martes, 22 de mayo de 2012

Derribo

Los puedes ver por la calle. Hundidos. Y no te darás ni cuenta.

lunes, 21 de mayo de 2012

El soldado 347

Entre las balas y las trincheras, el soldado de placa con número 347 se acurrucaba entre el lodazal encogido sobre una libreta de hojas amarillentas y un lápiz desgastado. Antes de que las bombas comenzaran a caer sobre toda la ciudad, el soldado 347 dirigía una sastrería donde confeccionaba los trajes más caros. Ahora, con las botas llenas de barro y el olor a orines que desprendía la guerra, sus compañeros lo solicitaban tras dos meses de intensa batalla.

Lo solían hacer con sigilo. Por las noches, un punterazo de alguno de los soldados lo despertaba sobresaltado mientras, agachados y entre susurros, le rogaban el enorme favor de dibujar a sus novias. Se lo solían pedir con vergüenza y, en ocasiones, en un tono amenazante. “Verás, yo, he oído que tú, dibujabas...”. Y mientras la ciudad se iluminaba estruendosa, el soldado 347 realizaba preguntas que encontraban respuestas de este tipo: “Morena”, “ojos grandes”, “nariz pequeña”, “pómulos marcados” o “tetas grandes”. Ésta última era especialmente repetida. Los soldados, ávidos de un recuerdo al que no lograban aferrarse, solicitaban líneas gruesas, juventud, firmeza. “¿Y tú qué miras?”, acostumbraban a preguntar cuando el dibujo estaba terminado y él daba los últimos retoques. “Nada”, contestaba él.

Así continuó la guerra. Primero durante cinco largos meses. Después durante un año. Luego dos y así le siguió un tercer año de contienda. Por aquel entonces, ya no quedaban novias por dibujar, así que los soldados llegaban a él con nombres de actrices famosas y, en ocasiones, novias de otros compañeros. En un momento dado, los reclutas comenzaron a intercambiar paquetes de tabaco, e incluyeron en sus operaciones los dibujos que el soldado 347 había dibujado para ellos.

Al cuarto año, durante una mañana nefasta para el grupo, los soldados perdieron la ciudad. Murieron por miles. Obligados a retroceder, se reagruparon en un viejo granero, donde hicieron recuento y apenas se encontraron una treintena de hombres. No estaba entre ellos el soldado 347, al que una bala había atravesado el corazón por la mañana. Fueron momentos difíciles. Todos rezaron. Y aquella noche, nadie preguntó por él.

Al día siguiente, se perdió la guerra.