sábado, 28 de febrero de 2009

Acordándose en la madre de los reyes godos

Es extraño que haya habido tanta gente en el mundo y a lo largo de la historia que ha tenido razón pero a los que nunca se les ha hecho caso. Leo en Le Monde diplomatique (en español) una cita que el filósofo anarquista alemán Max Stirner escribió en 1842: "La cultura universal de la escuela debe apuntar al aprendizaje de la libertad, no de la sumisión: ser libres es el camino a seguir".

A lo que yo me pregunto, ¿se ha logrado este noble y acertado fin? NO.

A la escuela y el sistema educativo en general no le interesa la libertad de la individuo. Su objetivo básico es la creación de personas conforme los dictados políticos del gobierno de turno. Prueba de ello es la obsesión con dos factores dominantes: el castigo y la memoria.

El método de trabajo básico de estas instituciones es la amenaza al suspenso o al castigo. Esto lleva a que el escolar no vea la grandeza de lo enseñado, sino su simple utilidad: si apruebo me libro de la posible sanción. Por otra parte, la memoria corrobora esta opresión a la que lleva el actual método. Imaginemos que nuestro cerebro es una casa, sus paredes son el conocimiento y los muebles que contiene son la memoria. Si quitamos el conocimiento sólo quedan unos muebles a los que podemos recurrir en una situación concreta, pero no nos sirven para vivir.

Esto es a lo que nos obligan ahora. ¿Hay alguna asignatura a lo largo de la ESO y el bachillerato en la que se precise pensar? No. Todo viene dado por el profesor y el libro de texto correspondiente. Igualmente, en el futuro no servirá para nada. Ahora lo que importa es aquello con lo que podamos ganar la vida.

Y en la universidad pasa lo mismo. Se nos obliga a cursar asignaturas puramente memorísticas. El método de evaluación es realmente decepcionante y no aporta nada al alumno ni al profesor. Todo está impregnado de un empalagoso discurso en el que la institución educativa se preocupa por nuestro futuro.

¿Futuro? Y qué hay del presente. ¿Qué hay del gozo al descubrir que todavía podemos pensar por nosotros mismos? ¿Por qué tenemos que supeditarlo todo a la adquisición de unas habilidades técnicas? Nos están reduciendo a algo material sin tener en cuenta nuestra alma, porque ésta no se llena con dinero ni comida, sino de algo más profundo: amor, sabiduría, amistad, placer.

Mucho me temo que con Bolonia poco arreglaremos.

Sin embargo, siempre nos quedarán mentes lúcidas a las que poder acudir, faros del saber de todas las épocas.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Autostop




- Tienes que dejar de hacer esto

- ¿Por qué? Yo me divierto

- Son más cosas

- Nos lo pasamos bien, ¿qué importa?

- A mí me importa

- Fuiste tú quien propuso la idea

- No lo pensé bien

- Ya no hay vuelta atrás, cariño

- Lo sé

- Entonces, ¿qué hacemos?

- Bájate del coche

- ¿Qué?

- Que te bajes del coche

- Pero, cariño, yo te quiero

- Y baja la ventanilla

- No me dejes aquí, por favor

- Lo siento. Te dije que los pedos se tiran fuera del coche



Foto: Zeev Kurlianchick

sábado, 21 de febrero de 2009

Máscaras



- ¿Conoces a todas esas personas?
- No
- Yo tampoco
- ¿Y por qué nos miran?
- No lo sé, quizás quieran conocernos
- Pero yo no quiero
- Por más que queramos no podemos
- ¿Y por qué van disfrazados?
- No pueden mirarnos, creen ser lo que no pueden
- Pero así todo es mentira
- Sí, pero nadie se lo ha dicho
- ¿Tienen miedo?
- Mucho. Miedo a descubrirse
- ¿Pero eso no podría ayudarles?
- Nunca. No saben quiénes son, así que interpretan
- ¿Y de qué les sirve?
- Cuestión de necesidad. Miedo a mirarse al espejo
- ¿Nunca van vestidos como todo el mundo?
- No. Viven en mundos diferentes, se aplauden a sí mismo
- ¿A ellos o a su actuación?
- No lo saben. Simplemente les gusta escuchar el sonido ensordecedor de sus aplausos
- ¿Y qué hay del resto?
- No existe otro sonido para ellos

viernes, 20 de febrero de 2009

Ouroboros


El otro día, en una clase de la asignatura llamada Relaciones Internacionales, el profesor, Pedro Lozano Bartolozzi, remarcó un hecho muy curioso. Se trata de la permanencia de ciertas constantes a lo largo de la historia.

Por ejemplo, el caso de Cartago. Esta ciudad fue fundada por los fenicios, civilización que habitaba en el actual Líbano y se expandió comercialmente a lo largo del Mediterráneo los tres últimos milenios de la era antes de Cristo. A ellos les debemos nuestro sencillo alfabeto. Cartago fue la principal rival de Roma. Las dos ciudades protagonizaron unas duras guerras conocidas como Guerras Púnicas. La tercera y última acabó con la destrucción de Cartago el 146 a.C.

Sin embargo, el espíritu cartaginés permaneció en Cartagena, ciudad fundada el 228 a.C. por un general cartaginés. No en vano los romanos la conocían como Cartago Nova, traducción literal del nombre cartaginés. 1700 años después, el conquistador Pedro de Heredia creó otra ciudad en la actual Colombia llamada Cartagena de Indias.

Algo de ese pueblo que nos regaló todo un sistema de escritura permanece en la portuaria ciudad del Atlántico. Se podría llegar a decir, pues, que en la Historia hay siempre algo que permanece, que el espíritu de los antepasados se encuentra en todas y cada una de las acciones que llevamos a cabo.

A mí, todo esto me recuerda al Eterno Retorno de Nietzsche. Es un concepto muy complejo que igual yo no he entendido bien, pero creo que se refiere a una concepción cíclica de la Historia. El filósofo alemán lo toma de Heráclito, que en resumidas cuentas decía que todo fluye en un proceso cíclico. Así pues, en cierta medida, todo se va repitiendo a lo largo del tiempo, pero no como algo permanente, sino con cambio.

Al fin, el pueblo fenicio pervive todavía entre nosotros, pero no ya como civilización mediterránea, sino como ciudad en el Atlántico. El curso de la Historia se demuestra, una vez más, como un eterno círculo.

"Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres." Heráclito

lunes, 16 de febrero de 2009

Nadie vive más


Tenía 85 años. Había sido actor toda la vida. Cientos de papeles, cientos de rostros, cientos de vidas, cien mil maneras de asomarse al mundo. Había cogido de cada plato, se había servido de cada cuerpo, había rechazado lo que no le gustaba y en ocasiones, simplemente, se había limitado a observar.

Ya era mayor para algunas cosas, pensaba él. No tanto para otras. Tenía temblorosas las manos, pero la imaginación y el pasado seguían funcionando. Nadie podía arrebatarle todo aquello. Podía cerrar los ojos y transportarse a otro lugar. Vivir lo que había vivido sin olvidarse de que todavía le quedaba mucho por vivir.

Y seguía siendo actor. Pero ya no era como antes. Antes sus papeles estaban llenos de vida, de historias inconclusas y libros de hojas en blanco. Pasión, velocidad, incertidumbre. Amor. Sus personajes eran nubes cuya lluvia nadie podía predecir. Sin rumbo, sin dirección, a pecho descubierto.

Ahora sus papeles eran historias sin puntos suspensivos. Hombres que filosofaban sobre el paso del tiempo y la proximidad de la muerte. Personas que ofrecían consejos a piedras rodantes sin rumbo. Miraban al pasado sin hacer caso al futuro, creyendo que la importancia residía en el tamaño del espacio. Todos estaban ya muertos y no tenían nada más que decir.

Estaba harto de interpretar a esos tipos. Sabía que la marea todavía podía hender algunas rocas. Sabía que estaba lleno de vida. Él todavía estaba en la tierra. No le podían decir que no lo estaba porque era mentira. No sabía dar consejos. Se le daba bien escribir y lo hacía todos los días. Porque una historia defrauda si no tiene un buen final.

No quería jugar a la azarosa monotonía de las cartas. Quería leer y escribir. Chupar del tubo de la vida hasta que sonara como una cafetera. Nadie le podía impedir todo aquello. Todavía le quedaban muchas cosas por decir. Seguiría viviendo a pensión completa aunque perdiera aquel trabajo. Nadie vive más en los relatos breves. Nadie escribe más. Simplemente todos dejamos de hacerlo.

viernes, 13 de febrero de 2009

El camino de la pipa de la paz

Era noviembre del pasado año 2008 y se celebraba una fiesta universitaria cualquiera. ¿El motivo? No importa. En estas fiestas el pretexto es lo de menos. Lo importante es divertirse, estar con la gente que quieras, disfrutar del momento.

Uno de los invitados era el típico que llevaba una cámara para sacar fotos a todo el mundo. La fiesta fue avanzando a lo largo de la noche hasta que a un chaval de 23 años se le ocurrió fumar una pipa de marihuana. El de la cámara le sacó una foto. Y la lió parda.

El joven era ni más ni menos que Michael Phelps, ganador de ocho medallas olímpicas en los pasados juegos de 2008. Según le parece a la federación estadounidense de natación, la foto en cuestión "ha decepcionado a demasiadas personas, y especialmente a los cientos de miles de niños miembros de la Federación de Natación de EE UU que le miran como un modelo y un héroe".

Dejando de lado el lamentable espectáculo que está dando ahora Phelps pidiendo disculpas a no se sabe quién, lo que a mi más me asombra es la cuestión del modelo y héroe. ¿Por qué esa necesidad de alzar a las personas en pedestales de gloria y fama? ¿Por qué esa necesidad de tener que establecer un paradigma y un modelo al que seguir?

Parece como si la gente no pudiera seguir su propia vida, marcarse él mismo su camino, sin miedos ni envidias. Creo que debe ser cada uno quien decida lo que quiere hacer con su vida, y no se necesita a nadie que te diga lo que tienes que hacer o dejar de hacer. Uno no debe agarrarse a falsos ídolos ni a imágenes o sombras para hacerse a si mismo.

Cada cual es libre para marcarse su camino, andar por él, abandonarlo o retomarlo, dejarse aconsejar en la justa medida y saber seguir adelante, sin miedo. Porque si decides fijarte únicamente en otro ser humano, al final, fallará. Aunque, a estas alturas, un porro de marihuana no es fallar a nadie.


El hombre nace libre, responsable y sin excusas (Jean -Paul Sarte)

viernes, 6 de febrero de 2009

Seis naciones

Un balón ovalado, dos porterias en forma de H, quince tíos mazaos dándose tremendos golpes entre ellos y un juego en el que lo más importante pasa después del partido. Sí señores, estoy hablando del mejor deporte del mundo (después del ajedrez y la butifarra, claro): el rugby. Y mañana empieza el campeonato con más historia y pasión del deporte, el 6 naciones.

Escocia, Inglaterra, Gales, Irlanda (unida), Francia e Italia se disputan este trofeo. La estructura de la competición es sencilla: cada equipo juega contra los otros cinco a razón de tres partidos en casa y dos fuera cada dos años, es decir, un año una selección juega más partidos en casa y el siguiente tiene que desplazarse tres veces. El que obtiene más puntos gana el campeonato (dos puntos por partido ganado y uno por empatar).



Pero lo que especial este torneo es el ambiente que lo envuelve. Desgraciadamente, ahora el rugby ya se ha profesionalizado, pero hasta el inicio de lo noventa los jugadores celebraban el llamado tercer tiempo. Se reunían los dos equipos con sus respectivas aficiones y disfrutaban de una noche de juerga, alcohol y lo que surgiera. Así, sin pullas ni rencores, simplemente para demostrar que los hombres a veces también nos podemos entender. Es más, en el rugby no existe esto que en otros deportes llaman "radicales", no tiene sentido ni cabida.

Una de las historias del torneo está relacionada con el "conflicto irlandés". En enero de 1972 el ejército británico mató (según cifras oficiales) a 14 manifestantes en favor de los derechos civiles, seis de ellos menores. Escocia y País de Gales se solidarizaron con Irlanda y decidieron no jugar el torneo aquel año. En consecuencia, los himnos ingleses y franceses (para equilibrar la prohibición a los ingleses) no sonaron en Dublín antes de empezar los partidos durante 25 años, y tampoco se tocaba el himno irlandés cuando éstos se desplazaban.

Ahora, pues, lo que toca es plantarse una buena cerveza delante, escoger buena compañía y pasarlo bien con esta gozada de deporte.

martes, 3 de febrero de 2009

Adivinanza



¿Qué hacen ciento cincuenta y tres (153) pingüinos saltando?

Tic, tac, tic, tac...

lunes, 2 de febrero de 2009

Cierra la puerta al salir


Siempre le había gustado pedalear por las calles llenas de gente. Él solo, su bici, su pantalón manchado de grasa y sus mofletes rojos, fríos por el viento. Solía decir que su visión del mundo en aquellas dos ruedas le aportaba un punto de vista diferente y particular de las cosas. Sin embargo, comenzaba a tener la extraña sensación de que la obra teatral se escenificaba en otro mundo y no en el suyo.

Solía creer que la bicicleta le daba una imagen aparentemente trasgresora y casual. Le gustaba sentirse dentro del grupo de los que no creen pertenecer a ningún grupo. Pero así llevaba viviendo toda la vida, a su manera, sin distracciones especiales, siguiendo su camino, esperando a que algo pasara algún día. Algo que él no había de forzar, algo que simplemente llegaría sin avisar, de improvisto, de repente.

Un día, pedaleando sin parar por una de esas calles que había recorrido mil veces, se detuvo delante del escaparate de un concesionario. Pasaba con frecuencia por allí, quizás todos los días. Sólo había automóviles de segunda mano, algunos coches tuneados y otros, simplemente, demasiado llamativos. Si alguna vez quisiera comprarse un coche, pensó en alguna ocasión, nunca lo haría en ese lugar.

Pero aquel día, sin saber por qué, un coche llamó su atención. No era nuevo, ya lo había visto otras veces hacía bastante tiempo, meses incluso. Pero nunca se había fijado en él con la pausa necesaria que requieren los pequeños detalles. Estaba allí pero nunca lo había visto de aquella manera.

El interior era simplemente espectacular. Daba igual que la pintura fuera verde, azul o negra. Los asientos tenían pinta de ser realmente confortables. La radio tenía una y cien mil emisoras que ningún otro coche podía sintonizar. Parecía como si dentro uno pudiera sentirse igual que en su propia casa, descalzo y con una cerveza en la mano, disfrutando tranquilo del placer del momento.

Asombrado, permaneció frente al coche durante varios minutos. No sabía qué tenían esas cuatro ruedas, pero no podía irse de allí sin preguntar la marca, el modelo y el precio. Si no lo hacía le quedaría la amarga sensación que produce la cobardía. Con el brazo izquierdo seguía sujetando la bicicleta, estático.

Al rato, un tipo con traje, corbata y zapatos embadurnados en betún salió por la puerta del concesionario.

- Es bonito, ¿verdad?- le preguntó
- Sí. Me gusta mucho- reconoció él
- Lleva bastante tiempo expuesto ¿quiere darle una vuelta?
- Qué demonios, ¿por qué no?

El hombre de traje volvió dentro y salió girando las llaves alrededor de su dedo índice. Tras pasárselas de una a otra mano se las lanzó al aire: “Aquí tiene-dijo-, vea si son las llaves correctas y vayamos a andar este cacharro”.

El ciclista dejó la bici en el suelo y atrapó las llaves. Estaba realmente nervioso y sorprendido. Por primera vez en su vida había decidido actuar, había roto los procedimientos de conducta habituales. Quizás no era ese su coche ideal -si es que existía un coche ideal-, pero si no lo comprobaba le quedaría la duda de “¿qué habría pasado si…?”

Agarró con sus dedos índice y pulgar una de las llaves y la introdujo dentro de la cerradura. “Maldición”, dijo, “no gira”. “Quizás con la otra”, le dijo el hombre de los zapatos. Tampoco. Ni con la siguiente. Ni tampoco con la siguiente. La puerta de aquel coche no se abría. “Lo siento, venga mañana y veré qué puedo hacer, ¿de acuerdo?”. Pero sabía que mañana ya no querría volver. Era entonces o nunca. Tras varios intentos, desistió. “Déjelo. Quizás en otra ocasión”.

Recogió la bici del suelo y la miró de arriba abajo antes de volver a montarse. Parecía que no era el momento de cambiar. No había llegado la hora. No era aquel el coche de sus sueños. Y si lo era, tenía que dejar de serlo. Aquella puerta no se abría y probablemente nunca lo haría.

Así que cogió impulso y siguió pedaleando calle abajo, con la esperanza de que algún día, en ese o en otro concesionario, apareciera un coche que sustituyera, por fin, a su antigua y cadenciosa bicicleta.

¿Alternativas?

Ayer leí un fragmento del libro de crítica literaria de Pedro Salinas: El defensor (1948). En concreto el capítulo 5, titulado Defensa del lenguaje. No me lo empecé a leer por placer, sino porque es un texto que nos entra para un examen. Sin embargo, conforme iba adentrándome en el ensayo, iba aumentando mi admiración por este escritor madrileño.

El título es bastante ilustrativo del contenido del escrito. Este señor envuelve su prosa en un sutil envoltorio de amor a la literatura y al lenguaje y lo regala a la Humanidad en forma de ensayo. El texto rezuma pasión por la lengua y lo demuestra en sus continuas explicaciones sobre las ventajas y conveniencias de tener un alto nivel en la lengua. Afirma sin ningún reparo que el hombre "será más hombre y mejor hombre si usa con mayor exactitud y finura ese prodigioso instrumento de expresar su ser y convivir con sus prójimos".

Otro día ya hablaremos sobre si el hombre puede llegar o no a ser más hombre, o simplemente es hombre y no hay ni castas ni niveles, sea cual sea su cultura, capital o aspecto físico. Pero, pasando a otro tema, una de las cumbres de este fragmento es cuando dice que "pueblo que desee mantener su lengua en un nivel de autenticidad y originalidad, debe cuidarla él, defenderla él; el porvenir de esa lengua dependerá de lo que el pueblo quiera hacer con ella. Pero sólo puede cuidarla y defenderla si tiene conciencia de lo que es y de lo que vale".

Esta es una verdad como un templo. Los pueblos, las naciones con lengua propia tienen que saber el tesoro que contiene su lengua. Tanto si el idioma tiene 3000 millones de hablantes, como si solo tiene dos (porque si tiene uno lo tiene bastante crudo). Primero de todo, son los propios hablantes los que se tienen que dar cuenta de ello y, después, tienen que defenderla con uñas y dientes.


No basta con que una lengua se institucionalice ni que se creen academias que fijen y limpien el idioma. Es, realmente, un paso importante, pero es más importante que se oiga por la calle y que sea hablada. Es vital, también, que se politice. Sí, que se politice. Pero no que se partidice, es decir, que un partido tenga el tema de la lengua como su mayor y única proclama.

El gobierno de cualquier estado tiene que garantizar y fomentar el uso de las lenguas que se hablan en él. Y si un estado no es capaz de esto, proponer alternativas.

En España deberían convivir cuatro lenguas, una de ellas mayoritaria y extendida en todo el territorio y las otras tres minorizadas y comprimidas en un pequeño espacio entre este estado y el francés (excepto el gallego). Pero España no ha sabido estar a la altura de su riqueza y ha expoliado, defenestrado y maltratado cualquier diversidad que haya surgido en su "periferia".

Podría poner miles de ejemplos, pero no quiero extenderme demasiado. Simplemente plantear una pregunta: ahora que se ha visto que este modelo de convivencia no funciona, ¿qué deben hacer los pueblos que no hablan castellano para defender su lengua?

Última hora: leperos niega bajarse avión White House

Obama, en una de sus primeras decisiones decide invitar a un grupo de leperos a que visiten Estados Unidos. Manda su propio avión a recogerlos y preparan un gran recibimiento en el hangar presidencial, en donde colocan un gran foro, con banda, alfombra y pancartas dándole la bienvenida a los leperos.

Al llegar el avión, la banda empieza a tocar, los coros a cantar y nada, que no bajan los leperos. El presidente, desconcertado porque no bajan, manda a su secretario a investigar. Va el secretario y regresa con el presidente y le dice: "Señor, los leperos no quieren bajar porque tienen miedo de Well".

El presidente no entiende nada y le dice: "Who us Well?".
Regresa el secretario y le dice al lepero:
"Pregunta el Presidente qué quién es Well?"

Y el lepero le dice:
-"Pues no lo sabemos, pero allí- en esa pancarta dice:
WELL COME LEPEROS.

domingo, 1 de febrero de 2009

Acusados

En un juicio público, el juez advierte a la sala:
- ¡Silencio! Les advierto que como vuelva a oír "abajo el juez" les echo a la calle.
- ¡Abajo el juez!- se oye de nuevo.
Y el juez exclama:
- La advertencia no lo incluye a usted, señor acusado.