Se ajustaba la corbata mirándose al espejo. Aquel era el día. El día del regreso, de la vuelta a casa, del viaje a esos momentos que le hicieron ser la persona que era. Olía a colonia y a libros viejos. Había que volver, quería hacerlo.
Llevaba dos años sin ver a ninguno de ellos y cuatro sin mantener una relación continua. Lo que hubo en un tiempo se quedó en el tiempo. Cada cual hizo desembocar sus ríos en mares diferentes y la marea se lo llevó todo.
Un día las olas trajeron una carta, membretada de manera muy original con su nombre y apellidos. Le hizo ilusión que se acordaran de él. Pensaba que ya no formaba parte del grupo, que aunque el resto seguía manteniendo el contacto, él ya no podía decir que se conocían.
Pero su nombre estaba escrito en aquella carta. También la cena, la hora y el lugar, un sitio que en un tiempo escuchó sin compromiso sus conversaciones, su filosofía y sus historias.
Solía hablar con los extraños que conocía de toda la vida. Aquellas personas secundarias que entraban en su historia y salían en silencio. Escribían pero no manchaban. Descubría en ellas insatisfacción e historias caducas, casi anticuadas. Conversaciones vacías que trataban sobre ningún tema. Motivos para no hablar por falta de hábito o concordancia. Personas que al girar se esfumaban y ya no estaban.
Cogió un taxi desde la Calle del Olvido. Durante el trayecto, se dio cuenta de que no recordaba el nombre de aquel arquitecto. A los diez minutos, pagó 3 euros y se bajó. Habían reformado aquel sitio, pero conservaba las luces de neón intermitente encima de la entrada. Todos estaban dentro, crecidos, mayores, cambiados, algunos casi irreconocibles a primera vista.
Bastó una cena para descubrir aquel viejo edificio. Se abrió el anecdotario y volvieron las penúltimas. El humo se quedó en el techo y volvió a esperar entre las luces. Alguien trajo la famosa guitarra del martes. Nadie había olvidado las viejas canciones, nadie. La máquina del tiempo seguía funcionando.
Cantaron y recordaron. Cambiaron de sitio y de conversación. Atraparon la noche y sobrescribieron historias. Se pusieron al día y se abrazaron unos con otros. Bromearon y bailaron sin importar la hora. Volvieron a hacer aquello que era imposible.
Al llegar a un bar, el chico que quería ser informático levantó su brazo y alzó la copa: “Hoy he vuelto a esos días, y me he dado cuenta de que al final siempre quedan aquellos que te escuchan cuando no pueden, te insultan sin molestar y saben lo que vas a decir. Porque te conocen tanto que da asco. Porque aquellos con los que discutes suelen ser aquellos a los que una vez en tu vida has odiado desesperado por no encontrar la salida. Pero revivir esos momentos, regresar a aquellas historias y rehacerlas en el presente me da tanto que no alcanzo a cogerlo. Por vosotros.”
“Salud”, gritaron todos. Y así se fue la noche, escondiéndose en algún lugar, marchándose poco a poco, esperando. Había una próxima cita, nuevos planes. Quizás fue el momento o la situación, pero todo aquello transcurrió del pasado al presente a través de un mundo muy real. Habían vuelto sin regresar.
Héctor volvió a casa caminando, sin prisa. Todavía tenía una cerveza del 82 en la mano. Con los pasos de vuelta, recordó el nombre de aquel arquitecto. Y pensó. Pensó que por mucho que pasara el tiempo, la ingeniera seguiría siendo aquella con la que se perdió una noche, el periodista aquel con el que jugó a ser poeta y el informático el tipo con el que discutió en los bares. Y que ella, pasara lo que pasara, seguiría siendo la chica que le hizo descubrir la magia del primer amor.
Prólogo: Calle del Olvido, 52
6ºC: Pablo
Fotografías: Carlos Bravo
miércoles, 25 de marzo de 2009
Héctor, 1ºA
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4 comentarios:
Ya se que no viene a cuento, cuento que no viene a cuento, mas este cuento no es un cuento.
Pero la historia de la recuperación del Ipod de Ane tenéis que escribirla alguno
Saludos
Muy melancólico te has vuelto. Estamos en primavera, estación un poco sobrevalorada. Recuerda que la nostalgia es para el otoño
Bueno bueno ¡que vienen los hermanos con el martillo! jaja Ya daremos parte del reencuentro de Ane con su iPod Guille. Y Dani... tío, a estas alturas y después de haber descubierto el parque de la muerte, deberías haber comprendido que hay cosas que no entienden de estaciones, ¡sino de momentos!
La exclusiva del ipod de Ane es mía, y sólo ella puede quitármela previo pago de la cláusula indicada en el contrato.
Gracias,
Fdo. Ex-afortunada.
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