— Buenas tardes, querría cuatro filetes de riñonada.
— En seguida.
— Bien.
— ¿Qué tal estos?
— Sí, esos mismos.
— Son cuatro del ala.
— ¿Del ala? No, he pedido de riñonada.
— Y yo le he dicho que son cuatro, ¿le parecen muchos?
— No, son los que he pedido.
— ¿Entonces cuál es el problema?
— Que creo que no le he entendido bien.
— Me tiene que dar usted cuatro pavos.
— ¿Pavos?
— ¿Es usted sordo?
— No le entiendo. Yo le he pedido cuatro filetes.
— Y yo le he dicho que son cuatro pavos, señor, cuatro.
— Verás yo... yo no funciono así. No tengo ningún pavo.
— Pues si no hay pavos, no hay filetes.
— Pero oiga, ¿de dónde voy a sacar yo ahora cuatro pavos?
— Ese es su problema, caballero. Pero así funcionan las cosas en este país.
— ¿De veras?
— Por supuesto. ¿Qué clase de carnicero se ha creído usted que soy?
— No el que yo esperaba, desde luego.
— Si no piensa pagarme estos filetes, será mejor que se marche de mi tienda.
— De acuerdo, vale. Compraré pavos si es lo que quiere. ¿Tiene?
— Claro que tengo. Esto es una carnicería.
— Y si compro cuatro, ¿me regala los filetes?
— ¿Qué? ¡Largo de aquí, fuera maldito imbécil!
Imagen: Cortu
jueves, 26 de agosto de 2010
Carnicería
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