- Pero cariño…
- Ni pero ni nada, ya hemos hablado de esto, no tengo ganas.
- Pero llevamos más de un mes sin hacer el amor…
- Pues tendrás que aceptarlo, no te queda otro remedio. Estoy pasando una mala racha. Ya vendrán tiempos mejores.
Apagó la luz y se tumbó. Un mes, un mes sin hacerla mía, un mes sin sentirla mía. Demasiado tiempo... Pero el problema no estaba sólo en la cama, el problema estaba en la relación. Ya no había confianza, ya no había amor. Apenas hablábamos y cuando lo hacíamos, sólo tocábamos temas superficiales como la comida o el tiempo. Ella tenía que haber encontrado a otro, no había otra explicación. La miré, estaba preciosa, hasta con el pelo alborotado lo estaba. Me dieron ganas de besarla, tenía unos labios tan sugerentes… Sus enormes ojos se ocultaban tras la cubierta de sus párpados. ¿Cómo podía haberse dormido? A mí todavía me quedaba una larga noche por delante, una noche de preguntas sin respuesta.
A las 8:00 sonó el despertador. Por lo visto había conseguido dormir un rato, pero no lo suficiente, me sentía agotado. Me levanté de la cama, desayuné de malas maneras, me duché, me vestí y salí de casa con ganas de no volver nunca más. Bajé al garaje a por mi taxi; seguía ahí, por supuesto, siempre fiel a mí. Estaba impoluto, le había sentado bien el lavado de ayer. Me subí con la intención de alejarme lo más posible de mi barrio, me deprimía. Para cuando quise darme cuenta ya estaba a las afueras. Me paré, necesitaba estar un rato a solas. Pero no iba a ser posible, alguien se montó.
- ¡Buenos días, caballero! Al Corte Inglés. – Al Corte Inglés… El Corte Inglés estaba al lado de mi casa; parecía como si Dios se estuviera riendo de mí. Por lo menos me iba a llevar una buena recompensa, el centro estaba lejos y el hombre parecía tener dinero. Iba impecable, vestido con un elegante traje de etiqueta y con un majestuoso y colorido ramo de flores. Era alto y tenía muy buena planta, además de un seductor acento argentino. Sonreía, sonreía por los dos. Rara vez hablaba con los clientes, pero éste había conseguido despertar mi curiosidad.
- Va usted muy elegante, no va a haber quien se le resista – le dije con simpatía.
- ¡Ja, ja! – rió sanamente - Es usted muy amable. Tengo que reconocer que me he arreglado un poco, la ocasión lo merece.
Le sonreí, me había caído simpático. En el fondo me apetecía saber adónde iba, pero no quería que pensara que era un cotilla. Él puso algo de su parte.
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- Seguro que usted se arregla mucho para sus citas. A las mujeres les gusta que nos cuidemos.
Pensé en la última vez que me había puesto guapo para ella. Fue hace mucho tiempo. Habíamos pasado una pequeña crisis por mi culpa y decidí recompensarla con una cena.
- ¿Va usted a una cita? – pregunté buscando saciar mi curiosidad.
- Sí, he quedado con una mujer muy linda. No hace mucho que nos conocemos pero parece que la cosa funciona. A ver qué tal hoy – me lanzó una mirada de complicidad.
El viaje prosiguió, aún quedaba un rato de trayecto y el tráfico no ayudaba.
- Siento la tardanza, hay mucho atasco – me disculpé.
- No se preocupe, lo importante es llegar.
- ¿Es usted de aquí? De España, me refiero- pregunté, aunque la respuesta estaba bastante clara.
- No, soy argentino. Hace poco que llegué a España, vine por motivos de trabajo. Argentina atraviesa un mal momento.
No quería entrar en temas políticos, no era mi fuerte. Me volví a encerrar en mis pensamientos. ¿Qué estaría haciendo ella ahora? Seguro que me había precipitado, seguro que me seguía queriendo, no habría otro hombre. Sólo sería una mala racha como me había dicho. El argentino me devolvió al mundo real.
- Perdone, ¿está usted bien? Tiene mala cara.
- Sí bueno… es que no he dormido muy bien. Problemas de pareja, ya sabe.
- ¡Vaya! Ahí no me meto. Pero estese tranquilo, usted parece un buen hombre, ya verá como todo vuelve a la normalidad.
- Gracias, caballero, agradezco oírlo.
- No hay de qué. Por cierto, me llamo Leonardo. Un placer haberle conocido- me extendió la mano.
- Igualmente, yo soy Emilio – le apreté con fuerza.
Ya habíamos llegado a nuestro destino.
- Bueno Leonardo, es aquí. A este viaje invita la casa.
- Eso le gustaría a usted. Tome anda, quédese con el cambio – me dijo riendo mientras me extendía un billete de 50 euros. Lo acepté, no me vendría mal algún dinerillo extra.
Me quedé mirándole desde el taxi, como el padre que espera en el coche a que su hijo entre en el colegio. Estaba como atontado, era lo más cerca que había estado nunca de enamorarme de un hombre. Por lo visto, no había quedado en el Corte Inglés. Se dirigía hacia mi portal, ¡qué casualidad! ¿Qué casualidad? Ese traidor era el amante de mi mujer y yo lo había llevado hasta la puerta de mi casa para que juntos pudieran dar rienda suelta a su amor mientras yo trabajaba. Pensé en ir detrás, en partirle la cara ahí mismo.
Permanecí inmóvil, esperando algo parecido a una solución divina. Pero ésta no iba a llegar si no la buscaba yo. Me vino a la mente aquella pistola que escondí bajo el asiento poco después de que casi perdiera la vida en un atraco. Pero… ¿qué arreglaría matándolo? Pensaba mientras subía las escaleras de mi piso. Ya estaba en mi rellano, enfrente de mi puerta, armado con mis llaves y con la pistola. Abrí tímidamente, como el marido que llega borracho a las 5 de la mañana. Pero ni eran las 5 de la mañana ni iba borracho. Nunca había ido tan sobrio. La puerta de nuestro dormitorio estaba cerrada. Quité el seguro de la pistola. Lo había decidido, mataría a ese cabrón. Abrí de golpe y allí estaba… allí estaba mi mujer, sola, dormida y envuelta por un halo angelical. No pude evitar deshacerme en lágrimas… ¿Cómo me había planteado matar a alguien? Guardé la pistola y salí de casa. En ese momento, Leonardo salía de la puerta de enfrente agarrando a mi vecina de la mano.
lunes, 12 de enero de 2009
En el asiento trasero
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