255 días con la cabeza a 5572 kilómetros. Una gran piscina llena de peces, algas, barcos y basura separaba su casa de aquel lugar. Se podía viajar allí en avión o sobre un billete de dólar. Habían decidido no hacerlo, aguantar un año sin verse. Supuestamente, aquello reforzaría su relación.
Habían pasado ya 8 meses y medio. De ella sólo había visto fotos cerca de la Estatua de la Libertad, la Zona 0 ó Wall Street. La sentía cerca, pero el mar azul endemoniado manchaba casi todas las fotografías y le decía que era imposible llegar allí a nado. O cómo la distancia hace difícil nadar cada día.
Era un soltero en libertad vigilada. Salía con los amigos, como en los viejos tiempos: bebía y ganaba competiciones de cerveza y regresaba a casa en esa hora en la que el sol entrecierra los ojos y mata de sueño.
Pero le faltaba algo. Solamente era un año y sabía que podía aguantarlo, pero le faltaba algo. Se decía “maldita sea, ¿he aguantado 24 años de soltero y no puedo soportarlo un año más?”.
Y no, no podía. Su cabeza había adquirido el extraño hábito de caminar siempre por dos lugares distintos. Si salía un anuncio en la teletienda y volvía a ser aquel hombre de desproporcionado perímetro y sus cuchillos, buscaba rápido el móvil para llamarla. Pero recordaba dónde estaba, la distancia, la cifra en kilómetros y la pasaba a millas. 3462 millas sonaba mejor. Sonaba más cerca.
No era un tipo celoso, nunca lo había sido. No le había importado verla hablar con otros hombres porque sabía que ella se había ganado esa confianza. Pero lo que sentía ahora era diferente. Estaba tan lejos que resultaba difícil saber a quién conocía, si se había enamorado de otro o si había encontrado allí a alguien mejor. ¿Cómo responder a la incertidumbre? Confianza, todas las respuestas remitían a esa palabra, que como el petróleo, se vende siempre muy cara.
Ya no les quedaba nada. Habían mantenido el contacto casi a diario, pero le faltaban sus ojos en todas las esquinas. Hacía mucho tiempo que no la besaba, que no le recogía el pelo detrás de su oreja, que no le calentaba las manos cuando helaba de frío.
No la había visto hacía 8 meses, pero confiaba en que toda su historia soportara todo aquello. No veía la hora de ir al aeropuerto a recogerla, mirarla, abrazarla y después, besarla. Verla allí, con su camiseta de “I love NY”, sonriente, soltando las maletas y abrazándole después de haber pasado una de las pruebas más difíciles.
Y entre recuerdos, un día volvió ella. A su regreso estaba cambiada, pero es que todo el mundo cambia a lo largo de un año. Estaba más guapa y era feliz. Él no se dio ni cuenta de por dónde salía, hasta que vio a una chica correr hacia él.
Ella saltó y los dos cayeron, con sus mochilas y los billetes. No sabía si era el momento o la situación, pero sintió que la chica con la que estaba era realmente ella. El pelo le caía por los hombros y sonreía como nunca antes le había visto hacerlo. No era como lo había imaginado, era mejor. En el suelo, abrazados, dejaron de echarse de menos.
Prólogo: Calle del Olvido, 52
Fotografías: Carlos Bravo
lunes, 23 de marzo de 2009
Pablo, 6º C
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Me ha gustado,mucho.
Una historia con final feliz, como a mi me gusta.
Bonita historia.
Saludos.
¡¡¡¡Gracias Ane!!!!! :)
Y gracias Carlos, ¡me alegra que te haya gustado, de verdad!
Jo :( que bonita jeje
Publicar un comentario