martes, 18 de noviembre de 2008

Nunca se está mayor para esas cosas


La anciana mujer caminaba con el cuchillo entre sus arrugadas manos venosas. El arma era brillante, afilada, parecía una espada.

Se lo iba a clavar en el pecho, quería dar en blanco, tocar hueso. Tenía que hacer saber que en su casa nadie mandaba más que ella, y que aunque hubieran pasado los años, seguía siendo la dueña.

Caminaba sigilosa por el pasillo antes de girar a la habitación con luz. Estaba vieja, pero todavía podía hacerlo. Quien creyera que no podía estaba equivocado.

Tomó aliento y se detuvo unos pocos metros antes. Apretó el cuchillo junto a su pecho: tenía que reunir el valor necesario. Después, adelantó su pierna izquierda y entró:

- ¡Venga abuela! La estábamos esperando, ¿dónde estaba? ¡¿Corta el pavo o no?!
- Ya voy, ya voy... ¡Hambrientos!

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