La anciana mujer caminaba con el cuchillo entre sus arrugadas manos venosas. El arma era brillante, afilada, parecía una espada.
Se lo iba a clavar en el pecho, quería dar en blanco, tocar hueso. Tenía que hacer saber que en su casa nadie mandaba más que ella, y que aunque hubieran pasado los años, seguía siendo la dueña.
Caminaba sigilosa por el pasillo antes de girar a la habitación con luz. Estaba vieja, pero todavía podía hacerlo. Quien creyera que no podía estaba equivocado.
Tomó aliento y se detuvo unos pocos metros antes. Apretó el cuchillo junto a su pecho: tenía que reunir el valor necesario. Después, adelantó su pierna izquierda y entró:
- ¡Venga abuela! La estábamos esperando, ¿dónde estaba? ¡¿Corta el pavo o no?!
- Ya voy, ya voy... ¡Hambrientos!
martes, 18 de noviembre de 2008
Nunca se está mayor para esas cosas
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