lunes, 6 de abril de 2009

Santiago, 2ºC


Hace casi ya 10 años desde aquellas noches frías entre cartones. El pasadizo junto a la Calle del Olvido fue mi refugio provisional durante una época difícil, dura y complicada. Hace unos días, después de tanto tiempo, decidí volver allí. Eran casi las dos del medio día, el cielo era gris y la lluvia era muy fina.

Caminaba dubitativo, recordando el trayecto bajo los porches que solían conducirme a la entrada de aquel sitio. Llegué allí y entonces atravesé la verja de seguridad nocturna que cortaba un arco de medio punto. Sobre este, clavada en una superficie de piedra lisa, pude ver la placa que daba nombre a todo el pasaje. Después, pensé que quizá yo hubiera sido el causante de que aquella verja existiera. Todo eran viejos recuerdos.

Justo en frente, la puerta que nunca vi abrirse. Era de madera, grande y pesada. Intentaba parecer elegante, pero el tiempo y la humedad la habían desgastado bastante. Su buzón estaba oxidado y por él tampoco recuerdo haber visto entrar ninguna carta. Nunca vi tampoco pasar luz a través de su ventana superior, que desacertadamente, estaba adornada con hierro.

Cuando miré a mi derecha y agaché la mirada, vi los dos tramos de escaleras sobre los que muchas noches tuve que dormir. Me senté en el lado derecho para tomar un poco de aire. Aquel era mi rincón. Extendí la mano sobre el muro y palpé la piedra fría, como el jinete que acaricia su caballo tras una mala carrera. El tiempo dibujaba en él una desgastada imagen, llena de símbolos incongruentes de spry y pinturas casi rupestres. No, no habían sabido escoger acertadamente su maquillaje.

Miré hacia arriba y descubrí que también los años me habían hecho olvidar aquella cristalera. Era grande y ocupaba toda la superficie de la cubierta más corta del pasaje, que iniciaba el dibujo en “L” del lugar. El rectángulo estaba compuesto por vidrios azules, rojos, blancos y dorados, de tal manera que todos ellos conformaban un escudo señorial. Siempre me había resultado extraña su presencia en aquel lugar. Era como si cada día, unos humildes campesinos tuvieran que recibir en casa a un hombre rico y obeso que les recordaba con jactancia su baja condición social.

Me levanté y apoyé mi mano derecha sobre la barandilla. Después, descendí lentamente sin apartar mis dedos de ella. A mi izquierda, dejaba el descuidado hueco de la escalera donde también dormí alguna noche. Cuando el invierno se abalanzaba, era el lugar más cálido del pasaje. Ahora, permanecía cerrado por otra verja tétrica y carcelaria de poco más de un metro. En su interior, una escalera de madera posaba erguida, prisionera a uno de los barrotes.

El ambiente ahí dentro era extraño, la iluminación, parecida a la romana: pobre, débil e insuficiente. Como era la hora de comer, los restaurantes soplaban el olor de sus platos. Pasta, carne, sopas... En ese momento, recordé que en un tiempo jugaba a adivinar el menú del día.

Descendí entonces por el segundo tramo de las escaleras, desde donde ya podía ver la luz de la salida. Oía voces de personas que rebotaban, pasos acelerados contra adoquines que no llegaban a entrar.

A mi izquierda, una cortina metálica acumulaba polvo y óxido. A mi derecha, un letrero que anunciaba la entrada a una empresa de seguros con poco trabajo se quedaba quieta mirándome.

El suelo estaba recubierto en esa parte por anchos adoquines irregulares, sobre los que el agua, en forma de pequeños charcos, se resistía a transformarse en vapor.

El techo estaba revestido con yeso blanco, agrietado y despellejado por el paso de los años. En su mitad, se mostraba casi desnudo y podía distinguirse en él su estructura primitiva. No me gustó nada verlo de aquella manera.

Cuando bajé la mirada de lo alto, me aproximé hacia la luz del fondo. Era el final del pasadizo, el desenlace del pasaje. Al salir, la luz de la calle me deslumbró por un instante. Después, caminé con paso firme hacia mi casa, justo al lado. Cuando llegué, besé con amor la copia de aquel boleto de lotería de 1998.

Fotografía: Javi Navarro
Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
1ºA: Héctor
3ºB: Rogelio Malco (I y II)
8ºD: Iván
Fotografías:
Carlos Bravo

2 comentarios:

Daniel Rivas Pacheco dijo...

Con referencias al Gombrich y todo, xD.

Me siguen gustando estos textos cortos, te felicito

Anónimo dijo...

Siempre son agradables tus comentarios, Dani. ¡Gracias! Algo querrás, bribón... jaja