, les pone cara. Yo entré por primera a Diario de Navarra un 24 de octubre de 2009. Recuerdo que Íñigo González me llamó al móvil una tarde para proponerme ir a trabajar con ellos los fines de semana. Lo acepté sin pensármelo dos veces. Me tocó cubrir un San Juan-River Ega y nunca olvidaré ese 2-1 con gol de Beñat. Esas cosas no se olvidan. Me tocó sentarme en el ordenador de Carmen Remírez y ahí se pergeñó la crónica más lenta jamás escrita. En silencio, me marché con timidez y volví al día siguiente.

Hoy, tres años después de aquel primer día, me marcho con aquellos redactores a los que admiraba convertidos en mis auténticos amigos. Es difícil encontrar a gente tan buena de la que aprender y escuchar. Simplemente tienes que sentarte ahí, preguntar sin miedo, tener muchas ganas y, por nada del mundo, creerte que lo sabes todo. El día a día te va poniendo en tu sitio. Hay que estar con los cinco sentidos alerta. Pensar: “Mira cómo habla con tal persona”. “Mira cómo ha buscado tal dato”. “Mira cómo ha hecho esta información tan buena”. “Mira cómo busca las fuentes”. “Mira cómo arranca este reportaje”. “Mira hasta qué hora se ha quedado confirmando tal información”. “Mira qué ganas e ilusión le pone a su trabajo”.

En estos tres años, gran parte de mis funciones se han desarrollado en deportes. Y es por eso que es la sección de la que con más propiedad puedo hablar. Luis, Santi, Fernando, Josetxo, Íñigo, María y Josemari. Son los siete nombres. Aquel primer día en el periódico fue muy especial.

Recuerdo cómo Luis estaba sentado en su sitio, en silencio, tecleando cada palabra con mimo y con sus dedos de pianista. Me pareció un tipo serio. Alguien a quien no entrarle con tonterías en la primera conversación. No lo hice. Esperé hasta que llegó la ocasión en que me corrigió unas páginas. Tomó un bolígrafo, paró todo lo que tenía que hacer e inclinado hacia adelante marcó lo que no estaba correcto. Luis es un tipo honesto. Si algo no está bien, te lo dirá. Pero querrá que mejores, y se dejará la vida porque lo hagas. Desde aquel día, puedo decir que congeniamos. Su locura mental coincide bastante con la mía. Y transmite unas ganas de vivir que nunca había visto antes. Exprime cada hora. La disfruta. Ama a su familia y la quiere con locura. Adora la bicicleta y lleva una disciplina espartana que le hace seguir superándose cada año en la Quebrantahuesos. Y a la vez, es capaz de ser profesor en la Universidad y dejarse los cuernos cada día en la redacción por buscar la mejor forma en la que el periódico lleve al día siguiente una información atractiva. Es un tipo admirable. De esos en los que te quieres convertir cuando seas mayor. Una mirada basta para entendernos. Y sé que siempre estará ahí cuando lo necesite.

Santi era una de esas personas a las que ponía cara antes de entrar al periódico. Me apetecía conocerle. Es de esos que caen bien a la primera. Dispuesto a ayudar, vacilón desde el primer minuto. Pocas personas en el mundo disfrutan tanto con su trabajo. Ha nacido para esto. Para incordiar, para buscar el dato, para no quedarse con la primera versión, para hacer llamadas, para mirar en internet, para dar la exclusiva y para mantener siempre un rigor de cotas altísimas. Sabe de (casi) todo y de lo que no, se esfuerza en conocerlo. Y le gusta Sabina, Bob Dylan, Leonard Cohen, Quique González y Jakob Dylan. Eso lo dice todo. Sin él, la sección sería mucho más aburrida. Es imposible que no te saque una sonrisa. Es una de esas personas a las que tienes que conocer una vez en la vida para saber cómo es alguien que merece la pena.

En aquel mes de octubre en que llegué al Diario, hacía un año que Iñaki Ochoa de Olza se había dejado la vida en el Annapurna. Había devorado las páginas que Josetxo había hecho sobre el tema y le admiraba desde hacía mucho tiempo. Aquel trágico final, en el que sé que Josetxo lo dejó todo en un trabajo sublime durante unos largos y agónicos días sin apenas dormir, supuso para mí todo un ejemplo de cómo tratar de forma respetuosa, digna y fiel una información tan complicada -Iñaki también era su amigo-. Siempre admiraré a Josetxo por todo aquello. Es el redactor silencioso. Cubierto en su mesa por una montaña de papeles y carpetas, domina la montaña y el balonmano como nadie. Sabe cuidar las relaciones personales y antepone la amistad y el respeto hacia una fuente por encima de todas las cosas. Es un periodista íntegro. De calibre. Una persona de las que no te fallan. Un gran amigo dispuesto siempre a echarte una mano y escucharte el tiempo que necesites.

Fernando es una persona con sensibilidad. Si alguna vez leéis alguna de sus crónicas, reportajes o artículos, podréis ver que lo que él cuenta es difícil que lo vean otros ojos. Siempre tiene una visión distinta -y más especial- de las cosas. Busca el dato desconocido, el personaje que a todos se les pasó por alto o la cita oculta. Es una de las personas más rigurosas que he conocido nunca. Posee un conocimiento del mundo del deporte, sus entrañas y su historia que no había visto antes. Es difícil pillarle en un renuncio, y esa capacidad por llevar siempre el detalle más preciso le convierte en un valor irremplazable. Ese rigor y esa fidelidad le llevan a ser una persona admirada, respetable, alguien que se gana tu amistad. Nos hemos reído como nadie imitando voces, personajes y situaciones. Y lo seguiremos haciendo.

Íñigo fue la persona que me enseñó todo y nunca olvidaré la paciencia que posee para explicar a los recién llegados cómo funciona el sistema, cómo aplicar las fuentes, qué errores no cometer y qué cosas corregir. Su forma de ser le convierte en la persona perfecta para hacer que los no habituales se sientan lo más cómodo posible. Conmigo lo ha hecho durante estos tres años y siempre ha estado dispuesto a explicarme todo una y mil veces. Hace dos años, decidimos poner en marcha unas “historias de nuestro fútbol” en las que mostrar a aquellas personas ocultas del fútbol regional. Disfruté como un enano escribiéndolas en la Universidad, y todo aquello fue en parte gracias a él. Ahora es un amigo como pocos, con el que puedo acabar llorando de la risa sin dificultad. En la vida uno se encuentra con pocas personas que merezcan tanto la pena. Y a él le debo gran parte del privilegio de haber podido escribir durante tanto tiempo en Diario de Navarra.

Si abrís las páginas de deportes, lo primero que leeréis la mayoría de los días será la firma de María. María es la encargada de informar sobre Osasuna -seguramente la información más leída de todo el periódico-, y lo lleva haciendo durante mucho mucho tiempo. Cuando yo todavía estaba empezando a saber escribir, ella ya llevaba varios años haciéndolo en el Diario. Por su pluma han pasado muchos de los años de la historia de los rojillos y tiene un dominio de lo que es y significa Osasuna que muy pocas personas -incluida la gente del club- tienen. Aunque es una amante de los Beatles que todavía no sabe que Bob Dylan fue el mejor, siempre ha sabido cuidarme con cariño dentro de la sección. Sé que me aprecia tanto como yo le aprecio a ella.

Y liderando el buque está Josemari. La persona que tiene el privilegio de estar al cargo de una sección tan talentosa. El encargado de hacerla funcionar, de hacer que entre todos se saquen TODOS los días páginas interesantes. Juntos, los dos, hemos hablado de cine y de la vida durante largas horas. Hemos intercambiado películas, discos de Dylan, entrevistas y vivencias de nuestro día a día que guardaré con mucho cariño. Sé que algún día dirigirá un western de los que tanto le gustan y yo seré el primero en ir al cine con unas palomitas. Me ha dejado desarrollar todo el potencial que he podido sacar durante este tiempo y le estaré eternamente agradecido por haberme dado esta oportunidad.

A todos ellos, a Rubén, Aitor, Andrea, Silvia, Irache, Ignacio, Carmen, Noelia, Aser... y TODA las personas que conforman Diario de Navarra y que tan fácil me lo han puesto durante estos años, quiero darles las gracias. Gracias también a todas las personas de cuyas historias he podido informar, ya que sin ellos, sin su superación, sin su esfuerzo diario y sin sus ganas sería imposible sacar cada día un periódico que merezca la pena.

Hoy concluye para mí una etapa preciosa de mi vida. He aprendido y disfrutado mucho. Sé que nos volveremos a ver. GRACIAS.

sábado, 29 de septiembre de 2012

El precio de la leche

Cómo leches se ha dejado las luces encendidas. Cómo leches su hijo le ha contestado de aquella manera. Cómo leches el coche se ha quedado sin batería. Cómo leches llueve. Cómo leches ha comprado una sandía que no sabe a nada. Cómo leches su mujer le ha hecho ir al cine para ver semejante película. Cómo leches tiene que madrugar todos los días. Cómo leches juegan los niños con el balón en la plaza a todas horas. Cómo leches no le han atendido con premura en el restaurante. Cómo leches hay un atasco monumental a esas horas. Cómo leches le ha parado la policía. Cómo leches los bares ya no ponen ninguna canción que le guste. Cómo leches la televisión ha degenerado en un circo de farsantes. Cómo leches la maldita crisis se está llevando todo por delante. Cómo leches pueden triunfar los restaurantes de comida rápida. Cómo leches los de Ryanair no tienen asientos más cómodos. Cómo leches puede estar tan fría la comida después de dos minutos en el microondas. Cómo leches el Real Madrid ha perdido por goleada. Cómo leches hace tanto ruido el colchón por las noches. Cómo leches lo que sale barato al final sale caro. Cómo leches el locutor no tiene ni idea de ciclismo. Cómo leches el mecánico le ha pegado semejante sablazo. Cómo leches el móvil se ha quedado sin batería. Cómo leches tiene dolor de cabeza. Cómo leches las bicis van ocupando toda la calzada. Cómo leches la cama está sin hacer. Cómo leches echan seis minutos de anuncios. Cómo leches no queda más champú. Cómo leches le da tanta importancia a asuntos estúpidos. Cómo leches no ha dedicado ni un segundo más de su vida a disfrutar.

viernes, 27 de julio de 2012

La historia de su vida

Se armó de papel y bolígrafo. Se encerró en una habitación y solamente dejó encendida una lámpara. En un mes, tuvo lista la historia de su vida. Su alegre infancia. Su dura adolescencia. Sus desamores. Sus fracasos. Sus victorias. Un volumen de 200 páginas que encuadernó, numeró, corrigió durante un mes y dio nombre. 'Cuidado'.

En la empresa en la que trabajaba anteriormente, un lunes, el gerente le llamó a su despachó y le dejó que abriera él mismo un sobre que llevaba su nombre. Lo miró sobre la mesa, se lo llevó a las manos y lo abrió. “Desafortunadamente, la empresa ha decidido...”, comenzaba la carta, que anunciaba su despido.

Dos meses habían pasado desde entonces. Ahora, con su vida bajo el brazo, golpeó con los nudillos puertas de editores que no llegaron a abrirse y otras que sí lo hicieron. Le invitaron a pasar, le dijeron que dejara el libro en recepción y después ya no sabía nada más. Le habían llamado de un par de lugares, pequeñas editoras en busca de nuevos talentos. “Siéntese en la silla, por favor”, le habían sugerido en un par de ocasiones, a lo que continuaba, de nuevo, un “desafortunadamente”.

Una vez, un hombre de gafas, pero sin un meñique en su mano izquierda, le dio un consejo. “Amigo, trate de convertir esa historia que quiere transmitir en algo grande. Haga que la chica de las uñas azules regrese. Dele al lector un respiro. No convierta todo en un profundo agujero de mierda”. Se apretaron las manos, y se marchó.

Lo del libro no funcionaba. Ya no quedaban copias de las treinta que había imprimido. Y se marchó a un bar, donde una noche consiguió olvidar por completo la habitación sin ventilar en la que se había convertido su vida. Todos los borrachos de la barra lo pudieron escuchar. “No voy a seguir. Lo dejo. ¿Me estáis escuchando? A la mierda”.

Por la mañana, compró el periódico, zumo para la resaca y un rotulador. Y llamó al taller donde necesitaban “una mano con los envíos”. Hecho. Empezaba la semana que viene. Impoluto, se presentó a tiempo en su primer día y condujo el coche por toda la ciudad. “¿Eres el nuevo?”, le preguntaron después de que las puertas se abrieran. Ocho horas, y llegó el segundo día.

Conoció a Van Gogh. Su compañero, no el pintor. Él no era pelirrojo. Un perro le arrancó la oreja de pequeño y sus compañeros de instituto hicieron el resto con el apodo. “Verás, yo casi no recuerdo nada de aquel día. Me toqué la oreja y la mano se llenó de sangre. Vi cómo el perro se la comía”. Se señaló a la oreja, que ya no estaba. “Y tú, ¿cuál es la historia de tu vida?”, le preguntó. Aquella noche, imprimió una copia más, y al día siguiente se la llevó grapada.

Dos semanas después, coincidieron de nuevo en un envío.Tras una hora de silencio, se atrevió.

-¿Qué te pareció?
-¿Eh?
-El libro.
-Ah. Me gustó.
-Pero.
-Pero... le falta una historia de amor.
-Joder.

Fueron los últimos en abandonar el taller. Lo cerraron todo, apagaron las luces y se fueron al bar de la esquina. Allí estaba la hermana de Van Gogh. Su compañero, no el pintor. Pelirroja. “¿Cómo puede ser que tú seas pelirroja y él no?”, le dijo después de las presentaciones. En una esquina, los tres bebieron whisky y cerveza. Jugaron a dardos. Y pidieron otra ronda. Hasta que el hermano mayor tuvo que salir fuera a coger aire. “¿Van Gogh era alcohólico?”, soltó él, agotando la broma. “Déjalo”, le contestó ella, antes de ser interrumpida por su hermano, que asomó la cabeza por la puerta. “Os dejo, la cena no me ha sentado muy bien”.

Ebrios, cogieron de nuevo los dardos y jugaron a disparar tapándose un ojo. Luego los dos. Hasta que el tiro se fue desviado y uno de los camareros terminó sangrando por la nariz. Fuera, con los abrigos en la mano, hablaron por primera vez de sus vidas. Del miedo a la muerte. De la religión. Del sexo. Del tabaco. Y de los dentistas.

Y de su libro.

La llevó a casa. Ella le obligó. Le forzó a imprimirle una copia. “A tu hermano no le gustó nada”, le advirtió en la puerta, mientras se marchaba con los folios bajo el brazo. Un beso y la noche terminó ahí.

Un calor insoportable lo despertó al día siguiente. Bajó a por zumo. Y mientras pagaba, recibió un mensaje. “No puedes negarle una cita a una chica que ha pasado la noche en vela leyendo tu libro”. Quedaron. Ella pidió café y él un zumo de naranja.

-¿Ves mis ojeras? Son por tu culpa. También el café es por tu culpa.

-¿No has dormido nada?

-No. Hace un calor horrible.

-Yo casi no he podido pegar ojo.

-Me ha encantado.

-¿Qué?

-El libro. Me ha encantado.

-Gracias.

-Es tu vida, ¿verdad?

-Sí.

-Es triste. Pero es real.

-Yo...

-Escucha, ¿puedo decirte una cosa?

-Claro.

-Me gustaría salir en tu libro.

lunes, 23 de julio de 2012

El reflejo

La veía siempre dos filas más allá, en el segundo asiento, justo detrás de la mujer del bolso y el hombre canoso. Con la camisa de flores, el pantalón roto por las rodillas y una pulsera africana. Todas las mañanas. En el reflejo la observaba durante minutos, hasta que le tocaba disimular que miraba a la calle a través del cristal. Cada uno de los días, imaginaba cómo sería su voz, su risa, si sería zurda o diestra y qué canción era la que escuchaba en su mp3.

Cuando pasaron los meses, su imaginación había creado una personalidad completa. Tanto es así que comenzó a soñar con ella. Primero los lunes. Luego los viernes. Y después los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes. Y algún sábado. Soñaba que la llevaba a tirar piedras al río. A hacer puenting. A comerse un pollo asado en un acantilado. Soñaba que le llenaba toda la cara de nata mientras se dormía. Que conversaban bajo los aspersores. Que compraban libros y fascículos religiosos en un mercadillo.

Lo creó todo su mente. Él ni siquiera tenía que pensar en ella antes de irse a dormir. De una forma inconsciente, alcanzó una relación de ocho horas al día. Sin discusiones. En lugares como Roma, Londres, Valladolid, la Luna o Teruel. Y al despertar, ningún problema de la vida en pareja le incomodaba. Hacía vida normal. Y al subirse al autobús, allí seguía ella, como si no se hubiera enterado de nada. Como el primer día. Escuchando música, con el pantalón roto y con sus camisas de flores.

Hasta que un día, el autobús subió de precio. Lo ponía en un cartel. DIEZ CÉNTIMOS. “¿Diez céntimos?”, preguntaron a la vez. “Sí, diez céntimos”, contestó el revisor. Pagaron, y siguieron. Caminando hasta los asientos. En una discusión acalorada en la que estaban de acuerdo. Indignados como se encontraban los dos. Hasta que el viaje siguió su curso. Y le escuchó hablar. Y le miró a la cara. Y le preguntó su nombre. Y le contestó que Marta. Y que estaba encantada.

Y entonces todo comenzó a complicarse.

martes, 3 de julio de 2012

La herida

Tiene algo de sacarse una bala del cuerpo. De pegarse un trago de whisky. De escupirse en la herida. De quedarse tocado. De haber perdido en un duelo, en el que el brazo ha sido más lento que los reflejos del adversario.

sábado, 30 de junio de 2012

Sigue intentándolo

Sigue intentándolo una y mil veces. Sin descanso. Aunque derriben tus cimientos con cargas de dinamita. Aunque el mundo no se divida entre justos e injustos. Aunque muchos esfuerzos no sirvan de nada. Repítelo frente al espejo. Aunque no te quieran, sigue intentándolo. Por esa sensación de haberlo logrado. Por la justicia, y porque el esfuerzo haya valido la pena. Sigue intentándolo.

sábado, 23 de junio de 2012

La soledad

Los han soltado en medio de la oscuridad. Van con los ojos vendados. Andando despacio. Muy lentamente. Con sus brazos extendidos y sus sentidos alerta. Tratando de palpar el miedo de lo desconocido. Cada uno por su lado. Durante horas. Hasta que cansados, y sin saber dónde están, sienten el brazo de otra persona. Que les agarra, que les acaricia la cara, que les abraza. Que les hace sentirse a salvo, en medio de esa profunda y oscura soledad.

viernes, 22 de junio de 2012

Duele más

Duele más un puñetazo. Duele más un meñique contra la esquina de una cama. Duele más caer eliminado en semifinales. Duele más un cubo de agua helada. Duele más suspender. Duele más perder una apuesta millonaria. Duele más no llegar a coger un avión. Duele más un día entero sin comer. Duele más una alarma a las seis de la mañana. Duele más una neumonía. Duele más terminar un buen libro. Duele más que te roben la cartera. Duele más perderse en el bosque.Duele más un insulto. Duele más ser despedido. Duele más morderse la lengua. Todo duele más. Pero se cura antes.

miércoles, 20 de junio de 2012

El guión

Estudié en la Universidad. Reciclé. Compré café de comercio justo. Utilicé los intermitentes. Comí fruta cuatro veces al día. Aprendí inglés. Le recogí el pelo mientras vomitaba. Firmé en una carta de apoyo al Tercer Mundo. Invité a una copa. Le dije a la cajera que se quedara con el céntimo. Escuché sus problemas durante horas. Cedí el paso a los coches atascados. Apoyé el matrimonio homosexual y reivindiqué los derechos de los seres humanos. Enseñé desde cero a usar un programa. Me acosté de madrugada haciendo un trabajo. Le dije que la quería. Besé a mis abuelas y les aseguré que ellas eran las más guapas del mundo. Pasé la ITV. Pagué la Seguridad Social. Malviví para mantenerme. Creí en el talento. El esfuerzo. El mérito. La ilusión. Y la perseverancia. Confié en la política. Voté. Ahorré todo lo que tenía. Admiré el trabajo de mis padres. Me enamoré. Me rompieron el corazón. Me repuse. Amé mi trabajo. Viajé. Seguí una rutina. Pinté mi habitación. Me volví a enamorar. Aprendí a estar en silencio. A no sorber la sopa. Llamé de usted a las personas mayores. Traté con respeto a quien no lo merecía. Fui sincero. Pensé lo que decía. La amé con todas mis fuerzas. Ordené mis pensamientos. Dormí más de ocho horas. Confié en ella. Expulsé el USB con seguridad. Lavé las manzanas. Cambié el rollo de papel. Cedí el asiento. Sonreí con ganas. Jugué limpio. Fui feliz. Hice la cena. Dejé que ella se durmiera sobre mi brazo. Confeccioné listas. Tuve una agenda. Fui puntual. Solucioné problemas. Le cogí el teléfono a las 5 de la mañana. Me rompió el corazón. Entré en misa. Celebré un Mundial. Doné dinero. Me callé. Y así continué por si acaso algún día mejoraban las cosas.

martes, 22 de mayo de 2012

Derribo

Los puedes ver por la calle. Hundidos. Y no te darás ni cuenta.

lunes, 21 de mayo de 2012

El soldado 347

Entre las balas y las trincheras, el soldado de placa con número 347 se acurrucaba entre el lodazal encogido sobre una libreta de hojas amarillentas y un lápiz desgastado. Antes de que las bombas comenzaran a caer sobre toda la ciudad, el soldado 347 dirigía una sastrería donde confeccionaba los trajes más caros. Ahora, con las botas llenas de barro y el olor a orines que desprendía la guerra, sus compañeros lo solicitaban tras dos meses de intensa batalla.

Lo solían hacer con sigilo. Por las noches, un punterazo de alguno de los soldados lo despertaba sobresaltado mientras, agachados y entre susurros, le rogaban el enorme favor de dibujar a sus novias. Se lo solían pedir con vergüenza y, en ocasiones, en un tono amenazante. “Verás, yo, he oído que tú, dibujabas...”. Y mientras la ciudad se iluminaba estruendosa, el soldado 347 realizaba preguntas que encontraban respuestas de este tipo: “Morena”, “ojos grandes”, “nariz pequeña”, “pómulos marcados” o “tetas grandes”. Ésta última era especialmente repetida. Los soldados, ávidos de un recuerdo al que no lograban aferrarse, solicitaban líneas gruesas, juventud, firmeza. “¿Y tú qué miras?”, acostumbraban a preguntar cuando el dibujo estaba terminado y él daba los últimos retoques. “Nada”, contestaba él.

Así continuó la guerra. Primero durante cinco largos meses. Después durante un año. Luego dos y así le siguió un tercer año de contienda. Por aquel entonces, ya no quedaban novias por dibujar, así que los soldados llegaban a él con nombres de actrices famosas y, en ocasiones, novias de otros compañeros. En un momento dado, los reclutas comenzaron a intercambiar paquetes de tabaco, e incluyeron en sus operaciones los dibujos que el soldado 347 había dibujado para ellos.

Al cuarto año, durante una mañana nefasta para el grupo, los soldados perdieron la ciudad. Murieron por miles. Obligados a retroceder, se reagruparon en un viejo granero, donde hicieron recuento y apenas se encontraron una treintena de hombres. No estaba entre ellos el soldado 347, al que una bala había atravesado el corazón por la mañana. Fueron momentos difíciles. Todos rezaron. Y aquella noche, nadie preguntó por él.

Al día siguiente, se perdió la guerra.

viernes, 6 de abril de 2012

El ruido

Casi no se dio cuenta pero lo consiguió. Él no paraba de moverse en la cama, abrasado por el ruido del cortacésped, la mosca incómoda y el sonido del aspirador. Todo aquello le hacía tener terroríficas pesadillas, sueños que se venían abajo en el último instante. Y ella casi no se dio cuenta de haberlo conseguido. Por arte de magia, silenció el ruido de la pesada máquina, cortó las alas del insecto infecto y desenchufó el aparato de la pared. Todo se quedó en calma. Lo hizo con movimientos lentos, como mecida por una marea tranquila, sosegada, en calma. Como el Mediterráneo. Dejándose llevar cuando lo vio angustiado, sudoroso sobre la cama. Sin poder alcanzar sus sueños. Encontrándose dormido como estaba, sin saber que era ella la que había terminado con el ruido.

domingo, 26 de febrero de 2012

Póker

No se quitaba el pitido de la cabeza cuando llegó a casa. Se metió en el baño y dejó correr el agua del grifo. Le goteaba la nariz. Le dolía la mandíbula. El lavabo empezó a tomar un color rojo, denso, de sangre. Aquellos dos tipos no le habían dejado defenderse. Uno le cogió por la espalda mientras el otro, con el estilo de los boxeadores, desplomó sobre su barriga un puñetazo seco y un gancho sobre su cara. “Las chicas no pertenecen a nadie”, había dicho él minutos antes dentro del bar cuando aquellos tipos habían reclamado a la rubia a la que estaba besando.

El agua se ponía cada vez más roja, pero el grifo llevaba ya varios minutos abierto. Lo cerró y se entamponó la nariz con papel higiénico. Con aquel escándalo, su mujer aparecería por allí en cualquier momento. Dolorido en las costillas, se apoyó en la pared y entró en la habitación con la sutileza de los nadadores sobre el agua. “¿De dónde vienes?”, le preguntó ella con su ojo derecho entreabierto. “Hemos estado jugando al póker”. Y se echaron a dormir.

A la mañana siguiente se levantó con jaqueca y con una carretera en obras sobre su cabeza. El pitido había desaparecido. Pero había puesto las sábanas perdidas de sangre. “¿Me vas a decir que lo de la nariz te lo hiciste jugando a las cartas?”, inquirió ella mientras se deslizaba sobre el albornoz. “Me empezó a sangrar anoche, mi madre se volvía loca conmigo y las lavadoras cuando era pequeño”, inventó él, antes de recostarse sobre su lado menos dolorido y esperar a la hora de comer para aparecer por la cocina.

Su vista se fundió a negro al incorporarse sobre la cama. Volvió cinco segundos más tarde, con el olor a bacon fresco. “¿Hay bacon?”, le preguntó a su mujer. “No, es salmón”, le respondió ella. Hizo una mueca, contrariado. Dio unos pasos hasta el fregadero y levantó la tapa que había sobre la encimera. Cinco lonchas de bacon brillaron grasientas. “Sabía que había bacon”, dijo mientras su mujer le lanzaba una sonrisa, “podía olerlo desde la cama. Siempre sé cuándo me estás mintiendo”.

sábado, 21 de enero de 2012

Gemelos

Eran como dos gotas de agua. Desde que nacieron, sus padres les pusieron la misma ropa y les dio igual si llamaban a uno o a otro si al final cualquiera de los dos ponía la mesa. Después fueron creciendo y los gemelos se dejaron uno el pelo más largo que el otro. Y resultó que el hermano de pelo corto alcanzó un gran éxito con las mujeres en su paso por la universidad. Su gemelo, sin embargo, veía pasar el tren del amor y la lujuria desde la grada. Incluso su hermano sacaba mejores notas, el pelo le crecía más fuerte, ganaba en los juegos de habilidad y era infinitamente mejor que él jugando a fútbol. Una vez, para probar, cogió el móvil de su hermano y quedó con la que por aquel entonces era su novia. Y cuando el truco había funcionado, sentados en un parque, sacó la lengua para besarla. Ella le apartó. “¡Parece que no has besado en tu vida!”, le dijo, y se marchó por donde había venido. Su hermano era, a todas luces, el hijo favorito del Creador. A él le tocaba ser la pieza en stock, la segunda bolsa que se queda atrapada en la máquina expendedora, la versión no actualizada del sistema, el doble para las escenas de acción, el suplente, el borrador, la cara oculta de la Luna, la oferta de regalo al comprar dos latas de atún. Y nadie le había conseguido explicar nunca la razón. El motivo por el que su hermano gemelo era infinitamente más afortunado que él. Hasta que un día su madre, que le había escuchado llorar desde el pasillo, entró a su cuarto y se sentó junto a su lado. Las manos sobre el delantal. Y le explicó, con el mayor tacto del mundo, que era adoptado.

lunes, 16 de enero de 2012

Los contras

Le abrió la puerta al salir. Le dio besos al llegar a casa. Le hizo la cena. Fregó los platos. Condujo durante más de seis horas hasta Barcelona. Intentó no pisar los baches para que no se despertara. La llevó a conciertos de grupos que no conocía. Le dijo que su arroz estaba muy bueno. Que el vestido le quedaba muy bien. Le subió en brazos por las escaleras. Dejó de ver el fútbol los fines de semana. Vio series de mujeres desesperadas. Le colgó para llamarle él. Le dio la razón en varias discusiones. Le dijo que le seguiría al fin del mundo. Le prometió que bebería menos. Le dijo que se lo había pasado bien con sus amigas. Pagó las entradas del cine. Se fue a casa antes de tiempo. Le acompañó hasta la puerta. Vio cómo ella se quedaba dormida con su película favorita. Le dio igual contagiarse con un beso. Le dio su abrigo en una noche heladora. Le dijo que aquella chica no era para nada atractiva. Le contó cosas que nadie sabía. Votó a un partido diferente. Le dio suaves y prolongados masajes. Nunca gritó. Aceptó nombres ficticios horribles para sus hijos. Puso en Facebook que tenía una relación sentimental con ella. Le escribió poesía. Se gastó dinero en un candado. Le dejó toda la manta para ella. Aceptó un día malo. Le llevó a cenar. Le escuchó con paciencia. Le cogió de la mano. Le dijo que dejarle había sido la decisión más difícil de su vida.

miércoles, 11 de enero de 2012

El silencio

Ella estaba en el balcón mientras la música sonaba. El resto lanzaba dardos contra una pared repleta de globos y tres tíos bebían chupitos boca abajo tumbados sobre una cama. Él la vio con una bolsa llena de trozos de pan. Los tiraba a la calle. “¿No se acerca ninguna paloma?”, le preguntó mientras se subía los cuellos y resoplaba con el frío callejero. Ella se encogió de hombros. No dijo ni una palabra. Después le acercó un vaso lleno de whisky. “¿No estará envenenado?”, le preguntó. Ella arqueó con intriga una ceja, mientras él se llevaba el vaso a la boca. Dio un trago. Se pasó la lengua por los labios. La miró fijamente. Y comenzó a toser. Se agarró la garganta con las manos. Luego se dio golpes contra el pecho. Se agachó. Se puso de rodillas. Y se quedó tendido sobre el suelo. Ella no dijo ni una palabra. Hasta que él abrió un ojo. Y le sacó la lengua. Los dos rompieron a reír.

El móvil estaba en su bolsillo derecho. Lo sacó desde el suelo, sin moverse. Tecleó unas cuantas palabras. Después se oyó algo vibrar. Ella se llevó la mano a su bolso y sacó un móvil. Se le iluminó la cara. Literalmente. Le miró a él, tendido en el suelo, haciéndose el muerto. “Estoy muerto. Has sido tú”, ponía en la pantalla. “¿Me perdonas? Estabas asustando a las palomas”, contestó ella. “Todos sabrán que has sido tú”. “Lo negaré”. “El FBI puede ver lo que escribimos”. “Tiraré el móvil al río”. “Pero encontrarán tu ADN”. “¿Mi ADN?”. “Por todo mi cuerpo”.

Entonces, ella entró dentro y él se quedó allí tumbado.

viernes, 6 de enero de 2012

Una llamada perdida

—¿Sí?

—¿Pablo?

—¿Qué pasa?

—¿Estás dormido?

—No, claro que no. Hablo en sueños.

—Perdona que te llame a estas horas.

—¿Qué pasa?

—Escucha, yo...

—¿Qué demonios pasa?

—He besado a un chico.

—¿Y para eso me llamas?

—¿Qué?

—¿Me despiertas para eso?

—Joder, Pablo, he besado a un tipo.

—¿Y por qué no me llamas mañana?

—Porque lo he besado hace 10 minutos. Lo siento mucho yo iba a...

—No, yo lo siento por ti.

—¿Qué?

—Que yo lo siento por ti. Lo mío tiene fácil solución.

—¿No te vas a enfadar?

—¿Enfadarme? ¿Por qué?

—Tú me quieres.

—Claro que te quiero. Pero has sido tú la que lo ha cagado. No es mi problema.

—¿No me vas a gritar?

—Es eso lo que más te preocupa, ¿que te grite?

—No quiero que me grites.

—No te gritaré. Quiero dormirme.

—Yo...

—Verás. No importa. Se te pasará con el tiempo. Descubrirás que no eres una zorra.

—No lo soy.

—Lo sé.

—No te volveré a llamar a estas horas.

—No me volverás a llamar.

—¿Qué?

—No me volverás a llamar.

—¿Nunca?

—No. No lo harás. Sé que estás arrepentida. Pero, joder, ¿a quién se le ocurre
despertar a su novio para decirle que le ha puesto los cuernos?

—Lo sé, yo...

—¿Era guapo?

—¿Qué?

—El tipo. ¿Era guapo?

—Sí. No sé. Creo que sí.

—¿Más guapo que yo?

—¡No, nunca!

—Qué imbécil.

—No me trates así.

—Yo te habría puesto los cuernos con una mujer mucho más guapa que tú. Joder, lo habría hecho. Te habría tenido respeto.

—No era feo.

—Eso espero. Joder, si pasa el tiempo y descubro quién era ese tipo... Si descubro que era rematadamente feo voy a volverme loco.

—No es feo. Te lo prometo.

—Júralo.

—Juro que no es feo.

—¿Está alguna amiga tuya por ahí?

—Sí. Sara. ¿Para qué?

—Dile que se ponga.

—¿Qué?

—¡Dile que se ponga! ¿Sara? ¿Sara? ¿Sara?

—Sí.

—¿Sara?

—Sí.

—Escucha.

—Dime.

—Aquel tipo. ¿Era más feo que yo?

—Bueno...

—No me mientas, ¿era más feo que yo?

—No, era más guapo.

—¡No me mientas! No le mires a ella a los ojos. Escucha. Era más feo, ¿verdad?

—Sí.

—¡Lo sabía!

—Escucha, Pablo. Tú eres rematadamente guapo.

—Espero serlo más que ese tipo.

—Por supuesto. Lo superarás, Pablo.

—Claro que lo superaré.

—Tendrás que salir adelante.

—Claro que lo haré. Me habéis despertado, ¿sabes?

—Lo siento. Fue idea mía.

—¿Que se liara con aquel tipo?

—¡No! Llamarte.

—Peor todavía.

—Perdona por haberte despertado para esto. De verdad que lo siento.

—No importa.

—Lo siento.

—Oye.

—Qué.

—¿De verdad crees que soy rematadamente guapo?

—Claro que sí.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Y qué haces mañana?