miércoles, 20 de enero de 2010

Supervivientes - Intimidad



















— ¿Puedo hacerme un refugio? Me gustaría tener un poco de intimidad.

— Tú verás.

— ¿Eso qué quiere decir? ¿Que sí?

— Eso quiere decir que allá tú. Ya eres mayorcito.

— ¿Me estás amenazando?

— ¿Qué? Sólo te he dicho que tú verás lo que haces.

— Pero es un "tú verás" de "atente a las consecuencias".

— No, es un "tú verás" de "haz lo que te dé la gana".

— ¿Pero te molestaría que lo hiciera?

— No.

— ¿De verdad?

— Sí.

— ¿Sí que sí te molestaría o sí que lo dices de verdad?

— Sí que si eso es lo que quieres hacer… adelante.

— No, pero ya no lo estás diciendo de corazón, ahora lo estás diciendo por obligación. Tú no quieres que me vaya.

— No me importa si te vas. Yo tendría más espacio para mí si lo haces.

— Eso lo dices para hacerte el tipo duro. En el fondo quieres estar conmigo y me necesitas.

— No.

— Dices que no para no admitirlo, pero te tengo calado. Te sentirías muy solo sin mí.

— Para nada, encontraría mil formas de distracción.

— No seas así, reconoce que no quieres que me vaya y ya está.

— ¿Quieres que haga eso?

— Es la verdad.

— No, no es la verdad. Vete. Por favor.

— No quiero irme. No quiero irme porque tú lo digas. Los dos tenemos que estar de acuerdo. No quiero irme por obligación.

— Te lo estoy diciendo de corazón. Por favor, vete. Sé que es lo que necesitas hacer.

— No, no quiero irme. Simplemente lo estaba proponiendo.

— ¿Qué? Ni siquiera tú sabes lo que quieres hacer

— Yo no tengo la culpa de eso

— Sí que la tienes. Has sido tú el que ha empezado esta conversación. ¿O no?

— ¡No lo sé!

— Eres una montaña rusa…

— Y tú un estúpido.

— Anda, mira a ver si con esto prende.

— Voy.

— Sopla.

— Ya está.



Imagen: Jorge Custodio

martes, 19 de enero de 2010

Mi amigo Pablo


Pablo siempre ha sido mi mejor amigo. Desde que los dos teníamos 5 años, hemos ido juntos a todos los sitios: de vacaciones, de excursión, con los amigos... Donde iba el uno, iba el otro. Recuerdo que cuando no sabía el nombre de algún río o la conjugación de algún verbo, él siempre sabía darme la respuesta correcta. Pablo siempre me acompañaba al colegio, veíamos juntos la tele, hablábamos, nos reíamos imitando a animales y escupíamos a los coches que pasaban por debajo del puente. Hacíamos de todo.

Recuerdo que al principio mi madre no estaba muy de acuerdo con el asunto. Que Pablo “podía ir a todos los sitios que quisiera conmigo” decía, pero que a la hora de cenar “teníamos que dejarlo y centrarnos los dos en la comida”. Mi madre siempre venía con la misma cantinela: “Como no comáis os vais a quedar en los huesos y os perseguirán los perros”. Entonces yo siempre me echaba a reír, porque era ridículo que mi madre le hablara también a Pablo.


El caso es que ahora Pablo tiene 13 años, y cada día que pasa siento que algo ha cambiado, que está raro. Me dice que no puedo ir con sus amigos, que ya no quiere estar más conmigo. Ni siquiera se dirige a mí cuando estamos solos en casa. Por momentos… siento como si no fuera el mismo. No sé cómo explicarlo. Como si fuera borroso, transparente. Como si me difuminara o desapareciera. Como si fuera... imaginario.

lunes, 18 de enero de 2010

1, 2, 3, aprenda otra vez

El saber está en internet, eso hace ya tiempo que lo descubrimos. Los tiempos de la enciclopedia se han acabado, y aún más atrás quedan aquellas épocas en que las personas se transmitían los conocimientos a la luz de una fogata.

Internet nos hace activos y participativos, es el saber democrático, que comentan. Una de las características más destacables de la red de redes son las clasificaciones y los votos populares. Todo el mundo tiene derecho a dar su opinión y a transmitirla. Opiniones que tratan de los temas más serios, hasta las máximas chorradas.

En estas que un día, de casualidad, encontré una página muy curiosa e indicada para los amantes de las clasificaciones, ránquins, listas y de las opiniones de los demás. Se llama rankopedia y en ella encontramos, ayer domingo 17 de enero, 10406 ránquins. Su subtitulo nos eleva a la calidad de juez casi universal: vota, crea y debate.

Hay listas sobre los mejores grupos de rock, las mejores pelis, discos, libros, series de televisión, etc. También, claro, sobre los tíos y tías que están más buenos; las ciudades más bonitas o el país más adecuado para visitar; tu color favorito, el animal más cuco, lo mejor que podemos hacer con 5 billones de dólares...

La respuesta a esta crucial encrucijada en la que nos encontramos la mayoría de personas es: guardar el dinero en el banco, porque crece. No hay que perderse, tampoco, el país con las mujeres más bonitas (Estados Unidos), el loco más loco de la literatura (curiosamente la mayoría son libros adaptados para el cine) o uno de mis preferidos: el político más interesante durante la república romana, evidentemente, Julio César, pero ahora ya puedo dormir más tranquilo.

Pero lo que no me deja conciliar el sueño es la lista de países participantes en la III Guerra Mundial (está al caer, ya lo dijo D. Onésimo), pensar cuál es mi guerra favorita o la persona más mala del mundo.

No tienen desperdicio las clasificaciones sobre el animal no-humano con la mejor estrategia de reproducción, el mejor imperio de la historia o el caníbal más imporante. Os dejo que surféeis por esta página, antorcha del saber y de la democracia, tan importante en estos días de caos e incertidumbre que se pasean por el mundo.

Imagen: Selçuk Demirel

domingo, 17 de enero de 2010

Supervivientes - Aftersun


Habían perdido varios kilos y se tostaban al sol. Con la piel quemada, el uno era moreno y el otro casi rojo. Sudando como obesos, transpiraban sin control. Las cejas se les llenaban de sudor y los pelos del sobaco, mojados, parecían derretirse como los carámbanos. Lejos de cualquier fantasía utópica, aquello no tenía ninguna gracia.


— Este sol me está matando.

— Aclárate. Antes te quejabas de tirarte semanas en alta mar y ahora que por fin puedes descansar te quejas del sol.

— ¿Descansar? Yo echo de menos mi casa…

— No exageres.

— ¿Que no exagere?

— No estamos tan mal.

— No tenemos crema de protección solar, ni tenemos nada.

— Tenemos sitio en la playa. Y sin madrugar.

— Eso es cierto.

— Además, si no te gusta el sol puedes irte a la sombra.

— No es tan fácil.

— Sí que lo es.

— Tengo que venir a la playa, tengo que pescar, tengo que delinear un SOS en la arena…

— Ya estás otra vez exagerando.

— Sólo digo que me gustaría tener por lo menos… no sé, unas gafas de sol.

— ¿Unas gafas de sol? Menuda falta de respeto... La única persona con la que puedo hablar en toda la isla y ni siquiera podría saber si le estoy mirando a los ojos.

— No te pongas así.

— Me pongo como quiero. Si algún día encontramos unas gafas de sol, ni se te ocurra llevarlas dentro del refugio.

— ¿Por qué?

— Porque es de mala educación. No puedes llevar gafas de sol bajo techo a no ser que seas una estrella del rock, alcohólico… o ciego.

— Entonces creo que me voy a morir.

— ¿Cuándo?

— No lo sé, algún día.

— ¿Pronto?

— He dicho que no lo sé.

— ¿Y por qué te vas a morir?

— Cáncer de piel.

— Podría ser peor.

— ¿Peor que la muerte?

— Sí, peor que la muerte.

— No puede haber nada peor que la muerte.

— El granizo.

— ¿El granizo?

— El granizo destruiría el campamento y gran parte del alimento. Los dos moriríamos. De la otra forma nos ahorraríamos un 50% de sufrimiento. O menos, si tu cuerpo no se descompusiese demasiado rápido.

— Tengo miedo a la muerte.

— Nadie teme a la muerte. Tenemos miedo a no estar ahí cuando los demás hablen mal de nosotros.

— Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.

— ¿Qué? Anda, cállate y dime si ves algo.

— No, nada.


Imagen: Nostuni

miércoles, 13 de enero de 2010

Supervivientes - Wilson


Hacía viento pero no había niños correteando por la arena. Ni había moscas. Sólo un par de hombres escuálidos que intentaban hacer fuego antes de que el sol se escabullera por el horizonte. Tenían muchas horas para hablar y otras muchas para malgastar el tiempo. Beatus Ille a la máxima expresión. Vida rural, campo, naturaleza, libertad, romanticismo. También deshumanización, soledad y pobreza. Un sólo amigo, y gracias.


— Oye, ¿nosotros llevábamos balones de volleyball en el barco?

— Creo que no.

— ¿Y patines para esquiar sobre hielo?

— Tampoco.

— ¡¿Entonces cómo leches vamos a sacarnos una muela si se nos infecta?!

— ¿Qué dices?

— No es ninguna tontería, en serio. ¿Qué pasa si tú te mueres?

— Que tendrías alimento para varias semanas.

— Pero me refiero… ¿qué pasaría si un día de estos me quedara solo?

— Que tendrías que ir a buscarte otros amigos.

— ¿Te imaginas que se estrellara otro barco aquí, lleno de mujeres preciosas?

— No.

— ¿Por qué no? Con nosotros ocurrió algo parecido.

— Nosotros no somos preciosos. Estas cosas sólo le pasan a los pobres desgraciados que no se afeitan. Las mujeres preciosas no tripulan barcos.

— ¿Y si se cayera un avión?

— Nadie sobreviviría.

— Tom Hanks sobrevivió.

— También superó el sida, combatió al Vaticano, fue un niño adulto y comió bombones.

— Pero no era guapo.

— No, no era guapo. Pero sabía conquistar a las mujeres vía email.

— Menudo pervertido. ¿Y nadie avisó a la policía?

— Al parecer por aquella época no había webcams. No se podía demostrar el sexo virtual.

— Qué listo.

— Ya lo creo.

— ¿Te imaginas un barco lleno de mujeres? Rubias, morenas, pelirrojas… Y todas ninfómanas.

— Te quedarías tan flaco que morirías del desaliento.

— Pero sería una muerte dulce. Una buena muerte. Eutanasia.

— Visto así…

— Además, tarde o temprano, un cocodrilo acabaría por comerme.

— En esta isla no hay cocodrilos.

— Pero los habrá. Debido a una teoría científica, los polos se están descongelando y…

— Anda, cállate y pásame esa piedra.

— Voy.

lunes, 11 de enero de 2010

Supervivientes - Viven


Se estaban muriendo de hambre en una isla desierta. La arena se les embarullaba entre los pelos de la barba y se cortaban las uñas de los pies con los dedos de la mano. De su barco encallado, roto por las olas, ya sólo quedaba la sirena de proa que el superviviente número 1 solía utilizar de vez en cuando. A veces, incluso, solían buscar búnkeres entre la selva o a los otros al otro lado de la isla. Aquella tarde, una de tantas, departían tranquilamente a la orilla del mar:

— ¿Y tú qué te llevarías a una isla desierta?

— ¿Yo? ¿Y a ti qué más te da?

— De algo tendremos que hablar, digo yo.

— No lo sé, la verdad es que nunca me había parado a pensarlo.

— Yo ya sé lo que me llevaría.

— ¿El qué?

— Un avión.

— No te fastidia, y yo, no eres tú ni poco listo.

— Me encantaría tener un avión como los de "Viven".

— ¿Qué?

— Llevamos meses comiendo plátanos y coco. Hace semanas que no cago.

— ¿Pero qué estás diciendo?

— No me vengas ahora con esas. El otro día me mordiste en el brazo, y te gustó.

— Pero estábamos jugando.

— Yo estaba dormido...

— ¿Y tú a quién te comerías de ese avión si se puede saber?

— Supongo que a los altos.

— ¿A los altos? ¿Por qué?

— No lo sé, esas cosas no se pueden explicar. Tampoco me gusta el tomate y no sabría decirte el porqué.

— Los altos son huesudos. Yo cogería a un blanco.

— ¿Ahora resulta que cogerías a un blanco? Racista.

— No hombre no, si lo digo porque así sabríamos cuándo la carne está en su punto.

— También es verdad.

— Pero de todas formas, de tener que elegir, escogería a una mujer.

— ¿A una mujer? ¿Por qué? Yo no podría.

— ¿Prefieres comerte a un hombre? ¿Es eso lo que te gusta?

— No es que tenga preferencias claras sobre ese punto, pero el caso es que no podría hacerle eso a una mujer, aunque estemos aquí perdidos, sigo siendo un caballero.

— Pues yo me comería a una mujer, la carne tiene que saber más suave.

— ¿Y los niños?

— ¡Por Dios! ¡Los niños dice!

— Si te paras a pensarlo, tampoco es tan descabellado. Nos comemos a las crías de los animales y no pasa nada.

— Eso también es verdad.

— Qué vidorra esos de "Viven" eh.

— Ya lo creo.

— ¿Y por qué estamos hablando de esto?

— Tú sabrás.

— No, tú sabrás que has empezado.

— ¿Yo? Bueno, pues hablemos de otra cosa.

— ¿Sobre qué?

— ¿Dónde has dejado la sirena de proa?


Imagen: Fine Portrait Studio

domingo, 10 de enero de 2010

¡Qué mundo tan extraño!

En un cine viejo y vetusto del barrio latino de París echaron ayer una brillante película. La Filmothèque du Quartier Latin se encuentra en una pequeña calle en la que hay otras dos salas más especializadas en ciclos y reposiciones.


Ayer tocaba Blue velvet (David Lynch, 1986). Se proyectaba en una de las dos salas del cine, la llamada salle Audrey, a la que se accedía por un sinuoso y estrecho pasillo. Con capacidad para 66 personas y decorada de terciopelo azul, irónica coincidencia, se convirtió en el marco ideal para contemplar esta obra maestra.

Porque me quedé pasmado. Me esperaba una locura más del tipo Mulholland Drive o Inland Empire, pero no. No tiene cortes temporales y se puede seguir perfectamente sin romperse la cabeza buscando si en la película es ayer, hoy o mañana. Pero esto no le resta atractivo, y la locura viene por otro lado: la historia.

En resumidas cuentas, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), un joven de una ciudad provinciana de EE.UU. encuentra una oreja cuando vuelve del hospital de ver a su padre. La lleva a la policía, que le intenta apartar del caso, pero él conoce a la hija del detective, Sandy Williams (Laura Dern), que le da una pista: Dorothy Vallens (Isabella Rosellini), una cantante de un bar de noche especializada en la canción Blue Velvet.

Una frase nos conduce de lleno a la trama. Sandy le pide, intrigada, a Jeffrey: Todavía no sé si eres curioso o vicioso. Después de eso, Jeffrey entra en casa de Dorothy y, antes de que le descubran, se tiene que esconder en el armario, desde el que ve algo que le marcará. Lynch nos hace voyeurs, como al pobre e inocente Jeffrey. Somos testigos de un acto macabro y violento, de la entrada en un mundo oscuro, bajo, salvaje e inhumano. Pero nosotros lo hemos querido, como el protagonista, y tenemos que asumir las consecuencias hasta el final.

A partir de aquí, Jeffrey se encuentra arrollado por una intriga y dos mujeres. Sandy, rubia, y Dorothy, morena. La rubia representa el mundo angelical, bello, relajante, del amor; la morena es lo oscuro, el vicio, la perversión, la locura. Dos mundos en aparente opuestos, pero no dejan de ser dos caras de la misma moneda. No hay tal oposición, las dos son una misma persona, pero que proyectan colores distintos.

Sólo esta historia ya es interesante y nos ofrece un buen argumento para disfrutar. Pero los genios destacan, y Lynch sabe aportar las dosis necesarias de humor. El humor es vital en esta película. Situaciones absurdas y diálogos hilarantes se encadenan a las escenas más bestias y retorcidas. Es impresionante cuando en el clímax de una película, negra como ésta, el director consigue que toda la sala se parta de risa.

Si a esto le añades unas actuaciones destacables (el malo de la película, interpretado por Dennis Hopper, es increíble) y la música de Angelo Badalamenti, te encuentras que tienes una de las mejores películas de la historia.

Para más información: CinemaScope

jueves, 7 de enero de 2010

Watergate



Vale, es verdad, quizás era un poco tonto. O bueno, no tonto, sino que tampoco me preguntaba sobre el porqué de las cosas. Vivía y ya. El mundo a un lado y yo al otro. O los dos en el mismo sitio, pero sin ser buenos amigos del todo. Recuerdo que era miércoles. Uno de esos miércoles en los que no había nada por la tarde. Y aquel día, como siempre, me quedé a comer en colegio.

Siempre éramos los mismos. Chavales cuyo autobús no llegaba hasta dentro de unas horas o niños cuyos padres tenían que trabajar y no podían irse a casa. Por eso los miércoles eran geniales. Bueno, tampoco sé realmente si eran geniales de verdad, pero por los recuerdos que todavía conservo debían ser geniales.

Éramos cuatro gatos y aquello siempre parecía un estadio de fútbol sin espectadores. Se podían escuchar las conversaciones de las personas de al lado y según lo que hubiera en el menú, había días incluso en los que se podía repetir hasta el infinito.

Sin embargo, los miércoles no eran los días más indicados para jugar al juego que más nos gustaba. Resulta que los vasos, esos que utilizábamos para servirnos agua (entre otras cosas, como por ejemplo hacerlos girar como peonzas de una forma que yo nunca descubrí), tenían en el culo unos numeritos grabados, supongo que por algún asunto turbio de fábrica. Pues bien, todos preguntábamos sobre el número que le había tocado a la otra persona en el vaso, y siempre, siempre, le preguntabas a aquella chica que te “interesaba” a ver qué número le había tocado. Y claro, si te tocaba el mismo que “aquella” persona, sin duda alguien de arriba te estaba lanzando una señal y aquel día era un día de fortuna.

Pues bien, el ejemplo anterior ilustra hasta qué punto vivíamos, o vivía, apartado de la realidad. Porque sólo a un niño se le podría ocurrir que algo así tuviera algo que ver con el destino. O no, quién sabe. El caso es que aquel día, como iba diciendo, era miércoles. Un miércoles cualquiera en los que mi amiga Sara y yo siempre nos quedábamos a comer en el colegio.

Recuerdo que aquel día fue traumático para mí. Ella me empezó a hablar de Baltasares, de pintura, de regalos y de padres. Todo revuelto, con sentido, lógica y muy mala leche. Yo me sentía como el lector que por primera vez lee en el periódico que se ha destapado un caso como el Watergate. Pero a lo bestia. Millones de padres implicados en la gran mentira de la humanidad y ningún juez dispuesto a encarcelarlos. Un Estado y unos medios de comunicación totalmente involucrados en la mentira nacional más grande de la historia. Y nadie parecía dispuesto a hacer nada al respecto. Miles de niños engañados, cientos de vidas rotas destrozadas por una mentira.

Sara Goñi (y diré su apellido porque todavía se la guardo, con cariño pero se la guardo) parecía demasiado segura y su argumento cuadraba. Pero yo no me lo terminaba de creer. Así que al salir del comedor, habiendo comido poco porque la comida ya me daba igual, me junté con mi madre que me esperaba a la salida del colegio. Y se lo pregunté.

Recuerdo que aquel día lloré toda la tarde. Sobre todo de tres a cuatro. Sin parar, con grandes sollozos, abrazando a mi madre como el niño tonto y adorable que era. Era mi primera decepción, mi primera desilusión, mi primera ojeada al mundo real, mi primera chispa de venganza contra alguien. El mundo real resultaba no ser tan real como parecía. Por eso hoy, todavía sigo pensando cómo devolvérsela a mi querida amiga de la infancia.



Dedicado con cariño a Sara, con la que el tiempo no pasa y todos quieren pasarlo con ella.

martes, 5 de enero de 2010

¿Propósitos de año nuevo? Dentro de poco de venta en las rebajas

Después de este lapso de tiempo sin escribir, que ha coincidido con la vuelta a casa y unas vacaciones en la ciudad que me acoge en mi erasmus, vuelvo a París.

Ha empezado el año y aquí ya se trabaja a destajo, como siempre. Vuelta a los ritmos frenéticos, a los trasbordos, las prisas y el frío.

En mi casa iba en manga corta y en la calle se estaba a 18ºC. ¡ Ay, el clima mediterráneo! Además, en el Empordà cuando hace sol calienta y necesitas gafas para no quemarte los ojos. ¡Hay luz! En París no. Hoy hacía sol, pero no notabas el calorcito que suele acompañarte cuando sales de la sombra. Mañana tendré que abrigarme más.

Vuelta a los techos de pizarra, a las librerías en la calle y a las comidas a las doce del mediodía. Con un plus, mañana, en vez de ser fiesta, empiezan las rebajas.

Mientras, París sigue en su sitio, la identidad nacional continúa siendo el debate de moda y el café no baja de dos euros.

Vuelta, por tanto, a la rutina, a los madrugones y, dentro de poco, a los exámenes. Con el año recién comenzado y las pilas recargadas, os garantizo seguir asomándome por esta ventana para tratar los temas más mundanos, intrascendentes y comunes, así como los más oscuros, confusos y polémicos.

lunes, 4 de enero de 2010

Boceto 3























Nunca digas nunca
porque la palabra "siempre"
es demasiado inabarcable.
Nunca digas cosas imposibles
porque no existen esas cosas
entre tú y yo

Nunca digas que no pudimos hacerlo
por no haberlo intentando
Nunca digas que lo nuestro
fue bonito mientras duró,
porque dura y sigue,
y permanece

Nunca dejes que te atrape el tiempo
ni la distancia,
porque el tiempo y la distancia
son gente con demasiados problemas

Nunca dejes que los días
hagan de ti algo que no eres
nunca escuches a aquellos
que te dicen lo que tienes que hacer

Nunca pienses que he olvidado
lo que nunca había tenido
no creas que sólo somos felices
cuando soñamos con la futura felicidad

Nunca pienses que me he olvidado de ti,
porque no sabría cómo hacerlo.
Nunca pienses que al cerrar los ojos
no puedo imaginar tus labios

Nunca dejes de buscar pepitas
en las minas de tu ensoñación
nunca dejes sin tachar
aquello que imaginaste

Nunca dejes de pensar en Roma,
en lo que queda y en lo que vendrá
en los buenos prólogos que siempre anuncian
libros llenos de interminables historias