lunes, 21 de diciembre de 2009

Te vas a quedar tonto

Aquel día hice pis y me lavé los dientes a las nueve y media de la noche. No había rechistado a ninguna de las órdenes de mis padres y tampoco había hecho bolo con la comida. Fui el niño angelical que mis padres deseaban que fuera. "¡Vienen los Reyes, vienen los Reyes!", gritaba por todas partes. "¿A los niños franceses no les traen regalos, verdad papá?", le pregunté a mi padre. "No hijo no, en Francia no tienen reyes, son una República".

Me metí en la cama pensando que eso de la República debía haber enfadado mucho a los Reyes Magos, y que los franceses también debían ser malas personas. Mi mamá me embutió entre las sábanas y cerré los ojos para intentar contar ovejas. Pero, por aquel entonces, yo nunca había visto una oveja, así que me imaginé perros saltando. Pero ninguna de las maneras daba resultado.

Daba vueltas y vueltas de un lado a otro y me puse a recordar lo que mi amigo Esteban decía con orgullo en clase: "Yo he visto a Melchor más de una vez. Es fácil. Salgo a acariciar a su camello y me deja darle una galleta".

"Maldito Esteban", pensaba yo, "¿de verdad lo había visto?". Una vez, también nos contó que se le había caído un diente antes de la noche de Reyes y que después vio al Ratoncito Pérez huyendo de los mordiscos del camello por toda la casa. Y que desde entonces, ya no es el Ratoncito Pérez quien lleva regalos a los niños, sino el Gato con Botas, que por meter mucho ruido al entrar en las habitaciones, acabó despedido.

Aquella noche dieron las tres de la mañana y yo todavía seguía en vela. Mi madre me dijo que si no me dormía, al día siguiente los Reyes no me traerían nada, y que además, se me caería el pelo. "¿El pelo?", pensaba yo, "¿por qué el pelo? ¿por lo mismo que me quedo bizco si miro la tele de cerca?".

Entonces seguía pensando en lo de Esteban. ¿Y si me levantara a echar un vistazo? Sólo un vistazo. Ir, asomarme y volver. Quizás Melchor me dejaba tocar al camello, quizás ya no le quedaban más bicicletas y acabaría regalándome su cheposo animal.

Y en esas estaba yo cuando oí el ruido de una ventana. Después unos pasos sordos que se refugiaban en el salón y después el silencio. ¿Era Melchor?

Me puse mis zapatillas con forma de garra de dinosaurio y fui a echar un vistazo. Abrí lentamente la puerta y me quedé esperando en la entrada de la sala, como pensado qué decirle a un Rey. "¿Por qué no tenéis esposas los Reyes Magos, son muy feas en Oriente?", pensé en decir.

Tras unos segundos, respiré hondo y entré. Al lado del árbol, un hombre vestido de negro de los pies a la cabeza y con un gorro del mismo color estaba plantado como un pasmarote en medio del salón, sin hacer ningún movimiento.

- ¿Melchor?

- Eh... sí, sí, chico. Vuelve a dormir o si no... no habrá regalos.

- ¿Te has afeitado la barba? ¿Por qué? ¿Y el camello?

- Los tiempos cambian chico -hizo una pausa para pensar- Greenpeace nos ha prohibido usar esos animales en nuestros largos viajes por el desierto. Y la barba... bueno, Baltasar dice que ya no se llevan, que sólo a Brad Pitt le queda bien.

- ¿Pero allí también veis pelis de Brad Pitt? Mi madre siempre dice que su novia tiene que estar mal de la espalda.

- Allí la televisión es mágica y vemos todos los canales.

- Aaaah, que suerte. ¿Y La Sexta también?

- Sí, sí. También La Sexta.

- ¿Y dónde están el resto?

- Nos repartimos las casas. El año pasado no nos dio tiempo a llegar a los niños del otro lado de la ciudad. Así ganamos tiempo.

- ¿Por eso ya no vais a Francia?

- ¿Qué?

- ¿Dónde están mis regalos?

- Eh... verás, chico. No tengo mucho tiempo y me tengo que ir. Es mejor que te acuestes. Si no, tus padres se van a enfadar mucho contigo.

- ¿Pero y mis regalos?

- Este año no vamos a dar regalos. Cogeremos cosas de las casas y las repartiremos entre los más necesitados. ¿Te parece? Pareces un buen chico, sé que sabrás entenderlo.

A la mañana siguiente, un grito de mi madre nos despertó: "¿Y la tele? ¿Y la consola? ¡También falta el DVD! Ay Dios mío, ¡que nos han robado!". "Tranquila mamá", le dije, "yo mismo hablé con Melchor. Todo está solucionado: le di todas las cosas que no necesitábamos. Para los niños pobres. Este año prometo ser un buen chico, mamá. Lo prometo, ya lo verás. Además, tú siempre me has dicho que la televisión y la videoconsola acabarían dejándome tonto".


(*)Relato presentado al I Concurso de Relatos y Cuentos de Navidad de Diario de Noticias y El Corte Inglés.

viernes, 18 de diciembre de 2009

The humpty dumpty story

Hoy queremos traeros algo que para nosotros es muy importante. O por lo menos nos alegra. Desde el otro lado del Atlántico, Pablo Ibarburu, un ser extraño y particular al que le gustan los pijamas, enseñar la barriga y perder al Pro Evolution Soccer nos trae su primer corto. "The humpty dumpty story: just another egg on the wall".

Por eso, si alguna vez se hace famoso, espero que recuerde quién apostó por él en los momentos difíciles. Para que así se invite al cine o a algún preestreno. Que la cosa está muy cara.

Enhorabuena.



viernes, 11 de diciembre de 2009

¿Cuando podrá dejar de gritar la Montserrat?

Este domingo se celebra en parte de Cataluña una consulta sobre su independencia. Sigue la tanda de consultas empezada un 13 de setiembre en Arenys de Munt, esta vez en más de ciento setenta municipios que reúnen un censo total de más de setecientas mil personas. Los inmigrantes empadronados también tendrán derecho a voto, derecho que se les niega en las demás elecciones.

La pregunta que se hace es: "Està d'acord que Catalunya esdevingui un estat de dret, independent, democràtic i social, integrat en la Unió Europea?". En castellano:"¿Está de acuerdo en que Cataluña sea un estado de derecho, independiente, democrático y social, integrado en la Unión Europea?"

Los referéndums tienen, como todo, cosas buenas y malas. Empezaremos por las buenas. Es un sesgo en el momento histórico que marca e indica las tendencias sociales y la opinión del pueblo. Por fin dejaremos de lado los sondeos y encuestas para saber lo que realmente piensa la gente sobre este tema. En este caso, además, las consultas provienen de la iniciativa ciudadana, con lo que demuestran la parálisis de la clase política y su estado de pasividad mental, que se encuentra décadas atrás en comparación con sus electores. La consulta no será vinculante, pero sí importante.

Lo malo es que los referéndums obligan a afirmar o negar una totalidad. Puedes estar sólo de acuerdo en parte o estar en contra de algún aspecto que presenta la pregunta. Son bastante reduccionistas y es difícil que puedan presentar matices o puntos de vista distintos.

El problema, además, de esta consulta en particular, es que no se pregunta a toda Cataluña. Sólo hay que mirar en el mapa donde están los pueblos preguntados, qué partido suele tener mayoría allí y, sobre todo, pensar en el hecho que la aprovación de la consulta ha sido promulgada por el mismo ayuntamiento del pueblo. Es decir, hay una cierta tendencia al independentismo en la mayoría de las zonas en las que se hace la pregunta. Tendencia que no es homogénea a todo el país.

Eso sí, si esta consulta no se extiende a todo el territorio catalán es por culpa del PSOE. Este partido hipócrita que intenta jugar en todos los bandos y te ofrece un antídoto en una mano, pero porque antes ha sido él el que te ha inyectado el veneno.

Pasemos ahora a lo que más me interesa: el contenido. Se habla de Cataluña, pero nada se dice de los Països catalans y en ningún momento se define qué se entiende por un estado de derecho, democrático y social. Por no hablar de su integración en la Unión Europea, con el miedo y la repugnancia que me da la actual UE.

El hecho que venga de abajo, del pueblo, es lo que lleva a esta indefinición. Por otra parte, este es uno de sus aspectos más positivos. Los políticos tienen miedo al pueblo y algunos catalanes han tomado las riendas de su futuro y han decidido ponerse manos a la obra.

Por eso, en este caso, creo que es más importante el hecho de la celebración del referéndum que su contenido, un poco vago y ambiguo. En mi pueblo no habrá consulta (sí que habrá en Vilajuïga, Pau y Roses, que están a muy pocos quilómetros), pero si hubiera votaría que SÍ a que Cataluña sea un estado de derecho, independiente, democrático y social.

Más información:
Coordinadora por la consulta sobre la independencia
El Punt

viernes, 4 de diciembre de 2009

El placer de comer

A mí me gusta comer, no alimentarme. El placer de sentarse en una mesa con un plato delante, una copa y buena compañía es algo muy preciado y, desgraciadamente por algunas culturas, también muy despreciado.


No es que me guste la abundancia o el exceso, sino que encuentro mucho placer en la pausa y el ritual de la mesa. Saborear los alimentos y disfrutar con lo que se come, aunque sea el plato más simple, que muchas veces es preferible a los manjares copiosos. Una comida con dos platos, un postre, que se alargue hasta el café y si es necesario copa y puro. Le sumas una buena compañía y es casi el culmen de la felicidad.

Para que una comida sea apreciable no se debe alargar demasiado ni tiene que hincharte hasta el extremo de impedir moverte. Por eso, la comida de navidad no es buena. En cambio, una cena improvisada puede ser la mejor ocasión para pasárselo bien.

Os preguntareis a qué viene esto. Útimamente estoy compartiendo experiencias y recuerdos con gente de otras culturas, de la Europa del este y del norte. Y, lo siento por ellos, no saben comer. En Alemania, por ejemplo, se permite comer en las clases universitarias y en el Este la mayoría de restaurantes tienen horario continuo y están abiertos a todas horas.

La comida (qué lástima que el castellano no permita la diferenciación entre el participio del verbo comer y el acto de comer durante el mediodía) tiene unos horarios establecidos en cada país y cultura, y ello determina la sociedad. O viceversa, es la forma de organizarse la que determina los horarios de comer. La luz es muy importante: cuanto más tarde se haga de noche más tarde se come y se cena. En cambio, en un país en el que todo esté abierto a todas horas no te preocupas por comer, y si comes en clase o en el trabajo te estás alimentando, nada más.

La comida y la cena son los mayores actos sociales. Pensemos en el Banquete, de Platón. ¡Qué sería de la filosofía sin la comida! Las mejores discusiones y disertaciones suelen desarrollarse alrededor de una mesa, con la panza llena y los vasos vacíos. Y las grandes y famosas bacanales romanas. ¿Y la Última Cena? es elocuente el hecho de que antes de morir Jesús cenara con sus condiscípulos. Y cuando se acaba el curso, ¿qué pensamos hacer? una cena. Y todos los actos familiares (que esto merecería otra entrada) se reducen a comer y comer.

París está en el límite. Como soy erasmus me puedo permitir el lujo de construirme un horario para poder estar sentado mientras como, pero hay muchos franceses que tienen que comprarse un bocata en el bar de al lado y engullírselo en diez minutos antes de su próxima clase. Esto no hace ningún bien a nadie.

Por eso es necesario que los horarios y el modo en que esté distribuido el trabajo permitan tiempo para poder comer. Como mínimo en los países en los que hay esta cultura del buen comer, que son sobre todo los que tienen la mejor dieta: los países mediterráneos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La prensa catalana

vHermes Comuniació, la empresa editora del periódico El Punt ha comprado el 100% de las acciones del diario L'Avui. Éste, estaba hasta ayer en manos del Grupo Godó (La Vanguardia), Planeta (La Razón) y la Generalitat de Catalunya (40%, 40% y 20% respectivamente).

El Punt es, para mí, el periódico catalán por antonomasia. He crecido entre sus páginas. Nació en Girona en 1979 con espíritu comarcal, una distinción muy catalana. Sus páginas se centran en este ámbito local y en la política catalana y, como anécdota, su mapa del tiempo (un elemento súper importante para el periodismo de calidad) representa los Països Catalans. Poco a poco ha ido ampliando su distribución hasta llegar a siete ediciones comarcales repartidas por el territorio catalán.

Del periódico Avui poco puedo explicar, porque sólo lo he tenido una vez entre mis dedos. Sé que es el primero en publicarse en catalán después de Franco, en 1976. Lo que pasa es que es de Barcelona y no nos interesa mucho esto. Poca gente lo compra en mi pueblo, donde a ojo avizor se comprueba que los dos diarios más vendidos son El Punt y La Vanguardia. Y las cifras demuestran que no sólo en mi pueblo, sino que en toda Catalunya El Punt es el diario en catalán más leído.

Algunos quizá penséis que esta información es provincianismo catalán y que a nadie fuera de sus fronteras le interesará. Pero creo que es un dato muy importante que los dos periódicos publicados en catalán más vendidos sean de la misma empresa. Significa que el catalán, como inversión, puede ser rentable.

Sin embargo, espero que sus ediciones no entren en la vorágine empresarial y capitalista que se vive en el periodismo: pérdida de credibilidad, servidumbre a la publicidad, magnificación de los resultados económicos antes que la calidad periodísitica y la búsqueda de los máximos beneficios antes que la verdad, la honestidad y la investigación.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Entrevista a Carlos Bravo

(Autorretrato)

Para muchos, Carlos Bravo es un auténtico desconocido. No posee fama internacional ni se ha hecho famoso con sus fotografías. Tampoco se gana la vida con esto. Trabaja como decorador y aprovecha su especial sentido visual para utilizarlo en sus fotografías.

Sacar una foto puede resultar algo sencillo: pulsas y ya está. La complicación viene cuando al pulsar también se crea un estilo propio. Y Carlos Bravo lo tiene. Por medio de composiciones sencillas con mucha iluminación, sabe crear un trabajo realmente evocador. Escenas cotidianas, lugares donde el ser humano ya no está, pero dónde todavía queda algo de humanidad... Ciudades desiertas y calles vacías. Polvo y cotidianeidad. Si alguna vez te has pasado por este blog, quizás te suenen sus fotografías.


¿Cómo adquiriste tus conocimientos de fotografía?

Mis conocimientos fotográficos son totalmente autodidactas. En realidad se basan en la investigación y lectura de diferentes libros y la búsqueda a través de Internet. Actualmente, gracias a la red tenemos mucha información al respecto, que en ocasiones puede llegar a saturarnos. Para que esto no ocurra, hay que tener claro lo que se quiere, centrarse
y estudiar la línea que más nos interese.

(El Pasillo)

¿Trabajas como fotógrafo en algún sitio actualmente?


No, mi vida profesional esta relacionada con la decoración de interiores.

¿Qué cámaras usas?


Trabajo con equipo digital, en concreto con una Canon EOS 20D. También dispongo de una cámara Holga de 6x6. Este tipo de cámaras se utilizan para realizar un tipo de fotografía conocida como Lomografía, con un estilo mucho más informal, casual y experimental. Y no puedo olvidar mi Werlisa II del año 66 que me regaló mi suegra.

¿Hasta qué punto es importante el equipo?


La cámara es una herramienta para efectuar nuestro trabajo y para expresarnos. Sin embargo, es mucho más importante la creatividad del fotógrafo que el equipo que este utilice.

(Boca de agua)

¿Qué programas utilizas para la edición de tus fotografías?


Trabajo con Adobe Photoshop CS4, Adobe Bridge y Adobe Camera Raw.

¿Ahorras dinero para viajar y así conseguir mejores fotografías?

Efectivamente, ahorro dinero para viajar, pero he de confesar que probablemente mis mejores fotografías no las he hecho en los viajes. En ocasiones las mejores instantáneas pueden estar a la vuelta de la esquina. Viajar es otra pasión, que realmente se complementa perfectamente con la
fotografía. Viajar en cierta manera también sirve para estimular los sentidos fotográficos.

¿Qué lugares son tus preferidos, cuáles te resultan más evocadores?

Mi ciudad favorita es Nueva York, no por bonita, pero sí por las sensaciones. Por otro lado, no conozco la zona de Asia, pero es uno de los destinos que me apetece conocer en el futuro.

(Edificios atados)

¿Qué paises guardan las mejores fotografías?


Todos los países tienen sus secretos, pero probablemente los lugares culturalmente diferentes nos impactan más, tanto a los fotógrafos como a los espectadores de las fotografías.

En tus fotografías se ve un uso muy importante de los colores claros y de las sombras, que al final es lo que hace que tu fotografía tenga un estilo diferenciado. ¿A qué se debe esta elección?

Es cierto que en ocasiones un tratamiento puede marcar un estilo propio, por encima de la mancha fotográfica. En mi caso este estilo viene dado por el gusto por las imágenes muy luminosas. Ya desde la captura, procuro que la fotografía tenga mucha luz. Esto en fotografía digital hace que la imagen tenga mucha información. De todas formas, es posible que se deba a parte de mi evolución como fotógrafo.

(Sala)

¿Qué prefieres fotografiar, personas u objetos?


Depende. Cuando estoy realizando un reportaje sobre una ciudad o un país suelo retratar, además de a lo material, a las personas. Éstas forman un patrimonio muy importante de cada lugar. También me gusta fotografiar lugares en los que la huella del hombre está latente, pero su figura está ausente en el momento de hacer la fotografía.

¿Llevas siempre encima la cámara de fotos por si aparece algo fotografiable?

No. Ayer hablaba sobre esto con un buen amigo, fotógrafo también. A veces hay que desconectar y a mí me resulta imposible hacerlo si llevo la cámara conmigo.


Tú fotografía es muy evocadora. ¿Te has planteado alguna vez ofrecer tus fotografías a algún cantante para sus contraportadas de disco o su libreto de canciones?


No, sinceramente, pero podría ser una posibilidad que me gustaría y estaría
encantado de llevar a cabo.

¿Qué es lo más raro que te ha pasado intentando sacar una foto?

Es una lástima, pero no tengo ninguna anécdota reseñable. En ocasiones hay personas que de ninguna manera quieren ser retratadas, y sin embargo otras te dan las gracias por hacerles una fotografía.

¿Algún consejo para la gente que está empezando a entrar en la fotografía y se ha comprado una buena cámara por primera vez?

Me gustaría dar varios consejos. En primer lugar, hay que investigar, leer, ver mucha fotografía, conocer los inicios y descubrir el camino que se ha recorrido hasta hoy. Esto proporciona una gran educación visual y hace que poco a poco tu estilo fotográfico se vaya definiendo. Además, es importante conocer tu equipo, saber manejarlo para expresarse, y conocer la técnica fotográfica y sus reglas para que cuando las conozcas, puedas saltártelas para darle a tus fotografías un toque personal. Pero sabiendo siempre ser humildes al mostrar nuestro trabajo. Y por último, como es obvio, hacer fotografías.

(Cinco)

¿Qué fotógrafos nos recomiendas? ¿Cuál es tu favorito?


Hay muchos fotógrafos interesantes que personalmente me gustan mucho. Hay tantos y tan buenos que por citar algunos, diré a Joel Meyerowitz, Stephen Shore, Keith Davis Young, Matthew Genitempo, Todd Hido o Paco Martí , personas que para mí han sido una gran fuente de inspiración.

¿Qué tiene la fotografía que tanto te gusta?


La fotografía para mí son sensaciones, y las sensaciones difícilmente pueden expresarse con palabras. Simplemente el echo de llevar la cámara en las manos, escuchar el sonido del obturador ya me proporciona sensaciones. Jugar con la composición, las luces y las sombras...es extraordinario.

Y lo más difícil, ¿qué es la fotografía?

No quiero pecar con mis palabras y verter más tópicos sobre la fotografía, pero en cierta manera, la fotografía puede tener algo de mágico. La posibilidad de detener el tiempo, de expresar con una imagen, de emocionar, de ver y recordar a aquellos que ya no están entre nosotros, de conocer lugares en los que nunca hemos estado. La fotografía proporciona sensaciones.



*Para saber más sobre su trabajo, puede visitar su espacio en Flickr, o su blog de fotografía.

martes, 24 de noviembre de 2009

Rey de los Judíos


El chaval estaba esperando a la villavesa mientras leía la Biblia. Siempre se había dicho a sí mismo que tarde o temprano tendría que enfrentarse a aquel libro. Leerlo, como se debe leer El Quijote.

Hacía frío en Pamplona y una mujer anciana y tres hombres soñolientos esperaban la llegada del transporte público. En uno de los paneles de la marquesina, publicidad: "Eres lo que lees", rezaba el cartel. Lo miró y siguió leyendo: el Nuevo Testamento, San Mateo.

Pasaron dos minutos y una página del libro hasta que oyó el rugir de un motor, levantó la vista de su libro y lo cerró:

-¿Y adónde vas tú con esa cruz?-, le preguntó un hombre.

-Ya están los de siempre dando la nota...-, soltó otro.

- Desde luego la juventud ya no sabéis qué hacer para llamar la atención- concluyó la vieja.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Precaución

Le condenaron a más de 40 años de cárcel por la explosión que provocó el incendio de todo un edificio y el de bloques colindantes. Después de la detonación, las fuerzas especiales y los francotiradores que vigilaban la zona irrumpieron en la casa rompiendo sin piedad los restos de las ventanas y cristales que quedaban. "¡Tírese al suelo, tírese al suelo!". "¡Las manos detrás de la cabeza!".

El artefacto causó daños irreparables. La población estaba alertada hacía varios años pero nadie parecía haber seguido al pie de la letra las indicaciones de seguridad. "Esta desgracia se veía venir", comentaban las señoras con sus rulos.

40 años, como decíamos. 40 años en prisión. Y todo porque aquel hombre activó sin querer el sistema de autodestrucción que hace estallar un ordenador si se retira un USB sin seguridad.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Honor a su presencia

Un año más, como ya conté tiempo atrás, hoy es día de celebración. Esta vez además, con más fasto y honor.

Se dice que hay crisis. ¿Crisis a mí? Esto es para los pobres, o para los que se creen ricos. Si todos estuvieran del lado correcto nadie sufriría ni lo pasaría mal. Pero hay gente descarriada que se cree muy lista, cree que puede ir sola por la vida y luego pasa lo que pasa.

Yo estoy contento, saben. Antes, con Franco, claro que se vivía mejor, pero he aprendido que esta democracia no está tan mal. Lo importante es hacer creer al pueblucho que pueden decidir. Ellos están contentos yendo una vez cada cuatro años a las urnas. Y piensan que por que en la lista haya más de un partido tienen un gran abanico de opciones. Inocentes. Piensan que el gobierno es la voz del pueblo, y piensan que los partidos a los que votan representan sus necesidades. Hay que dejarles que piensen así, y todo seguirá bien.

Además, señores, si alguien se descarría un poco ya están allí los jueces para ponerlo en el lugar que le atañe. Y si no que se lo pregunten al Estatut y a los políticos vascos. Los medios de comunicación también están al tanto de todo, y ayudan a que se respete lo instaurado.

Fíjense en el resto de Europa. Países potentes y con mucha riqueza. ¿y quién manda allí? ¿y quién ganó las elecciones europeas? Este es al camino a seguir, y la Unión Europea otro garante de que se cumpla lo establecido y el orden imperante.

La gloriosa Nación Española tiene que seguir el camino que ha tomado. Dejar de lado al trabajador, al obrero, al que sufre, al que reflexiona y al que va a las universidades y encargarse, tan bien como lo ha estado haciendo hasta ahora, del empresario, de los bancos, los prominentes, los que la hemos ayudado desde tiempos inmemoriales, los creadores del actual equilibrio.

Seguir honrando la memoria de los victoriosos, de los ganadores, de aquellos que lucharon en el bando correcto. Y otra vez demostrar que la sombre de José Antonio y del Caudillo sigue ¡Presente!

Foto: Cementerio Père Lachaise, París

martes, 17 de noviembre de 2009

Crueldad


"En esta escuela Jean Roger Debrais aprendió el Amor a la Patria. Joven FTPF (franco tiradores y partisans franceses). Murió por Ella el 14 de diciembre de 1943 bajo las balas del enemigo. Tenía veinte años"

Y nadie le enseñó que el amor no es morir por lo que quieres, sino vivir para lo que amas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Backstage


La banda sonora en sus pequeños detalles había sido lo que aquel tipo había compuesto en los últimos 20 años. Sus viajes en coche y ventanillas bajadas estaban acompañados de sus letras y música. Sus canciones le hacía creer, en las noches heladas, que protagonizaba el video clip de un ser melancólico. Aquel tipo al que tanto admiraba sabía tocar las teclas que ninguno tocaba. Era un amigo íntimo, ese que siempre te escucha, te entiende y acierta en cada una de sus frases de respuesta.


La admiración que él sentía por ese cantante era algo demasiado extraño. Había llegado al punto de no saber apreciar si sus canciones eran buenas o malas. Simplemente todo le parecía perfecto, en su justa medida, aunque la pista fuera un audio sin volumen.

Guardaba las entradas de cada uno de los conciertos a los que había ido en una lata antigua de Colacao, donde también almacenaba los viejos recuerdos, los tickets de los museos y las entradas de cine. Aquella noche volvía a tocar en el teatro de las butacas rojas y las luces de billar.

En un tiempo fue solo a ver las canciones. En un tiempo aquel hombre era la persona que cantaba al desamor y la melancolía de las habitaciones ventiladas. En un tiempo. Ahora era el hombre que componía escenas compartidas, que cantaba a las chicas que hacían autostop. Y él conoció a su chica en la carretera, entre guanteras, frenos y asientos traseros.

Aquella chica le había acompañado a sus dos últimos conciertos. Ella también se había empapado de su música hasta quedarse calada y jugaba a cantar las frases que le venían a la cabeza. Un concierto íntimo y solitario, con armónica, guitarra y un piano. Con la voz saliéndole como el viento que sopla en las cuevas, irregular, intermitente, desafinado. Pero con el corazón encima de la mesa. Y tocó, tocó y tocó, hasta perder el aliento.

Se apagaron las luces de billar y aquel tipo solitario se acercó hasta el borde del escenario. Se agachó, se llevó una mano a la espalda y otra al pecho y saludó al público agitando una mano. Luego se marchó.

El chico y la chica fueron al backstage. Los discos de su estantería estaban todos desnudos, sin firmar, sin un gracias ni un saludo. Sin ropa y recién salidos de la tienda, con cientos de escuchas. Él fue y le pidió una firma. El otro accedió. Ella esperó un rato y después se animó a que le firmara el único disco que tenía.

El artista se le quedó mirando con los ojos entreabiertos de un madrugador. Le dijo, "ey, ¿cómo te llamas?", y entonces ella empezó a mover las mandíbulas, hablando sin parar. Desde la distancia, se le notaba nerviosa y entusiasmada. Se tocaba el pelo y el cantante le tocaba en el hombro. Él le hacía una broma y ella se reía aunque no le hiciera gracia.

Él estaba en una esquina, orgulloso de que su chica pudiera conocer al cancionista que le había llenado los estantes vacíos de sus noches en vela. Aquel era un tipo excepcional, una persona única. Poseía la capacidad de que la gente creyera que sus canciones habían sido compuestas especialmente para el que las escuchara. Tanto que al día siguiente, su novia lo dejó por él, hizo las maletas y continuó con la gira.



Imagen: Daniel Rivas

sábado, 14 de noviembre de 2009

¿Dónde están?

A veces descubres que sentimientos tan finos y abstractos como el amor, la amistad o la belleza son impresiones que se cazan al vuelo y se guardan en el corazón con una rapidez desconocida. El odio, también.


Odio las excursiones, odio a la gente que va en masa, odio tener que pagar ocho euros (con reducción de estudiante incluida) para sufrir una brillante exposición de pintura flamenca del siglo XVII rodeado de gente salida de una autocar del inserso o parejas con recién nacidos (¿por qué permiten entrar en los museos con cochecitos? molestan a la gente y los propios padres no pueden disfrutar), odio a la solitaria mujer del pelo naranja y gafas de pasta morada que tiene que ponerse a un palmo de un cuadro, odio tener un segurata a cada paso que me vaya ordenando que avance, odio que pongan los cuadros a dos palmos del suelo. Y, ya por último, odio que te pongan un cuadro de Vermeer en el cartel de la exposición y sea el único que haya de él.

Dejando de lado mi mal humor, he disfrutado como un enano en la exposición. Es uno de mis periodos favoritos en pintura. Las escenas costumbristas, la tenue luz que los holandeses dominan magistralmente, los retratos de los burgueses, son totalmente distintas de cualquier otro momento. Fue el momento en el que los Países Bajos se independizaron (1589) de la monarquía castellana y el protestantismo se hizo fuerte. Por eso, la iglesia y la nobleza dejaron de ser los mecenas y pasaron a serlo los burgueses. Economistas y hombres de negocios, más aficionados a los números que a la filosofía, supieron apreciar el arte del retrato, de los paisajes y de las escenas de la vida cotidiana.

Destacaban con luz propia, y aquí está el éxito de su pintura, los de Rembrandt. Sin embargo, también se encontraban allí otros maestros especializados en su tema: paisajes navales, momentos de la vida ordinaria y los retratos. El mítico cuadro de Franz Hals (ver imagen) me ha enseñado la diferencia entre ver un cuadro en reproducción o tenerlo justo allí delante. La emoción percibida en la realidad es muy distinta que la que te produce cuando lo ves en el papel.

Y para acabar, un último apunte, un poco macabro e irónico. Se explicaba la diferencia entre las naturalezas muertas y las vanitas. Lo primero es un juego de luces, un estudio sin, a menudo, más intención que la pictórica. Las vanitas, no obstante, forman una composición simbólica con objetos inanimados: una vela que se extingue, libros y calaveras eran los elementos principales. En ellas se exprimía la idea de la fugacidad de la vida y la vacuidad del conocimiento (tan de moda en aquella época, no hay que olvidar la literatura española y sus populares carpe diem y ¿ubi sunt?). Me pregunto, pues, que sentían aquellos señores compañeros de mi visita al ver tan evidente consigna.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

¡Estos galos están locos!

Hace cosa de un par de semanas (el 22 de octubre) Astérix y Obélix cumplían sus bodas de plata. Se presentó un nuevo libro de la intrépida pareja, se ha organizado una exposición con dibujos originales y manuscritos y mecanoscritos de Goscinny en el museo Cluny de la Edad Media y en las vallas de entrada al recinto, en el cruce de los bulevares Saint Germain y Saint Michel (uno de los más concurridos de la ciudad), se han instalado doce plafones con obras de arte reinterpretadas por Uderzo. Cleopatra es Olympia, Obélix el Hombre de Vitruvio y los piratas se han hundido esta vez en la Balsa de la Medusa.

En Francia se está viviendo, además, una situación que parece sacada del argumento de uno de los famosos álbumes de los galos. Por todas partes te encuentras avisos de una pandemia que amenaza con ser fatídica: la gripe A (antaño llamada porcina).

Uno va tranquilamente al lavabo, hace su faena con cuidado y a la hora de lavarse las manos se encuentra con varios carteles curiosos. Todos ellos son órdenes del estado francés que parecen sacadas de barrio sésamo (con todo el respeto para esta serie que nunca vi): cómo lavarse las manos, cómo estornudar, de qué manera ponerse la máscara si estás enfermo, etc.

No bastaba con esta fiebre que hoy he abierto la cuenta de correo de la universidad parisina (después de un mes de clases) y me he encontrado con dos emails sobre este tema. Uno te ponía sobre aviso de que el ministro (no se especifica cual) o el prefecto puede mandar cerrar la universidad debido a "la pandemia gripal". Además, informaban de que estaban haciendo una investigación y te invitaban a colaborar. El otro era una carta del rector en la que recordaba los consejos de higiene que te encuentras por todos lados, entre ellos, dar la mano en vez de dos besos o lavarse las manos con una solución hidro-alcohólica. Esto último, por cierto, es algo que lo han acogido enseguida, y en cualquier momento ves a los franceses frotarse las manos con el líquido de un bote azul muy sospechoso. Parece que siempre estén tramando algún intrigante plan.

martes, 27 de octubre de 2009

Yo soy yo, tú eres yo, yo soy tú, nosotros somos todos...

Este domingo saltó la polémica en Francia. Eric Besson, ministro de la Inmigración, anunció que quería desarrollar un "gran debate sobre los valores de la identidad nacional". Su idea es empezar unas reuniones con parte de la sociedad civil para identificar y definir qué es ser francés.


La izquierda no ha tardado en saltarle a la yugular y criticar su "vuelta al pétainismo (el mariscal colaboracionista con Hitler)". Tratan la idea de medida electoralista, ya que las elecciones regionales se celebrarán en marzo del año que viene.

Al extremo opuesto, y en su línea, Le Pen escupe que lo único que quiere el ministro es la eliminación de su partido (Frente Nacional), ya que eso es lo que "le excita" a Besson. Aunque a este señor hay que darle un poco de comer a parte.

Lo que yo me pregunto, a estas horas, es si realmente existe una identidad nacional. Si se puede afirmar sin escrúpulos que, por el simple hecho de ser de una nación, se es de una forma (tomo como definición de nación la noción que siempre he tenido: comunidad de personas que comparten una misma cultura, ley, historia, lengua y tradiciones y con sentimiento de pertenencia a ella).

¿Es, por tanto, la pertenencia a esta nación lo que te da una identidad específica o es tu identidad la que configura luego la nación? Es decir, ¿primero fue el huevo o la gallina?

Yo siempre he creído en la influencia que ejercen los orígenes en uno mismo. Josemi , sin ir más lejos, nos acaba de narrar uno de sus recuerdos infantiles. Me imagino que estas hazañas serían diferentes de haber nacido en algún otro sitio. Por tanto, es evidente que hay un poso cultural inevitable. Este trasfondo viene de tu infancia, tus padres y tu familia, tus amigos, tu crecimiento, etc.

También creo que el entorno en el que vives influye en tu formación como persona. Esto ya es un elemento a nivel colectivo. No es lo mismo ser de mar que de interior o de montaña. El clima del lugar, el paisaje, la geografía, etc. Y este hecho no es sólo tuyo, sino que es compartido por la gente de tu alrededor y también influye en ellos, por lo que se construye un sentimiento común de vivencias y preocupaciones en torno a lo que se comparte.

No obstante, no todos somos iguales: reaccionamos de formas distintas a situaciones parecidas, evolucionamos de maneras diferentes, la situación laboral, económica, familiar, no es la misma en todas las personas, y esto contribuye a crear nuestra personalidad.


Además, qué sería de nosotros sin nuestras particularidades, nuestros gustos, preferencias, experiencias, contactos con otras personas, alicientes...Aunque tampoco hay que desdeñar los intereses comunes, las esperanzas en un futuro mejor, el apego a la historia, etc. ¿Es suficiente conformarse con unos vínculos nacionales que nos vienen dados?, ¿no es más seguro, por otra parte, desarrollarse bajo el manto de esta nación?

No hay que olvidar que todo esto viene a cuento de la intención del ministro francés de definir la identidad nacional. No sé hasta qué punto es cuestión de un estado definir este polémico asunto. Porque siempre está el hecho de que quizá más que una identidad nacional existe una identidad universal, o proletaria, y que alguna de estas pesa más y tiene que guiar nuestras decisiones.

Pero volvamos a la pregunta original. ¿Esa identidad individual se ve superada por una identidad colectiva o permanece inalienable a su entorno? Sinceramente, creo que esta es una cuestión demasiado compleja como para resolverla en un pequeño escrito de este modesto blog.

Yo he hecho mis aportaciones al respecto, planteando unas dudas y esperando la comprensión frente a mi incertidumbre.

Sólo me queda remarcar un último punto. Quizá, en el fondo, la opción más humana sería la del anarquismo: la persona en el colectivo y éste erigirse como una única estructura. Sin diferencias, todos iguales. ¿Pero acaso la belleza es un don alcanzable?

lunes, 26 de octubre de 2009

El Potxas


Cuando era pequeño mis amigos y yo nunca nos metíamos en problemas. Éramos de esos que gritan “picazo” y corren delante de los matones de barrio. Éramos chicos que no salían de la plaza porque más allá estaba el bosque, la selva, los tigres y seguramente alguna que otra serpiente cascabel.

Nuestra plaza estaba rodeada por una carretera, lo que en los castillos se suele conocer como el foso. De ahí no salía nadie y si tenías lo que hay que tener, lo dejabas para otro momento. Nuestro mundo era un microcosmos que se reducía a esa plaza y al camino que llevaba hasta el colegio. Un camino libre de hombres con caramelos y mujeres con verrugas en la nariz. Sólo había hombres del saco, nada más.

También allí, en mi colegio, había unos límites infranqueables. El campo de fútbol era la frontera, nuestra aduana. Si ibas hasta el fondo, corrías el peligro de que los vigilantes te dispararan desde arriba. Allá, al otro extremo del campo, se levantaba una casa abandonada con los cristales rotos y las cortinas bailando como le apeteciera al viento.

Realmente impresionaba acercarse hasta allí. Había cosas de los mayores que nosotros nunca nos creíamos, como su estúpida teoría de que cuando uno tuerce mucho los ojos al final se acaba quedando medio bizco. Pero aquella casa era una de esas mansiones que salían en las películas. A un lado, la inocencia y bondad de los niños en el colegio. Al otro, la tenebrosidad y penumbra de aquella casa.

Nosotros conocíamos aquel lugar con el nombre de “la casa del Potxas”. El Potxas era para nosotros un hombre viejo con barba de varios días que guardaba una escopeta de perdigones por si alguien se atrevía a entrar a su casa. Vivía en el piso de arriba y a todas horas estaba viendo la tele. Según algunos, si te acercabas lo suficiente podías oír el sonido del televisor.

Todo eran rumores. Muchos decían que vivía con su mujer y que tenía varios hijos. Que salía por las noches y que una vez alguien lo vio, seguramente el mismo que vio a Melchor una noche.

Cuando crecimos y el Estado Paternal nos concedió la licencia de ampliar nuestras fronteras de exploración, nos volvimos gallitos y rebeldes. No de esos que lo son por naturaleza, sino de esos que son malos simplemente para contarlo.

Una tarde, enviamos una expedición a la casa del Potxas. Éramos muchos y además habíamos hecho algún que otro amigo, de esos que tienen pueblo y matan a las gallinas. Ese día, nos armamos de valor como jóvenes intrépidos y caminamos hasta allí.

Al llegar, la casa estaba rodeada por piedras y arbustos. Cada uno se agachó y cogió las piedras que más le gustaron. Otros decidieron ir a echar un vistazo a la casa, entre los que no me encontraba yo, por supuesto. Yo tenía que vigilar que todo estuviera bajo control afuera. O eso me inventé, creo.

A los quince minutos, escuchamos el sonido de unos pasos ligeros que venían del otro lado de la casa. Por la ventana, salían algunos de nuestros amigos, corriendo, rojos, dejándose la vida en cada zancada. Nosotros también echamos a correr como si fuera la última carrera de nuestras vidas. Detrás de nosotros, una furgoneta blanca se acercaba lentamente.

Nosotros corríamos y corríamos como nunca, entre risas nerviosas, sonidos extraños y suelas de goma. Nadie se atrevía a mirar a atrás, y preocuparse por el resto de compañeros era una cosa que sólo se hacía en las películas sobre Vietnam.

Cuando al final salimos de la zona prohibida, nos agachamos sobre las rodillas para respirar, hinchando los costados y resoplando como los caballos. “¿Lo habéis visto?”, les preguntamos. “No, oímos que alguien se acercaba y echamos a correr. Allí había de todo: pizarras, ordenadores, hojas por el suelo, pupitres…”. “¿Pero habéis visto al Potxas o no?”, inquirimos. “No, no. Pero creemos que iba en la furgoneta blanca”.

Y allí se acabó todo, no preguntamos más. Días más tarde, nos acercamos para tirar piedras a la casa abandonada como muestra de nuestra singular forma de tomarnos la revancha. Sin suerte. Desde entonces, nunca más volvimos a entrar y ninguno de nosotros logró ver al Potxas. Hoy, puede que siga allí viendo la tele, con su escopeta cargada y lista para cualquier renacuajo que quiera acercarse. O puede que, simplemente, el Potxas nunca hubiera existido.


Imagen: Valischkas

domingo, 25 de octubre de 2009

Espejito espejito



Hoy era mi segundo día de prácticas en Diario de Navarra. Si leéis las apasionantes crónicas de los partidos de Tercera, quizás encontréis mi nombre por alguna parte. Son mis primeros pasitos como periodista, mi primer sondeo del terreno, mi primera vez entrando a una redacción.

Ayer era el típico chaval con cara de despistado que no se entera de nada. Ese que pregunta dónde está la redacción de deportes y que cuando ya se ha ido, la gente comenta lo apuesto y guapo que es. O lo que sea.

Diario de Navarra es un edificio inmenso. Inmenso para lo que suele ser habitual en una redacción local de nivel medio, e inmenso también para un estudiante de periodismo que entra en una redacción por primera vez.

Al entrar, todo es como en las películas. Gente en sus escritorios, teléfonos sonando, bolígrafos en la boca, camisas remangadas y el sonido de los teclados. Hombres forajidos del oeste que parecen traerse entre manos asuntos de vital importancia. Da la sensación de que las opiniones, las historias, la información y las noticias son ríos de tinta que acaban desembocando siempre en esa redacción.

Diario de Navarra está en el polígono de Cordovilla. Desde mi casa hasta allí hay unos 20 minutos, 15 si no valoras tu vida o tienes mucha prisa. Para entrar, hay una garita de vigilantes con los cristales tintados, que es desde donde te abren la puerta para aparcar el vehículo.

Hoy, he hecho por primera vez todo ese ritual. Llegar con mi coche, parar y esperar. Sin embargo, había algo que no me esperaba. A la entrada, fuera de la garita, un hombre vestido de vigilante sujetaba un palo largo que acababa en un espejo redondo inclinado. Cuando he detenido el coche, el hombre me ha rodeado: estaba pasando el espejito por los bajos de mi coche, controlando si algo sospechoso pudiera ir adosado a los bajos.

Esto es un periódico, esto es Navarra, y esta es una de las cosas que deseo que terminen cuanto antes.

lunes, 19 de octubre de 2009

Un día de clase

Por aquí, el curso ya empiezan a tomar su ritmo. El horario es bastante holgado, sólo tengo clase de lunes a jueves, porque sólo se tiene una clase por semana de cada asignatura. Eso sí, pueden ser de dos horas seguidas o tres, que en este caso hay un descanso de cinco minutos cada hora. Después de tener dos clases de dos horas seguidas acabas como si una apisonadora te hubiera pasado por el cráneo durante cinco días seguidos, y tu mayor aspiración es salir a la liberadora calle, aunque te estés muriendo de frio.

Debido a esta concentración de horas, las lecciones suelen ser muy intensas. Los profesores van al grano, no se andan por las ramas y no meten mucha paja. Por tanto, todo el rato tienes que estar atento para tomar notas (si quieres, claro). Apenas hay nadie distraído, ni dibujando seres mitológicos, ni jugando al ordenador, leyendo el periódico o haciendo crucigramas.

Eso sí, se entra y se sale de clase como si fueran las ramblas, se come y se bebe más que en la calle y la gente puede pasear encima de las mesas y el profesor ni se inmutará.

Las aulas suelen estar llenísimas de gente que anota en unas libretas que parecen de la ESO o en sus sofisticados MacBooks. El profesor te explica la materia y se va. Si quiere, en algún momento abre un limitado debate, en el que ya destacan oradores asiduos, entre ellos el avispado sirio de cuarenta años o el repelente chico de las gafas que cree que lo sabe todo. Por clase también están el guaperas maloso, la eficiente secretaria y los erasmuses que no se enteran de nada.

lunes, 12 de octubre de 2009

Forjador de hombres

Los puntos finales son puntos difíciles de redactar. Cuando se trata de personas, la decisión no está en manos del escritor, sino que son otros los que deben poner con acierto el broche final a una obra colosal.

Hoy he estado en uno de esos puntos finales perfectos. Se marchaba la historia de un hombre que vivió fiel a sus ideas y que hizo de su forma de pensar una forma de ser y de vivir. Una de esas personas que todo el mundo recuerda, y que recuerda con pasión. Uno de esos hombres que llenan salas de estar y restaurantes con su conversación y ante los que el resto escucha entusiasmado.

Era un hombre que dedicó su vida a intentar hacer más fácil la vida de los demás, y a proporcionarles una visión del mundo llena de matices. Que ayudó y que forjó a cientos de personas que necesitaban una voz de la experiencia, un timonero acertado, una personalidad carismática.

Todas esas personas estaban hoy escribiendo su punto final con poesías, cartas y canciones. Amigos, familiares, conocidos, gente de todos los sitios. El que conoció a aquel hombre siempre tendrá cosas que contar.

Yo puedo contar que de pequeño me intrigaba su persona, que le escuchaba impresionado y que nunca he vuelto a encontrarme a nadie así. Alguien que hablara mientras el resto calla reflexionando sobre cada una de sus frases. Alguien que pareciera saber mirar las cosas como nadie antes lo había hecho. Era una de esas personas que sólo se conocen una vez en la vida.

Siempre que venía a visitarnos, nos traía juegos de magia. Yo aprendí un par de trucos, pero siempre he tenido las manos temblorosas como para hacer ese tipo de cosas. Una vez nos presentó a un mago, y ese mago estaba también hoy cogiendo la pluma para escribirle ese punto.

Y su punto final ha sido un punto de los buenos. Como lo querríamos casi todos. Un resumen de una vida llena de gentes, historias, ideas, formas de pensar y respeto hacia los demás. Un farero al que seguir cuando faltaba la luz. El punto y final que a él le hubiera gustado escribir.



“Por donde pases, deja tu sombra.
Por donde pises, deja tu huella.
Por donde estés, deja tu palabra.
Todo lo que has dejado lo encontrarás,
Si lo has dejado entre los hombres;

Tu sombra será refugio,
Tu pie será medida,
Y tu palabra, comida popular
Con una condición: que seas…
Macizo y entero para tu sombra,
Activo y constante para tu pie,
Honrado y auténtico para tu palabra

Sólo así serás pueblo y sangre para tu pueblo
Y… no lo olvides ¡Los pueblos no mueren!
Se perpetúan en sombras, pies y palabras
Hechas carne.”

Forjador de hombres

domingo, 11 de octubre de 2009

Las tentaciones de un paseante

París es una ciudad que vive en la calle. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de la cantidad de terrazas que hay. De hecho, creo que todos los bares y restaurantes tienen, como mínimo, un par de mesas fuera.


Pero no sólo eso, sino que entre las abarrotadas avenidas turísticas y en las menos llenas calles de barrio casi todas las tiendas, sea lo que sea lo que vendan, ofrecen sus productos en la calle. Libros, películas, pósters, ropa, maletas, bolsos, perfumes, fruta, quesos, carne, ollas, cubiertos, paraguas y otras extravagantes mercancías se amontonan fuera de sus tiendas.

Así, la ciudad pasa a ser un serpenteante camino en el que tienes que ir esquivando la masa de gente por un lado y los mostradores callejeros por el otro. Con lo que se convierte en una odisea intentar llegar con prisas a cualquier lugar. Además, que uno no puede evitar echar una mirada a lo que se cuece en la calle.

Los tenderos utilizan la táctica del cebo, la cual es la siguiente aquí descrita. Yo, bibliófilo compulsivo, soy presa de la ingente cantidad de librerías que hay aquí, pero el caso sirve para cualquier otro comercio.

Todo empieza cuando uno va andando tranquilamente, un poco distraído y sin rumbo. De repente, un cartel hecho a mano encima de un caballete te indica un eslogan tentador: Livres d'occasion 1€. Esto, ya de entrada, te deja patidifuso. Te aceras al caballete donde se encuentra esta ganga. Pero no hay sólo uno, si no que hay muchos más, y ordenados por temas. Te das cuenta de que hay una interesante edición por sólo tres euros justo al lado de la puerta. Desde fuera se te ocurre mirar lo que acontece en el interior. Y aquí ya has caído. Te han pescado como a un vil pulpo. Cual mariposa ante el fuego te sientes atraído hacia dentro, donde un universo de literatura, historia, arte y una interminable lista de temas se desarrolla en cuatro plantas y un sótano.

Pero no es la única librería, al lado hay otra con ofertas parecidas. Y enfrente una tienda de quesos esparce la aroma de sus tiernos productos por la acera. A su lado una pareja disfruta de un largo y aguado (además de caro) café en un terraza. Y más allá unos percheros sujetan chaquetas de piel y camisas afrancesadas (de estas con estampados cutres y chillones). Y esto es París, y si un estudiante no se puede permitir comprar nada, ya está un japonés en su lugar que se irá a casa lleno de bolsas.

jueves, 8 de octubre de 2009

Anticiclón


Hoy escribo contra todas esas personas contagiosas. Contra esos porteros de gesto arrugado, contra esas cajeras de mirada punzante, contra esas oficinistas de gafas caídas. Contra esas personas cuyas borrascas grises hacen grises las vidas de los demás. Contra esas personas que sólo ofrecen malos gestos y nunca han silbado. Contra esos peluqueros que estropean el pelo y encima parecen hacerte un favor. Contra el camarero que resopla cuando le pides una cerveza. Contra las personas que responden con monosílabos a una pregunta compleja. Contra el carnicero que no te parte finas las lonchas. Contra el médico que no tiene ni un segundo para escribir bien una maldita receta.

Para el operador de telefonía e internet que nunca sabe solucionar los problemas: sólo formatea. Para el tipo que hace ruido mientras mastica en el cine. Para las abuelas que se cuelan en la fila del supermercado. Para aquellos que multan si dejas el coche aparcado un minuto más de lo establecido. Para el negocio de las autoescuelas. Para las personas que siempre están agobiadas y nunca parecen hacer nada extraordinario. Para aquellos que siempre les duele algo o están enfermos. Para los que dicen que “no” a un viaje al extranjero. Para los que interrumpen al hablar antes de que hayas terminado. Para el que nunca se ha parado a entender otros puntos de vista. Para aquellos que alzan la voz en una discusión. Para los que afirman “que eso será para ti”, pero que “hay gente que piensa diferente”. Para los que dicen que tu película favorita “no es para tanto”. Para el secretario que dice que todavía falta un papel. Para los que no señalizan en las rotondas. Para el tipo que sube los precios del cine. Para la gente que huye de las responsabilidades. Para el pedante y sus circunloquios. Para el matón que te amarga una noche.

Para aquellos que te dicen que no lo puedes hacer. Para la persona que se ríe en público de los comentarios de una persona. Para los que niegan con la cabeza mientras alguien todavía está hablando. Para aquellos cuya decisión premeditada estropea los planes del resto. Para los que les da igual una opción u otra. Para los que dicen que las letras no tienen futuro. Para los escépticos y los relativistas. Para aquellos que con 25 años aún juegan a ser héroes de barrio. Para los trepas de empresa y gente de despacho. Y para todos aquellos que no pueden evitar contagiar sus vidas de mierda al ver que algunos todavía seguimos siendo felices.



Imagen:
Mingole

miércoles, 7 de octubre de 2009

Agárrate fuerte


El cine romántico y las historias de amor están llenos de jóvenes enamorados. De primaveras, playas, flores y besos. Nos conmovemos con Titanic y el verano idílico de Grease. Muchachos jóvenes y guapos que confiesan su amor en etapas de la vida donde nada parece ser insalvable.

Ayer por la tarde yo esperaba al autobús. Los autobuses de Pamplona se inclinan sobre la acera mediante un sistema de amortiguación. Así es más fácil subir. Si tienes 80 años, la cosa se complica: sí o sí.

Una pareja de ancianos caminaba agarrada del brazo. El hombre llevaba un bastón en su mano derecha y con la otra se enroscaba a su mujer. Caminaban lentos, sin prisa, con la pausa que dan los años. Los jóvenes montan en bici y exceden los límites de velocidad. Ellos se lo tomaban con calma.

Caminaban agarrados el uno del otro, como en las tormentas. Como en esos chaparrones en los que dos personas se abrazan para no salir volando. Eran bajitos y en ocasiones se entendían por gestos. Unos gestos que eran palabras transformadas a lo largo de los años. Una vida entera apoyándose el uno sobre el otro, una historia conjunta a la que agarrarse para subir a un autobús.

Ni un beso, ni un gesto cómplice, ni una mirada cariñosa. Sólo dos viejecitos intentando subir a un vehículo. Primero él: ella le sujetaba el bastón. Luego ella: él le tendía la mano. Después, una historia impaciente por tener un buen final.

lunes, 5 de octubre de 2009

Un huevo frito

París es una ciudad que, a simple vista, parece ancha e inabastable. Sin embargo, dos son los factores que la hacen más pequeña de lo que parece: el metro y la banlieu.

En aquella ciudad el metro se inauguró poco después de la exposición universal de 1900. En clase siempre nos contaban cómo aquellas exposiciones eran símbolos del avance industrial y tecnológico y también demostración del poder de una burguesía pujante y más compacta que la actual, capaz de organizar un evento de tamaño colosal (¿cuándo fue la últmia exposición universal interesante?). Actualmente, cuenta con 16 líneas y unas 300 paradas.

Yo, que soy de pueblo, siempre me he sentido atraído por lo desconocido en las ciudades, y el metro es una de esas cosas. En esta ciudad (como en la mayoría a las que he ido) cuando entras a un vagón alegre y contento estás perdido. Empiezas a mirar las caras de la gente a tu alrededor y ves que están cabizbajos, con la mirada perdida, vacíos, cansados. Sea la hora que sea encuentras poca gente hablando entre ellos, ni para pedir la hora o saludar.

A veces entra un músico a tocar y ni así. La gente pasa completamente del acordeonista, que llena el metro con su alegre música, o del pobre trompetista que deja fluir sus trágicas notas por el instrumento. Luego, una vez pasa el vaso de plástico para recibir dinero, muchos, aunque antes ni le hayan mirado, le ponen una monedita.

La primera vez que ves esas caras y descubres el triste parecer de la gente te preguntas por qué. Qué raro, me dije yo, tampoco es tan pesado ir en metro: va rápido, es entretenido y no es demasiado incómodo. Pero luego, poco a poco, mientras vas repitiendo estaciones, conoces la línea que utilizas, miras por la ventana y no dejas de ver la opaca oscuridad del agujero que atravesamos, la mirada se te va cayendo hacia la punta de los zapatos. La gente entra en la siguiente parada y ni les miras, sólo deseas llegar a la tuya para bajarte e ir a descansar a casa. Y con los días los ojos se quedan perdidos en un punto inestable como el traqueteo del vagón. Es el síndrome del metro...

Pero, la verdad, es que es el único sistema para desplazarse con cierta puntualidad en París. A no ser que quieras salir de tu casa hora y pico antes de tu cita. Porque, al final, te das cuenta de que lo que realmente está lejos son todos los pueblos de alrededor. En estos pueblos, que por habitantes son ciudades, vive la mayoría de gente que trabaja en la provincia. Están pegados a París también entre ellos. Forman una masa compacta en torno a la ciudad. Parece un huevo frito: París la yema y el extrarradio la clara.

Ir hasta allí puede ser una odisea. Hay que coger no sólo el metro, si estás en el centro, sino luego otras líneas de ferrocarriles que te lleven a casa. Hay gente que tiene que hacer todos los días dos horas de coche para llegar hasta su trabajo, algunos más. Y con lo cómodo que es ir a pie a clase.

viernes, 2 de octubre de 2009

Ay, sangría Don Simón



Si habéis enchufado hoy la radio o el televisor os habréis podido enterar de las dos noticias del día. Por un lado, la elección de Río de Janeiro como ciudad olímpica en 2016 y, por el otro, las fiestas de Villava, que comenzarán mañana.

Son días de ajetreo y movimiento por aquí. Mañana (si todo sale según lo previsto), los ediles de ANV tirarán el cohete. Por problemas de agenda, no podrá estar el kiliki negro de Villava, pero todos le echaremos de menos.

Así que hoy, mis amigos y yo hemos ido al súper para planificar el avituallamiento. Nada más entrar, las estanterías del pasillo estaban repletas de bricks de vino tinto y blanco. Había más botellas de patxaran que de normal (como no podía ser de otra manera en un pueblo como el nuestro), además de vodka, ron, ginebra, cerveza y alcoholes varios. Nosotros hemos dejado eso para mañana.

Al salir, tres niñas me han dicho algo, pero yo no les he entiendo. “¿Qué?”, pregunto. “Que si nos puedes comprar una botella de sangría”, responden ellas. Una botella de sangría, esas chicas me pedían una botella de sangría. Mi proceso mental ha sido el siguiente:

1- Joder, ¿realmente ya me he hecho tan mayor como para que me pidan este tipo de cosas?
2- ¿Qué edad deben tener? Si parecen una chiquillas
3- ¿Tengo cara de chico enrollado que ayuda a hacer estas cosas?
4- ¿Sangría? ¿Pudiendo tener patxaran?
5- ¿Con qué edad empecé yo a salir?
6- Tengo hambre

Muchas preguntas, poco tiempo para responder. Así que empiezo por la número 2. “13-14”, dicen ellas. “¿13-14?”, pregunto yo, mientras inconscientemente me respondo a la pregunta número 5. La primera vez que yo salí una noche fue con 14 años, en Nochevieja. Ni gota de alcohol, claro. Mucho viejo y mucha persona mayor. No sabía cómo se jugaba a aquello.

13-14 años. Las tres chicas tenían 13-14 años. “También bebemos vozka”, “y sangría”, añade otra. 13-14 años, 2º de la ESO. ¿Tan pronto se empieza a beber? Supongo que sí, o por lo menos, sí ahora. Pero yo les miro y son realmente pequeñas. Tienen voz de pito y el maquillaje no les sienta nada bien.

Así que mi lado reaccionario se ha negado a comprarles nada. No me veía entrando al supermercado a por una botella de sangría que NO me iba a beber yo. ¿Y si me veían sus padres? No, no, no. Supongo que yo también tuve su edad, y que no comprendía a aquellos que no nos sacaban algo del súper. Y que yo también bebo sangría. Pero… ¿13-14 años? Yo a esa edad todavía hacía exámenes de flauta en Música.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Bonjour

Perdonen el retraso, estaba conociendo París.

En efecto, después de unas semanas estresantes, por fin me he instalado en la capital francesa. Ciudad de cultura, moda y turismo. Los ojos se me van hacia todos los lados y no hay sitio despreciable ni en el que falte un aliciente para ir.

Además, hemos encontrado un tiempo inmejorable para descubrir la mágica ciudad.

He decidido nombrarme enviado especial de Onomatopeyistas en París. Esta tarea requiere mucho esfuerzo, sudor, horas de insomnio, cafés y unas buenas suelas de zapato. Además de dinero para el metro, un ordenador y buena conexión a internet, claro está. También necesito un buen piso para resguardarme del frío y, como mínimo, tres comidas diarias. Un buen abrigo de piel no estaría de más, que aquí en invierno el viento se ve que enfría mucho. También algunos libros y pelis, para no aburrirme. Y que sean buenos. No hay que olvidar los souvenirs, que luego los amigos se quejan. Evidentemente, necesitaré una bicicleta, una boina y una baguette diaria, para poder mezclarme con el ambiente. Sobra decir que tendré que desplazarme fuera de l'Île-de-France, y eso cuesta su dinero.

Se aceptan donaciones. Interesados contactar con el redactor jefe intalado en la central, léase Josemi.

Más noticias parisinas en breve (si el dinero llega, claro está).

domingo, 20 de septiembre de 2009

Julián, 7ºB


Julián iba al cine una vez por semana. Casi siempre los jueves, o si no los viernes. Era un apasionado del cine, de las salas llenas de butacas y del momento en que las luces se apagan y se hace la oscuridad. Estar en el cine era para él una forma de conectarse al mundo, de comprenderlo y apreciarlo. El cine eran historias humanas cercanas y posibles, empatía y conocimiento interior.

Iba al cine de su ciudad aunque lloviera, nevara o hiciera mucho calor. Marcaba en rojo las películas que quería ver cada semana y no veía ningún tráiler. Se fiaba de su instinto y de una breve sinopsis en los periódicos. Era como un ritual que formaba parte de su forma de ser.

Solía ir a la sesión de por las noches. Era una de esas personas solitarias que no encontraban a nadie con quien ir. Veía a parejas, padres e hijos, grupos de amigos… y siempre tenía la sensación de que cuando alguien le miraba, pensaban: “pobre hombre, ni si quiera tiene a alguien con quien ir a ver una película”.

Pero Julián sí que tenía. Se llamaba Lucía y trabajaba en aquel cine. La conoció una noche en la reposición de “La vida de Brian”. Le encantaba esa película. Nunca se cansaba de verla, era su droga más dura. La utilizaba como desintoxicante de la vida real y como forma de acercarse al mundo en la forma que más le gustaba. Aquel día celebraban un maratón de los Monty Python y Julián no pudo resistirse.

Se sentó en un lateral de la sala y se apagaron las luces. Había como unas trece personas, y todas ellas parecían haber venido en busca de lo mismo. A los 10 minutos, como un tonto, se empezó a reír con la misma escena de siempre.

Entre carcajadas, se abrió una de las puertas del cine dejando pasar un triángulo de luz, y al rato se cerró. Después, se oyeron unos pasos sordos y una acomodadora se sentó al lado de Julián, en silencio.

La película siguió avanzando y Julián no paraba de repetir para sí mismo las frases del guión. Las repetía y luego se reía en voz alta, como un niño pequeño con los ojos achinados. La chica de al lado se reía de una forma graciosa y hacía ruidos con la nariz cada vez que algo le resultaba gracioso. Los dos reían como tontos haciendo sonidos extraños mientras cerraban los ojos y miraban al de al lado.

Para los dos era aquella película una buena medicina. Tan buena que al terminar no pudieron evitar silbar un “always look on the bright side of life”. Eran los únicos de todo el cine que lo hacían, pero se lo pasaron en grande.

En los títulos de crédito, inevitablemente, cruzaron un par de frases. “¿Verdad que es genial?”, “me encanta cada vez que la veo”, respondió ella. “Tengo centenares de películas que podrían gustarte”, dijo él. “Pues aquí estaré cada jueves y viernes si quieres, me encantaría”.

Entonces, Julián alquiló una película cada jueves o viernes. La pensaba bien durante toda la semana y cuando tenía decidido cuál era la mejor opción, bajaba al videoclub de su barrio y la cogía. Después, esperaba al jueves o al viernes y se sentaba siempre en uno de los laterales de la sala. A los diez minutos, siempre aparecía ella, se sentaba silenciosa, veían la película y después charlaban sobre cine. Sobre personajes, sobre frases del guión, sobre la filosofía que transmitían cada uno de ellos y sobre los actores.

Parecían tener en común solamente la película del día en que se conocieron. Pero así aprendieron mucho más. Descubrieron títulos olvidados y obras extrañas de directores anónimos. Cada sugerencia era mejor que la anterior y poco a poco se fueron conociendo un poco más. A través del cine y de los personajes descubrieron la forma de ser de cada uno y su forma de pensar. Hicieron de los jueves y los viernes los mejores días de la semana.

Así que un viernes, entraron al cine de madrugada. Las aceras estaban desiertas y las persianas de las casa bajadas. Ella tenía las llaves del cine y dentro solo había oscuridad. Se movieron a tientas palpando las paredes. Era arriesgado y peligroso, como en las películas. Entraron en la primera sala y se agarraron de la mano. Enchufaron el proyector, colocaron la película y bajaron a sentarse en las butacas. La película empezó a girar, apareció un león encerrado y muchas letras blancas sobre un fondo negro. A los diez minutos, dejaron de prestar atención a la pantalla.


Imagen: Mapki Files

Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
2ºC: Santiago
9ºB: Javad Almahid
4ºA: David
1ºB: Óscar (I y II)
2ºB: Enrique
5ºD: Ismael

sábado, 5 de septiembre de 2009

Mejor que la invención del cuco suizo

La semana pasada tuve las primeras vacaciones estivales de mi vida. El destino elegido fue Roma. Ciudad conocida por sus ruinas y sus monumentos, por las avalanchas de turistas, el caos de su tráfico y su presencia en la historia.

Después de seis días de recorrerme (muy bien acompañado, eso sí) sus anchas calles y espaciosas plazas quedé maravillado de la inconmensurabilidad de la ciudad.

Roma es la urbe barroca por excelencia, es inabastable, espectacular, gigante, fastuosa. Esta palabra, de hecho, viene del día en que, en la época del Imperio, en aquella ciudad se podían concertar los negocios públicos y administrar justicia.

No en vano ha sido la capital de dos de los momentos históricos más perversos, intrigantes, orgiásticos y esplendorosos del mundo occidental: el imperio romano, época en la que ya contenía un millón de personas; y el esplendor de los estados pontificios, empezados por el Papa Borgia Alejandro VI.

De esa forma se ha ido creando una ciudad magnificente y con una inigualable capacidad de ostentación. Su ordenación actual viene determinada por la acción de los papas del siglo XV y XVI y su deseo de mostrar las grandezas de la iglesia a todos los peregrinos y viajantes que pusieran el pie allí.

Por eso nada es minúsculo, todo ha sido hecho para mostrar al bienvenido la potencia del mandatario de turno, bien fuera emperador o papa.

Sin embargo, ahora estamos en otra época y la ciudad es invadida por las hordas de turistas que se la patean año tras año. Son masas de personas que acuden a ella para habitarla durante un periodo efímero, pero marcado, de sus vidas. Están ávidos de monumentos, ruinas, museos, visitas y cambios en la rutina. Por eso, la autoridad ha decidido echar la vista atrás y proveer a los turistas lo que ellos quieren: una postal de la vieja Roma.

En el Coliseo cogimos una entrada que nos servía para una visita con una guía. Esta joven nos contó como el anfiteatro fue saqueado por los bárbaros, expoliado para la construcción de iglesias, abandonado por ser símbolo de martirios, morada de todo un ecosistema floral, pasto para las cabras y refugio de las bombas durante la segunda guerra mundial.

Una de las alternativas a su uso primero que más me gustó fue la de la expoliación. Este monumento, en parte, se ha expandido por toda la ciudad. Ahora mismo está totalmente distinto de como era antes, con mármol, travertino, pintado y lleno de estatuas. Lo mantenemos como una reliquia imperial que hay que conservar e imaginarnos como fue en su momento original. Pero eso es imposible, ya que está medio derruido, sin ninguno de los lujos anteriores y no se muestra ningún espectáculo. ¿Por qué no dejar de lado esa vieja imagen y adaptarla a nuestros tiempos? Tiene que haber alguna forma para que pueda volver a ser público y útil (es útil a todos los que se enriquecen a su costa, pero no a la sociedad o al individuo que lo va a visitar).

Es evidente que hay que saber buscar en el pasado para mejorar el futuro, pero no hay que anclarse en una inútil nostalgia, ni aunque dé dinero, porque esto puede ser nefasto.


PD: ¿Alguien se ha fijado que el bifronte de Roma es amor? ¿Será que compite con la ciudad de los suspiros?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

7:30 AM


No sabría decir con exactitud el año en que fue inventado. Supongo que allá por 1929 de manos de algún alemán tosco y alto. O quizás un poco más tarde, en la Primera o Segunda Guerra Mundial. O como estratagema de los gobiernos para evitar calles desangeladas y aceras vacías.

El caso es que el hombre que inventó el madrugar debería haber pasado por la guillotina. Ya es tarde para decirlo, claro. Pero estoy seguro de que incluso en su ataúd estará intentando levantarse temprano. Seguro que en su lápida pone “al que madruga Dios le ayuda”. O seguro que tiene un despertador para que no se le pase el momento de la resurrección. Y seguro que sigue pensando también aquello de que al madrugar, “uno aprovecha la tarde”. O en su alemán natal: “Eischate unasiestag”.

Seguro que aquel hombre triste y aburrido se acostaba todos los días a las diez de la noche. Y que incluso sería una de esas personas que cuando salen a tomar algo por ahí no paran de mirar al reloj y de resoplar.

Me imagino a un hombre alto, flacucho, rubio y con poco pelo. Con gafas, tirantes y un monóculo. A un hombre de cierta edad que pasea a su perro ratero todas las mañanas. Me lo imagino diciéndole a sus compañeros “amigos, ¿y si dormimos todos los días seis horas, nos morimos de sueño, y así luego podemos aprovechar la tarde?”. Y me lo imagino sin amigos a los pocos días.

Me lo imagino llegando al trabajo treinta minutos antes de la hora, con un periódico bajo el brazo recién salido de la imprenta y la barba recién afeitada. Una de esas personas que parecen disponer de más minutos al día que los demás. De esos que por la mañana se duchan, desayunan, leen el periódico, sacan al perro, traen churros a casa, riegan las plantas y les queda tiempo para llegar pronto al trabajo. Un hombre que no disfruta de las madrugadas y los silencios de la noche, que cena y luego nada más. Que vive para madrugar y madruga para malvivir. De esos, de esos.

Pienso en ese hombre y maldigo cada momento de su vida creativa. Lo maldigo y dibujo su cara en mi despertador. Lo insulto todas las mañanas al levantarme y cuando desayuno, nunca tomo nada que venga de su país. Si en las noticias sale que el Bayern ha perdido me pongo contento y cuando me monto en mi Polo les digo que se fastidien porque se fabricó en Pamplona.

Y pienso que nada se ha avanzado en este campo en los últimos cien años. Los ciudadanos deberíamos exigir nuestro derecho a comenzar el día a las 11 de la mañana. Con tranquilidad, cuando ya hace calorcito, sin prisas, despertándonos cuando nos duela la espalda. Tener sueños placenteros y madrugadas eternas. Prohibir los despertadores y los turnos de mañana. Hacer una gran revolución alzando nuestras almohadas en señal de protesta. Porque todo el mundo se echa la siesta, pero todo sería mucho más fácil si esas horas de sueño tuvieran lugar por la mañana.

Porque la siesta, ni es arte ni es cultura.


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lunes, 31 de agosto de 2009

Long Brown Beard


Supongo que si habéis visto la portada de los periódicos o los titulares de los principales informativos os habréis enterado de la noticia. El rumor está en las calles. Y para evitar cualquier tipo de especulación, cualquier tipo de rumor que pueda crearse, prefiero ser yo el que salga al paso de las declaraciones. Así que, lo confirmo: me he afeitado la barba.

Y si habéis seguido viendo el informativo o si habéis leído la noticia en profundidad, habréis comprobado las múltiples muestras de dolor y lamento a lo largo y ancho de nuestro planeta. Y quiero dar las gracias a todos. A las niñas adolescentes que lloraban desesperadas, a las manifestaciones espontáneas en los países árabes con estandartes de mi foto barbuda y a esas mujeres que con sus brazos alzados clamaban al cielo. Gracias a las revistas que regalaban desplegables con mi barba para los más pequeños. Y gracias también a esas tiendas de moda que ahora retiran mi fotografía y la sustituyen por barbas más famosas como la del rey Juan Carlos o Casillas.

Porque se han hecho recreaciones visuales del momento con actores ficticios, infográficos y hasta esquelas llorando la pérdida. He encontrado micrófonos bajo el fregadero de mi baño, cámaras en el bloque de edificios de enfrente y un GPS en mi bolsillo y otro en la barba.

Pero sólo yo puedo contar la verdad de los hechos, lo que realmente me ha llevado a tomar la dura decisión de tener una cara virginal, limpia y pura. Porque la verdad os hará libres y las especulaciones esclavos de la incertidumbre. O una de esas frases que se suelen decir en las películas de abogados cuando el representante del acusado se dirige al jurado.

La verdad es esta. Por la mañana me he levantado y, como siempre, he ido al baño a lavarme la cara. Ahí ha empezado todo. Al principio miraba mi barba satisfecho y orgulloso: había conseguido estar más de dos semanas sin tocármela y aquello ya tomaba una forma bastante consistente. Me hacía un bohemio interesante y maduro. Pero cuando he mirado si algún pelo destacaba más de lo debido, ahí me he dado cuenta de que tenía que coger la cuchilla: había pelos pelirrojos.

Y lo siento por los pelirrojos. Los quiero y los adoro, y si algún día tengo un hijo me gustaría que fuera como Teo. Pero la barba pelirroja es extraña. Si no mirad a Xabi Alonso o a Pablo Motos. La barba pelirroja da miedo. Recuerda a algún autorretrato de Van Gogh o al Capitán Barbarroja. Y no tengo nada en contra de los pelirrojos, de hecho veo El Hormiguero y Van Gogh es uno de mis pintores favoritos. Pero son raros. Y cuando he visto que tenía unos pelos negros, masculinos y varoniles, y otros rojos y extraños, he decidido pasar la cuchilla.

Ha sido difícil, porque se atragantaba. Pero a base de esfuerzo y paciencia he conseguido cortar el césped y acabar con las malas hierbas. Siento decepcionar a todos aquellos que se ilusionaron con el proyecto, a aquellos que soñaron con acariciarme la barba o dormirse encima de ella. Pero no quiero acabar como el náufrago, no quiero ser Van Gogh, no quiero cortarme una oreja. Llevo gafas, y las necesito a las dos.