Se acercó al espejo para descubrir qué iba a ser de él dentro de 25 años. Si continuaría siendo tan feliz. Y se reconoció solo, sin la persona con la que por aquel entonces compartía los desayunos desde hacía tres años. Luego se lo pensó dos veces, y la dejó. Le contó que lo suyo no tenía futuro.
Desde aquel suceso pasaron después 25 años y se sucedieron 9.125 desayunos más. Efectivamente, el espejo tenía razón: ahora estaba solo. Desesperado. Removiendo un tazón de cereales. Preguntándose si las cosas habrían sido iguales de no haber mirado en aquel pozo sin futuro.
martes, 13 de diciembre de 2011
El futuro
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