miércoles, 26 de noviembre de 2008

Descubrirte a diario


No sé que hacer, ¿lo abro o no lo abro?

Mejor cuento la historia desde el principio. Resulta que Claudia y yo estamos un poco hartos de nuestro piso. Arriba los vecinos pasan gran parte del día discutiendo, fuera el ruido de los motores no nos deja dormir y dentro el espacio se nos ha quedado un poco pequeño (con vistas a un futuro renacuajo). Es hora de terminar una etapa y abrir otra.

Los dos cobramos bastante bien. Algunos meses andamos algo justos, pero nunca nos falta de nada. Incluso podemos ir ahorrando poco a poco. Ahora, por fin, nos hemos decidido a volar del nido para instalarnos en una zona a las afueras, alejada del embrollo urbano.

Así que llevamos toda la mañana bajando cajas y más cajas. Siempre me ha intrigado mucho por qué las personas guardan absolutamente todo lo que para ellos tiene cierto valor sentimental, y que realmente no sirve de mucho. Quizá porque nos conectan con aquellos momentos de felicidad pasada que, como un deja vu, vuelven a nosotros en pequeñas dosis.

Claudia tiene, sin lugar a dudas, el doble de cajas que yo. Dice que para tirarlas “siempre hay tiempo”, y quizá no le falte parte de razón. Meticulosamente durante todo este tiempo les ha ido colocando etiquetas distintivas en sus laterales: “fotos antiguas”, “libros”, “muñecos y juguetes”… No sé si tendrán lo que dicen, pero lo que sí sé es que pesan una tonelada.

Y ahora aquí estoy, enganchado del cuello por una curiosidad angustiosa. Claudia está abajo, en la furgoneta del tío Sebastián, así que no sabe nada. No sabe que su caja, la “top secret: no abrir nunca” se me ha caído bajando las escaleras. Soy un desgraciado, porque lo malo no es que se me haya caído, sino que dentro estaba su diario.

Y ahí está, tirado en el suelo, panza arriba, con sus tapas rojas y abierto por la mitad. Su diario es un cuaderno grueso con muchas hojas, donde bien podría escribirse cualquier trilogía. La letra de Claudia es casi de imprenta y el diario, que yo recuerde, lleva redactándolo desde hace tres años. Por lo que se ve, organiza sus páginas por días.

¿Y qué hago ahora? Lo llevo un rato pensando, es horroroso. La curiosidad humana me mata. Siento como si doscientos hombres intentaran tirarme a una piscina, y como si el suelo, además, estuviera mojado. En ese cuaderno está todo, todo lo que hemos sido en estos años: nuestra relación, nuestras discusiones, las amigas, el sexo, mi familia, la suya... En él están las respuestas que mi mente no ha sabido o no ha querido responder, aquellas cosas que no me han sido reveladas, las sombras que yo veía desde la caverna.

Lo veo y sé que quiero cogerlo, que nada más en la vida me resultaría más placentero que recibir la respuesta a muchas de esas preguntas: ¿le habría gustado aquel vestido que le regalé? ¿Realmente quiere tener un niño? ¿Soy su único hombre? ¿Me quiere? ¿La amo?

Abajo espera con mi tío y sabe que sólo queda una caja. Sé que no le haría ninguna gracia que lo leyera, pero quizás si no se entera… ¿Un vistazo rápido por las últimas páginas? No se daría cuenta, nunca sabría que yo lo he leído, su desconocimiento le hará seguir siendo feliz.

¿Pero no me lo hará seguir siendo a mí también? Quiero decir, ¿no es verdad que seguiré siendo igual o incluso más feliz si no lo leo? Es una duda que empieza a trepar por mi cabeza. ¿Realmente quiero saber todos y cada uno de los detalles de nuestra relación? ¿Quiero saber si aquel vestido le gustó, si me quiere o si la amo como ella desea? Creo que no.

Creo que la vida se compone de esas preguntas sin resolver, de esos pequeños detalles que se nos escapan y que nosotros, y sólo nosotros, debemos destapar. Si no, es como hacer trampa.

Porque además, leyendo el diario ¿no dejaría desnuda toda el alma de Claudia? ¿No le robaría todas y cada una de las cosas que únicamente posee, que no son otra cosa que sus recuerdos? ¿No es la memoria el bien más preciado del hombre y lo único que nadie nos puede arrebatar?

Pienso, por otro lado, que nuestra relación sería un desastre con el tiempo. Yo jugaría viéndole las cartas, sabría en todo momento qué jugada hacer y por dónde atacar. Y aunque a primera vista esto pueda parecer una ventaja, no es sino un completo aburrimiento, una película en la que sabes cómo acabará.

No podría perdonármelo a mí mismo. No sabría qué cara poner o cómo hablarle. No sé disimular, o lo que es lo mismo, no sé mentir. Claudia es muy lista. Cuando algo me pasa, no pregunta si me pasa algo, simplemente acierta: “¿Qué te pasa?”. Nunca he sido buen actor, nunca me ha gustado abrir la caja de los disfraces.

Y detrás de todo está el miedo a quedarme atrapado en el diario, a reducir la realidad a una mera abstracción de simples ríos de tinta negra y curvilínea. Pensándolo bien, normalmente uno escribe en el diario sólo las cosas más negativas, o los detalles que de un modo u otro le han afectado emocionalmente. Es más un amigo que te escucha en los malos momentos, donde brotan y escasean los amigos de verdad.

Así que, ¿no se compondrá la vida de los pequeños detalles que nunca se escriben? ¿No son esos gestos, esos matices, esas situaciones, las que componen el conjunto de todo un paisaje? Los telediarios están llenos de noticias malas, pero eso no significa ni que el mundo sea un asco ni que en él no haya cosas buenas.


No lo voy a leer. La quiero. Rotundamente, la quiero. Porque precisamente puede que el amor sea eso: reconocer la ignorancia para después aceptarla, la magia de descubrir por ti mismo aquellas cosas que se nos escapan.

- ¡Vamos César! ¿Por qué tardas tanto? ¿Se puede saber qué haces?

- Pensar en ti cariño, pensar en ti.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Té Helado VII (y fin)

Pero no había nadie. Nos tumbamos. Empecé a comer su aliento. Sudaba de nuevo. Ella pegó un respingo y buscó Vodka danés para calmarnos. Ella quería emborracharme. Iban a despellejarme en el sitio más increíble del mundo y a colgarme de las paredes. Casi podía reconocer a mis amigos de infancia colgando entre timones de barcos. Empezamos a beber, y yo también tenía té en mí, pero no era mi sangre lo que quemaba. Tenía fiebre. Deliraba. Pinté en sus diminutos ojos, el único punto de referencia al que podía fijarme sin llorar de lo inferior que me sentía cuando la recorría, el futuro que soñé bajo la aurora boreal.

Estaríamos en cada uno de los carteles de su agencia. Y ella tendría sus carteles. Y ramos de dulces. Las carcomidas piedras milenarias de los anuncios pondrían color y agrandarían sus ojos. Ella imaginaba aquello cuando yo ya estaba hablándole de un mundo sin microondas…

-Beberemos vino, me cogerás del brazo, caminaremos por las brillantes luces de este penoso páramo e iremos hasta mañana, y…

-Pensaba que eras un pobre estudiante y no un embaucador.

-Abre las sábanas – Estaba tan borracho que aquello parecía una pregunta.

-No, no… sé quién eres, no eres un chico honrado, eres un chulo, ¡eres un chulo y quieres mandarme a algún club de Narvik!

-¿Cómo te mandaría a un sitio que no conozco? No soy un jodido chulo, mírame, estoy borracho, no miento, escucha eres lo único que… - Un jarrón cerró mi boca y derramó la infusión. Le lancé la botella y se abrió. Recordé cómo la vieja señora del sur cortaba los pomelos. El cuchillo se hundía en la fruta de manera mórbida y el jugo salía lento y espeso, denso. Su té fluía con una rapidez brutal. Tenía el color del vino que le prometía segundos atrás. Sus ojitos se dilataron. Ahora nos mirábamos. Nos perdonamos y lo sellamos mezclando Vodka y té. Le dije que picaría diamantes para colorear sus pupilas en cuanto saliéramos de allí. Nos acostamos perezosos, la aurora se consumió en llamas y cayó la noche ártica arrugando las sábanas.

Fuga latente





















Saltan los corazones de motores en marcha
se estrellan contra la acera donde yo crecí
nunca olvidarán aquella pequeña regla
que decía “chico, no hay nada que hacer…”

Y los que de noche viajaban por calles desiertas
ahora escuchan la radio en habitaciones separadas
en tardes de informativo, prisa y retrovisores
donde nada les recuerde a aquella canción

Se manchan con tinta de viejos diarios,
llenos de historias de almohadas en vela
que giran como tornados
jugando a ser norias de feria

Recuerdos de madrugadas tristes
insomnio, luces y teletienda
de ovejas cansadas de tanto saltar
que renunciaron a todo para así olvidar

Escombros de un edificio que llevó siglos hacerlo
pero que acabó en los desagües del cíclico tiempo
donde esperan abandonados
antiguos y viejos cimientos

Y así volvió todo a su antiguo lugar
recuperaron su nombre las cosas perdidas
pero no se fue aquel miedo
miedo al amanecer, a soñar, a madrugar los domingos

sábado, 22 de noviembre de 2008

Mamá, quiero ser bombero

Me he fijado que ha desaparecido la publicidad del Metro de Santiago. Yo pensaba que sería porque abría la página en Chile pero me fui a Argentina para comprobarlo y seguí saliendo. Quizá puse demasiadas veces la palabra Chile y vosotros que los odiais la quitasteis para que nadie pueda informarse sobre las paradas del Metro. Los argentinos también están un poco picados (y los bolivianos, y los peruanos... pero no tengo todo el día) con ellos porque dicen que les quieren quitar la Patagonia. Los chilenos, en cambio, están molestos porque dicen que los argentinos les quitaron la Patagonia. Los argentinos acusan a los chilenos de vivir de ellos, porque necesitan su gas, que a su vez importan de Bolivia pero que por algún convenio no puede ir directamente a Chile. Los chilenos, por el contrario dicen que no pueden confiar en los argentinos y lo importan desde Indonesia.
Los chilenos creen que son más organizados que los argentinos, que pasan la vida entre huelgas cacerolas y corrales. Una de las razones por las que los chilenos no hacen huelgas es porque esta previsto en la legislación que el empresario pueda despedir a los huelguistas y contratar nuevos trabajadores, salvo en el sector público, que esta semana protestaba por una subida de sueldo del 14,5%. Acorde a la inflación esperada, decían, aunque según los datos oficiales se espera que sea del 5%. Solución salomónica, media aritmética, subida del 9,5% que fue recogida tibiamente por parte de los empleados públicos: policías, profesores, médicos... pero no bomberos.
Argentina y Chile tienen otra cosa en común, son dos países donde los bomberos no son empleados públicos. Es más, ni siquiera son empleados, son voluntarios que cobran una subvención pública inferior al sueldo mínimo (en Chile es de unos 200 euros) y que se dejan quemar por amor al arte. No quieren que les paguen más, no quieren mejores horarios, gastan su tiempo libre esperando un aviso siempre que pueden, no quieren que le enseñen mejores técnicas, sólo quieren ser útiles a su manera. Igual de mal que aquí escribimos en un blog, pero más sacrificado.

viernes, 21 de noviembre de 2008

20 de noviembre


Como todos los años en este día tan señalado, saco del armario mi vieja y cuidada camisa azul. Me la pongo con orgullo y honor. Es un día dedicado al recuerdo y a la nostalgia. Mi mujer prepara una comida especial y mis hijos, y desde hace ya un tiempo también los nietos, vienen a compartir este glorioso día.

En tiempos mejores ya celebrábamos la muerte del Fundador como una fiesta grande. Desde hace treinta y pico años todavía más. ¡Treinta y tres años ya de la muerte del Generalísimo!

Hay momentos en los que me pongo triste y melancólico, miro al pasado con tristeza y al futuro con desconfianza. Sin embargo, me paro a observar alrededor de mí y creo que todavía tengo motivos para sentirme orgulloso de mi país.

Todavía seguimos siendo una grande y libre, jamás dejaremos que se salgan con la suya aquellos nacionalistas, por suerte, los gobiernos que se han ido sucediendo tras la muerte del Caudillo han impedido todos los viles intentos secesionistas de los enemigos de la patria. Aún hay una prensa que consigue transmitir los valores de antaño y que logra desenmascarar la corrupción y desidia de este gobierno de rojos. Suerte que todavía queda gente de mi época en las instituciones y partidos actuales, que si no, no sé donde iríamos a parar. La educación, la Iglesia, la policía, el ejercito, las comunicaciones, la imponente capitalidad de Madrid, las insignias con el águila campan por doquier, se pueden seguir censurando publicaciones, se ilegalizan partidos...es pensar en eso y ponerme contento.

Aunque se permitan pecados como bodas entre rarillos, los divorcios y cosas así, sé que poco ha cambiado. Seguimos siendo tan libres como antes, tan unidos como antes y tan españoles como antes.

La sombra de José Antonio y del Caudillo todavía sigue ¡Presente!

A la memòria de tots aquells que van morir, es van exilar o van patir per l'opressió franquista.

martes, 18 de noviembre de 2008

Hijos de los perros

Conversación sobre Fotoperiodismo:

Jurdan: Tú seguro que has llevado la noticia de que un hombre mordió a un perro

Pablo: Pues no, peroUna chica ha traído una foto de un perro quemado. Hace unos días hay noticias sobre una banda de chavales que les tiran aceite hiviendo.

Jurdan: ¿Y los dueños qué hacen?


Extracto de Mí país inventado, de Isabel Allende, libro que recomiendo por su forma tan amena de describir Chile. Y engancha, me lo ventilé una noche antes de acostarme.
En nuestra casa, como en todo hogar chileno, había animales. Los perros se adquirían de diferentes maneras: se heredaban, se recibían de regalo, se encontraban por allí atropellados, pero aún vivos, o seguían al niño a la salida de la escuela y luego no había forma de echarlos. Siempre ha sido así y espero que no cambie. No conozco a ningún chileno normal que haya comprado uno; los únicos que lo hacen son unos fanáticos del Kennel Club, pero en realidad nadie los toma en serio. La mayoría de nuestros perros nacionales se llaman Negro, aunque sean de otro color, y los gatos se llaman genéricamente Micifú o Cucho; sin embargo, las mascotas de mi familia recibían tradicionalmente nombres bíblicos: Barrabás, Salomé, Caín, excepto un perro de dudoso linaje que se llamó Sarampión, porque apareció durante una epidemia de esa enfermedad. En las ciudades y pueblos de mi país corretean levas de canes sin dueño, que no constituyen jaurías hambrientas y desoladas, como las que se ven en otras partes del mundo, sino comunidades organizadas. Son animales mansos, satisfechos de su posición social, un poco somnolientos. Una vez leí un estudio cuyo autor sostenía que, si todas las razas existentes de perros se mezclaran libremente, en pocas generaciones habría un solo un tipo: un animal fuerte y astuto, de tamaño mediano, pelo corto y duro, hocico en punta y cola voluntariosa, es decir, el típico quiltro chileno. Supongo que llegaremos a eso. Cuando también se fundan en una sola todas las razas humanas, el resultado será una gente más bien baja, de color indefinido, adaptable, resistente y resignada a los avatares de la existencia, como nosotros, los chilenos.

Fiesta de la democracia (III)

Las elecciones generales en Chile importan bastante poco. La elección de senadores apenas tiene campaña. ¿Por su poco poder? Justo al revés. Las 17 regiones eligen cada una a dos representantes, lo que significa que para que pueda haber cierto desequilibrio en el parlamento es necesario que en alguna región dos tercios de los votantes se decanten por una de las dos opciones. Dos opciones porque necesariamente todos los demás partidos apenas sacan nada (dicen que en España somos comunistas por tener un par de diputados del PCE). Pues eso sólo ha sucedido dos veces en los últimos 20 años, en las dos primeras eleciones democráticas. Que bueno, tampoco decantaron mucho la balanza porque Pinochet había propuesto un buen puñado de senadores vitalicios en la Constitución del 80 (amañada, por cierto), tales como los expresidentes: es decir, él mismo, y como él otros iguales (cargos de confianza como el Presidente del Tribunal Supremo). Leyes de amarre, que lo llaman, ya que así de paso se garantizaba la inmunidad parlamentaria (la propia izquierda lo defendió cuando lo procesaron en Londres para evitar una crisis institucional).

Las elecciones al Congreso siguen el mismo esquema, pero aumentando el número de circunscripciones, por lo que los dobletes son más comunes. Para no alarmar, aquí los congresistas son capaces de votar con los del otro partido, misteriosa capacidad (en España) que deriva de la responsabilidad o de la corrupcion, segun se vea.

Las elecciones presidenciales estanban previstas cada 8 años sin reelección (salvo el primero, que casualmente era Pinochet, que se podría reelegir mediante referendum), aunque sólo Pinochet cumplió el mandato, Patricio Aylwin (Democracia Cristiana, 1989) se fue a la mitad para no perpetuarse, con Eduardo Frei Ruiz-Tagle (sobrino del Eduardo Frei visto en capítulos anteriores, DC, 1993) se acortó a 6, los mismos que estuvo Ricardo Lagos (Partido Por la Democracia, 2000). Con Michelle Bachellet (Partido Socialista, 2005), el mandato se redujo a 4 años y hay elecciones en el próximo.

No me he equivocado con el año de Lagos, es que 1999 fue el curioso año en la democracia chilena en el que hubo una segunda vuelta (en 2000). En las primeras elecciones, la izquierda rozaba el 60% mientras que la derecha apenas llegaba al 30%, ya que estaba integrada por gente que sabía de economía pero no de elecciones (un Pizarro cualquiera) y presentaba anuncios como el de un tenista bien arreglado (empresario) al que a mitad de partido la izquierda le haría jugar con pelotas de baloncesto. 1999 es el año en el que por fin la derecha presenta un candidato correcto mientras que la izquierda presenta a un ateo (ateo, oigan), lo que le da el apoyo de un 49%. Para la derecha eso fue como ganar, las recuerdan a menudo en los medios de derechas y un profesor me regaló un libro sobre esas elecciones.

Mientras tanto, el candidato perdedor, Joaquín Lavín se presentó ese mismo año como Alcalde de Santiago. Había sido un alcalde eficiente en Las Condes poniendo fuerzas de seguridad propias de la comuna que luego fueron imitadas en otras comunas y que aumentaron su apoyo del 60% al 80% entre las dos veces que se presentó. Era uno de los tecnócratas que se hicieron cargo de la política económica del régimen en los 80, uno de los pocos no vinculados al golpe, y quería demostrar que no sólo podía gobernar para los ricos. Problema: creer que hay que gobernar de otra forma para los pobres. Olvidando su austeridad, intentó ganarse a los santiaguinos trayendo la playa y la nieve (en Santiago casi nunca nieva). Al querer eliminar su imagen de numerario del Opus acabó entrando a un café con pierna (cafés que se disfrutan mirando a una camarera medio desnuda) y firmando en una de las piernas, lo que le hizo perder el apoyo de algunos católicos y muchas católicas.

Actual alcalde de Santiago: Zalaquett, que proponía la creación de un centro de rehabilitación para discapacitados, la distribución de la píldora del día después (aunque fue Legionario de Cristo), medidas para liberalizar el comercio y aumentar la seguridad. No es la comuna más grande ni la más rica, pero al ser la originaria es simbólica y las declaraciones de los contendientes se podían leer a diario en la prensa. En un reportaje sobre el ganador, se lee entre toda la información "y es de origen árabe". Nadie me había hablado de eso, es curioso que sólo sea medianamente importante en un reportaje de 10 páginas, pero la gente no le daba importancia. Por cierto, con motivo de la victoria de Obama, un lector de La Tercera enviaba una carta al director para decirle que en Europa hablaríamos mucho del racismo estadounidense pero que para rato elegíamos a un presidente negro. Por lo que leí de España desde Chile, allí fue noticia que hubiera un ecuatoriano en la cúpula del PP madrileño. ¿Méritos de ese hombre? Que no, la noticia acababa ahí.

Nunca se está mayor para esas cosas


La anciana mujer caminaba con el cuchillo entre sus arrugadas manos venosas. El arma era brillante, afilada, parecía una espada.

Se lo iba a clavar en el pecho, quería dar en blanco, tocar hueso. Tenía que hacer saber que en su casa nadie mandaba más que ella, y que aunque hubieran pasado los años, seguía siendo la dueña.

Caminaba sigilosa por el pasillo antes de girar a la habitación con luz. Estaba vieja, pero todavía podía hacerlo. Quien creyera que no podía estaba equivocado.

Tomó aliento y se detuvo unos pocos metros antes. Apretó el cuchillo junto a su pecho: tenía que reunir el valor necesario. Después, adelantó su pierna izquierda y entró:

- ¡Venga abuela! La estábamos esperando, ¿dónde estaba? ¡¿Corta el pavo o no?!
- Ya voy, ya voy... ¡Hambrientos!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Té Helado VI

Aquello era un desfile de barbas a medio afeitar, embarazos prematuros y guantes de lana entrando ordenadamente en busca de sustento rápido. Nos sentamos. Le hablé del país de cartón que adoraba.

-Cuando te vi pensé que eras un músico...

-Lo soy… no, no lo soy pero soy universitario, si no no habría venido hasta aquí – soné tan poco convincente que dudé de si realmente era algún parado de origen croata a la búsqueda de un puesto en la construcción de alguna casa. Entonces recordé que allí todo estaba hecho de planchas.

El lugar estaba lleno de prostitutas cosidas en sus vientres. Un tipo miraba a Lori –ese era su nombre, sus ojos eran esquimales- confiado. Creí que ella respondía a esa llamada oculta. Empezó mi paranoia. ¿Y si ella era una puta que recogía vagabundos, los llevaba a ese tugurio y su chulo los desplumaba? ¿Quién iba a preguntar por mí? ¿Quién me encontraría entre lobos, osos y fango? Sudaba y tosía.

-¿Sabes qué ese tío nos mira? ¿Le conoces? – Sonaba a una orden.

-¿De quién hablas?

Lo dejé correr. Poco a poco mis ojos enrojecían y me sentía muy débil y enfermo. Comía de manera mecánica y ella seguía mi ritmo. Me sentía miserable, pero ver su frágil paso, a mi compás, que era el suyo a su vez y así en un bucle eterno, pues no éramos más que dos espejos de cara al anterior mirando por el hueco una escalera, me tornó en un psicótico. Ella me detenía, ella quería que me quedase allí, en un bloque de hielo a dos metros bajo tierra.

-Necesitas descansar, nagligusuktuq – aquel sonido gutural no era otra cosa que el te quiero más abstracto que había oído nunca. Estaba desfallecido, y me dejé llevar hasta el piso de arriba, entre muelles que botaban, gritos de opereta y pieles de plástico colgadas para disimular la cegadora humedad. Pensaba que un indio gigantesco me esperaba con una faca de hielo...

Sube, despierta






















Se acabó la noche en el amanecer
de un día de verano
Se empañaron los cristales
de los conductores nocturnos

Se arrugaron las sábanas
para hacerte un vestido
y las ventanas se abrieron
para no dejarte huir

Tú contabas la historia
de aquel loco enamorado
que huyó al mar en su velero
para encontrar la cordura

Yo bebía café de tus labios
recogiendo un mechón tras tu oreja,
sentado en montones de hojas
jugando a mirarte de cerca

“Son sólo historias”, decías.
Yo simplemente asentía

No todos los aviones
se estrellan al despegar
ni todos los sueños
se acaban cuando despiertas

Así que imagina un barco
que viaja a doscientos puertos
donde esperan con sus pañuelos
mujeres sin equipaje

Podríamos hablar, hablar y hablar
pasarnos horas hablando
subir la música y escuchar
los puñetazos de un huracán

Prueba a saltar sin cuerda
súbete al coche conmigo
como un camión sin carga
que viaja por carretera

Inténtalo, no busques nada
huye si te encuentras perdida
pero despierta, Blancanieves
el viento se lo va a llevar todo

sábado, 15 de noviembre de 2008

El sueño de la razón produce ángeles

Los que sabemos castellano tenemos la suerte de poder leer a uno de los mejores poetas de la Historia: Antonio Machado. Sus versos nos conducen a estados reflexivos que otros escritores no consiguen. Al menos a mí.

Hace poco descubrí uno de sus cantares, o quizá lo redescubrí, porque ya lo conocía antes, y ahora lo entiendo: "Tras el vivir y el soñar,/está lo que más importa:/despertar".

Primero hay el vivir, sentir la experiencia, lo sensible. Aquello que estamos haciendo en este momento determinado es el vivir, todo es vivir, porque estamos viviendo siempre, hasta que nos muramos. Pero eso es algo tan común que quizá no nos damos cuenta del todo de que estamos viviendo.

Luego está el soñar, cuando creemos que no vivimos y esperamos vivir aquello que más profundamente deseamos, sea lo que sea. Soñamos mientras vivimos y soñamos que estamos viviendo algo que no tenemos es ese momento. Es el ojalá, la ilusión, algo que es necesario y bonito de sentir, pero que no nos llena.

Después de esto viene lo mejor: despertar. Darse cuenta de que uno ha vivido lo que ha soñado. En este momento se ilumina algo dentro de nuestros corazones o en lo más profundo de nuestra mente, que traza una línea entre el vivir y el soñar y los une, los complementa, los funde en una sola cosa. Y uno abre los ojos, sonríe y sabe que está viviendo, soñando y despertándose a la vez.

(I em faré au si tu ets el vent
o seré proa de vaixell
si tu ets la dansa de les ones.
Lluís Llach)

jueves, 13 de noviembre de 2008

Julieta ha muerto





















Llegó un viejo y me contó
que ayer murió Julieta
que no existe Cenicienta
y que se olvidó de Helena

Corrí a apretar cadenas
y me anclé junto al infierno
me agarré fuerte a la tierra
para no volar de ella

Y nunca me buscó la noche
nunca me fugué a los bosques
distinguí tu voz entre las voces
y nunca perseguí visiones

Nada es mágico ni eterno
marchitó el amor de invernadero
se pudrió en un mar de tinta
y nunca floreció la idea

Y siento aquello de lo que nadie habla
toco aquello de lo que nadie siente
veo sombras de lo que nadie atrapa
oigo cosas de las que nadie escucha

¿Y no ves que ya no existe?
¿No ves que ya murió?
¿No ves que las naranjas
no pueden ya partirse?

lunes, 10 de noviembre de 2008

Té Helado V

El frío era terrible, y me acompañaban en el banco el enésimo lugareño con aspecto de violador y otro autostopista cadavérico que parecía tener mi mala suerte. Entonces tronó y empezaron a llover piedras. Solté una carcajada sarcástica y mis compañeros de circunstancias me miraron como si yo fuese el elemento extraño de la escena.

Pasaban los minutos de diez en diez y allí no aparecía nadie cuando de repente un rayo hizo de foco y se coló en nuestro puzzle de fracasados la roadie más maravillosa con la que jamás hubiese pensado toparme. Me miró y empecé a engañarme a mí mismo. Volví a mirarla y sonrió. En mi hondo estado depresivo eso fue interpretado como una invitación. Desee estar en el mismo autobús que ella. Sentí esas malditas cargas de profundidad en mi estómago, como siempre que me gusta alguien y veo que va en dirección opuesta a un punto dispar al mío. No la esperaba en nuestro funeral protestante. Iba de luto, negro, toda ella negra, chapada con un tono pálido y de cuerpo diminuto. Me entretuve durante segundos buscando sus ojos, eran diminutos. Otro rayo me permitió verlos. Demasiado oscuros para ser tristes. Las venas marcaban sus manos, imposible discernir su color, pero por el calor que supuraba diría que dentro había té.

Oímos un bocinazo, era el dichoso autocar. Para entonces mi indestructible anorak tenía una solidez similar a la del papel, pero vi que ella se montaba ausente, por lo que la seguí.

Me fortifiqué en el asiento contiguo al suyo y empecé a planear el futuro jugueteando nervioso con la cadena de mi saco. Estaba tan mojado, hundido, perdido y solo que pasé los siguientes minutos golpeándome piernas y pecho. El autobús seguía rodando. Ya no sabía si aquello era sudor, lágrimas o lluvia, lo cierto es que preparar una triste frase para abordar a la desconocida me estaba suponiendo un desgaste tremendo.

Las siguientes millas fueron un monólogo interior en el que me insultaba fieramente, ¿Qué coño haces? ¿No te cansas de estar solo? Vi que intentaba dormir. Fuera sólo se veían pinos y más pinos. Y otra vez, no había ningún alce que atropellar. Para cuando quise darme cuenta estaba ya abalanzándome sobre ella, balbuceando en francés.

-Señorita… llevo mantas en mi saco, ¿no querría taparse con ellas…? – mientras tartamudeaba me tomé la libertad de ir sacando algo que otrora fue un poncho.

-No, no se preocupe, prefiero no dormirme… - semejante comentario ambiguo casi me empuja por la ventanilla. Derrotado abrí el paquetillo de Ducados y recuperé las colillas que le robé al viejo. Esperé temblando hasta que me miró de reojo maliciosa. Eso ya selló todo, cogí ese reloj metálico que tenía en mis entrañas, lo envolví en la ajada manta, lo congelé y se lo di. Se recostó y nos prometimos muchas cosas al quitarme el maldito abrigo que había olvidado quitarme y pasarme la eterna manta por la espalda. Ya éramos ciegos. En la punta de mi aguja había un zafiro escondido bajo esas gafas.

-¿Adonde vas? – lo dijo con tanta amabilidad que casi me arrepiento de abandonar aquella parada.

-A Saguenay – respondí antes siquiera de que ella terminara la pregunta de rigor, gritando y con helio en la garganta – no sabe lo que me alegra que me dejara sentarme a su lado – si bien ocupé ese asiento como un halcón, trémulo, pero halcón – necesitaba hablar con alguien.

Miró divertida, como quien caza su presa, y me dijo que el autocar iba a Jonquière, hacia el norte. Solté un grito ahogado del que me salvaron los chirridos del bus. Resignado, dejé que me contara su triste vida para, ya desarmado, terminar viviendo entre aceite de ballena y sobres. Veía un frigorífico enorme en nuestra cocina, lleno de sobres. Sobre y botes con todos los tipos de comidas para calentar imaginables. Me contó que su novio abusaba de ella, y que la obligaba a mantenerle trabajando en una agencia de viajes local. Me enseñó una foto del negocio, lleno de carteles con toros, playas y mexicanas vestidas de luces. Prometí llevarla. Aquella era la primera promesa registrada por el aire.

Se terminaron los pinos y llegó la nada. El par de horas hasta Saguenay se habían convertido en un viaje de más de un día. El sol salía azul por entre las charcas y una masa de cornamentas me miraba pidiendo algo a cambio mientras cruzaba la carretera y bordeaba el carro buscándome entre las ventanillas. Corrí la cortina y por fin dormimos. Era todo tan puro y bestial que empecé a marearme, pero por suerte despertamos en un motel...

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cuarto oscuro


La soledad nocturna de la habitación jugaba con su mente adolescente y retorcida. El chico no paraba, no podía parar. Una tras otra, una tras otra. Había descubierto un universo desconocido para él: un nuevo mundo lleno de placeres, misterios y preguntas.

Le gustaba que llegara esa hora en la que preparaba todo, se cercioraba de que sus padres estuvieran dormidos y se ponía manos a la obra. Sabía que muchos de su edad también lo hacían, pero que en público nadie se atrevía a decirlo. Y era algo maravilloso…

Aquella noche, su madre irrumpió en el cuarto sin avisar:

- ¡Pero hijo! ¡Dios mío! ¿Qué haces?
- ¡Perdón, mamá! ¡Perdón! No lo volveré a hacer, ¡lo prometo!

Su madre cerró rápidamente la puerta para tratar de olvidarlo todo de un plumazo. Era una vergüenza, ninguna de sus amigas tenía un hijo que hiciera “aquello”, tenía muy mala suerte, su hijo era uno de esos...

El chico cerró el libro y se fue a la cama, apenado, triste, porque ni siquiera su madre comprendía la magia de leer un libro por las noches, solo en la oscuridad, devorando una tras otra cada una de las páginas de una historia que resultaba emocionante.

martes, 4 de noviembre de 2008

Barack "Black Pope" Obama

A new Pope for the World

lunes, 3 de noviembre de 2008

Té Helado IV

Con el inicio del otoño, otoño ártico que empieza a finales de agosto, apuraba mis días de huída en Saguenay, antes de volver a casa. Me sentía terriblemente solo, en un par de meses me había tornado en un autista armado con auriculares que se parapetaba en los rincones, protegido por mi anorak y sentado siempre escondiéndome tras mis rodillas. Hastiado, teniendo en cuenta que todavía podía estar un mes más antes de quedarme sin pasaporte y tenía dinero como para una semana, estuve recorriendo Québec haciendo autostop con una vieja Les Paul. Una huída hacia adelante por Jeff y del Diablo. A fin de cuentas nadie sospecharía de un taciturno estudiante aspirante a estrella de rock.

Amables camioneros, decepcionados aspirantes a violadores y jubilados en busca de una ligera subida de glucosa iban y venían por las eternas carreteras secundarias. Fue una experiencia soporífera. Si ya en la ciudad me veía completamente aislado del resto del género humano, recorrer bosques y bosques eternos por unas carreteras trazadas con escuadra y cartabón, con la única compañía de un matrimonio lo menos heptagenario natural de Florida. Aquello era otro bosque, más pintoresco y exuberante, de insultos, puyas y efluvios corporales aliñados por impresionantes alijos de pastillas. Por momentos deseaba que algún alce se cruzase en nuestro camino o que el señor olvidase su medicación, simplemente para ver qué consecuencias traía aquello.

Tras una semana de viaje con ellos, el ambiente era tensísimo, y lo peor era que tenía el razonable presentimiento de que en el momento en el que les abandonara, el Gobierno de Florida iba a aligerar su gasto en pensiones. Una noche vi al jubilado abrir el maletero sacar una pala mientras impregnaba la atmósfera de vaho. La dichosa visión no me dejó dormir, pasaba las noches despierto aterrorizado por el pacto de no agresión que decretaban los ronquidos de ambos, temiendo que en cualquier momento un ruido seco iba a terminar con esa tregua.

El último día de mi viaje con ellos supe que apenas llevaban un lustro juntos. Ninguno tenía hijos, y algún preclaro asesor matrimonial les había mandado al otro extremo del continente con el doble propósito de acortar su jornada laboral y, de paso, librarse de aquellos reenganchados a la vida en pareja. Me resultaban patéticos, y muy frágiles, para mí no eran más que un par de viejos temerosos que preferían morir uno a manos del otro con tal de no tener que hacerlo por ellos mismos.

Estábamos en un pueblecito llamado Tadoussac, a apenas un par de horas de Saguenay. El matrimonio quería bordear la bahía y pasar a New Brunswick para llegar a Terranova y ver a las ballenas. El plan me resulto tan insípido que me dejé desaparecer. Dudo mucho que notasen mi huida. Decidí volver a Saguenay. Tenía todo mi presupuesto intacto y el lujo de un autobús era factible. Ahí estaba, suplicándole a algo que se apiadara de mí y nadie me diera conversación. Mi francés macarrónico empezaba a tambalearse tras un verano entero sin utilizarlo y cualquier comentario sobre el tiempo o el horario de los autobuses me haría sentir muy ridículo.

Estaba helado, mi anorak parecía un chubasquero. Me enervaban aquellos canadienses en mangas de camisa. De todas formas más que irritado me sentía tan solo que no me habría importado toparme con algún conocido, incluso con el matrimonio americano. Allí no aparecía ningún autobús, sólo coches que iban disparados hacia Montreal por la autopista. Salí por ellos, haciendo aspavientos, como si me estuviera quemando, mas los conductores pensaron que estaba falto de metadona y me ignoraban. Tras una excursión, cuando era pequeño, nos contaron que en caso de topar con un oso, debíamos alzar los brazos y parecer lo más fieros que nos fuese posible. Me sentí un pobre bufón. Nadie me apoyó en mi ancestral tradición de confiar en un total desconocido y para medianoche tuve que volver a la parada...

sábado, 1 de noviembre de 2008

Fiesta de la democracia (II)

Dicen que después del atentado hay que volver a la vida normal. Vale. Como se esperaba, el ganador en mi comuna fue De la Maza de la gente, candidato Independiente, con un 75% de los votos. La mayoría de los encuestados por mí, que no llegan a diez y quizá tampoco a cinco, dicen que es un tipo que no les gusta nada, pero admiran su independencia. En el sistema electoral chileno se elige por una parte al alcalde, por mayoría simple, si gana bien y si no no es nada, y por otra a los concejales, entran los ocho más votados, que se votan con independencia del alcalde. Como se suelen presentar varios concejales de cada partido, hay disputas por ver quién sale en el cartel con el candidato a alcalde. En cuanto a la elección de los alcaldables, también hay disputas, porque el sistema favorece grandes alianzas, así que cada alianza se disputa el candidato a presentar según la fuerza que tengan y no por el que tenga más posibilidades de ganar. Por ejemplo, éste año los comunistas impusieron a los demócratacristianos (aquí de centro izquierda) 14 candidatos más de los que les tocarían según el porcentaje de votos (un 25% más o menos del PDC frente a un 5% del PC) bajo pena de abandonar el pacto.

Otra cosa curiosa de la democracia chilena es la comuna de Santiago. Está situada en el centro, es donde nació la ciudad, bastante popular (no Popular como en España) y no es de las más grandes, sin embargo los partidos ponen a sus pesos más pesados a luchar por ella. La concertación (izquierda) presentaba a Jaime Ravinet, histórico del PDC, que ya había sido tres veces alcalde de la comuna en los noventa y del que se había hablado en las primarias para las presidenciales en más de una ocasión. En las elecciones del 2000, sin embargo, se tuvo que retirar porque la Concertación estimó más oportuno presentar a la parienta de un tipo importante, que inexplicablemente sacó la mitad de los votos que su rival más directo (Lavín, que todavía conservaba el tirón meses después de haber perdido las presidenciales, ahora no lo conserva, 20% en las presidenciales de 2005, pero todos los candidatos buscan una foto con él). La Alianza (derecha) presentó a Pablo Zalaquet, un joven alcalde de una comuna bastante Independiente (La Florida) que tenía problemas con los discursos y que empezaba muy por debajo en las encuestas. La sorpresa: el ganó en Santiago pero La Florida se volvió dependiente. Por cierto, que en Chile los candidatos independientes (de verdad) también ganan. Por ejemplo, en regiones es bastante normal que ganen los candidatos que corren por fuera, ya que son ciudades más pequeñas y son conocidos sin necesidad de entrar a ningún partido.