A mí me gusta comer, no alimentarme. El placer de sentarse en una mesa con un plato delante, una copa y buena compañía es algo muy preciado y, desgraciadamente por algunas culturas, también muy despreciado.
No es que me guste la abundancia o el exceso, sino que encuentro mucho placer en la pausa y el ritual de la mesa. Saborear los alimentos y disfrutar con lo que se come, aunque sea el plato más simple, que muchas veces es preferible a los manjares copiosos. Una comida con dos platos, un postre, que se alargue hasta el café y si es necesario copa y puro. Le sumas una buena compañía y es casi el culmen de la felicidad.
Para que una comida sea apreciable no se debe alargar demasiado ni tiene que hincharte hasta el extremo de impedir moverte. Por eso, la comida de navidad no es buena. En cambio, una cena improvisada puede ser la mejor ocasión para pasárselo bien.
Os preguntareis a qué viene esto. Útimamente estoy compartiendo experiencias y recuerdos con gente de otras culturas, de la Europa del este y del norte. Y, lo siento por ellos, no saben comer. En Alemania, por ejemplo, se permite comer en las clases universitarias y en el Este la mayoría de restaurantes tienen horario continuo y están abiertos a todas horas.
La comida (qué lástima que el castellano no permita la diferenciación entre el participio del verbo comer y el acto de comer durante el mediodía) tiene unos horarios establecidos en cada país y cultura, y ello determina la sociedad. O viceversa, es la forma de organizarse la que determina los horarios de comer. La luz es muy importante: cuanto más tarde se haga de noche más tarde se come y se cena. En cambio, en un país en el que todo esté abierto a todas horas no te preocupas por comer, y si comes en clase o en el trabajo te estás alimentando, nada más.
La comida y la cena son los mayores actos sociales. Pensemos en el Banquete, de Platón. ¡Qué sería de la filosofía sin la comida! Las mejores discusiones y disertaciones suelen desarrollarse alrededor de una mesa, con la panza llena y los vasos vacíos. Y las grandes y famosas bacanales romanas. ¿Y la Última Cena? es elocuente el hecho de que antes de morir Jesús cenara con sus condiscípulos. Y cuando se acaba el curso, ¿qué pensamos hacer? una cena. Y todos los actos familiares (que esto merecería otra entrada) se reducen a comer y comer.
París está en el límite. Como soy erasmus me puedo permitir el lujo de construirme un horario para poder estar sentado mientras como, pero hay muchos franceses que tienen que comprarse un bocata en el bar de al lado y engullírselo en diez minutos antes de su próxima clase. Esto no hace ningún bien a nadie.
Por eso es necesario que los horarios y el modo en que esté distribuido el trabajo permitan tiempo para poder comer. Como mínimo en los países en los que hay esta cultura del buen comer, que son sobre todo los que tienen la mejor dieta: los países mediterráneos.
3 comentarios:
Cómo me identifico con esta entrada ahora que estoy en UK. Bien dicho...no lo habría sabido explicar mejor. Un saludo Nil!
Yo me identifico con lo de la copa y el puro! Y con las grandes comidas que nos esperan por delante cuando vengáis los erasmus
Sin duda, si a la vida le quitas esas comidas, esas sobremesas, ese placer por hablar, por no hacer nada más que compartir impresiones y estar tranquilamente... no merece la pena terminar los exámenes, ni que se case nadie cercano, ni celebrar la navidad, ni un cumpleaños, ni unas horas entre clase y clase, ni la amistad, ni na de na
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