Cuando llegó a su casa ella estaba en su cuarto, encerrada, con un periódico enrollado en la mano y tratando de matar a una mosca que llevaba ya dos horas escapándose de su golpe mortal. Lo había intentado con el insecto apoyado en el cristal, en el aire, tirando una sábana por encima o quedándose quieta en mitad de la habitación, escuchando la trayectoria de sus alas. Nada. La lucha contra una mosca puede volverse desesperante. Si la batalla se hace larga, crece la admiración por el adversario, y por eso su muerte resulta más admirable. Pero también más trágica. La ventana estaba abierta de par en par, pero tampoco la mosca hizo siquiera intención de volver a la calle. Cuando él se marchó de allí, la dejó a ella rendida, resignada a dejar la captura de esa mosca para el día siguiente. Él no la había ayudado. Sabía que si lo hacía ella le iba a recordar que no era una inútil y que podía matar a esa mosca tantas veces como quisiera. Aunque las moscas sólo puedan morir una vez. Al día siguiente él la fue a visitar, también con la intriga de saber qué había pasado. Ella, como él había sospechado, no había podido matarla y durmió con la mosca toda la noche. Con el insecto mirándole a través de sus ojos saltones. Mientras ella dormía. Y eso a él le pareció muy sospechoso. Porque tampoco ella había puesto mucho empeño en matar a la mosca. Así que la dejó minutos más tarde.
domingo, 16 de octubre de 2011
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