jueves, 15 de abril de 2010

Colada


Le costó una semana y veintisiete días ordenarlo todo. Pantalones, camisetas y calcetines. Colores, tamaños y formas. Un cajón lleno de ropa perfectamente ordenada. Todo lo escribió en un papel antes de acabar con ello. Orden, perfección y conjeturas. Lo uno iría a un lado, lo otro al otro. Según un canon y siguiendo unas pautas. Si la ropa se deja en manos del caos, ni se dobla, ni se plancha, ni se lava. Por eso hacen falta una lavadora y una plancha, para no ir por la vida con la camiseta arrugada.

Pero hay cosas que no se controlan. Un día llega tu sobrino y es pequeño, enano y nuevo. ¿Por qué verdes y rojas juntas?¿Por qué planchar la ropa? ¿Para qué? ¿Por qué hacerlo así? Luego abre el cajón, lo revuelve todo, hace un bolo y lo lanza al aire. La ropa suspendida en el viento durante varios segundos. Las cosas cayendo según dice la gravedad. Después se quedan en el suelo, quietas, unas encima de las otras. Como si estuvieran ordenadas, como si estuvieran ordenadas de nuevo. El rojo con el negro, el azul con el verde. O todo revuelto. Descubrir que todo aquello del principio no era más que un cajón ordenado.


Imagen: Ana P. Bosque

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