Desde hace unos cuantos años, se nos está machacando sobre el peligro del cambio climático y la importancia de un comportamiento ecológico razonable y sostenible. Está ya establecido que cualquier novedad debe ser “verde”, que los ciudadanos debemos arremangarnos para mejorar la situación del medio ambiente y que las empresas se deben reformar hacia una producción ecológica.
La teoría y los principios siempre son bonitos y es verdad, creo que hay un peligro real, pero me gustaría relativizar esta sensación que nos acecha en cada momento en el que llueve más que el año pasado, que parece que el mar va a llegar a las faldas de la cuenca de Pamplona en dos días, o si no cae tanta agua como en el anterior invierno, se piensa que pronto el sol nos inundará con sus rayos dejándonos como en el desierto de Texas o de Almería.
Mi cerebro se queja cada vez que desde arriba, con su gran dedo, nos acusan a los ciudadanos de contribuir a la contaminación. Por ejemplo, estas navidades fui a un hipermercado que había en las afueras de una gran ciudad y en el parquin había, a ojo avizor, unos quinientos coches. ¿Cuánta gasolina gastaron para llegar hasta allí? ¿Cuánta cantidad de humo expulsaron a la capa de ozono? ¿Cuánta energía se necesita para iluminar aquella gran nave?
Este mismo híper, te cobraba unos céntimos si necesitabas usar una bolsa para llevar sus compras hasta casa. Ellos, que se ahorran habilitar varias instalaciones en el centro de la ciudad, a las que se pueda llegar andando o en transporte público, para poder ganar el triple de dinero y engrosar sus ampulosas arcas; ellos, que contribuyen con este sistema a la contaminación y al continuo desplazamiento; ellos, que deshumanizan la compra y se aprovechan de sus proveedores, son los que nos señalan como los culpables del cambio climático.
Y lo peor es que lo hacen veladamente, con sutileza. Que nos hagan gastar unos cuantos centimillos de más a la hora de pagar, no importa. Pero lo grave es la hipocresía que muestran con su actitud. No creo que su interés sea el beneficio del planeta, sino el de sus cuentas, y el interés ecológico es una excusa. Al hacernos pagar por las bolsas, nos apuntan a los consumidores de a pie, a los que necesitamos estas bolsas, como graves actores en esta situación.
No sólo los hipermercados actúan de esta forma: la industria de coches, de electrodomésticos, incluso los gobiernos también se suman a este juego y cambian de máscara en público. A los ciudadanos nos tirotean día sí día también con anuncios en los medios sobre civismo ecológico, las empresas nos quieren enseñar a portarnos bien y a no contaminar más de la cuenta y la sociedad se mortifica con la pasión por lo verde.
Es primordial saber valorar las cosas y poner un poco de distancia entre lo que se oye y lo que se piensa. El futuro de nuestra tierra, de nuestra casa, es importante, ¿pero acaso hay que dejarlo en manos de los que de verdad la están matando?
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