viernes, 24 de septiembre de 2010

La huida


Había fútbol en la televisión. Salía con prisa de casa y mi abuelo, mi padre y mi tío estaban sentados alrededor de la televisión. Con los pantalones remangados, los calcetines subidos y las manos sobre las rodillas. Debatiendo asuntos trascendentales, cosas que no se pueden dejar para mañana. "¿No lo ves? ¿Es que no lo ves? Él es el único que corre la banda. Escupe, da patadas, se deja el pecho por el escudo. Eso es lo que apreciamos la gente de aquí".

Tenía prisa. No suelo medir bien el tiempo. Media hora me parece una eternidad pero veinte minutos nunca son suficientes. Siempre me toca esperar o hago que me esperen demasiado. Aquel día no era el momento de fallar. Se lo había prometido. "No tardaré. Estaré aquí como un clavo a las cinco de la tarde. Lo prometo".

Eran menos diez y todavía tenía que coger el tranvía. Atravesar la gran avenida de la Calle Mayor y pararme a recoger aquellas flores. No había tiempo. Imposible. Salté del tranvía con los brazos abiertos y me pareció estar en una película. Una de esas películas antiguas en las que los malos se apean del tren sujetándose el sombrero.

Floristería Santa Bárbara. Aquel cartel llevaba décadas colgado de ahí. Siglos incluso. Se solía mover con el viento cuando yo era pequeño. La imagen más común: ancianos sentados a lo largo de la calle, gritando y secándose el sudor con un pañuelo mientras aquel cartel no paraba de sonar. "Chi, chi, chi".

Salí con unas rosas rojas. "Quiero éstas". "¿Rosas, caballero?". "Sí". A todo el mundo le gustan las rosas. Eran las cinco en punto. Me quedaba bajar por los bares del flaco Mauricio, siempre con aquel delantal. "Todo esto lo he levantado yo con mi esfuerzo. Nadie me ha ayudado ni me ha dado nada. Así que no me pidan algo sin haberlo intentado". La calle estaba llena de bares, y todos pertenecían a Mauricio. En las puertas y terrazas, los hombres pasaban su lengua por los labios mientras observaban la jugada de cartas.

Pasé corriendo y no les hice ni caso. Algunas tardes solía pararme a ver las partidas. Cuando jugaba mi primo, me ponía detrás y le chivaba la mano del resto de jugadores alisándome el flequillo. Aquella tarde lo llevaba destrozado. Se movía de un lado para otro mientras corría y pensé de nuevo en aquellos hombres malos que saltaban de los trenes. Y en sus gorros. Me imaginaba corriendo calle abajo con un sombrero y dos pistolas en las axilas.

Cuando llegué allí no había nadie. Sólo una persona mayor, tan recta y enclavada como un edificio recién construido. Mirando al suelo como si estuviera comprobando la distancia entre su cabeza y la tierra. Como el tipo que mira al río desde un puente antes de acabar con su vida.

"¿Rosas? Mira que eres bruto. ¿Qué tal estás?". Estaba detrás de mí. Se apretaba las manos e intentaba mirar a un lado que no fueran mis ojos. Como esquivando balazos. Hacía casi dos meses desde la última vez. "Estaré a las cinco, lo prometo". Desde aquel día no había faltado ni un solo año, pero nos veíamos poco. "Me gusta que estés aquí, de verdad".

Verla era como un recuerdo del pasado. La foto que redescubres haciendo limpieza. Esa foto en la que uno se ve más guapo y piensa que las cosas ya no son lo que eran. Ella solía descalzarse cuando entraba en mi coche y fumaba echando el aire siempre por la nariz. Todo aquello resultaba muy sexy.

Pero cuando llegó lo de su padre, todavía era lunes. En las pelis siempre hay alguien que muere. ¿Pero qué pasa después? No supe qué hacer con ella. Cuando la vi vestida así, de negro, sin los labios pintados y con aquella cara, quise huir como huyen los malos después de atracar un banco.

Ahora bajo apresurado una vez al año para disculparme. Supongo que es para eso. Qué más da si soy un cobarde. Sobreviví y ella también. Así que los dos salimos ganando. No cogí sus llamadas. Tampoco la acompañé a la mesa una vez mientras tomaba café. Pero y qué. No me gustan las flores. Quería seguir viendo los partidos en televisión y poder pararme a ojear las jugadas de naipes. Y aquel día, no lo pude hacer.


Imagen: Keith Davis Young

Otoño

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ceguera



— Buenos días, doctor.

— Muy buenos días. ¿Qué tal se encuentra?

— Mal. Me pasa algo raro.

— ¿De qué se trata?

— Son los sueños.

— ¿No puede dormir?

— Sí, sí duermo. Pero no veo nada.

— ¿Cómo?

— Cuando me duermo... no veo nada.

— ¿Quizás porque tiene los ojos cerrados?

— No me refiero a eso. Verá. Cuando duermo, soy ciego en mis sueños. No puedo ver. Camino por las calles a oscuras. Palpo las paredes con tacto. No veo quién me habla. No veo nada.

— ¿Desde hace cuánto?

— Quizás una semana. Puede que dos. No lo sé realmente. Pero necesito recuperar mis sueños. Por favor, necesito verlos.

— Peor hubiera sido que usted se quedara ciego aquí mismo.

— Evidentemente. Pero quiero saber si hay algo que se pueda hacer.

— Nunca habíamos tenido un paciente con este problema. No sé qué podríamos... ¿De verdad que no ve nada?

— Nada. Negro. Todo negro.

— ¿Y con qué solía usted soñar?

— ¿Yo? No sé, cosas increíbles. Viajes a planetas desconocidos. Aventuras por el desierto. Conquistas espaciales. Expediciones a la Luna. Una vez soñé que tenía seis brazos y me salían tantos ojos como a una araña.

— Vaya, sería usted un hombre afortunado.

— Ya lo creo. Descansaba y disfrutaba. Por eso quiero recuperar todo aquello. ¿Se imagina usted a alguien yendo a la Luna con un palo de ciego? No tiene sentido.

— Pero me temo que yo no puedo ayudarle. Nunca habíamos tenido algo así. Se ha quedado usted ciego en los sueños, ¿sabe? No es algo común. La gente sueña en tres dimensiones, con dolby soundround.

— ¿Entonces no hará nada?

— No. No veo qué puedo hacer. Tendrá usted que acostumbrarse a sus nuevos sueños. Y con el tiempo, tendrá que aprender a disfrutarlos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Juana la loca


Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Estábamos en segundo de la ESO. Una etapa anestésica de la vida en la que lo irrelevante se convierte en vital y en la que lo vital se guarda para más adelante. Un curso difícil aquel. "En el que más alborotados estáis", nos solían decir los profesores. Tenían razón, pero no todos. No debes matar de aburrimiento a un chaval y echarle en cara su analfabetismo para conseguir salvarte.

Nuestro profesor de lengua, sin embargo, no era uno de esos. Él consiguió, y espero que lo siga haciendo, que sus alumnos recuerden su nombre cuando ya son mayores. Un día, aquel día, por el que he comenzado este texto, llegó a clase con un radio casette. Por lo general, la llegada de aquel viejo trasto significaba en otras asignaturas un verdadero suplicio. Aquel día, sin decir nada, él nos puso esto.


Después de toda una vida de oficina y disimulo
Después de toda una vida sin poder mover el culo
Después de toda una vida viendo a la gente decente
Burlarse de los que buscan amor a contracorriente
Después de toda una vida en un triste devaneo
Coleccionando miradas en el desván del deseo…
De pronto un día
Pasaste de pensar qué pensarían
Si lo supieran
Tu mujer, tus hijos, tu portera.
Y te fuiste a la calle
Con tacones y bolso y Felipe el Hermoso por el talle.

Desde que te pintas la boca
En vez de Don Juan te llamamos Juana la loca

Después de toda una vida sublimando los instintos
Tomando gato por liebre; negando que eres distinto
Después de toda una vida poniendo diques al mar,
Trabajador intachable, esposo y padre ejemplar.
Después de toda una vida sin poder sacar las plumas
Soñando cuerpos desnudos entre sábanas de espuma…
De pronto un día
Pasaste de pensar qué
pensarían
Si lo supieran
Tu mujer, tus hijos, tu portera
Que en el cine Carretas
Una mano de hombre cada noche busca en tu bragueta.

Desde que te pintas la boca
En vez de Don Juan te llamamos Juana la loca.

Juana La Loca (Joaquín Sabina. Ruleta Rusa, 1984)


Cuando terminó, todos nos miramos. Después, él nos preguntó si habíamos entendido el sentido de la letra. Lo que el cantante quería decir. El significado último de sus palabras. Nos explicó que las canciones siempre tienen un trasfondo. Que intentan decir algo. Y eso es lo que me quedó muy claro aquel día cuando entró Sabina en clase, el cantante privado para mi familia desde hacía ya muchos años en nuestro Seat Málaga Injection.

¿"Desde que te pintas la boca, en vez de Don Juan, te llamamos Juana la Loca"? Aquella letra... Me costó un tiempo caer en la cuenta. Por aquel entonces había temas que desconocía y... la verdad, era un chaval un poco tonto y pasmado.

Cuando al final descubrí lo que el flaco de Úbeda quería decir, rebusqué en todas sus letras, sus discos, me acerqué a Silvio Rodríguez y Los Secretos y... por fin, supe que las canciones podían decir muchas cosas. Y así, es como aprendí lengua y literatura.

Imagen: Juan Ignacios

jueves, 16 de septiembre de 2010

De crisis y acrobacias

Los sueldos y los gastos de un sector de la población al que solo el ingenio salva de la ruina.

Se ha hablado mucho en los últimos meses de la lacra social que supone la juventud de hoy día. Términos tremendamente imaginativos como el de “Generación Ni-Ni” (Ni estudio, Ni trabajo), parecen dejar claro que los días de padres orgullosos e hijos bien peinados llegan a su fin. Sin embargo, también es posible que no nos encontremos ante el fin de la sociedad tal y como la conocemos. Muchos aplaudirían hoy aquella cita que decía: “Nuestra juventud es decadente e indisciplinada. Los hijos no respetan ni escuchan ya los consejos de sus mayores. El fin de los tiempos está cerca.” Una frase que parece describir la vida hoy en día, y que se encontró labrada en piedra en Caldeo. Data del 2000 a.C.

Sin embargo, al margen de esta penosa situación y como en casi todas las cosas, encontramos una alternativa. Aquellos que han sido llamados la “Generación No-No” (No estudias, No sales). Estudiantes que han acabado el Bachillerato en su momento, o con un par de años de retraso como mucho. Gente que hizo selectividad y escogió una universidad como la mejor opción de futuro. Son estos jóvenes desapercibidos los que tendrán en un futuro la responsabilidad de sacar a España de una crisis como en la que se encuentra en la actualidad. Y no podría encontrarse a nadie tan preparado para sobrellevar un receso económico.

Precisamente, dentro de este grupo se encuentra el potencial necesario para salir de esta situación y de otras parecidas. Veamos cómo estos actores del panorama nacional son capaces de sobrevivir en situaciones adversas con recursos mínimos.

El alto porcentaje de universitarios que dejan su ciudad para estudiar limita completamente el tutelaje paterno, así como la acostumbrada manutención y respaldo económico. En esta situación, por lo general se concede al estudiante un sueldo mensual, que además servirá, en algunos casos, para pagar el alquiler de un piso, la electricidad, el agua…

Estos sueldos nunca son demasiado amplios, dando fama de grandes ahorradores a quienes lo reciben. Por lo general, después de pagar los gastos de la vivienda, la residencia o el colegio mayor, los estudiantes disponen de una cantidad entre los 70 y los 100 euros para gastos personales.

Bien gestionado, 25 euros por semana no es nada despreciable, teniendo en cuenta que los gastos mínimos (alojamiento y comidas) ya están cubiertos. Pero analicemos ahora como si de una administración gubernamental se tratase, el reparto del dinero.

Supongamos pues que después de las asignaciones al Ministerio de Vivienda, el estudiante/presidente prepara el presupuesto mensual. En numerosos casos se descuenta el impuesto sobre el tabaco, que a razón de 3.30 € cada, digamos, tres días, dan un total de más de 30 € solo en tabaco. Además, los gastos de movilidad aumentan. Son más los estudiantes que se mueven en transporte público que los que lo hacen en vehículo propio. Así pues, asumamos que la movilidad solo es necesaria para los viajes del domicilio al centro de estudios, y que cada viaje consta de un solo transporte, sin trasbordo (observará el lector que todas las aproximaciones se hacen por lo bajo). El abono mensual cuesta 29,50€, y en caso de no poder permitírnoslo (o de realizar menos viajes de los establecidos), el “metrobús” estándar de 9€ y 10 viajes suele ser la segunda opción más cotizada. Basándonos en esto, calculemos al menos 2 vales al mes. El impuesto sobre la movilidad queda entonces sufragado.

El Ministerio de Cultura se limita al cine, puesto que el teatro o algún otro espectáculo que se salga de un mimo asaltando al estudiante en el metro (por lo general, con un coste de 0,20€) queda fuera de las posibilidades del mismo. El cine cuesta, como mínimo, 4.50€ en la ciudad de Madrid. Supongamos ahora que solo dos de las 4 semanas del mes lo dedicaremos a este divertimento.

El impuesto sobre el alcohol también es un dato a tener en cuenta. Un joven suele gastarse entre 15 y 30 euros en una noche festiva media. Supongamos ahora que solo son 15€, y que solo son dos noches al mes las que el estudiante disfruta de este divertimento.

Ahora sumémosle presupuestos extras, como el del Ministerio de Sanidad (productos de higiene y cosméticos, cortes de pelo…), el de Agricultura y Pesca (que a un estudiante le den calabazas o que la interesada pique, dependerá también de cómo de generoso se muestre) o el de Turismo (los viajes a casa no son baratos, así que deben estar limitados en medida de lo posible).

Además, deben sumarse a esto las comidas no programadas, como parte del programa establecido. Tanto si es en la cafetería de la facultad (7€ aprox.) como si es en un restaurante (15€ min.) alguna vez el estudiante se saldrá del programa, probablemente con asiduidad.

Como comprobará el precavido lector que lleve la cuenta, el umbral del pago establecido queda pronto ampliamente superado. Es por esto que el estudiante, lazarillo inquieto e ingenioso, ha desarrollado formas de aumentar su capacidad adquisitiva. Desde la donación de esperma (50 € semanales si se pasa el proceso de selección) hasta las clases particulares (entre 6 y 9 euros la hora), los trabajos sencillos ayudan al estudiante a hacer frente a un porvenir incierto de cuentas al descubierto y números rojos.

Pese a esto, en la gran mayoría de las ocasiones y sin trabajos que valgan, solo el ingenio y el buen hacer se interponen entre nuestro artista y la ira de su paternal mecenas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Arrivals


— Muy buenas tardes, señor Andrés. Gracias por elegir el cielo. Esperemos que su estancia aquí sea lo más agradable posible.

— Gracias, gracias. La verdad es que miré sin cruzar y...

— ¿Cuál es su hora de la muerte?

— Las 12.00.

— Ah, sí. Aquí está. Las 12.00 en la calle Mayor. Vaya, ¿un peugeot?

— Sí. Fíjese, tengo la marca en la frente.

— Vaya...

— Y bien, explíqueme un poco cómo van las cosas aquí.

— Ahora mismo Pedro está atendiendo un asunto. Ya sabe, cosas de jefes. Pero yo le puedo ayudar, llevo aquí desde Nerón.

— Lo primero, ¿cómo se funciona? ¿Qué se hace?

— Por las mañanas desayunamos y después rezamos. Unas tres horas. Luego comemos, echamos la siesta y leemos algunos textos sagrados. Cuando oscurece, todos a dormir.

— Vaya. ¿Y así toda la vida?

— No, no, toda la vida no. Toda la eternidad.

— Ya...

— Pero usted no se preocupe. Tenemos talleres de costura, cantamos... No se aburrirá nunca.

— ¿Cuánto tiempo lleváis haciendo todo esto?

— Uf, muchísimo tiempo. Desde Trajano esto es un no parar.

— ¿Y quién os manda hacerlo?

— Pues Él, quién va a ser.

— ¿Nadie propone hacer cosas nuevas?

— Claro, sí. A veces sí.

— ¿Siempre le hacéis caso?

— Aquí todos están gracias a Él. Suele decir, "no te olvides de que vives gracias a mí". Te agarra con su gran mano por el cuello y te da palmadas en el hombro. Siempre es muy cariñoso con todos.

— ¿Y si alguien no está de acuerdo?

— ¿Cómo?

— Si alguien no quiere hacer lo que todo el mundo hace.

— Ah. No lo sé. Eso nunca ha pasado.

— ¿Y quién le ha votado?

— ¿Aquí? No, aquí nadie vota. Él suele decir que llegó primero. Tiene razón, es lo justo.

— Por favor, ¿puede usted mirar hasta cuándo tengo hecha la reserva?

— No tiene usted fecha de salida, caballero. Tendrá que permanecer aquí por un tiempo indefinido.

— ¿Y si un día yo... por lo que fuera, me quisiera ir?

— Me temo que eso no será posible, señor.

— Pero eso es represión.

— No. Usted eligió estar aquí.

— Mentira. Yo nunca fui creyente. A mí me gusta el calorcito.

— Pues lo siento mucho, pero ha sido usted seleccionado para venir aquí.

— ¡Protesto! ¿Tienen hojas de reclamación?

— No.

— ¿No? ¡Protesto de nuevo!

— Cálmese.

— Quiero hablar con Él. Llámele. Que venga ahora mismo.

— Me temo que eso no va a ser posible.

— ¿Qué clase de estafa es esta?

— No es ninguna estafa. Nuestro negocio es uno de los más antiguos y...

— Lo que usted diga. Pero debería haber algo que yo pudiera hacer.

— Desde luego.

— ¿El qué?

— ¿Ve a todas esas personas?

— Sí.

— Vaya con ellas.

— ¡No, no quiero coser! ¿E Internet? ¿No tienen internet?

— No.

— Me lo imaginaba. Dios mío, aquí arriba me voy a morir. Quiero suicidarme.

— Me temo que tampoco podrá hacer eso.

— ¿Pero no ve usted que esto es injusto? No estoy bautizado siquiera. Mento muchas veces al señor en vano. Estoy a favor de los matrimonios homosexuales y creo en las iglesias como monumentos artísticos.

— Espere aquí un segundo, veré que puedo hacer.

— De acuerdo. ¿Va a llamarle?

— No. Voy a darle a usted algo.

— ¿El qué?

— ...

— ¿Eh?

— ...

— ¿Qué es eso?

— ...

— Oiga, ¿qué es eso?

— ...

— ¿Qué hace?

— ...

— ¿Qué va a hacerme?

— Relájese.

— ¡Noooooo! Me duele. Me dan miedo las agujas. ¡Suéltenme!

— Tranquilo. ¿Ve? Así mucho mejor.

— ¡Suélteme!

— Shhhh...

— Suelte... su-su-su, suelte, su... Tengo sueño...

— Descanse. Eso es. Duerma...

— Su...

Imagen: Rai Robledo

domingo, 12 de septiembre de 2010

Estrés


— No puedo, de verdad que no puedo. No me da tiempo. Estoy agobiada. No puedo más. Llevo todo el día de un lado para otro. ¿Dónde tengo mis papeles? ¿Mi agenda? ¿No teníamos hoy una reunión muy importante?

— Sí. A las ocho de la tarde. Todavía quedan cinco horas.

— ¿Sólo cinco horas? Dios mío, no me da la vida. De verdad que no me da. Siempre haciendo todo lo que los demás no quieren. Lo que al final yo tengo que solucionar.

— No, tú haces lo mismo que todo el mundo.

— ¡Ja! Y tú que te lo has creído. No he parado desde que me he levantado.

— Yo tampoco. Pero es que eso es realmente lo que hay. ¿Para qué quieres horas muertas?

— Para comer, para descansar, para desconectar un poco de toda esta mierda. Me va a estallar la cabeza y no sé dónde coño he puesto mis papeles.

— Tranquila, los tendrás por algún sitio. Son unos papeles. Tranquilízate. Creando tormentas no encontrarás desiertos.

— No me digas que me tranquilice. ¿Tormentas y desiertos? ¿Qué? Diciéndome eso sólo consigues que me ponga más nerviosa.

— Vale.

— Pero es que al final todo lo tengo que hacer yo, ¿sabes? Todo el mundo se queda de brazos cruzados y soy yo la que al final tiene que sacarles las castañas del fuego.

— Pero estando como estás tan ocupada, ¿cómo tienes tiempo para ver qué hacen los demás?

— Porque todo el mundo ve quiénes realmente tenemos todo el día ocupado y quiénes se quedan en casa bebiendo cerveza. Eso está claro.

— ¿Yo me cruzo de brazos?

— No. Bueno, no, tú no. Quizás a veces. Sí, sólo a veces. Pero es que, la verdad, me pone de los nervios que te tomes todo con tanta tranquilidad.

— No es tranquilidad, es sosiego. Estando contigo me canso. De verdad que me canso. Siempre llegas resoplando, sujetándote el pelo o con un café en la mano. Verte hace que me sienta fatigado.

— Pues perdóname, pero yo soy así. Ya me conoces. Necesito tener todo bajo control.

— Qué pereza.




Imagen: Michael Josh

domingo, 5 de septiembre de 2010

700 metros de distancia


Seguramente 33 mineros se acostarán hoy en Chile pensando en cómo será el día en que por fin salgan del agujero. Harán planes, imaginarán el momento en que, tras salir de su larga oscuridad, vean de nuevo a su mujer y sus hijos. Crearán un explanada llena de gente, medios y pancartas. Su mujer corriendo y dando codazos para conseguir abrazarles entre la multitud. Lo imaginarán en octubre y también en noviembre. Por la tarde, el día y la noche. Un vestido ceñido y la forma en que la miran por primera vez. También en los sueños que no desvelan en alto. Durante un largo tiempo, todos los días de la semana que caben en un mes. Todo para que al salir, nada pueda ser como lo habían imaginado. Para que todas esas noches en vela no hayan servido de nada. Para que quizás todo aquello que imaginaron en septiembre no tenga ya sentido en noviembre. Para que lo que anhelaron al principio mute en diciembre en un sentimiento opuesto. Para que al llegar la navidad, lo único que quieran sea un buen trago de vino y un beso que, al fin y al cabo, resultó no ser tan trascendente.