— Cariño, ¿podrías cortarte una pierna por mí?
— ¿Una pierna?
— Sí.
— ¡No!
— ¿Por qué? ¿No me quieres?
— ¡Es una pierna!
— Siempre piensas sólo en ti.
— ¡Claro que pienso en mí! Joder, ¡es una pierna!
— Pero tienes dos.
— ¿Y qué?
— Ven. Toma, ya verás, sujeta esto.
— ¿Eso? ¿Para qué? ¿Qué haces?
— Tú sujeta.
— ¿Vas en serio?
— Claro.
— No me divierto.
— No se trata de uno de esos fines de semana en los que hay que divertirse.
— Para qué ibas a querer tú una pierna, ¿eh?
— Eso a ti no te importa.
— Claro que me importa, es mi pierna. Así que ya vale. Para. ¿Qué haces? ¡Déjame!
— Nunca me demuestras cuánto me quieres. ¿No es cierto? Nunca me lo dices. Nada. Simplemente te acuestas conmigo y luego... Nada más. Así que muerde esto, no grites.
— ¡Pero qué haces! ¡Suéltame! ¡Que me sueltes, te he dicho! ¡Te quiero! Si eso es lo que quieres oir,¡te quiero! ¿Vale?
— Ahora ya no vale. Ahora es muy fácil para ti, ¿verdad?
— ¿Esto te parece fácil? Dios mío, estás loca. Para. Para ya antes de que nos hagamos daño.
— No nos vamos a hacer daño.
— Antes de que tú me hagas daño.
— No te dolerá. Después de esto sabré que me quieres.
— ¡No te querré! Joder, es una pierna.
— ¿Te aprieta esto?
— ¿Que si me aprieta? ¡Sí, claro que me aprieta!
— Bien.
— ¿Bien qué?
— Que durante todo este rato no has hecho nada por evitar que te corte la pierna. Por eso creo que realmente quieres que te la corte. Realmente te sientes culpable. Pero ya es tarde.
— ¿Tarde? Por favor... sé que no tengo mucha fuerza. Eres más alta que yo. Lo sabes. Nunca me como el segundo plato. Pero te quiero, de verdad que te quiero.
— ¿Cuánto me quieres?
— Mucho.
— ¿Mucho? No te creo.
— ¡Pues deberías creerme!
— ¿Y cuánto es mucho?
— No sé, lo suficiente. Mucho. Muchísimo. ¡Tanto que daría una pierna por ti!
— ¿Y para qué iba yo a querer una pierna?
lunes, 22 de agosto de 2011
Pequeños sacrificios
viernes, 12 de agosto de 2011
Esperando
Al llegar a casa estaba tumbada sobre el sofá. Con la cara llena de marcas del cojín. Con todos los músculos desactivados. Como si la hubieran apagado. Con un brazo colgando. Con la boca abierta. Indefensa. Y sin mirada. Como si la hubieran puesto ahí para ti. Como si el suelo entero estuviera lleno de alarmas. Como si al guardar silencio estuvieras robando. Como si ella fuera capaz de apreciar el calor de una manta. Como si el mundo se hubiera detenido en ese momento con la televisión encendida. En ese instante. En el que ella tiene la boca abierta y un brazo colgando. Y está indefensa. Sin mirada. Esperando.
lunes, 25 de julio de 2011
Palabras
— Oye, ¿es malo que no solamos decirnos te quiero?
— ¿Quién te ha dicho eso?
— Una amiga.
— ¿Y por qué piensa eso?
— No sé. Ella suele decírselo mucho a su pareja. Dice que lo necesita.
— ¿Y tú lo necesitas?
— No, yo no. No sé. ¿Tú?
— No, no lo necesito. Porque... tú lo sabes, ¿verdad?
— Sí, lo sé. Claro que lo sé.
— Ves. Pues ya lo estamos diciendo.
— Solo que con otras palabras.
— Eso es, con otras palabras.
lunes, 18 de julio de 2011
Se nota
Prueba a decirlo sin que nadie te oiga. Prueba a enseñarlo. Prueba a que todo el mundo sepa lo que te ha pasado. No se lo cuentes. Lo saben. Lo saben porque se nota. Se nota porque no te han escuchado decirlo. Se nota porque nunca se lo has dicho a ella. Se nota. Se nota porque cuando no lo dices, suele ser que lo estabas pensando. Porque al decirlo, nadie te estaba escuchando. Se nota. Lo sabe.
domingo, 3 de julio de 2011
Enamorados
— Oye.
— Hmm...
— ¿Estás despierto?
— No.
— Una cosa.
— ¿Qué pasa?
— ¿Nosotros somos como el resto de parejas?
— ¿Como el resto?
— Sí, no sé, como el resto.
— ¿Enamorados?
— Sí. Todas esas cosas.
— Puede, aunque intentamos que no se nos note mucho.
— No creo que seamos como el resto de parejas. No estamos todo el día besándonos y esas cosas.
— Bueno, ellos tampoco. Simplemente llaman la atención cuando lo hacen.
— Pero yo no te llamo cari.
— No. Si lo hicieras dejaríamos de ser una pareja.
— ¿Por qué?
— Te dejaría.
— Me parece una decisión correcta.
— No hay que fijarse mucho en lo que hacen los demás. En eso consiste.
— Nosotros no somos como los demás. ¿Vale? No. Todas esas tonterías... No. Nosotros...
— Si fuéramos como los demás estaríamos con cualquier otro, ¿verdad?
— Verdad.
— Así que tranquila, cariño. Acuéstate.
— Oye, no me llames cariño.
— Es broma. Acuéstate. Mañana intentaré hacerte algo que no haga el resto de gente.
— ¿De verdad?
— Sí. Lo complicado será hacerlo durante los próximos 50 años.
domingo, 19 de junio de 2011
Complejidad
— Lo sé. Lo sé, soy complicada. ¿Vale? Muy complicada. Sí, ni yo misma me entiendo.
— ¿Complicada? ¿Pero qué chorradas dices?
— Sí, soy un desastre. Nadie me entiende, ni yo misma lo hago. ¿Y qué quieres que haga?
— Yo te entiendo. No eres demasiado compleja. Que no te peines y vayas con cara de recién levantada no te hace complicada. Ni poeta.
— No. Verás. Mi mundo... Mi mundo interior es... complicado. Pienso mucho las cosas, ¿sabes? Las pienso mucho. Y donde mucha gente ve, simplemente, lo que es, yo veo muchas más cosas. Centenares de cosas.
— Es por 'eso' que fumas. No porque tu mente sea compleja. Eres simple, como el resto de la gente. Tan simple como que eres capaz de etiquetarte entre los que no tienen etiqueta.
— Y tú qué sabes. No me conoces. Tú no me conoces para nada. O lo tomas o lo dejas. Yo soy así. Pierdo el tiempo contigo. Podría estar leyendo o haciendo otras mil cosas.
— No. No podrías hacer otras mil cosas. Y tampoco lees para tanto. Lo que compras suele ser literatura barata. Bien, vale, vas en bici. Pero ir en bici se ha convertido en una cosa de pijos. Pijos que conducen bicicletas de ciclismo pensando que así son “más complicados”, “más complejos”.
— No tienes ni idea. Para ti nadie está a la altura. Tú y todos los cínicos como tú sois los que al final no se mueven por nada.
— Y los que son como tú creéis estar todo el día en continuo movimiento. Vuestra complejidad y vuestro conocimiento aparente hacen que monopolicéis el discurso de la pedantería. Sois artistas surrealistas que pretenden vender la moto de un complejo mundo interior. Dalí no era más que un hombre con muchos problemas mentales.
— Y tú un gilipollas.
— Sólo los martes.
Imagen: Big Tigerbear
lunes, 25 de abril de 2011
Una explicación
Una hora atrás, ella había ido a buscarle. Él no se había duchado y ella conducía, con lo que todo ese asunto puede conllevar. "Siempre vas así, hecho un desastre". "Eh... Ten cuidado con esa rotonda, mete segunda". "Mis padres tienen razón con lo que dicen de ti, siempre pareces un escritor fracasado". "Si no aceleras vas a montar un buen atasco, acelera". "Y siempre vas con esa camiseta, ¿de verdad no tienes tiempo para comprarte otra?". "Cuidado, cuidado con el que te adelanta, ten cuidado, no te eches tan encima". "Y claro, seguro que ayer te volviste a emborrachar. Antes lo hacías para divertirte, ahora te diviertes haciéndolo". "Atenta, tienes que coger la segunda a la derecha. La segunda. Esta no. La siguiente. A la derecha. Derecha". "Y no es normal que me llames a estas horas, justo cuando había terminado de comer. Siempre tengo que venir cuando me llamas. No puedo vivir para ti".
Cogieron un desvío y se metieron por un camino de tierra. "¿Por dónde demonios quieres que me meta?", dijo ella. Había trigo y hierba seca. Él sujetaba una mochila roída, morada. Con las uñas negras y la barba de tres días. "Para, para aquí. ¿Me esperas? Serán cinco minutos. De verdad. Luego nos vamos". Se bajó. Cerca de lo que parecía un depósito de agua esperaba un hombre. Le dio la mochila. Se apretaron las manos y luego el tipo le señaló con el dedo índice. Luego al coche. Volvieron a apretarse las manos y el hombre se quedó allí. "Ya está, vámonos".
Nadie dijo nada. Los neumáticos crujieron aplastando las piedras del camino. Ella miraba por el retrovisor para no mirarle a él. Las dos manos sobre el volante. "Dime, ¿en qué lío te has metido ahora?". "En ninguno". "¿Y quién era ese?". "Un amigo". "¿De verdad?". "Claro que sí". Él miró por la ventanilla, luego escupió a la carretera. "Gracias por venir a buscarme". "De nada". "¿Ahora puedes llevarme a casa?". "Sí, claro". "¿Recuerdas dónde era?". "Sí". "Si quieres, puedes subir". "No gracias". "¿Sigues con el tipo ese?". "Sí. Seguimos. Y no es un tipo". Ella le miró y él ya lleva un rato mirándola. "¿Eres feliz?". "¿Qué?". "Si eres feliz". "Y tú, ¿eres feliz?". "No lo sé, nadie me lo había preguntado". "Yo estoy bien, de verdad". "Pero no pareces feliz". "Y tú qué sabes". "Se te nota. Has puesto el aire acondicionado en vez de bajar las ventanillas". "¿Qué? Ya te has encargado tú de bajarlas". "A eso es a lo que me refiero". "¿A las ventanillas? Pero tú qué sabes. Mírate". "¿Qué pasa?". "¿Por qué me preguntas si soy feliz? ¿A qué ha venido eso?". "Qué demonios quieres que te pregunte". "Pues sí, soy feliz, ¿vale? Y si he puesto el aire acondicionado es porque fuera hace un calor horrible". "Te echo de menos". "¿Qué?". "Que te echo de menos". "Bájate del coche, por favor, en serio, bájate". "Simplemente...". "Bájate ya". "De acuerdo, vale. Lo siento". "No vuelvas a hacerlo. No me vuelvas a llamar. ¿Vale?. No sé en qué andas metido, pero no me interesa. De verdad. Mi vida se ha vuelto normal, no la desclasifiques". "Perdón". "No me pidas perdón como si no supieras lo que estabas haciendo. Toda esta escena de película, el coche, la mochila, aquel tipo, todo eso, no va conmigo. No me va. Lo siento".
Y se bajó. Se quedó allí parado. Esperando y decidiendo qué hacer. Pensando. Tampoco él quería haberla llamado a esas horas. Pero qué podía hacer si era la única persona. Seguro que ella se había pensado que todo lo de la mochila era un asunto turbio. Pero en realidad era una tontería. ¿Y lo del coche? Bueno, una estupidez también. No se trataba de eso. Debería haberse afeitado. Siempre se le olvidaba explicar todas esas cosas. Tenían una explicación. Pero a ella le ponía muy nerviosa no saber lo que estaba pasando. Y él tampoco quiso aclarar el asunto.
miércoles, 16 de marzo de 2011
A las puertas
— ¡Hombre, el que faltaba! A ti te quería yo ver.
— Pues sí, aquí estoy, qué tal.
— ¿Cómo ha ido el viaje?
— Bien, bien. Y tú debes de ser...
— San Pedro. Mucho gusto.
— ¡Ah, San Pedro! Vale. Tú debes de ser el de la mansión en Roma, ¿verdad? Me han hablado bien de ti.
— Gracias. Pero no te pierdas en halagos. Por lo que veo aquí en los informes no has trabajado muy bien el tema religioso estos años, ¿verdad? ¿Y ahora qué hacemos, macho?
— Es que pensaba...
— Ni pensaba ni pensaba. Veamos... Por aquí pone un “no existe” hace cinco años, un “no creo en seres imaginarios como tampoco creo en los elfos” hace dos y una charla de sobremesa hace tres meses en la que te posicionaste a favor de la teoría de la evolución. Bien. Pues aquí estás macho, en el cielo. ¿Qué te parece?
— No sé, yo... yo nunca hubiera imaginado que toda esa gente tenía razón, ¿sabes? De verdad, la cosa no parecía muy lógica. Pero sí, ya veo, ¿vale? Ya veo que existe el cielo y todo eso, os ha quedado muy bonico.
— Espera, espera. No te vayas a confiar, muchacho. Que las cosas en la vida no son tan fáciles. Verás. Organizamos visitas guiadas, de vez en cuando, para los infieles. Por eso del regodeo. Es genial la cara que se os queda a todos los ateos. Así que tú, majo, te vas para abajo ya mismo.
— ¿Cómo? ¿De verdad? ¿En serio? Por favor. Me arrepiento de mis pecados. De verdad. Me arrepiento de todos ellos. Perdón por no poder evitar echarle un ojo a los anuncios eróticos de internet. Perdón por el tabaco y todo eso. Los vicios, las comidas copiosas, el sexo placentero, las borracheras y la literatura. Perdón por todo aquello.
— Pero hombre, no ardes por cosas así. Tú arderás por blasfemo. ¿No es una palabra genial? Blasfemo. Y por jurar en nombre de Dios, claro, por mentarlo y muchas cosas más.
— Pero no se ponga usted así, San Pedro. Que todo eso era de broma. Quiero decir, una vida es muy larga, ya sabe, y a veces uno no piensa y...
— Ya lo creo que usted no pensó. No pensó bien, en verdad. Tanto cine español, tanta ciencia, tanto Punset y tanto Nieztsche. Pues verás la vida que llevan todos esos allí abajo.
— ¿Les hacen cosas malas?
— Ya lo creo.
— ¿Y quienes se las hacen no incurren en pecado?
— Claro, pero allí abajo no hay ley. Solo brasas y calor.
— La verdad es que yo siempre lo he aguantado mejor que el frío. ¿Y quién más dice que hay por ahí?
— Pues... Hitler, Marx, Julio César, Maradona y todos esos.
— Vaya, siempre quise conocer a Julio César. Preguntarle cuál cree que es la mejor pizzeria de Roma o si comulga con el catenaccio. La cosa no pinta tan mal... Pero, espera. ¿Maradona?
— Chaval, hay gente esperando, ¿sabes? No eres el único ateo en el mundo. Corre, ponte ahí, donde esa rendija.
— ¿Por ahí me vas a tirar?
— Sí.
— ¿Y cuánto se tarda?
— Pues con los nuevos desarrollos hemos conseguido acortar las horas de trayecto. En cincuenta minutos estás descargando las maletas.
— ¿Y al llegar allí por quién pregunto?
— Por Jaime.
— ¿Jaime? Pues vaya nombre para un jefe del infierno.
— No es el jefe del infierno, es tu compañero de habitación.
— ¿Y sólo hay un Jaime en todo el infierno?
— Sí.
— Vaya, debería haberle dicho a mi madre que me llamara Jaime.
— No, eso sería estúpido.
— Ya. Bueno, va, dale.
— ¿Listo?
— Sí, qué remedio. A fin de cuentas no puede ser peor que la muerte. Ah, y me gustan tus llaves. De verdad. La cadena por fuera se lleva mucho.
— Gracias. Bueno, a más ver.
— Encantado.