Se acabó la noche en el amanecer
de un día de verano
Se empañaron los cristales
de los conductores nocturnos
Se arrugaron las sábanas
para hacerte un vestido
y las ventanas se abrieron
para no dejarte huir
Tú contabas la historia
de aquel loco enamorado
que huyó al mar en su velero
para encontrar la cordura
Yo bebía café de tus labios
recogiendo un mechón tras tu oreja,
sentado en montones de hojas
jugando a mirarte de cerca
“Son sólo historias”, decías.
Yo simplemente asentía
No todos los aviones
se estrellan al despegar
ni todos los sueños
se acaban cuando despiertas
Así que imagina un barco
que viaja a doscientos puertos
donde esperan con sus pañuelos
mujeres sin equipaje
Podríamos hablar, hablar y hablar
pasarnos horas hablando
subir la música y escuchar
los puñetazos de un huracán
Prueba a saltar sin cuerda
súbete al coche conmigo
como un camión sin carga
que viaja por carretera
Inténtalo, no busques nada
huye si te encuentras perdida
pero despierta, Blancanieves
el viento se lo va a llevar todo
lunes, 17 de noviembre de 2008
Sube, despierta
sábado, 15 de noviembre de 2008
El sueño de la razón produce ángeles
Hace poco descubrí uno de sus cantares, o quizá lo redescubrí, porque ya lo conocía antes, y ahora lo entiendo: "Tras el vivir y el soñar,/está lo que más importa:/despertar".
Primero hay el vivir, sentir la experiencia, lo sensible. Aquello que estamos haciendo en este momento determinado es el vivir, todo es vivir, porque estamos viviendo siempre, hasta que nos muramos. Pero eso es algo tan común que quizá no nos damos cuenta del todo de que estamos viviendo.
Luego está el soñar, cuando creemos que no vivimos y esperamos vivir aquello que más profundamente deseamos, sea lo que sea. Soñamos mientras vivimos y soñamos que estamos viviendo algo que no tenemos es ese momento. Es el ojalá, la ilusión, algo que es necesario y bonito de sentir, pero que no nos llena.
Después de esto viene lo mejor: despertar. Darse cuenta de que uno ha vivido lo que ha soñado. En este momento se ilumina algo dentro de nuestros corazones o en lo más profundo de nuestra mente, que traza una línea entre el vivir y el soñar y los une, los complementa, los funde en una sola cosa. Y uno abre los ojos, sonríe y sabe que está viviendo, soñando y despertándose a la vez.
o seré proa de vaixell
si tu ets la dansa de les ones.
Lluís Llach)
Publicado por Nil Ventós Corominas en 17:09 1 comentarios
Etiquetas: Art-y-mañas, Nil Ventós Corominas, Reflexiones
jueves, 13 de noviembre de 2008
Julieta ha muerto
Llegó un viejo y me contó
que ayer murió Julieta
que no existe Cenicienta
y que se olvidó de Helena
Corrí a apretar cadenas
y me anclé junto al infierno
me agarré fuerte a la tierra
para no volar de ella
Y nunca me buscó la noche
nunca me fugué a los bosques
distinguí tu voz entre las voces
y nunca perseguí visiones
Nada es mágico ni eterno
marchitó el amor de invernadero
se pudrió en un mar de tinta
y nunca floreció la idea
Y siento aquello de lo que nadie habla
toco aquello de lo que nadie siente
veo sombras de lo que nadie atrapa
oigo cosas de las que nadie escucha
¿Y no ves que ya no existe?
¿No ves que ya murió?
¿No ves que las naranjas
no pueden ya partirse?
lunes, 10 de noviembre de 2008
Té Helado V
El frío era terrible, y me acompañaban en el banco el enésimo lugareño con aspecto de violador y otro autostopista cadavérico que parecía tener mi mala suerte. Entonces tronó y empezaron a llover piedras. Solté una carcajada sarcástica y mis compañeros de circunstancias me miraron como si yo fuese el elemento extraño de la escena.
Pasaban los minutos de diez en diez y allí no aparecía nadie cuando de repente un rayo hizo de foco y se coló en nuestro puzzle de fracasados la roadie más maravillosa con la que jamás hubiese pensado toparme. Me miró y empecé a engañarme a mí mismo. Volví a mirarla y sonrió. En mi hondo estado depresivo eso fue interpretado como una invitación. Desee estar en el mismo autobús que ella. Sentí esas malditas cargas de profundidad en mi estómago, como siempre que me gusta alguien y veo que va en dirección opuesta a un punto dispar al mío. No la esperaba en nuestro funeral protestante. Iba de luto, negro, toda ella negra, chapada con un tono pálido y de cuerpo diminuto. Me entretuve durante segundos buscando sus ojos, eran diminutos. Otro rayo me permitió verlos. Demasiado oscuros para ser tristes. Las venas marcaban sus manos, imposible discernir su color, pero por el calor que supuraba diría que dentro había té.
Oímos un bocinazo, era el dichoso autocar. Para entonces mi indestructible anorak tenía una solidez similar a la del papel, pero vi que ella se montaba ausente, por lo que la seguí.
Me fortifiqué en el asiento contiguo al suyo y empecé a planear el futuro jugueteando nervioso con la cadena de mi saco. Estaba tan mojado, hundido, perdido y solo que pasé los siguientes minutos golpeándome piernas y pecho. El autobús seguía rodando. Ya no sabía si aquello era sudor, lágrimas o lluvia, lo cierto es que preparar una triste frase para abordar a la desconocida me estaba suponiendo un desgaste tremendo.
Las siguientes millas fueron un monólogo interior en el que me insultaba fieramente, ¿Qué coño haces? ¿No te cansas de estar solo? Vi que intentaba dormir. Fuera sólo se veían pinos y más pinos. Y otra vez, no había ningún alce que atropellar. Para cuando quise darme cuenta estaba ya abalanzándome sobre ella, balbuceando en francés.
-Señorita… llevo mantas en mi saco, ¿no querría taparse con ellas…? – mientras tartamudeaba me tomé la libertad de ir sacando algo que otrora fue un poncho.
-No, no se preocupe, prefiero no dormirme… - semejante comentario ambiguo casi me empuja por la ventanilla. Derrotado abrí el paquetillo de Ducados y recuperé las colillas que le robé al viejo. Esperé temblando hasta que me miró de reojo maliciosa. Eso ya selló todo, cogí ese reloj metálico que tenía en mis entrañas, lo envolví en la ajada manta, lo congelé y se lo di. Se recostó y nos prometimos muchas cosas al quitarme el maldito abrigo que había olvidado quitarme y pasarme la eterna manta por la espalda. Ya éramos ciegos. En la punta de mi aguja había un zafiro escondido bajo esas gafas.
-¿Adonde vas? – lo dijo con tanta amabilidad que casi me arrepiento de abandonar aquella parada.
-A Saguenay – respondí antes siquiera de que ella terminara la pregunta de rigor, gritando y con helio en la garganta – no sabe lo que me alegra que me dejara sentarme a su lado – si bien ocupé ese asiento como un halcón, trémulo, pero halcón – necesitaba hablar con alguien.
Miró divertida, como quien caza su presa, y me dijo que el autocar iba a Jonquière, hacia el norte. Solté un grito ahogado del que me salvaron los chirridos del bus. Resignado, dejé que me contara su triste vida para, ya desarmado, terminar viviendo entre aceite de ballena y sobres. Veía un frigorífico enorme en nuestra cocina, lleno de sobres. Sobre y botes con todos los tipos de comidas para calentar imaginables. Me contó que su novio abusaba de ella, y que la obligaba a mantenerle trabajando en una agencia de viajes local. Me enseñó una foto del negocio, lleno de carteles con toros, playas y mexicanas vestidas de luces. Prometí llevarla. Aquella era la primera promesa registrada por el aire.
Se terminaron los pinos y llegó la nada. El par de horas hasta Saguenay se habían convertido en un viaje de más de un día. El sol salía azul por entre las charcas y una masa de cornamentas me miraba pidiendo algo a cambio mientras cruzaba la carretera y bordeaba el carro buscándome entre las ventanillas. Corrí la cortina y por fin dormimos. Era todo tan puro y bestial que empecé a marearme, pero por suerte despertamos en un motel...
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Cuarto oscuro
La soledad nocturna de la habitación jugaba con su mente adolescente y retorcida. El chico no paraba, no podía parar. Una tras otra, una tras otra. Había descubierto un universo desconocido para él: un nuevo mundo lleno de placeres, misterios y preguntas.
Le gustaba que llegara esa hora en la que preparaba todo, se cercioraba de que sus padres estuvieran dormidos y se ponía manos a la obra. Sabía que muchos de su edad también lo hacían, pero que en público nadie se atrevía a decirlo. Y era algo maravilloso…
Aquella noche, su madre irrumpió en el cuarto sin avisar:
- ¡Pero hijo! ¡Dios mío! ¿Qué haces?
- ¡Perdón, mamá! ¡Perdón! No lo volveré a hacer, ¡lo prometo!
Su madre cerró rápidamente la puerta para tratar de olvidarlo todo de un plumazo. Era una vergüenza, ninguna de sus amigas tenía un hijo que hiciera “aquello”, tenía muy mala suerte, su hijo era uno de esos...
El chico cerró el libro y se fue a la cama, apenado, triste, porque ni siquiera su madre comprendía la magia de leer un libro por las noches, solo en la oscuridad, devorando una tras otra cada una de las páginas de una historia que resultaba emocionante.
martes, 4 de noviembre de 2008
lunes, 3 de noviembre de 2008
Té Helado IV
Con el inicio del otoño, otoño ártico que empieza a finales de agosto, apuraba mis días de huída en Saguenay, antes de volver a casa. Me sentía terriblemente solo, en un par de meses me había tornado en un autista armado con auriculares que se parapetaba en los rincones, protegido por mi anorak y sentado siempre escondiéndome tras mis rodillas. Hastiado, teniendo en cuenta que todavía podía estar un mes más antes de quedarme sin pasaporte y tenía dinero como para una semana, estuve recorriendo Québec haciendo autostop con una vieja Les Paul. Una huída hacia adelante por Jeff y del Diablo. A fin de cuentas nadie sospecharía de un taciturno estudiante aspirante a estrella de rock.
Amables camioneros, decepcionados aspirantes a violadores y jubilados en busca de una ligera subida de glucosa iban y venían por las eternas carreteras secundarias. Fue una experiencia soporífera. Si ya en la ciudad me veía completamente aislado del resto del género humano, recorrer bosques y bosques eternos por unas carreteras trazadas con escuadra y cartabón, con la única compañía de un matrimonio lo menos heptagenario natural de Florida. Aquello era otro bosque, más pintoresco y exuberante, de insultos, puyas y efluvios corporales aliñados por impresionantes alijos de pastillas. Por momentos deseaba que algún alce se cruzase en nuestro camino o que el señor olvidase su medicación, simplemente para ver qué consecuencias traía aquello.
Tras una semana de viaje con ellos, el ambiente era tensísimo, y lo peor era que tenía el razonable presentimiento de que en el momento en el que les abandonara, el Gobierno de Florida iba a aligerar su gasto en pensiones. Una noche vi al jubilado abrir el maletero sacar una pala mientras impregnaba la atmósfera de vaho. La dichosa visión no me dejó dormir, pasaba las noches despierto aterrorizado por el pacto de no agresión que decretaban los ronquidos de ambos, temiendo que en cualquier momento un ruido seco iba a terminar con esa tregua.
El último día de mi viaje con ellos supe que apenas llevaban un lustro juntos. Ninguno tenía hijos, y algún preclaro asesor matrimonial les había mandado al otro extremo del continente con el doble propósito de acortar su jornada laboral y, de paso, librarse de aquellos reenganchados a la vida en pareja. Me resultaban patéticos, y muy frágiles, para mí no eran más que un par de viejos temerosos que preferían morir uno a manos del otro con tal de no tener que hacerlo por ellos mismos.
Estábamos en un pueblecito llamado Tadoussac, a apenas un par de horas de Saguenay. El matrimonio quería bordear la bahía y pasar a New Brunswick para llegar a Terranova y ver a las ballenas. El plan me resulto tan insípido que me dejé desaparecer. Dudo mucho que notasen mi huida. Decidí volver a Saguenay. Tenía todo mi presupuesto intacto y el lujo de un autobús era factible. Ahí estaba, suplicándole a algo que se apiadara de mí y nadie me diera conversación. Mi francés macarrónico empezaba a tambalearse tras un verano entero sin utilizarlo y cualquier comentario sobre el tiempo o el horario de los autobuses me haría sentir muy ridículo.
Estaba helado, mi anorak parecía un chubasquero. Me enervaban aquellos canadienses en mangas de camisa. De todas formas más que irritado me sentía tan solo que no me habría importado toparme con algún conocido, incluso con el matrimonio americano. Allí no aparecía ningún autobús, sólo coches que iban disparados hacia Montreal por la autopista. Salí por ellos, haciendo aspavientos, como si me estuviera quemando, mas los conductores pensaron que estaba falto de metadona y me ignoraban. Tras una excursión, cuando era pequeño, nos contaron que en caso de topar con un oso, debíamos alzar los brazos y parecer lo más fieros que nos fuese posible. Me sentí un pobre bufón. Nadie me apoyó en mi ancestral tradición de confiar en un total desconocido y para medianoche tuve que volver a la parada...
sábado, 1 de noviembre de 2008
Fiesta de la democracia (II)
Otra cosa curiosa de la democracia chilena es la comuna de Santiago. Está situada en el centro, es donde nació la ciudad, bastante popular (no Popular como en España) y no es de las más grandes, sin embargo los partidos ponen a sus pesos más pesados a luchar por ella. La concertación (izquierda) presentaba a Jaime Ravinet, histórico del PDC, que ya había sido tres veces alcalde de la comuna en los noventa y del que se había hablado en las primarias para las presidenciales en más de una ocasión. En las elecciones del 2000, sin embargo, se tuvo que retirar porque la Concertación estimó más oportuno presentar a la parienta de un tipo importante, que inexplicablemente sacó la mitad de los votos que su rival más directo (Lavín, que todavía conservaba el tirón meses después de haber perdido las presidenciales, ahora no lo conserva, 20% en las presidenciales de 2005, pero todos los candidatos buscan una foto con él). La Alianza (derecha) presentó a Pablo Zalaquet, un joven alcalde de una comuna bastante Independiente (La Florida) que tenía problemas con los discursos y que empezaba muy por debajo en las encuestas. La sorpresa: el ganó en Santiago pero La Florida se volvió dependiente. Por cierto, que en Chile los candidatos independientes (de verdad) también ganan. Por ejemplo, en regiones es bastante normal que ganen los candidatos que corren por fuera, ya que son ciudades más pequeñas y son conocidos sin necesidad de entrar a ningún partido.