Acabo de acabarme un magnífico libro. Alguien voló sobre el nido del cuco, se llama. No sé si conoceréis el libro, o la película, o la peli y el libro. El caso es que se trata de una obra muy buena e interesante.
El escritor, Ken Kesey, fue, según wikipedia, esa biblia de la modernidad que ha eliminado del panorama a las viejas y pesadas enciclopedias de papel (sí, no es un mito, existen, y encima se pueden leer), una cobaya humana. Ese calificativo no le vino a causa de su aspecto físico, si no debido a su gusto por el LSD y a que se dejara hacer experimentos con esta sustancia. Todo sea por amor a la ciencia.
La novela de la que hablaba antes se centra básicamente en un manicomio, y lo que les acontece a los cuarenta locos que viven allí junto con las enfermeras de turno y unos negros que hacen de guardianes. La tensión del libro es la constante lucha entre los pacientes y la autoridad impuesta (representada por la Gran Enfermera, que domina férreamente todo el centro). En otras palabras, la batalla entre la Libertad contra lo coercitivo, llamado de manera muy aguda por el protagonista como el Tinglado. Esta antediluviana guerra se nivela a favor de los locos gracias a la entrada de un joven y provocador psicópata.
Uno de los temas que más me atrae de los que trata Kesey es el de la locura. Los pacientes del centro se muestran más cuerdos, sensatos, coherentes y sinceros que sus cuidadores, en cambio son ellos los que sufren el despotismo de la Gran Enfermera para que se puedan curar y así poder volver a vivir en la sociedad, por debajo del Tinglado. No obstante, ellos son seres que, voluntariamente o no, se han revelado contra las reglas de todo ese montaje social hipócrita, y en parte por eso les han dejado de lado, encerrado en un edificio, todos juntos, para que molesten lo menos posible y los ciudadanos de bien, la gente respetable, pueda seguir viviendo tranquila y sin sobresaltos.
Los diálogos y las situaciones que se establecen en la novela son realmente brillantes, por su astucia y humanidad. Se trata de hombres marginados, desplazados, que sufren en la oscuridad de un apartado edificio y a los que nadie presta atención. Simplemente, son locos. Pero, ¿qué es estar loco?, ¿dónde está el límite entre dicha locura y la cordura?, ¿realmente existe este límite? ¿no será que todos estamos locos, pero que unos lo ocultan debajo de una mácula de educación y falsedad y otros no quieren llegar a estos irracionales extremos? ¿quién está más loco, el que esconde sus defectos gracias a la cirugía, o el niño que ha sido despreciado por su gobierno solo porque formaba parte de otra cultura (léase, en este caso, el protagonista)?
Estas son algunas de las preguntas que se me han planteado al leer este excelente libro. Dicen que una buena obra es aquella que consigue, como mínimo, replantearte ciertos puntos de vista. En mi caso lo ha conseguido.
Por último, debo dar las gracias al amigo que me lo recomendó.
El escritor, Ken Kesey, fue, según wikipedia, esa biblia de la modernidad que ha eliminado del panorama a las viejas y pesadas enciclopedias de papel (sí, no es un mito, existen, y encima se pueden leer), una cobaya humana. Ese calificativo no le vino a causa de su aspecto físico, si no debido a su gusto por el LSD y a que se dejara hacer experimentos con esta sustancia. Todo sea por amor a la ciencia.
La novela de la que hablaba antes se centra básicamente en un manicomio, y lo que les acontece a los cuarenta locos que viven allí junto con las enfermeras de turno y unos negros que hacen de guardianes. La tensión del libro es la constante lucha entre los pacientes y la autoridad impuesta (representada por la Gran Enfermera, que domina férreamente todo el centro). En otras palabras, la batalla entre la Libertad contra lo coercitivo, llamado de manera muy aguda por el protagonista como el Tinglado. Esta antediluviana guerra se nivela a favor de los locos gracias a la entrada de un joven y provocador psicópata.
Uno de los temas que más me atrae de los que trata Kesey es el de la locura. Los pacientes del centro se muestran más cuerdos, sensatos, coherentes y sinceros que sus cuidadores, en cambio son ellos los que sufren el despotismo de la Gran Enfermera para que se puedan curar y así poder volver a vivir en la sociedad, por debajo del Tinglado. No obstante, ellos son seres que, voluntariamente o no, se han revelado contra las reglas de todo ese montaje social hipócrita, y en parte por eso les han dejado de lado, encerrado en un edificio, todos juntos, para que molesten lo menos posible y los ciudadanos de bien, la gente respetable, pueda seguir viviendo tranquila y sin sobresaltos.
Los diálogos y las situaciones que se establecen en la novela son realmente brillantes, por su astucia y humanidad. Se trata de hombres marginados, desplazados, que sufren en la oscuridad de un apartado edificio y a los que nadie presta atención. Simplemente, son locos. Pero, ¿qué es estar loco?, ¿dónde está el límite entre dicha locura y la cordura?, ¿realmente existe este límite? ¿no será que todos estamos locos, pero que unos lo ocultan debajo de una mácula de educación y falsedad y otros no quieren llegar a estos irracionales extremos? ¿quién está más loco, el que esconde sus defectos gracias a la cirugía, o el niño que ha sido despreciado por su gobierno solo porque formaba parte de otra cultura (léase, en este caso, el protagonista)?
Estas son algunas de las preguntas que se me han planteado al leer este excelente libro. Dicen que una buena obra es aquella que consigue, como mínimo, replantearte ciertos puntos de vista. En mi caso lo ha conseguido.
Por último, debo dar las gracias al amigo que me lo recomendó.
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