Pablo era uno de esos raros que escuchaban las conversaciones de la gente en los sitios reducidos y abarrotados. Se arrimaba tanto para poder captar algún pedazo de conversación que a veces lo confundían con un joven “cebolleta”. Afortunadamente, las mujeres que hasta la fecha lo habían golpeado no llevaban nada duro dentro del bolso.
Una mañana rasa y fría, se sentó en la parte trasera del autobús, donde el calor del motor hacía que el ambiente fuera más acogedor. A su izquierda conversaban apoyados sobre la ventanilla dos jóvenes de su edad:
- Como lo oyes. La vi saliendo de la discoteca agarrada de su mano
- Pero no puede ser… ¿No tenía novio?
- Y tiene. Y al salir la volvimos a ver con el chico, y no parecía pasar frío precisamente...
Pablo vio que el tema era jugoso y adoraba cuando las conversaciones se salían del tópico “qué tal los hijos” o “qué tal va la carrera”. El trayecto se hacía largo, y aquella mañana le habían fallado sus dos ancianas solteras de diálogos morbosos. Así que siguió escuchando:
- Pues ya verás como se entere su novio… Porque estas cosas al final se saben
- Y se sabrá. Y más con la de gente que conoce a Patricia después de salir por la tele…
Inmediatamente, Pablo cogió el teléfono. Marcó un número, otro, y prometió en voz baja no escuchar nunca más lo que pasara a su alrededor. No hasta que lo hubiera superado.
A partir de ahora llevaría siempre puesto el mp3.
jueves, 23 de octubre de 2008
Lo que hay que oir
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