— Esta noche he tenido un sueño muy placentero.
— ¿Erótico?
— No, hombre. Un sueño agradable. Bonito.
— ¿Y qué pasaba?
— Me reencontraba con mis amigos de la infancia. Con todos. Y pasábamos un día en la playa, recordando viejos momentos, bebiendo cerveza.
— ¿Y al despertar?
— Al despertar nada. Todo había sido un sueño, pero lo había disfrutado.
— ¿Y no te produjo desazón que no fuera real?
— Bueno... No. Creo que no. Supongo que no.
— Porque si te paras a pensar, pocos sueños consiguen que despertemos plácidamente. O bien porque son pesadillas, o bien porque no eran reales.
— Sí... Bueno... Pero se disfrutan en el momento. Son horas de disfrute.
— Que no llevan a ningún lado.
— Bueno... Si lo ves así. Yo lo veo más bien como una segunda oportunidad que nos damos a nosotros mismos. Un viaje a aquello que ya no podemos tocar.
— Yo la verdad es que aborrezco mis horas de sueño. No suelo dormir bien, tengo insomnio. Y cuando duermo, siempre tengo pesadillas.
— Piensa entonces que las pesadillas son mejores que el insomnio.
— ¿Por qué?
— Porque el insomnio se basa en preocupaciones reales. Las pesadillas, al fin y al cabo siempre suelen apoyarse en mentiras.
— ¿Preferirías entonces tener una noche llena de pesadillas en lugar de no dormir?
— Por supuesto. Prefiero despertarme entre sollozos que pasar toda una noche sollozando.
Imagen: La increíble mujer menguante
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