Dos vecinos de la misma edad se encuentran en el ascensor. Tienen 20 años y llevan viviendo allí toda la vida.
— Qué tal.
— Hola.
— ¿Qué piso era?
— Cuarto.
— Cuarto, es verdad.
Ella le mira, él piensa sobre su mirada. Siguen varios segundos de silencio, hasta que él vuelve a hablar.
— ¿Puedes hacer eso de nuevo?
— ¿El qué?
— Mirarme como lo has hecho. Quiero decir... Yo... Perdón. Es que llevamos 20 años viviendo en este sitio y ni siquiera sé tu nombre. Ni tu piso. Realmente no sé nada de ti. Te he visto crecer. He subido con tus novios en el ascensor y he oído tus progresos con el violín. ¿Y tu nombre? ¿Cuál es tu nombre?
— Lucía.
— Lucía, encantado. Me encanta tu violín.
— Gracias.
— Yo suelo tocar la guitarra. Ya sabes. Todo el mundo toca la guitarra.
— Sí, también te he escuchado alguna vez. Y tienes razón. Vamos por ahí sin pararnos a pensar. Casi nunca lo hacemos. El siglo de la interactividad y todo eso, pero pocas veces interactuamos con el resto y menos con lo que nos rodea.
— Claro, de eso es de lo que se trata. Vamos de un lado para otro, pedimos pizza a domicilio y hablamos con teleoperadores, pero nadie dice buenos días.
— Nosotros, por ejemplo. Podríamos haber sido buenos amigos, ¿no? Ni siquiera lo había pensado. Supongo que a las personas no se las conoce en un ascensor. El maldito espejo, el maldito espejo que te hace sentir como si te observaras. Como cuando te grabas la voz y cuesta un rato reconocerte.
— Entonces démosle la espalda al espejo. Yo soy Mario.
— Mario, encantada.
— Antes, en el colegio, siempre subía contigo, ¿te acuerdas? Siempre llevaba la pelota. Luego crecimos y dejé de verte. Hasta que un día apareciste de nuevo y habías crecido. Vaya que si habías crecido.
— Ahora estudio Derecho. Estoy menos tiempo en casa y bueno, supongo que tú también has cambiado.
— Tengo menos pelo y he desarrollado la inevitable capacidad de complicarme la vida. Sí. Pero aquí dentro todo sigue siendo bastante sencillo, ¿verdad?
— Sí. Pulsar un 4 o un 3. Decir buenos días o no decir nada. Mirar a las llaves o saludar a la otra persona. Así de...
— Vaya. Este es mi piso. Que... ¿Mañana a la misma hora?
— Eh... No. No lo sé. No, no creo. Puede que el lunes. Sí, el lunes.
— El lunes entonces, ¿Lucía?
— Sí, Lucía. Que aproveche.
— ¿Qué?
— La comida, que aproveche.
— ¡Ah! Sí, sí. Gracias. Igualmente. Encantado Lucía.
Imagen: Twinfighter
— Qué tal.
— Hola.
— ¿Qué piso era?
— Cuarto.
— Cuarto, es verdad.
Ella le mira, él piensa sobre su mirada. Siguen varios segundos de silencio, hasta que él vuelve a hablar.
— ¿Puedes hacer eso de nuevo?
— ¿El qué?
— Mirarme como lo has hecho. Quiero decir... Yo... Perdón. Es que llevamos 20 años viviendo en este sitio y ni siquiera sé tu nombre. Ni tu piso. Realmente no sé nada de ti. Te he visto crecer. He subido con tus novios en el ascensor y he oído tus progresos con el violín. ¿Y tu nombre? ¿Cuál es tu nombre?
— Lucía.
— Lucía, encantado. Me encanta tu violín.
— Gracias.
— Yo suelo tocar la guitarra. Ya sabes. Todo el mundo toca la guitarra.
— Sí, también te he escuchado alguna vez. Y tienes razón. Vamos por ahí sin pararnos a pensar. Casi nunca lo hacemos. El siglo de la interactividad y todo eso, pero pocas veces interactuamos con el resto y menos con lo que nos rodea.
— Claro, de eso es de lo que se trata. Vamos de un lado para otro, pedimos pizza a domicilio y hablamos con teleoperadores, pero nadie dice buenos días.
— Nosotros, por ejemplo. Podríamos haber sido buenos amigos, ¿no? Ni siquiera lo había pensado. Supongo que a las personas no se las conoce en un ascensor. El maldito espejo, el maldito espejo que te hace sentir como si te observaras. Como cuando te grabas la voz y cuesta un rato reconocerte.
— Entonces démosle la espalda al espejo. Yo soy Mario.
— Mario, encantada.
— Antes, en el colegio, siempre subía contigo, ¿te acuerdas? Siempre llevaba la pelota. Luego crecimos y dejé de verte. Hasta que un día apareciste de nuevo y habías crecido. Vaya que si habías crecido.
— Ahora estudio Derecho. Estoy menos tiempo en casa y bueno, supongo que tú también has cambiado.
— Tengo menos pelo y he desarrollado la inevitable capacidad de complicarme la vida. Sí. Pero aquí dentro todo sigue siendo bastante sencillo, ¿verdad?
— Sí. Pulsar un 4 o un 3. Decir buenos días o no decir nada. Mirar a las llaves o saludar a la otra persona. Así de...
— Vaya. Este es mi piso. Que... ¿Mañana a la misma hora?
— Eh... No. No lo sé. No, no creo. Puede que el lunes. Sí, el lunes.
— El lunes entonces, ¿Lucía?
— Sí, Lucía. Que aproveche.
— ¿Qué?
— La comida, que aproveche.
— ¡Ah! Sí, sí. Gracias. Igualmente. Encantado Lucía.
Imagen: Twinfighter
1 comentarios:
Es verdad. Es la primera vez que vivo en un bloque de pisos y se me hace super raro encontrarme a gente desconocida, pero que sé que viven a mi lado en el ascensor.
Yo que antes conocía a toda la gente de mi pueblo!
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