sábado, 21 de enero de 2012

Gemelos

Eran como dos gotas de agua. Desde que nacieron, sus padres les pusieron la misma ropa y les dio igual si llamaban a uno o a otro si al final cualquiera de los dos ponía la mesa. Después fueron creciendo y los gemelos se dejaron uno el pelo más largo que el otro. Y resultó que el hermano de pelo corto alcanzó un gran éxito con las mujeres en su paso por la universidad. Su gemelo, sin embargo, veía pasar el tren del amor y la lujuria desde la grada. Incluso su hermano sacaba mejores notas, el pelo le crecía más fuerte, ganaba en los juegos de habilidad y era infinitamente mejor que él jugando a fútbol. Una vez, para probar, cogió el móvil de su hermano y quedó con la que por aquel entonces era su novia. Y cuando el truco había funcionado, sentados en un parque, sacó la lengua para besarla. Ella le apartó. “¡Parece que no has besado en tu vida!”, le dijo, y se marchó por donde había venido. Su hermano era, a todas luces, el hijo favorito del Creador. A él le tocaba ser la pieza en stock, la segunda bolsa que se queda atrapada en la máquina expendedora, la versión no actualizada del sistema, el doble para las escenas de acción, el suplente, el borrador, la cara oculta de la Luna, la oferta de regalo al comprar dos latas de atún. Y nadie le había conseguido explicar nunca la razón. El motivo por el que su hermano gemelo era infinitamente más afortunado que él. Hasta que un día su madre, que le había escuchado llorar desde el pasillo, entró a su cuarto y se sentó junto a su lado. Las manos sobre el delantal. Y le explicó, con el mayor tacto del mundo, que era adoptado.

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