miércoles, 31 de octubre de 2012

Besos cortos, besos largos

Pasaban largas horas besándose, comiéndose con los ojos, abrazados bajo una manta cálida de amor y deseo. En las primeras semanas, cuando todo comenzó, metían sus manos en los bolsillos traseros de los pantalones del otro y sobre aceras congeladas luchaban contra el frío. No había tiempo para mucha conversación. Se besaban a cámara lenta y con pies de plomo.

-¿Te das cuenta de que prácticamente no hablamos?-, le dijo ella entre risas en la quinta cita.

A él, que ya empezaba a soñar con ella, se le quedó grabada aquella frase. Tanto que al día siguiente imprimió en una hoja el código morse. “Podríamos seguir hablándonos mientras nos besamos, ¿qué te parece?”, le sugirió. Ella hinchó los mofletes, le miró como si estuviera loco y asintió con la cabeza.

Aquella misma noche, repasaron una a una las letras del abecedario. Y jugaron a crear palabras. Un beso corto significaba una “e”. Uno corto y uno largo, una “a”. Y tres largos, una “o”.

El siguiente paso fue iniciarse en la composición de frases cortas. “Necesito que me beses”. O “te echaba de menos”. Conocían las letras al dedillo. A la tercera semana, lo que había comenzado como un juego se convirtió en una auténtica forma de comunicación. Tanto es así que mantenían largas conversaciones sin hablar una palabra.

La cosa empezó a complicarse cuando cumplieron el primer mes. Se les podía ver besándose en una esquina, aparentemente felices como en la primera cita. Aunque en realidad discutían. Viva y acaloradamente. Con rencor y en silencio. “Ya nunca me pides que te bese”, le decía ella entre besos.

Aquellos “te quiero” del principio, breves y concisos, mutaron después en enrevesadas frases inquisitorias. “Ya no me besas con pasión”, le volvió a decir en 27 besos cortos y 25 largos. “Simplemente nos pasamos horas hablando en código morse y yo ya estoy bastante harta de todo esto”.

Entonces él se estremeció.

-¿Y qué quieres que hagamos?-, le preguntó en sus últimos besos.

-Que lo dejemos-, le respondió ella en voz alta.

lunes, 15 de octubre de 2012

GRACIAS

Cuando uno entra en Diario de Navarra es como si un futbolista fichara por el Real Madrid. Sabe que ha entrado a uno de los lugares en los que soñaba estar cuando imaginaba su trabajo perfecto. Conoce por haberlos leído a los redactores que más le gustan, ha pasado horas en las clases de la Universidad leyendo el periódico y a algunos, sólo a algunos, les pone cara. Yo entré por primera a Diario de Navarra un 24 de octubre de 2009. Recuerdo que Íñigo González me llamó al móvil una tarde para proponerme ir a trabajar con ellos los fines de semana. Lo acepté sin pensármelo dos veces. Me tocó cubrir un San Juan-River Ega y nunca olvidaré ese 2-1 con gol de Beñat. Esas cosas no se olvidan. Me tocó sentarme en el ordenador de Carmen Remírez y ahí se pergeñó la crónica más lenta jamás escrita. En silencio, me marché con timidez y volví al día siguiente.

Hoy, tres años después de aquel primer día, me marcho con aquellos redactores a los que admiraba convertidos en mis auténticos amigos. Es difícil encontrar a gente tan buena de la que aprender y escuchar. Simplemente tienes que sentarte ahí, preguntar sin miedo, tener muchas ganas y, por nada del mundo, creerte que lo sabes todo. El día a día te va poniendo en tu sitio. Hay que estar con los cinco sentidos alerta. Pensar: “Mira cómo habla con tal persona”. “Mira cómo ha buscado tal dato”. “Mira cómo ha hecho esta información tan buena”. “Mira cómo busca las fuentes”. “Mira cómo arranca este reportaje”. “Mira hasta qué hora se ha quedado confirmando tal información”. “Mira qué ganas e ilusión le pone a su trabajo”.

En estos tres años, gran parte de mis funciones se han desarrollado en deportes. Y es por eso que es la sección de la que con más propiedad puedo hablar. Luis, Santi, Fernando, Josetxo, Íñigo, María y Josemari. Son los siete nombres. Aquel primer día en el periódico fue muy especial.

Recuerdo cómo Luis estaba sentado en su sitio, en silencio, tecleando cada palabra con mimo y con sus dedos de pianista. Me pareció un tipo serio. Alguien a quien no entrarle con tonterías en la primera conversación. No lo hice. Esperé hasta que llegó la ocasión en que me corrigió unas páginas. Tomó un bolígrafo, paró todo lo que tenía que hacer e inclinado hacia adelante marcó lo que no estaba correcto. Luis es un tipo honesto. Si algo no está bien, te lo dirá. Pero querrá que mejores, y se dejará la vida porque lo hagas. Desde aquel día, puedo decir que congeniamos. Su locura mental coincide bastante con la mía. Y transmite unas ganas de vivir que nunca había visto antes. Exprime cada hora. La disfruta. Ama a su familia y la quiere con locura. Adora la bicicleta y lleva una disciplina espartana que le hace seguir superándose cada año en la Quebrantahuesos. Y a la vez, es capaz de ser profesor en la Universidad y dejarse los cuernos cada día en la redacción por buscar la mejor forma en la que el periódico lleve al día siguiente una información atractiva. Es un tipo admirable. De esos en los que te quieres convertir cuando seas mayor. Una mirada basta para entendernos. Y sé que siempre estará ahí cuando lo necesite.

Santi era una de esas personas a las que ponía cara antes de entrar al periódico. Me apetecía conocerle. Es de esos que caen bien a la primera. Dispuesto a ayudar, vacilón desde el primer minuto. Pocas personas en el mundo disfrutan tanto con su trabajo. Ha nacido para esto. Para incordiar, para buscar el dato, para no quedarse con la primera versión, para hacer llamadas, para mirar en internet, para dar la exclusiva y para mantener siempre un rigor de cotas altísimas. Sabe de (casi) todo y de lo que no, se esfuerza en conocerlo. Y le gusta Sabina, Bob Dylan, Leonard Cohen, Quique González y Jakob Dylan. Eso lo dice todo. Sin él, la sección sería mucho más aburrida. Es imposible que no te saque una sonrisa. Es una de esas personas a las que tienes que conocer una vez en la vida para saber cómo es alguien que merece la pena.

En aquel mes de octubre en que llegué al Diario, hacía un año que Iñaki Ochoa de Olza se había dejado la vida en el Annapurna. Había devorado las páginas que Josetxo había hecho sobre el tema y le admiraba desde hacía mucho tiempo. Aquel trágico final, en el que sé que Josetxo lo dejó todo en un trabajo sublime durante unos largos y agónicos días sin apenas dormir, supuso para mí todo un ejemplo de cómo tratar de forma respetuosa, digna y fiel una información tan complicada -Iñaki también era su amigo-. Siempre admiraré a Josetxo por todo aquello. Es el redactor silencioso. Cubierto en su mesa por una montaña de papeles y carpetas, domina la montaña y el balonmano como nadie. Sabe cuidar las relaciones personales y antepone la amistad y el respeto hacia una fuente por encima de todas las cosas. Es un periodista íntegro. De calibre. Una persona de las que no te fallan. Un gran amigo dispuesto siempre a echarte una mano y escucharte el tiempo que necesites.

Fernando es una persona con sensibilidad. Si alguna vez leéis alguna de sus crónicas, reportajes o artículos, podréis ver que lo que él cuenta es difícil que lo vean otros ojos. Siempre tiene una visión distinta -y más especial- de las cosas. Busca el dato desconocido, el personaje que a todos se les pasó por alto o la cita oculta. Es una de las personas más rigurosas que he conocido nunca. Posee un conocimiento del mundo del deporte, sus entrañas y su historia que no había visto antes. Es difícil pillarle en un renuncio, y esa capacidad por llevar siempre el detalle más preciso le convierte en un valor irremplazable. Ese rigor y esa fidelidad le llevan a ser una persona admirada, respetable, alguien que se gana tu amistad. Nos hemos reído como nadie imitando voces, personajes y situaciones. Y lo seguiremos haciendo.

Íñigo fue la persona que me enseñó todo y nunca olvidaré la paciencia que posee para explicar a los recién llegados cómo funciona el sistema, cómo aplicar las fuentes, qué errores no cometer y qué cosas corregir. Su forma de ser le convierte en la persona perfecta para hacer que los no habituales se sientan lo más cómodo posible. Conmigo lo ha hecho durante estos tres años y siempre ha estado dispuesto a explicarme todo una y mil veces. Hace dos años, decidimos poner en marcha unas “historias de nuestro fútbol” en las que mostrar a aquellas personas ocultas del fútbol regional. Disfruté como un enano escribiéndolas en la Universidad, y todo aquello fue en parte gracias a él. Ahora es un amigo como pocos, con el que puedo acabar llorando de la risa sin dificultad. En la vida uno se encuentra con pocas personas que merezcan tanto la pena. Y a él le debo gran parte del privilegio de haber podido escribir durante tanto tiempo en Diario de Navarra.

Si abrís las páginas de deportes, lo primero que leeréis la mayoría de los días será la firma de María. María es la encargada de informar sobre Osasuna -seguramente la información más leída de todo el periódico-, y lo lleva haciendo durante mucho mucho tiempo. Cuando yo todavía estaba empezando a saber escribir, ella ya llevaba varios años haciéndolo en el Diario. Por su pluma han pasado muchos de los años de la historia de los rojillos y tiene un dominio de lo que es y significa Osasuna que muy pocas personas -incluida la gente del club- tienen. Aunque es una amante de los Beatles que todavía no sabe que Bob Dylan fue el mejor, siempre ha sabido cuidarme con cariño dentro de la sección. Sé que me aprecia tanto como yo le aprecio a ella.

Y liderando el buque está Josemari. La persona que tiene el privilegio de estar al cargo de una sección tan talentosa. El encargado de hacerla funcionar, de hacer que entre todos se saquen TODOS los días páginas interesantes. Juntos, los dos, hemos hablado de cine y de la vida durante largas horas. Hemos intercambiado películas, discos de Dylan, entrevistas y vivencias de nuestro día a día que guardaré con mucho cariño. Sé que algún día dirigirá un western de los que tanto le gustan y yo seré el primero en ir al cine con unas palomitas. Me ha dejado desarrollar todo el potencial que he podido sacar durante este tiempo y le estaré eternamente agradecido por haberme dado esta oportunidad.

A todos ellos, a Rubén, Aitor, Andrea, Silvia, Irache, Ignacio, Carmen, Noelia, Aser... y TODA las personas que conforman Diario de Navarra y que tan fácil me lo han puesto durante estos años, quiero darles las gracias. Gracias también a todas las personas de cuyas historias he podido informar, ya que sin ellos, sin su superación, sin su esfuerzo diario y sin sus ganas sería imposible sacar cada día un periódico que merezca la pena.

Hoy concluye para mí una etapa preciosa de mi vida. He aprendido y disfrutado mucho. Sé que nos volveremos a ver. GRACIAS.