El mundo es malo por estadística. Haciendo cuentas salen más malos ejemplos, y los buenos se quedan en una proporción casi ínfima. Esto quizá se deba a que para ser un mal ejemplo solo hay que ser un mal tipo una vez, pero para serlo bueno has de permanecer casi sin tacha.
Obedeciendo a la estadística, dudamos de cada persona que se tacha de santurrona. Pero también bajo el cálculo de probabilidades existe un grupo de personas para las que no hay otra definición más que, sencillamente, “buenas”.
Es difícil encontrar un caso así, pero como bien dicen en el sur de España: Haberlos haylos. Apostar por una persona así es arriesgado (hay un motivo por el que “santo” es un título póstumo), pero en esta ocasión, no creo que existan dudas. O al menos, eso piensan los que han conocido al “Langui”.
Juan Manuel Montilla vive en Madrid. Tiene una mujer, dos hijos, una casa, una carrera radiofónica, musical, cinematográfica… y parálisis cerebral.
Fruto de un parto complicado, al cerebro de Juan Manuel le faltó oxígeno durante un período crítico de tiempo. Con los pocos meses, sus padres lo llevaron al médico por que no podía sostener la cabeza y por un bulto extraño en la cadera. El diagnóstico fue claro, y el pronóstico oscuro: Con mucha suerte y mucho ejercicio, quizá evitaría la silla de ruedas.
“A toro pasado”, como dice él, sabe el esfuerzo que realizaron sus padres para no sobreprotegerlo. Era un niño que se caía constantemente, y al que no había que ayudar a levantarse. Mientras se esforzaba por alcanzar el bote de Nesquik de la estantería, el Langui fue entrenando su cuerpo. Cuando entró en el colegio, se echó a futbolista. Quería jugar en Primera División, y asegura que también él marcaba sus goles.
No fue hasta los 14 cuando se corrió el velo, y se encontró sin ilusión. Empezó a sentirse inútil, y cada vez pasaba más tiempo inactivo. Cuando parecía que todo el esfuerzo realizado hasta entonces se iba al traste, uno de sus amigos, Gitano Antón, llevó a su barrio un par de canciones de Hip-Hop.
Y de nuevo, Juan Manuel, Langui, recuperó el control de su vida. Fundó un grupo (La Excepción), sus pinitos en el mundo del cine le dieron dos Goya, y acaba de publicar su libro: “16 escaleras antes de irme a la cama” (Espasa). En él cuenta como es su vida, desde lo anecdótico de haberse comprado una casa en la que tiene que subir 16 escaleras antes de llegar a su habitación. Todo un reto para una persona que se cae 10 veces al día.
Obedeciendo a la estadística, dudamos de cada persona que se tacha de santurrona. Pero también bajo el cálculo de probabilidades existe un grupo de personas para las que no hay otra definición más que, sencillamente, “buenas”.
Es difícil encontrar un caso así, pero como bien dicen en el sur de España: Haberlos haylos. Apostar por una persona así es arriesgado (hay un motivo por el que “santo” es un título póstumo), pero en esta ocasión, no creo que existan dudas. O al menos, eso piensan los que han conocido al “Langui”.
Juan Manuel Montilla vive en Madrid. Tiene una mujer, dos hijos, una casa, una carrera radiofónica, musical, cinematográfica… y parálisis cerebral.
Fruto de un parto complicado, al cerebro de Juan Manuel le faltó oxígeno durante un período crítico de tiempo. Con los pocos meses, sus padres lo llevaron al médico por que no podía sostener la cabeza y por un bulto extraño en la cadera. El diagnóstico fue claro, y el pronóstico oscuro: Con mucha suerte y mucho ejercicio, quizá evitaría la silla de ruedas.
“A toro pasado”, como dice él, sabe el esfuerzo que realizaron sus padres para no sobreprotegerlo. Era un niño que se caía constantemente, y al que no había que ayudar a levantarse. Mientras se esforzaba por alcanzar el bote de Nesquik de la estantería, el Langui fue entrenando su cuerpo. Cuando entró en el colegio, se echó a futbolista. Quería jugar en Primera División, y asegura que también él marcaba sus goles.
No fue hasta los 14 cuando se corrió el velo, y se encontró sin ilusión. Empezó a sentirse inútil, y cada vez pasaba más tiempo inactivo. Cuando parecía que todo el esfuerzo realizado hasta entonces se iba al traste, uno de sus amigos, Gitano Antón, llevó a su barrio un par de canciones de Hip-Hop.
Y de nuevo, Juan Manuel, Langui, recuperó el control de su vida. Fundó un grupo (La Excepción), sus pinitos en el mundo del cine le dieron dos Goya, y acaba de publicar su libro: “16 escaleras antes de irme a la cama” (Espasa). En él cuenta como es su vida, desde lo anecdótico de haberse comprado una casa en la que tiene que subir 16 escaleras antes de llegar a su habitación. Todo un reto para una persona que se cae 10 veces al día.
1 comentarios:
Le conocí antes de que fuera famoso y puedo asegurar que es un crack. Ójala todo el mundo que PILLA CACHO, de algo así realmente lo mereciera como él. Personalmente me da asco que el principal motivo de su fama sea "lo difícil que lo ha tenido", no digo que no lo merezca, digo que las mejores personas jamás serán reconocidas.
Vomitaría sobre cada uno de los que alaban a esta gente, porque alabando no hubiera llegado hasta aquí, moved el culo hijos de puta.
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